¿Qué pensaría usted si le dijera que su cerebro se reserva el derecho de admisión de determinadas sustancias a su interior, y que está sellado por una barrera que impide la llegada de visitas no gratas e incluso de algunas gratas? Usted dirá que su cerebro es elitista, y eso es, afortunada y desafortunadamente, cierto. Nuestro cerebro, en efecto, dispone de una protección que se conoce como la barrera hematoencefálica.
Las neuronas cerebrales necesitan de un medio controlado con exactitud para su buen funcionamiento, ya que de no existir esta valla cerebral, el delicado tejido nervioso estaría expuesto a sustancias perjudiciales para él que circulan en nuestra sangre. Sustancias transmisoras muy potentes como la adrenalina o la acetilcolina, que a veces circulan por nuestro torrente sanguíneo en concentraciones elevadas, tendrían efectos devastadores de impactar directamente en nuestro órgano supremo.
Su existencia fue probada en 1885 por Paul Ehrlich, quien inyectó anilina en la sangre de ratas, la sustancia tiñó de azul todo el cuerpo de los animales, excepto los cerebros. Eso dio la evidencia de que el organismo dispone de un mecanismo de protección del sistema nervioso central. Muchos años después, en 1967, Thomas Reese de la Universidad Harvard logró ver la barrera hematoencefálica con el microscopio electrónico y comprobó que las células endoteliales se hallaban muy unidas entre sí protegiendo al cerebro.
Los capilares sanguíneos que llegan al cerebro forman una capa muy firme en esta zona, mientras que en el resto del cuerpo forman una barrera más flexible y permeable. Fuera del cerebro las paredes de los capilares están formadas por células endoteliales que tiene pequeños agujeritos entre sí, pero dentro del cerebro esas céñiñas están estrechamente apiladas sin esos huecos entre ellas, haciendo muy difícil el paso de las sustancias. Esta primera barrera bloquea el paso de moléculas con excepción de las que cruzan la membrana celular por ser liposolubles. Una segunda capa de células, con alto contenido de grasas, impide el paso de sustancias hidrosolubles. Así, sólo las moléculas más chiquitas –oxígeno, dióxido de carbono, etanol y azúcares –pueden pasar a través de esta barrera. Las drogas y otros tóxicos son, por lo general, demasiado grandes para pasar. Asimismo, la barrera protege de infecciones, y por ello las infecciones cerebrales son cosa rara. Sin embargo, hay algunos virus y bacterias capaces de atravesarla, como los responsables de la rabia, la meningitis o el cólera.
Extracto de De sesos y médula de Tere Vale
SINOPSIS ¿Quieres entender cómo funciona tu cerebro? Esa masa compleja llena de millones de conexiones neuronales que realiza complejos intercambios bioquímicos y hace que sientas, camines, rías y llores. Tere Vale nos ayuda a comprender la estructura y las funciones de nuestro maravilloso cerebro.