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Respeta a tu madre, regálale un libro: 5 recomendaciones de lectura para mamá

Celebramos la dedicación y entrega de las madres con las mejores historias. Te dejamos cinco recomendaciones para intercambiar el regalo de siempre, por un lindo libro.

1 Confesiones de una mala feminista

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La lucha por los derechos de las mujeres ha tomado el mundo por asalto, pero ¿por qué muchas de sus simpatizantes caen en tantas contradicciones? ¿Por qué parece haber tantas malas feministas? Roxane Gay, profesora universitaria, colaboradora de The New York Times, ensayista y novelista con más de un millón de visitas en su charla TED sobre feminismo, tiene algunas respuestas a esas preguntas.

Sus ensayos no exigen la credencial de «feminista» para ser leídos. Son una invitación abierta a analizar el entorno en el que estamos inmersos bajo la promesa de que, después de leerlos, creerás firmemente que, como dice la propia Roxane, «tenemos el derecho al mismo respeto».

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Roxane Gay

¿Es incompatible querer ser independiente y a la vez ansiar que cuiden de ti, que te gusta la música reggaeton pero te revuelva por dentro lo machista de algunas de sus letras?

 

2 Los amantes de Praga

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«Hay dos sensaciones que siempre se recuerdan a lo largo de la vida: la primera vez que la persona amada sostiene tu mano y la primera vez en que un bebé recién nacido te toma de un dedo. En esos precisos momentos quedas unido al otro por el resto de la eternidad».

En la Praga de los años treinta, los sueños de Josef y Lenka se hacen añicos ante la inminente invasión nazi. Décadas más tarde, a miles de kilómetros de distancia, en Nueva York, dos extraños se reconocen a través de una mirada. El destino les otorga a los amantes una nueva oportunidad.

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Alyson Richman

Una novela de amor en tiempos de  guerra

 

3 Cuentos de buenas noches para niñas rebeldes

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Cuentos de buenas noches para niñas rebeldes reinventa los cuentos de hadas. Elizabeth I, Coco Chanel, Marie Curie, Serena Williams y otras mujeres extraordinarias narran la aventura de su vida, inspirando a niñas ―y no tan niñas― a soñar en grande y alcanzar sus sueños; además, cuenta con las magníficas ilustraciones de sesenta mujeres artistas de todos los rincones del planeta.

Un libro que debe estar en la mesa de noche de todas las niñas y la de sus mamás.

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Elena Favilli | Francesca Cavallo

Cuentos de buenas noches para niñas rebeldes es una colección de historias protagonizadas por «princesas» reales de los más diversos entornos y épocas.

 

4 Carlota

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1863. Carlota toma las riendas de un Segundo Imperio que se desvanece por momentos y no descansará hasta lograr el apoyo de las fuerzas tradicionalistas de Europa, a pesar de que esto contradiga sus ideales. Sin embargo, es otra la carga que soporta su corazón. Su matrimonio es una farsa: Maximiliano la deja marchitarse poco a poco, sin dedicarle jamás un solo gesto de complicidad o pasión. Carlota, rebelada contra la desdicha que intenta imponerse como su destino, se deja arrastrar por un amor desbocado hacia otro hombre sin prever las consecuencias.

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La emperatriz que enloqueció de amor.

 

5 Yo, la peor

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«Confieso que no ha sido fácil. Que aproximarme a sor Juana, a su vida, a su tiempo, a su deseo de saber por encima de todo e intentar darle vida, me pareció un atrevimiento. Pero el atrevimiento ha valido la pena. Me acerqué temerosa al cementerio de las luminarias mexicanas; mi quimera era rozar lo inalcanzable. Me quería meter detrás de los ojos de Juana Inés, en su piel, en sus oídos, escuchar su respiración». MÓNICA LAVÍN

La novela definitiva sobre sor Juana Inés de la Cruz. Una mujer fuera de época, una escritora flagrante, apasionada y sensual que entregada a la razón y consagrada en su fe, tomó los retos más grandes para lograr que su alma se dejara conducir por los seductores caminos del conocimiento.

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Una de las mejores novelas jamás escritas sobre Sor Juana.

365 días de sexo y… ¿amor?

La novela erótica del verano contada con pasión entre sábanas de lujo y glamour

Mia es una joven, como todas, con sueños y proyectos. Un día debe tomar una decisión que cambiará su rutina diaria. Convertirse en una escort, es decir una acompañante de lujo, para saldar la deuda de juego de su padre. Un millón de dólares. La condición: nunca comprometer su corazón. Enamorarse está prohibido.

«Calendar girl», publicado en el sello Planeta por la autora Audrey Carlan, es un libro con una historia que inició como una serie de entregas mensuales en internet. Tras su éxito digital, pasó al mundo impreso y cautivó por su romanticismo.

Con un formato diferente, el lector podrá disfrutar de esta historia que se cuenta por meses. Cada ejemplar narra 90 días que va viviendo Mia en el mundo escort, recorriendo diferentes ciudades de Estados Unidos con un cliente en cada lugar. A las costumbres y gustos de cada uno, Mia debe acceder siempre con una sonrisa.

100 mil dólares es la meta mensual para llegar al objetivo y salvar no sólo la vida de su padre, sino la de su hermana y la de ella misma. La tetralogía «Calendar girl» ha vendido más de dos millones de ejemplares en E.U, se traducirá en más de 20 idiomas y pronto será serie de televisión.

Booktráiler «Calendar Girl»:

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Primera entrega de la serie que se ha convertido en un fenómeno mundial

5 sagas fantásticas actuales que debes de leer

Si eres fan y un ávido lector de libros de fantasía, y te fascinan los universos alternos llenos de magia con personajes emocionantes e historias rodeadas de grandes tramas, no puedes dejar de consultar este singular conteo sobre 5 sagas fantásticas actuales, las cuales, a través de Grupo Planeta, puedes disfrutar.

Y para que te vayas adentrando a esta atmósfera literaria fantasiosa, aquí te compartimos, a manera de introducción, sus títulos así como también el nombre de sus autores, seguida a la vez de una frase que describe en sí la esencia de cada obra:

Saga: «Waterfire» / Autora: Jennifer Donnelly / Editorial Planeta /

-Libro 1: «Azul profundo»

<<Poderosa en magia y mitología; aventuras y peligro, romance y amistad, «Azul profundo», el primer libro de la ‘Saga Waterfire’, es una historia épica tan vasta, misteriosa y encantadora como el mismo mar>>

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 -Libro 2: «Olas salvajes»

<<El segundo volumen de la ‘Saga Waterfire’ está lleno de una acción tan trepidante que te dejará sin aliento, romances que te enternecerán el corazón y sorpresas tan extraordinarias como una ola que rompe de improviso>>

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Después de Azul profundo, llega Olas salvajes

 

-Libro 3: «Marea Negra» (disponible en librerías selectas a partir del 14 de julio de 2016)

<<Adéntrate en las profundidades de un mundo extraordinario lleno de peligros, aventuras, profecías y magia; el tercer libro de la ‘Saga Waterfire’>>

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Adéntrate en las profundidades de un mundo extraordinario lleno de peligros, aventuras, profecías y magia.

 

Y ya próximamente el libro 4 de la ‘Saga Waterfire’. ¡Espéralo!

Saga: «Lesath» / Autora: Tiffany Calligaris Editorial Planeta /

-Libro 1: «Memorias de un engaño»

<<Novela ganadora de los ‘Young Books Awards’; «Memorias de un engaño» es el primer libro de la Saga ‘Lesath’>>

Book Trailer:

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Novela ganadora de los Young Books Awards

 

-Libro 2: «El trono vacío»

<<Tras dos días de marcha, una misteriosa figura emerge de la oscuridad del paisaje>>

Book Trailer:

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Tras dos días de marcha, una misteriosa figura emerge de la oscuridad del paisaje

 

Saga: «Cazadores de sombras»Autora: Cassandra Clare  Editorial Destino /

-Libro: «Lady Midnight; Cazadores de sombras: Renacimiento» (disponible en librerías selectas a partir del 14 de julio de 2016)

<<Pasión, glamour y criaturas diabólicas en la nueva y muy esperada trilogía ‘Renacimiento’, de la saga ‘Cazadores de sombras’>>

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Pasión, glamour y criaturas diabólicas en la la nueva y muy esperada trilogía Renacimiento, de la saga Cazadores de sombras.

 

Saga: «Las crónicas de Fortuna» / Autor: Javier Ruescas / Editorial Destino /

-Libro 1: «El secreto del trapecista»

<<Levanta el telón de tus sueños ¡Comienza la aventura!: para Kyle, ser circense es un problema; para Lavelle, una maldición; para Gunnir, un sueño>>

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Levanta el telón de tus sueños ¡Comienza la aventura!

 

-Libro 2: «El recuerdo del mago»

<<¡Levanta el telón y comienza la aventura! La fantasía continúa en este segundo libro de la ‘Saga Las crónicas de Fortuna’>>

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¡Levanta el telón y comienza la aventura!

 

Saga: «Endgame» / Autor: James Frey & Nils Johnson-SheltonEditorial Destino /

-Libro 1: «La llamada»

<< Lee el libro. Encuentra las pistas. Resuelve el enigma. Gana medio millón de dólares en monedas de oro: el juego final ha comenzado>>

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Lee el libro. Encuentra las pistas. Resuelve el enigma. Gana medio millón de dólares en monedas de oro.
El juego final ha comenzado.

 

-Libro 2: «La llave del cielo» (James Frey | Nils Johnson-Shelton)

<<En este segundo libro de la ‘Saga Endgame’ sólo quedan 9 jugadores. El juego ha cambiado. ¿Estás listo para esta nueva aventura?; juega, sobrevive, resuelve: humanos, ‘Endgame’ ha comenzado>>

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Sólo quedan 9 jugadores. El juego ha cambiado. ¿Estás listo para esta nueva aventura?

 

Grupo Planeta anuncia el próximo lanzamiento del libro «Diálogos por un país roto», de Denise Dresser y Julio Hernández, con ilustraciones del monero Rapé

Será en el mes de octubre cuando este título, fundamental para comprender la coyuntura mexicana, llegue a librerías

Un diálogo en el que los autores plantean un análisis de “este país roto» por décadas de corrupción, falta de estado de derecho y decisiones políticas por encima del bienestar de la ciudadanía mexicana, es la propuesta que hacen en este ensayo Denise Dresser y Julio Hernández.

De acuerdo con la visión de los escritores, el tejido social de la nación, después de dos sexenios fallidos, está debilitado y la paciencia de la población va llegando a su límite, aunque sorprendentemente no pierde la esperanza.

“Existe la sensación de que vivimos en un país donde la democracia no funciona”, dijo Dresser al presentar a los libreros mexicanos este proyecto.

Tras los escándalos por corrupción en la administración de Peña Nieto, los estudiantes desaparecidos bajo un evidente caso de crimen de Estado, el desplome de los precios del petróleo y la aparente inmovilidad de la creación de empleos, es tiempo de analizar de dónde vienen las heridas más profundas de México y, sobre todo, qué se necesita para restaurar las fallas estructurales de las esferas políticas, económicas y sociales.

 «México necesita ser provocado», añadió la politóloga,  y ese será el objetivo plasmado en este texto, el cual se publicará bajo el sello Planeta, y en el que los analistas buscan plantear perspectivas sobre la situación del país, pero también hacen propuestas para recomponer esta nación rota.

Denise Dresser. Periodista, investigadora, politóloga, escritora y una de las voces más influyentes de México.

Julio «Astillero» Hernández. Julio Hernández es uno de los periodistas mexicanos más reconocidos en México y América Latina.

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Vidas que se cruzan por el impacto de la violencia: «Lo que guarda el río»

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La esperanza prevalece pese a la huella indeleble de actos que en años recientes aterrorizaron a Nuevo León.

La espiral de violencia que afectó al estado de Nuevo León, específicamente tras el asesinato de dos alumnos de excelencia que cursaban estudios de maestría,  marcó para siempre a la población de su industriosa ciudad de Monterrey que, no obstante la gravedad de ese hecho, después atestiguó nuevos horrores causados por el crimen organizado.

En esta novela, su autora María de Alva retrata con profundo conocimiento a la alta sociedad regiomontana y las clases trabajadoras, pero también a la vida académica y a las entrañas de los medios informativos, al delinear a los protagonistas de una historia donde el horror de la violencia cimbra la seguridad de una de las entidades más desarrolladas del país.

«Lo que guarda el río», publicado por editorial Planeta, toma el abismo creado por grupos del crimen organizado, el narcotráfico, las desapariciones forzadas, asesinatos, los secuestros de migrantes y los riesgos que enfrentan los periodistas, pero también de la necesidad que tiene la sociedad de contar con una información veraz, confiable, que le permita realizar acciones de manera articulada para superar el horror.

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“Vuelos nocturnos a las dos, tres, cuatro de la mañana. ‘Van pa’l otro lado’, decía la gente. Lo que era nuevo no era la droga, no eran los aviones, ni la corrupción, ni siquiera el miedo a los federales, al ejército o a los narcos. Lo que era nuevo era la balacera”, piensa uno de jóvenes que pertenece a una clase social privilegiada.

“Qué diría de esta nueva guerra, esta guerra que es de verdad, no como la otra de mentira. En esta guerra no hay final, ni enemigo claro. La guerra de Chiapas fue una guerra de sol y aire, de ilusiones, de construcción, de castillos de cartón. Fue una guerra para vivir, para soñar, para enamorarse y caminar por la geografía accidentada y hermosa de la Selva Lacandona”, compara la periodista. “Pero la guerra de ahora era como una noche larga y sin fin; sin amores posibles o imposibles, sin reporteros extranjeros, sin decretos, ni comunicados poéticos como los de Marcos”.

María de Alva (Monterrey, Nuevo León, 1969) Egresada de la licenciatura en Letras Españolas por el ITESM Campus Monterrey (1990), donde también se graduó del doctorado en Estudios Humanísticos con especialidad en Literatura en 2012. Además, cuenta con dos maestrías, una en Estudios Latinoamericanos con especialidad en Literatura e Historia por la UCLA (1993) y otra por el ITESM en Educación con Especialidad en Humanidades (2000). Entre 1993 y 1995 se desempeñó como reportera en los diarios Reforma y El Norte. Desde 1996 trabaja en el Tecnológico de Monterrey, donde dirige la carrera de Letras Hispánicas. Es autora de las novelas A través de la ventana (Planeta 2005), finalista en el IX Premio Fernando Lara de Novela en España en 2004, y Antes del olvido (Conarte, 2011), finalista en el mismo premio, pero en 2009.

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María de Alva

Impactante, ambiciosa y llena de suspenso.

«El club», el amor y el sexo en la web, de la Autora Lauren Rowe.

La tecnología y las diversas plataformas sociales han revolucionado la manera de interactuar de las personas y pueden desencadenar toda una aventura.

El Club, publicado por editorial Planeta es la primera entrega de la exitosa trilogía que ha roto todos los récords de ventas en Estados Unidos hasta transformarse en una popular serie televisiva. La autora Lauren Rowe sorprende con una propuesta que resulta difícil de resistir.

Esta novela, es la oportunidad de ingresar a un exclusivo mundo del erotismo en internet y llevarlo hasta tu propia habitación, ya que mediante la adquisición de una costosa membresía puedes garantizar que harás realidad todas tus fantasías sexuales.

La atractiva oferta no pasa desapercibida para Jonas Faraday, un hombre casi perfecto que siente que su misión está relacionada con el placer sexual femenino y que puede convertirse en el sueño de (casi) cualquier mujer, y que muy en contra de lo que había planeado para su vida se verá ligado a Sarah Cruz, una joven que le resulta todo un misterio y a la que está más que dispuesto a encontrar. 

Ambos tienen en un común una infancia infeliz y traumas que los atormentan, y les provocan gran escepticismo hacia las relaciones románticas, pero pronto descubrirán que “los sentimientos son los que dejan cicatrices en nuestro corazón, Son los riesgos. Es el amor el que deja huella y sin ellas no es posible afirmar que se vivió”.

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Lauren Rowe

Una trilogía erótica que dejará a las lectoras con ganas de más…

«La eternidad no tiene futuro», la nueva novela del escritor y diplomático mexicano Enrique Berruga Filloy.

La eternidad no tiene futuro es la nueva novela del escritor y diplomático mexicano Enrique Berruga Filloy, publicado en el sello Planeta.

Un alma joven llega al paraíso y se asombra de lo que ahí ve. Se sabe que no tiene un cuerpo material y se aferra al recuerdo de su viaje por la tierra, no se conforma en el mundo de los muertos. La Eternidad no lo convence y su sueño más anhelado es  regresar, aunque no sabe bien por qué y en el cielo no pueden explicárselo. A lo mejor su inquietud por estar vivo es por una mujer.

Haciendo referencias a Nietzsche, el lector encontrará un texto crítico y reflexivo pero con buen humor acerca de la muerte y la eternidad.

Berruga Filloy invita a asomarnos a la mirada de un muerto, donde vamos descubriendo aspectos inimaginables sobre el significado de la vida y las posibilidades que desperdiciamos en la existencia. La eternidad no tiene futuro es una novela que nos lleva a cuestionar la esencia misma del tiempo, el sentido de la vida, las absurdas reglas que rigen a la muerte, y que además tiene como gran protagonista al amor.

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Enrique Berruga Filloy logra una difícil combinación de buen humor y reflexiones y críticas profundas.

«Hombres Desnudos», de la autora Alicia Gimenéz, premio planeta 2015.

La autora española Alicia Giménez Bartlett, merecedora al premio Planeta 2015 visita por primera vez México.

«Hombres desnudos«, es una obra divertida pero a la vez profunda que toca el tema de la prostitución masculina en un mundo de mujeres exitosas que privilegian su carrera profesional sobre cualquier compromiso sentimental o familiar.

Irene y David después de varios años de haber estado casados se divorcian y con la ruptura no sólo deben enfrentarse al tema de la separación ante una sociedad, a veces crítica y otras compasiva, sino también afrontarse a los amigos en común y a «un mundo de parejas correctas y presuntamente felices».

«Nadie puede pensar hasta qué punto los tiempos convulsos son capaces de convertirnos en quienes ni siquiera imaginamos que podríamos llegar a ser. Es así que por ejemplo, hombres treintañeros pierden su trabajo y pueden acabar haciendo estriptis en un club».

Lo extraordinario de ésta novela es la narración de las voces internas de cada personaje, es así que escuchamos a la esposa, el esposo y los amigos.

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Novela ganadora del Premio Planeta 2015

«Sin alas. La Esfera 1». La trilogía que cambiará las reglas del juego.

«Sin alas», el inicio de la trilogía «La Esfera«, de Muriel Rogers.

La Esfera tiene controlada a la población. Para evadirse, los ciudadanos del Nido están enganchados a un entorno virtual que les permite disfrutar de la libertad que ansían. Kala, una chica que rechaza ese modo de vida, se verá obligada a cruzar al Otro Lado para buscar a su mejor amigo, Beo, que lleva días desaparecido. Lo que encontrará allí será algo para lo que no estaba preparada.

Hojea el primer capítulo: 

«ES QUE NO SÉ DÓNDE ESTÁ BEO.

Pero ¿dónde se habrá metido? Por primera vez desde que se conocieron al empezar el colegio a los cinco años —y de eso hace ya diez—, Kala no sabe dónde está Beo. Como cada tarde al salir de clase, se escapa hasta la azotea de cualquier edificio para sentarse en el suelo curvado mientras mira su reflejo en los ladrillos blancos y brillantes. Sin embargo, hoy está sola.

Vestida de un blanco inmaculado y elástico pegado a la piel, como todos los habitantes del Nido, corre entre las casas con forma de huevo hacia los barrios más altos. Le encanta elegir una de las viviendas más elevadas —sobre todo hoy, que no tiene que lidiar con el vértigo de Beo— y sentarse en el tejado a ver caer la tarde. A veces, como hoy, se quita las zapatillas, las sujeta entre los dientes y trepa descalza por los escalones, esas pequeñas plataformas blancas que emergen de la fachada y después, una vez que ella ya ha subido, se esconden de nuevo en la pared abombada. Kala es toda una experta en pasar desapercibida mientras asciende sin hacer ruido. Una vez en la azotea, se acerca a la fina barandilla circular y apoya las manos. Desde esa cima elevada, disfruta hundiendo la mirada en el Abismo, que separa a su ciudad del suelo terrestre, ese gran desconocido desde hace generaciones, miles de metros más abajo; un abismo atravesado por nubes, sujetado por imponentes columnas blancas.

Hoy que Beo no está con ella y que no pueden hablar de las tonterías habituales —hay que ver lo plomo que llega a ser a veces—, Kala cierra sus ojos grises y abre las orejas. Un viento fresco le acaricia los párpados blanquecinos y las mejillas apenas rosadas. La media melena, de un pelirrojo oscuro, se mece sin rozar los hombros. Sus oídos adivinan, a lo lejos, el suave deslizar de los automóviles blancos a un palmo del suelo, pero el aire le llega cargado de recuerdos, de frases de Beo, de sus tontas anécdotas en el Otro Lado: que si hicimos esto, que si hicimos aquello, que si nos conectamos hoy, que si cruzamos de nuevo, que si mi nuevo doble es genial, que si cuándo quedamos en Isla Tropical… Todo ese rollo del entorno virtual, esa asquerosa vida paralela donde todo el mundo se pasa los días, la aburre profundamente. No puede entender la dedicación de sus compañeros, vecinos, mayores y pequeños, a esa especie de juego tan estú- pido, casi infantil, en el que se sienten como en casa. ¿No se dan cuenta de que no es real? Incluso su propio padre, un científico inteligente, un hombre que dedica su vida a traer niños al mundo —¡al mundo real!—, se pasa los fines de semana conectado. ¿Por qué a ella no le gusta el Otro Lado? Las pocas veces que ha entrado allí, una fuerza proveniente de su vientre, como una sensación de haber comido algo en mal estado, la ha escupido afuera. Porque, en rigor, no es un lado, no es el otro lado de ningún sitio, no existe, es basura virtual, y solo está en sus cabezas, como una nube. ¿El otro lado de qué? Parece que se hayan vuelto todos locos.

En fin. A ella lo único que podría hacerle gracia sería tener un par de alas y volar por el cielo siempre soleado del Nido. Le gustaría escaparse un rato, sobrevolar la ciudad y bajar luego en picado para volar bajo los barrios plagados de casas con forma de huevo, bajo las plataformas redondas que las agrupan, y planear a toda velocidad sorteando las columnas forzudas que sostienen el Nido en el aire, tan lejos de la superficie de la Tierra, tapada siempre por esa densa masa de nubes. Entonces, en un giro maestro, volvería a ascender entornando los ojos y llegaría hasta la Esfera, hasta esa esfera inmensa, de diámetro imposible, más grande que el Nido, esa esfera suspendida eternamente sobre sus cabezas como una enorme bola translúcida, casi invisible, que deja entrever el azul del cielo a través de ella. Después volaría lejos, muy lejos. Sí. Si tuviese alas, desaparecería y no tendría que aguantar a Ter 14 ni su actitud de ingeniero sabelotodo ni sus horrendas gafas de mecánico.

Al pensar en Ter, Kala recuerda por qué cada tarde alarga más su estancia en las azoteas. No ha tenido más remedio durante estas últimas semanas, desde que ese parásito se les coló en su huevo y se quedó a vivir con ellos, invitado por su enamorado, que por desgracia no es otro que el padre de Kala. Hace años que Ter y Jon son pareja y, sin embargo, ella no se lo esperaba. La verdad es que no estaba preparada. Debería habérselo imaginado hace tiempo, pero alguna zona de su obstinada cabeza se ha empecinado siempre en negar que esos dos pudiesen amarse. Ahora se da cuenta de que nunca han tenido bastante con verse alguna noche por semana. Incluso es probable que hayan estado esperando por ella, a que se hiciese un poco más mayor entre los brazos de su padre antes de tener que compartirlo.

No. Qué va. No es eso. Al menos esa no es la excusa que le han contado para obligarla a convivir con él. Se supone que ese vago se ha quedado sin ingresos y sin casa. Pero ¿qué culpa tiene ella de que el inútil de Ter se haya quedado sin trabajo? Hubiese preferido una explicación más romántica, la verdad. ¿A ella qué le importa si los servicios de Ter ya no le sirven de nada al Poder, si por fin se han dado cuenta de que no es un ingeniero tan espabilado como parecía? El hecho es que ahora Kala solo tiene ganas de estar en la calle, de llegar tarde a casa, o de no llegar, o de salir volando y no mirar atrás. Pero, vaya, de todos modos, ¿quién puede permitirse unas alas? Las alas son solo para los Búhos, sí, ya lo sabe. Y las que hay están contadas y guardadas bajo estricta vigilancia. Las alas no son en ningún caso para alguien como ella, para una joven aburrida.

Kala frunce el ceño y camina arrastrando los pies hacia el centro de la azotea, donde se tumba, con la espalda extendida sobre la superficie brillante. La curvatura de la cima del huevo bajo sus omóplatos la obliga a abrir los hombros y el pecho y la ayuda a respirar con más profundidad. Pero ¿dónde está Beo?, vuelve a preguntarse. Después coloca las manos sobre su ombligo y, con las puntas de los dedos, acaricia su anillo para sentir el tacto reconfortante de la piedra verde.

A los pocos minutos se incorpora de un salto, estira los brazos y las piernas, delgadas pero no muy largas, y vuelve hacia el extremo de la terraza a grandes zancadas. Ya va siendo hora de volver, pero la verdad es que ella preferiría estrellarse contra el suelo, saltando desde aquí, que ir hacia su hogar, dulce hogar.

A veces piensa que el Nido parece construido sobre la marcha —ahora un huevo pequeño, ahora otro algo más grande…—, sin ningún respeto por una armonía natural. Las columnas blancas se elevan desde la superficie de la Tierra, que queda…, ¿cuántos metros o kilómetros por debajo? Nadie lo sabe. El Poder simula que lo olvidó y hace generaciones que eso ya no se enseña en la escuela. Le fascina que ninguna columna sea igual a otra; cada una tiene su altura y su grosor. Cada tres sostienen una plataforma circular, un  mininido con un determinado número de edificios ovoides. Nunca ha intentado contar cuántas debe de haber, pero calcula que más de quince. Visto desde el cielo, y seguramente también desde la Esfera, el Nido debe de parecer un terreno irregular sembrado de huevos con caminos curvos y circulares sin orden ni concierto.

Da un pasito más hacia el límite, hacia la barandilla cilíndrica y baja, y saca un poco el cuerpo hacia el Abismo. Fuerza la vista apretando los párpados inferiores para ver un poco más abajo, cuando un pie se le resbala por la pendiente redondeada y casi pierde el equilibrio. Ay, si la llega a ver el exagerado de su padre. Ya lo está oyendo, con su voz profunda y sus labios carnosos más abiertos de la cuenta: «Pero, Kala, ¿qué te crees?, ¿que tienes alas? ¡El día que te caigas…! ¿Por qué no te entretienes en el Otro Lado, como la gente normal? ¿Quieres que te ayude a diseñarte una doble?». Qué aburrimiento de tío. Todavía la trata como a una niña.

Vuelve a mirar las columnas dejando colgar su cuerpo más allá de la baranda. Es que no hay duda, piensa: lo único que le falta al ser humano para ser perfecto son unas alas. ¿De qué les sirve el Otro Lado? Si quieren escapar del Nido, que vuelen. ¿Para qué necesitan sentarse en una butaca y conectarse a un mundo irreal? Alas para todos, se dice a sí misma en un susurro mientras se rasca la barbilla. Pip-pip. Una franja de la manga derecha, hasta ahora cubierta de minúsculas escamas blancas, se torna de un verde eléctrico. Extrañada por la hora, Kala eleva el antebrazo hasta la altura de sus ojos; sobre el tejido, en una pantalla blanda, emerge la cara delgada y de piel oscura de su padre, cruzada por ese bigote demasiado ancho que se empeña en lucir. Al pie de la imagen, un subtítulo reza: «Jon 35».

—Kala, hija, ¿a qué hora llegas a casa? —le pregunta mientras se coloca mejor las gafas y se acaricia hacia atrás los rizos negros y minúsculos. Aún lleva puesta la bata azul que distingue a los científicos, así que ella supone que acaba de volver del Criadero.

Jon es médico y trabaja para el Poder, en el Área Reproductiva. Hace un par de semanas que la cifra de habitantes del Nido volvió a descender hasta 49.000 —antes o después todo el mundo llega a los cien años de vida y ¡plof!—, así que están preparando una nueva remesa de mil bebés. Por este motivo, últimamente el padre de Kala suele pasar más horas fuera de casa. Lo que le faltaba a ella, ahora que Ter siempre está por allí sermoneando, haciendo de padre, o de amigo, o de lo que sea que esté intentando ejercer.

—Ya voy, ya voy.

¿A qué viene esto ahora?, se pregunta Kala mientras recoge del suelo sus ligeras zapatillas blancas. Tiene que ser cosa de Ter, que le está cambiando al padre, el muy… Hace un mes esa dichosa preguntita controladora no hubiese tenido cabida. En cambio ahora, durante cada comida, los tres montan el numerito de la familia feliz que comparte su «¿Cómo ha ido el día?» alrededor de la mesa. ¿En serio se creen que a ella le interesa lo más mínimo lo que haya podido pasar en ese laboratorio donde fabrican bebés lloricas? ¿Piensan que le importa en qué malgasta sus horas el Máscara-absurda? ¡Venga ya! ¡Pero si se pasa el día metido en el sótano, y encima se cree con derecho a cerrarlo con llave, cuando esa ni siquiera es su casa! Ya los está viendo, esperándola en el sofá, bien pegaditos, con ganas de hablar. Se lo van a notar. Van a saber que le pasa algo y al final le va a tocar decir: «Es que no sé dónde está Beo».

¡No! Beo es cosa suya. Es su amigo. Y no necesita ningún listillo ni ningún papaíto que le ayude. Beo… Lo extraña tanto… Ya hace demasiadas horas que no sabe dónde está. La verdad: habría sido todo un detalle por su parte haberla sinalas.indd 14 29/01/16 12:29 15 avisado si pensaba perderse por ahí. Entiende que esté enfadado con ella después de lo de ayer, pero tampoco hay motivos para faltar a clase, ¿no? Además, ¿cómo puede alguien perderse en el Nido? Es una ciudad con límites que uno no puede cruzar si no quiere caer al suelo en plancha y morir hecho trizas allí abajo, en tierra de nadie. Y menos con el vértigo que él tiene. Si mañana vuelve a saltarse las clases, a media mañana los Búhos irán a la puerta de su casa e interrogarán a sus padres.

Con las cejas hundidas en su rostro níveo y con los labios planos, Kala se incorpora y, avanzando a pasos de gata con plumas, baja escalón a escalón hasta la calle inmaculada y se encamina hacia casa. Al cabo de quince minutos el sol ha descendido y Kala se coloca ante la puerta de su casa, blanquísima y con esa forma de huevo abandonado. El escáner le explora la retina y las puertas de vidrio opaco se abren silenciosas, mientras la voz metálica de Domótica, de una feminidad enlatada, recita:

—Bienvenida a casa, Kala 76 90.

Sube los cuatro peldaños en dos saltos y entra. Después, posa en el centro de su cuello la punta del dedo índice y lo hace descender por el torso, para abrir en dos su traje ajustado y dejar que le entre un poco de aire. Su padre la espera en el comedor con Ter, que lleva como siempre sus horribles gafas cubriéndole medio rostro, esa barba hasta el pecho y una ropa ancha y negra. Fingen charlar animadamente, sentados en cada uno de los dos sofás amarillos, separados por un vacío de cuatro metros. Sabe que fingen porque se han callado de golpe, como si se les hubiera acabado la batería, sin ni siquiera tener la sutileza de acabar la última frase. Están allí solo esperándola.

—¿Dónde estabas?

—No es asunto tuyo, papá. —Kala se frena a una distancia prudencial.

—Déjala, hombre, que haga lo que quiera —interviene Ter sacudiendo una mano—, ¡que ya es toda una mujer!

—Sé defenderme sola. Y tengo quince años. Quince. No soy más que una chica joven. —Lo ha vomitado sin querer, con los pies pegados al suelo, como si la voz de Ter le hubiese tirado de la lengua.

La mirada de su padre cae hacia sus rodillas y Ter aguanta esa cabeza blancuzca con una sonrisa que apunta al techo. Un silencio espeso los envuelve. Nadie tiene ganas de discutir, y menos ella.

—Lo siento. ¿Qué tal en el trabajo?

—Bien, gracias, cariño, como siempre. Estamos sembrando, ya sabes. —Su padre se levanta y se acerca a la plancha metálica enganchada a la pared—. La comida, por favor. Hora de cenar.

—Enseguida —responde la voz fría de Domótica.

La plancha se desprende lentamente hasta quedar en posición horizontal, suspendida en el aire, preparada para hacer de mesa y dejando un agujero en la pared. Unos ligeros zumbidos metálicos avisan de que los robots de cocina ya preparan la comida tras el muro. Después, tres platos se deslizan sobre la plancha metálica y tres taburetes redondos emergen del suelo.

Compartir el momento con su nueva familia le apetece casi tanto como acabarse esa porquería blanca y pastosa, que vete a saber qué gusto tiene hoy. Además, Ter pasa de su padre y se dedica a mirarla a ella, a clavarle los ojos a través de esas gafas de loco, mientras sigue sonriendo y enseñándole la dentadura insolente de remesa sin defectos. Y no la deja en paz, como si lo supiese todo sobre todo y esperase una confesión. No piensa contarles nada y no piensa compartir preocupación por su amigo. La coserían a preguntas y acabarían echándole a ella la culpa al saber de la discusión de ayer. Decide subir a su habitación para quitárselos de encima e intentar llamar a Beo.

—Si me disculpáis, me voy yendo a la cama. Estoy hecha polvo.

La puerta de vidrio blanco se cierra tras su espalda y el aroma a vainilla le masajea la nariz. Se deja caer sobre el colchón de agua, que flota a medio metro de altura. Pide en voz alta que la cama descienda al nivel del suelo y Domótica le concede el deseo mientras su cuerpo se mece pegado al colchón. Da una sola palmada seca y la música reconfortante de los Prama inunda la habitación como un humo invisible. Observa las estrellas fosforescentes del techo, eclipsadas por el último rayo de sol que aún entra por la ventana. Clica en la manga de su traje y, de un golpe de muñeca, arrastra la pantalla hacia la pared blanca de enfrente. «Error de conexión.» Pero ¿dónde está ese Beo que siempre lo abandona todo por hablar un solo minuto con ella? ¿Tan dura fue ayer con él?

Justo allí, a su lado, donde casi puede tocarla, sigue su butaca de conexión al Otro Lado, blanca y lisa, casi sin estrenar. Se le ocurre que quizás… ¿No estará Beo…? ¿Y si ella se…? Pero no, ni hablar, ¡ni hablar! Eso de ningún modo. Por más sola, aburrida y asqueada que se sienta, no piensa meterse en ese sitio patético. Ni por Beo ni por nadie.

Al día siguiente, en clase, la silla de al lado sigue vacía. Hay quien le pregunta por Beo, pero la mayoría ya sabe que ella no habla mucho y que suele ser él quien habla por los dos, así que pasan de intentar establecer una conversación.

Tras acabar la jornada, a media tarde, Kala se planta ante la puerta de casa de su amigo. Sabe que no tiene demasiado tiempo antes de la llamada de su padre reclamándola para que vaya a casa a hacer de hijita modelo ante su querido novio. El escáner le explora la retina con su haz de rayos invisibles, emitiendo un silbido algo más agudo que el de su casa.

—¿Cuál es el motivo de tu visita, Kala 76 90? —pregunta la misma voz metálica de cada rincón del Nido.

—Beo 92 03.

La puerta de vidrio se abre sin rozar el suelo y las luces se encienden a medida que Kala salta los cuatro peldaños. Se cuela en la vivienda ovoide, idéntica a la suya, idéntica a todas las de la zona. A diferencia de en su casa, siempre inundada por la iluminación de balneario —hasta que el cursi de Ter se emperró en imponer esa incómoda luz de cueva marina—, la madre de Beo ha solicitado claridad diurna. Kala pronuncia varias veces el nombre de su mejor amigo. Nada. Saluda en voz alta hacia el hueco abrazado por los dos sofás amarillo cálido. No hay nadie. Entonces, ¿por qué se le ha permitido entrar? Sube las escaleras y se dirige a la habitación de Beo. Abre la puerta sin llamar:

—¡No me digas que aún est…

Pero nadie puede oír sus palabras en la habitación vacía. Kala se acerca a la butaca de conexión de Beo, mucho más desgastada y deformada que la suya; la acaricia levemente y dirige su mirada hacia la mesa blanca del rincón, buscando una nota, una pista, lo que sea que pueda llevarla hasta él. Pero ¿cómo puede ser tan desordenado? Se va a volver loca. Daría lo que fuese por saber algo, ¡algo!, sobre dónde está Beo. La nada, el vacío, la ausencia, ni una pista, ni media pista, ni la sombra de media pista, ¡nada! Le parece tan raro… Esto no es propio de él.

Abre los cajones y rebusca en ellos, inspecciona entre los objetos que cubren la mesa, repasa los espacios libres del suelo, se agacha a mirar bajo la cama flotante. Nada. La normalidad se ríe de ella en su cara mientras un atisbo de culpa se cuela bajo las escamas minúsculas de su traje blanco. ¿Quizás debió dejarlo hablar?

—¡Eh! —No se le ocurre un modo más formal para llamar a Domótica, que le responde con esa voz gélida que les dirige media vida.

—¿Sí, Kala 76 90?

—¿Dónde está? —Se tumba agitada y cruza las piernas sobre esa cama que ha oído tantos secretos, intentando relajarse.

—¿Qué buscas, Kala 76 90?

—Venga ya. —La suponía más lista—. A Beo. ¿Dónde está?

—Beo 92 03 se encuentra en su habitación.

Kala abre los brazos en cruz:

—¿Eso te parece, máquina sabionda? ¿No tienes ojos en la cara? —pregunta al aire entre carcajadas rotas—. Pero ¿quién os programa? —Beo 92 03 entró y no salió por la puerta. Beo 92 03 se encuentra en su habitación —insiste Domótica. Aunque sabe que eso es imposible viniendo de una personalidad programada, Kala percibe un cierto tono de indignación.

Hace un último repaso visual a toda la habitación, llena de cachivaches amontonados entre sucios trajes blancos y zapatillas en desuso. Se muerde con suavidad el labio inferior y encoge las cejas. ¿Cuál es la probabilidad de que una máquina como Domótica, por estúpida que sea, se equivoque? Ter lo sabría, con esas gafas suyas de monstruito ridículo. Casi seguro que esta voz rígida fue programada por él en sus buenos tiempos.

Kala deja caer la vista una vez más sobre la butaca, el ocho inflado que no roza el suelo. Lo que no piensa hacer ni por asomo es conectarse y cruzar al Otro Lado a buscarlo entre todos esos…, ¡bah! Ni siquiera sabe qué pinta tiene su nuevo doble. Le juró a Beo que no volvería a convencerla de nuevo para perder el tiempo así. Aún recuerda aquella vez, hace un par de años, cuando creyó que moriría ahogada en el Vacío. Todavía se estremece al pensar en ese infierno virtual negro y frío, sin aire, ese espacio hueco adonde no llega el Mar Recreativo que baña las costas de las islas, esa nada donde nadie es ya humano, ni doble, ni… ¡Era tan realista! ¡Se sintió a punto de morir! Se incorpora y se queda sentada sobre la cama de agua. No entiende qué gracia puede encontrarle Beo. ¿Acaso está loco? Sí. Él, y su padre, y todos los demás.

Sentada en la punta redondeada de la cama de su amigo, recuerda como si fuese ahora el momento exacto en que vio a Beo por primera vez.

Fue al inicio de su primer día de escuela. Ella tenía cinco años y su padre la acompañaba hasta la puerta altísima del edificio blanco y cúbico. Nunca había visto tan de cerca el centro escolar, una de las construcciones más imponentes del Nido, situada en una de las plataformas más bajas. La pequeña Kala doblaba el cuello hacia atrás e intentaba mirar el techo, pero un rayo de luz blanca le hizo bajar la vista al suelo, en el que vio reflejada su media sonrisa hundida. Miró entonces al oscuro reflejo de su padre, que tocaba un hombro a la Kala del suelo. Quieto, mientras el viento le sacudía sus negros rizos siempre enredados, sonreía bajo su gran bigote:

—Todo irá bien —le aseguró.

Después le dio un empujoncito que la invitaba a seguir sola. Ella, sin mirar atrás, avanzó por el camino luminoso que se adentraba en el cubo. Al cabo de pocos pasos ya se encontraba delante del aula de los más pequeños.

Domótica preguntó:

—¿Nombre?

—Kala.

—Repito: ¿nombre?

Suspiró. Odiaba esos números que nunca entendería y que su padre jamás pronunciaba al llamarla.

—Repito: ¿nombre?

—Kala 76 90.

—Adelante, Kala 76 90.

La puerta, de vidrio casi negro, ascendió. Ante ella se extendía una fila de niños de su edad que esperaban para ser guiados a sus lugares. El techo del aula se elevaba unos cuatro metros sobre sus cabezas dormidas. Ante la fila, flotaban sillas blancas, agrupadas en un desorden ordenado. El primer niño de la fila se sentaba en una de ellas, y esta se elevaba poco a poco hasta una altura concreta del aula. Y pasaba el siguiente. La fila se iba acortando y Kala se veía obligada a dar pequeños pasos hacia las sillas volantes. Su estómago se iba encogiendo. ¿Y si se sentaba mal? ¿Y si escogía la silla más alta? Durante la espera, recordaba las palabras de su padre antes de salir de casa. La ayudaba a meter sus bracitos en aquel uniforme blanco, nuevo y demasiado ajustado para su gusto, mientras le repetía lo de siempre: «No le cuentes a nadie que eres especial, Kala. A los otros niños no les gustará mucho oírlo». Ella, también como siempre, había contestado con la pregunta que él nunca respondía: «¿Por qué, papá? ¿Por qué soy especial? Dime». Y él, una vez más, había evitado darle explicaciones: «Algún día, hija, cuando seas mayor, lo comprenderás».

Había llegado su turno: le tocaba elegir una silla flotante, sentarse en ella y volar alto. Pero se había quedado allí de pie, taponando la cola, con los pies clavados en el suelo. Miró  atrás.

Entre las miradas arrugadas, justo a su espalda, había un niño pálido de ojos negros y grandes y pelo destartalado. Vestía de blanco, como ella, como todos, aunque pronto Kala comprobó que no era uno más. —Pssst —le avisó él—, que tienes que subirte a una silla.

—Es que no lo veo claro.

—Si no subes nos arrestarán.

—¿Y si me toca en lo más alto?

Mientras todos la miraban resoplando, el niño bajó la voz:

—Ya, sí, te entiendo. Da vértigo. ¡Y todos estos locos cruzan así los dedos para que les toque arriba del todo!

Ella sonrió con timidez.

—Me llamo Kala. —Y extendió hacia él su mano derecha.

—Beo.

Como él no le ofreció la suya, Kala dirigió sus ojos hacia el lado derecho de las caderas del niño, para después hacer reptar la vista hacia sus hombros y gritar:

—¡No tienes brazo! —Y se tapó la boca con una mano.

El resto de los niños de la fila se acercaron, entrechocando entre ellos. Suspiraban con los ojos como platos, se tapaban también la boca… Incluso algunos empezaron a reírse en una carcajada creciente que se extendió por el aula. Entonces, Kala miró hacia arriba y se dio cuenta de que los alumnos ya sentados a diferentes alturas también observaban a Beo, con detenimiento, en picado. Mientras tanto, él bajaba los ojos al suelo. Y todo por su culpa, ¡qué lengua tan larga!

De repente, la voz metálica acalló las voces y las risas infantiles:

—Son las cero ocho cinco ocho. Quedan dos minutos para el inicio de la sesión de trabajo de hoy. Todos aquellos que no ocupen posiciones en este margen de tiempo serán arrestados en un plazo máximo de diez minutos y encerrados en sus casas hasta nueva orden. Iniciando cuenta atrás: ciento veinte, ciento diecinueve, ciento dieciocho… Kala corrió hacia la silla más cercana. Blanca. Fría. Flotante. Se sentó sobre ella y ascendió en silencio hacia ese punto del que ya no podría escapar. En el suelo, vio empequeñecerse poco a poco el reflejo de los preciosos ojos de Beo.

A la hora del recreo, Kala salió a la terraza de la escuela. La luz de media mañana, que atravesaba la Esfera y un par de pequeñas nubes altas, la deslumbró. Cuando por fin recuperó la visión y pudo abrir los ojos, encontró ante sí un patio enorme, rectangular, blanco y liso, casi brillante. Bien, tenía media hora para encontrar a ese tal Beo y pedirle disculpas por tener la lengua tan larga. Si hubiese podido volver atrás, habría buscado sin duda otro modo de mostrarle su asombro. Pero no podía. Era demasiado tarde y ahora él ya no le hablaría jamás, jamás en la vida. Sin embargo, tenía que probarlo; su padre siempre le decía que una disculpa a tiempo valía más que una serenata nocturna demasiado tarde. Ella no tenía ni idea de qué era una serenata, y tenía la impresión de que debía de ser una de aquellas palabras antiguas que el Poder había borrado del listado por falta de uso.

Una pequeña Kala cabizbaja escaneó el patio del tejado, en el que ya se habían formado pequeños grupos de niños de diferentes edades. Localizó enseguida la silueta de Beo, sentado a contraluz con la espalda apoyada en la baranda de cristal. Se acercó hasta allí y, aunque él no la miraba, probó suerte con una frase amistosa:

—¿No decías que tenías vértigo?

—Mucho. Intento superarlo. De momento, de espaldas.

—Oye… Que… ¿Me perdonas? —Kala se sentó a su lado—. Me ha salido sin querer, se me ha escapado. Me da igual que te falte un brazo.

—Piensa lo que quieras. No necesito otro brazo. Ya tengo uno. ¿Lo ves?

—¿No crees que los médicos podrían ponerte un…?

—¡Te he dicho que no! ¡No lo necesito! —Beo se volvió hacia el lado contrario—. No es asunto tuyo, ¿vale?

Kala buscaba en su cabeza, a toda velocidad, alguna frase que pudiese llamar la atención del niño, algo que le hiciese entender que a ella no le molestaba que él fuese diferente.

Quería ser su amiga. Si no, ¿de quién? Y ya lo tenía:

—Mi padre me ha dicho que no le diga a nadie que soy especial —le soltó.

—¿Y por qué me lo cuentas a mí?  Te va a reñir.

—No sé. Para que no estés tan enfadado conmigo.

—¿Y por qué? ¿Por qué eres especial? —Beo seguía sin girarse para mirarla.

—No lo sé. Me lo dirá cuando sea mayor.

Beo se dio la vuelta entonces, con un ojo cerrado por la luz y el otro abierto, y con la duda deformándole los labios.

—No sabes por qué eres especial, pero es lo primero que me cuentas. Eres rara, ¿no?

—Bueno.

—Yo también.

No hablaron más durante un buen rato. Entonces un Búho cruzó el cielo hacia la Esfera, batiendo sus enormes alas metálicas. Kala elevó un dedo hacia la figura humana volante, vestida de un marrón jaspeado.

—¿Crees que podría ser una chica?

—¿Por qué?

—Me gustaría ser ella.

Beo esperó unos segundos para responder:

—Yo no sería Búho jamás —aseguró encogiendo los hombros.

—¿No?

—No.

—Bueno. Yo solo lo decía por las alas.

—Vale.

Domótica los convocó al aula. Beo se levantó y ofreció su mano a Kala para ayudarla a incorporarse. Era un brazo fuerte ya entonces. Sin duda valía por dos.

Caminaron el uno junto al otro hasta la puerta».

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Muriel Rogers

Un mundo perfecto entre barrotes invisibles. Una joven única destinada a romperlos.

«Tal vez mañana», la historia que hará vibrar tu corazón.

Collen Hoover, empezó a escribir a los cinco años. Su primera historia, «Mystery Bob«, fue un gran éxito según su madre. Colleen continuó escribiendo para su familia y amigos hasta que en diciembre de 2011 decidió escribir una historia más larga.

Lee el primer capítulo de esta hermosa novela, «Tal vez«.

«Dos semanas antes

Sydney

Abro la puerta corredera del balcón y salgo. Agradezco que el sol se haya ocultado ya tras el edificio de al lado y que el tiempo se haya refrescado hasta alcanzar una temperatura que podría ser perfectamente otoñal. Casi de inmediato, justo en el momento en que me recuesto en la tumbona, el sonido de su guitarra cruza el patio. Le he dicho a Tori que salgo al balcón a hacer las tareas porque no quiero admitir que la guitarra es el único motivo que me hace salir todos los días a las ocho, puntual como un reloj.

Ya hace varias semanas que el chico del apartamento que está justo enfrente, al otro lado del patio, se sienta en su balcón y toca durante al menos una hora. Todas las noches, yo me siento en el mío y lo escucho.

Me he fijado en que hay otros vecinos que también salen al balcón cuando él empieza a tocar, pero ninguno de ellos es tan fiel como yo. Me parece impensable que alguien pueda escuchar esas canciones y no ansiar volver a oírlas un día tras otro. Pero la música siempre ha sido mi pasión, así que es posible que yo esté un poco más encaprichada de sus melodías que los demás. Toco el piano desde que tengo uso de razón y, aunque jamás se lo he contado a nadie, me encanta componer música. Hace dos años, cambié de carrera y me pasé a Educación Musical. Mi intención es ser profesora de música en una escuela de primaria, aunque si mi padre se hubiera salido con la suya, aún estaría estudiando Derecho.

«Una vida mediocre es una vida desperdiciada», me soltó cuando le dije que iba a cambiar de carrera.

«Una vida mediocre.» Me pareció un comentario más divertido que insultante, puesto que mi padre es la persona más insatisfecha que he conocido jamás. Y es abogado. Qué cosas.

Termina una de las canciones que ya conozco y el chico de la guitarra empieza a tocar algo que no le había oído hasta ahora. Me había acostumbrado a su lista de reproducción no oficial, pues parece que practica las mismas canciones en el mismo orden noche tras noche. Pero nunca le había oído tocar ésta en concreto. Por la forma en que repite los mismos acordes una y otra vez, tengo la sensación de que está componiendo la canción en este preciso instante. Me gusta ser testigo de ello, sobre todo porque, tras apenas unas notas, la canción nueva se convierte en mi preferida. Todos sus temas parecen originales, así que me pregunto si los interpretará en locales de la zona o si sólo los compone por diversión.

Me inclino hacia delante en la tumbona, apoyo los brazos en la barandilla del balcón y lo observo. Su balcón está justo al otro lado del patio, lo bastante lejos para no sentirme incómoda cuando lo miro, pero lo bastante cerca para asegurarme de que nunca lo miro cuando Hunter anda por aquí. Creo que a Hunter no le gustaría saber que estoy un poquitín enamorada del talento de este chico.

Y, sin embargo, no puedo negarlo. Cualquiera que observe la pasión con que ese joven toca la guitarra acabaría por enamorarse de su talento. Mantiene los ojos cerrados mientras toca, completamente concentrado en deslizar sus dedos sobre las cuerdas de la guitarra. Cuando más me gusta es cuando se sienta con las piernas cruzadas y la guitarra de pie entre las rodillas. Se la apoya en el pecho y la toca como si fuera un contrabajo, sin abrir los ojos ni una sola vez. Es tan fascinante observarlo que a veces me quedo mirándolo con la respiración contenida. Y ni siquiera me doy cuenta de que lo estoy haciendo hasta que boqueo en busca de aire.

Tampoco ayuda mucho que sea tan mono. Al menos, desde aquí parece mono. Tiene el pelo castaño claro, tan rebelde que sigue los movimientos de su cuerpo y le cae sobre la frente cuando se inclina a mirar la guitarra. Está demasiado lejos como para distinguir el color de los ojos o los rasgos de su rostro, pero los detalles no tienen importancia comparados con la pasión que siente por la música. Demuestra una confianza en sí mismo que me resulta cautivadora. Siempre he admirado a los músicos que son capaces de desconectar de todo y de todos para concentrarse por completo en su música. Me gustaría tener la suficiente confianza en mí misma para ser capaz de aislarme del mundo y dejarme llevar por completo, pero nunca la he tenido.

Y este chico sí. Posee talento y seguridad. Siempre he sentido debilidad por los músicos, aunque es más que nada una fantasía. Están hechos de otra pasta. Una pasta que no los hace muy recomendables como novios.

Me mira como si pudiera escuchar mis pensamientos y luego, muy despacio, sonríe. No interrumpe la canción ni una sola vez mientras sigue observándome. El contacto visual hace que me ruborice, así que dejo caer los brazos, me apoyo de nuevo el cuaderno en el regazo y clavo la vista en sus páginas. Me molesta que me haya pillado observándolo fijamente. No es que estuviera haciendo nada malo, pero me incomoda que sepa que lo estaba mirando. Levanto de nuevo la vista y me doy cuenta de que él sigue observándome, aunque ya no sonríe. Su mirada hace que se me desboque el corazón, así que agacho la cabeza de nuevo y me concentro una vez más en el cuaderno.

«Te estás convirtiendo en una babosa, Sydney.»

—Aquí está mi chica —dice, detrás de mí, una voz reconfortante. Echo la cabeza hacia atrás y miro hacia arriba justo en el momento en que Hunter sale al balcón. Trato de disimular mi sorpresa al verlo allí, porque supongo que debería haberme acordado de que iba a venir esta noche.

Por si acaso el Chico de la Guitarra continúa mirándome, me empeño en parecer muy concentrada en el beso que me da Hunter, ya que así parezco más una chica que sólo ha salido a su balcón a relajarse y menos una babosa acosadora. Le paso la mano por la nuca a mi novio cuando se inclina sobre el respaldo de la silla y me besa cabeza abajo.

—Déjame sitio —dice Hunter, y me empuja los hombros. Obedezco y me deslizo hacia delante en la tumbona mientras él levanta una pierna y se sienta detrás de mí. Apoyo la espalda en su pecho y él me rodea con los brazos.

Los ojos me traicionan cuando el sonido de la guitarra se interrumpe de forma abrupta y miro una vez más hacia el otro lado del patio. El Chico de la Guitarra, que nos está mirando fijamente, se pone en pie y luego entra en su apartamento. Tiene una expresión extraña. Como si estuviera enfadado.

—¿Qué tal las clases? —me pregunta Hunter.

—Demasiado aburridas para hablar de ellas. ¿Y tú? ¿Qué tal el trabajo?

—Interesante —dice, mientras me aparta el pelo de la nuca con la mano.

Me acerca los labios a la nuca y me deja un rastro de besos hasta la clavícula.

—¿Qué es tan interesante?

Me estrecha entre sus brazos, me apoya la barbilla en el hombro y nos reclinamos los dos en la tumbona.

—Hoy ha pasado una cosa rarísima durante la comida —dice—. Estaba con uno de mis compañeros en un restaurante italiano, comiendo fuera, en la terraza, y yo le acababa de preguntar al camarero qué postre me recomendaba cuando, de repente, ha aparecido un coche de policía en la esquina. Se ha parado justo delante del restaurante y han bajado dos agentes pistola en mano. Han empezado a gritar órdenes en nuestra dirección y entonces nuestro camarero ha dicho en voz baja «Mierda». Ha levantado las manos muy despacio, los polis han saltado la valla de la terraza, han echado a correr hacia donde estaba el camarero, lo han obligado a echarse al suelo y le han puesto las esposas. Allí mismo, a nuestros pies. Luego le han leído los derechos, lo han obligado a ponerse de pie y lo han escoltado hasta el coche patrulla. Y entonces, el camarero se ha dado la vuelta y me ha gritado: «¡El tiramisú es excelente!». Después lo han metido en el coche y se lo han llevado de allí.

Ladeo la cabeza para mirarlo.

—¿En serio? ¿Eso ha ocurrido de verdad?

Hunter asiente, riendo.

—Te lo juro, Syd. Ha sido una pasada.

—¿Y al final qué? ¿Habéis probado el tiramisú?

—Joder, desde luego que lo hemos probado. El mejor tiramisú que he comido en mi vida. —Me besa en la mejilla y me empuja hacia delante—. Y hablando de comida, me muero de hambre. —Se pone en pie y me tiende una mano—. ¿Habéis preparado algo?

Acepto su mano y me ayuda a ponerme en pie.

—Hemos comido un poco de ensalada; puedo prepararte una si quieres.

Una vez dentro, Hunter se sienta en el sofá al lado de Tori. Mi compañera de piso tiene un libro de texto abierto sobre el regazo y trata de concentrarse al mismo tiempo —aunque sin demasiado entusiasmo— en sus tareas y en la tele. Saco las fiambreras de la nevera y le preparo la ensalada. Me siento un poco culpable por haber olvidado que Hunter había dicho que iba a venir esta noche. Siempre que sé que va a venir, le preparo algo.

Ya llevamos casi dos años saliendo. Nos conocimos durante mi segundo año en la universidad, cuando él ya estaba en último curso. Tori y él eran amigos desde hacía años. Desde que Tori se mudó a mi residencia de estudiantes y congeniamos, insistió mucho en presentármelo. Dijo que conectaríamos enseguida, y no se equivocaba. Lo hicimos oficial después de tan sólo dos citas y, desde entonces, nos ha ido de maravilla.

Bueno, tenemos nuestros altibajos, especialmente desde que él se ha ido a vivir a más de una hora de aquí. Cuando el semestre pasado consiguió trabajo en una gestoría, me propuso que me fuera a vivir con él. Le dije que no, que quería terminar la carrera antes de dar un paso tan importante. Pero si he de ser sincera, la verdad es que me da miedo.

La idea de irme a vivir con él me parece tan definitiva… como si con ello decidiera mi destino. Sé que en cuanto demos ese paso, el siguiente será casarnos, y luego me arrepentiré de no haber tenido la oportunidad de vivir sola. Siempre he tenido compañeros de piso y, hasta que me pueda permitir vivir sola, seguiré compartiendo apartamento con Tori. Aún no se lo he dicho a Hunter, pero lo que ocurre es que me apetece mucho vivir sola durante un año. Es algo que me prometí hacer antes de casarme. Total, dentro de dos semanas cumplo veintidós años, así que tampoco es que tenga mucha prisa por casarme.

Le llevo la cena a Hunter, que está en la salita.

—¿Por qué estás viendo eso? —le pregunta a Tori—. Lo único que hacen esas mujeres es ponerse verdes unas a otras y perder los papeles.

—Precisamente por eso lo veo —contesta ella sin apartar los ojos de la tele.

Hunter me guiña el ojo, coge la cena y luego apoya los pies en la mesita de café.

—Gracias, nena. —Se vuelve hacia la tele y empieza a comer—. ¿Me traerías una cervecita?

Asiento con la cabeza y vuelvo a la cocina. Abro la nevera y miro en el estante donde Hunter deja siempre sus cervezas. Me doy cuenta, mientras busco en «su» estante, de que probablemente así es como empieza todo. Primero un hueco en la nevera. Luego un cepillo de dientes en el cuarto de baño, un cajón en mi cómoda y, a la larga, sus cosas se habrán infiltrado entre las mías de tal forma que irme a vivir sola se habrá convertido en algo imposible.

Me paso las manos por los brazos para ahuyentar la repentina sensación de malestar que me ha invadido. Me siento como si mi futuro estuviera pasando ante mí. Y no estoy muy segura de que me guste lo que estoy imaginando.

¿Estoy lista para algo así?

¿Estoy lista para que este chico sea el chico al que tendré que servirle la cena todos los días cuando vuelva a casa del trabajo? ¿Estoy lista para sumergirme en una vida tan cómoda con él? ¿Una vida en la que yo doy clase todo el día mientras él calcula los impuestos de otra gente, y luego volvemos a casa, yo preparo la cena y le llevo «cervecitas» mientras él apoya los pies en la mesita de café y me llama «nena»? ¿Estoy lista para que nos vayamos a la cama y hagamos el amor a eso de las nueve de la noche para no estar cansados al día siguiente y poder levantarnos, vestirnos, ir a trabajar y hacer lo mismo otra vez?

—Tierra llamando a Sydney —dice Hunter. Lo oigo chasquear los dedos dos veces—. ¿Cervecita? ¿Por favor, nena?

Cojo rápidamente la cerveza, se la llevo y luego me voy directamente a mi cuarto de baño. Abro el grifo de la ducha, pero no entro. Cierro la puerta con pestillo y me dejo caer al suelo.

Tenemos una buena relación. Es bueno conmigo y sé que me quiere. Lo que no entiendo es por qué, cada vez que me imagino un futuro con él, la idea no me parece demasiado estimulante».

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portada_tal-vez-manana_colleen-hoover_201603041953.jpg

«Soy una auténtica fan de Colleen Hoover. Tal vez mañana es tan real, apasionada y desgarradora que no puedes perdértela.» ANNA TODD.