Adelanto de ‘La vida oculta de Fidel Castro’, una polémica biografía escrita por su guardaespaldas

La vida oculta de Fidel Castro es una biografía del líder cubano que escribió uno de sus guardaespaldas, Juan Reinaldo Sánchez, y Axel Gyldén.

fidel castro

A continuación te compartimos un fragmento de este polémico libro, que será publicado en México en octubre por Editorial Paidós.

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CAYO PIEDRA, LA ISLA PARADISÍACA DE LOS CASTRO

El yate de Fidel Castro singla por el mar Caribe. Hemos zarpado hace diez minutos y ya unos delfines blancos se han unido a nosotros sobre el oleaje azul petróleo de la costa meridional de Cuba. Un banco de nueve o diez mamíferos patrulla a estribor, muy cerca del casco; otro grupo de cetáceos nada veloz en nuestra estela, unos treinta metros a babor por detrás. Se diría la escolta motorizada de un jefe de Estado en visita oficial…

—Ahí está el relevo, puedes irte a descansar —digo a Gabriel Gallegos señalando la multitud de aletas dorsales que hienden la superficie del agua a toda velocidad.

Mi colega sonríe ante mi broma. No obstante, tres minutos más tarde los imprevisibles animales cambian de rumbo, se alejan y desaparecen en el horizonte.

—¡Apenas llegados y ya se van! Qué falta de profesionalidad… —bromea a su vez Gabriel.

En materia de profesionalidad, tanto él como yo sabemos un rato. Ambos entramos en la Seguridad Personal del “Comandante” hace trece años. En 1977. De hecho, en Cuba nada es tan profesional, tan ejercitado ni tan importante como la protección del jefe del Estado. La menor salida al mar de Fidel, aunque sea para pescar o para practicar la pesca submarina, moviliza un dispositivo de defensa militar impresionante. Así, el Aquarama II —tal es el nombre del yate de Fidel Castro— es sistemáticamente escoltado por la Pionera I y la Pionera II, dos potentes motoras de cincuenta y cinco pies (diecisiete metros) casi idénticas, una de las cuales está medicalizada por completo a fin de asistir al Comandante en caso de que surja un problema de salud.

Diez miembros de la guardia personal de Fidel, el cuerpo de élite al que pertenezco, se reparten en esas tres embarcaciones —en tierra nos repartimos en tres vehículos—. Todos los barcos están equipados con ametralladoras pesadas y dotados de un arsenal de granadas, fusiles Kalashnikov AK-47 y municiones, con el fin de estar precavidos ante cualquier eventualidad. Cierto es que desde el comienzo de la Revolución cubana Fidel Castro vive bajo la amenaza de atentados: la CIA ha admitido haber previsto centenares, con la ayuda de venenos, bolígrafos o habanos bomba…

En las inmediaciones, algo adentrada en el mar, se moviliza asimismo una patrullera de los guardacostas, la cual garantiza la vigilancia por radar, marítima y aérea, del sector. La consigna: toda embarcación que se acerque a menos de tres millas náuticas del Aquarama II es interceptada. También la aviación cubana entra en juego: en la base aérea de Santa Clara, a unos cien kilómetros, un piloto de caza en traje de campaña se mantiene en estado de alerta máxima, listo para saltar a su Mig-29 de fabricación soviética, emprender el vuelo en menos de dos minutos y reunirse con el Aquarama II a velocidad supersónica.

Ese día hace buen tiempo. No tiene nada de sorprendente: estamos en pleno verano, en el año de gracia de 1990, trigésimo segundo del reinado de Fidel Alejandro Castro Ruz, por entonces de sesenta y tres años. La caída del muro de Berlín se produjo el otoño anterior. El presidente estadounidense George Bush se dispone a lanzar la operación “Tormenta del Desierto”: la invasión del Iraq de Sadam Hussein. En cuanto a Fidel Castro, navega hacia su isla privada y top secret, Cayo Piedra, a bordo del único barco de lujo, el suyo, con que cuenta la república de Cuba.

Se trata de una elegante nave de casco blanco y noventa pies (27,5 metros). Puesto en servicio a principios de los años setenta, es una réplica, aumentada, del Aquarama I, un yate con clase, confiscado a un allegado del régimen de Fulgencio Batista, quien, como es sabido, fue derrocado el 1º de enero de 1959 por la Revolución cubana, iniciada dos años y medio atrás en el monte bajo de Sierra Maestra por Fidel y unos sesenta “barbudos”. Además de los dos camarotes dobles, uno de los cuales, el de Fidel, está equipado con aseo privado, la nave tiene capacidad para alojar a otras doce personas. Los seis sillones del salón principal son convertibles en cama. La sala de radio dispone de dos literas. Y la cabina reservada a la tripulación, a proa, posee otras cuatro. Como todo yate digno de tal nombre, el Aquarama II ofrece todas las comodidades modernas: aire acondicionado, dos cuartos de baño, váter, televisión, bar.

En comparación con los juguetitos de los nuevos ricos rusos y saudíes que surcan en la actualidad las Antillas o el Mediterráneo, el Aquarama II, aunque dotado de una hermosa pátina, es decir, vintage, puede parecer anticuado. Ahora bien, en los años setenta, ochenta y noventa, este lujoso barco completamente decorado con maderas raras importadas de Angola no tenía nada que envidiar a los que estaban amarrados en las marinas de las Bahamas o de Saint-Tropez.
Para decirlo todo, en cuestión de potencia los supera ampliamente. Sus cuatro motores, obsequiados por Leonid Brézhnev a Fidel Castro, son idénticos a los que equipan las patrulleras de la marina soviética. A toda máquina, propulsan el Aquarama II a la increíble velocidad de 42 nudos, es decir, ¡78 kilómetros por hora! Imbatible.

En Cuba, nadie, o casi nadie, conoce la existencia de este yate, cuyo puerto de amarre se oculta en una cala invisible e inaccesible para el común de los mortales, en la costa oriental de la célebre bahía de Cochinos, unos ciento cincuenta kilómetros al sudeste de La Habana. Desde los años sesenta, es ahí, en el corazón de una zona militar, donde se oculta la marina privada de Fidel. Bajo alta vigilancia, el lugar, llamado La Caleta del Rosario, alberga asimismo una de sus numerosas segundas residencias y, en un edificio anexo, un pequeño museo personal dedicado a los trofeos de pesca de Fidel.

Partiendo de dicha marina, hay que contar con cuarenta y cinco minutos para llegar a Cayo Piedra, la isla paradisíaca del Comandante. He realizado esa travesía cientos de veces. Ni una sola ha dejado de cautivarme el azul del cielo, la pureza del agua, la belleza de los fondos marinos. Prácticamente en la mitad de las ocasiones los delfines han venido a saludarnos, nadan a nuestro lado y luego se alejan a merced de su capricho.

Entre nosotros, el gran juego consiste en ver quién los avista primero; entonces alguien grita: “¡Aquí están!” Con frecuencia también los pelícanos nos siguen desde las costas cubanas hasta Cayo Piedra. Me gusta su vuelo pesado y un tanto torpe. Para nosotros, miembros de la élite militar cubana, esos tres cuartos de hora de travesía suponen un bienvenido pasatiempo, pues la protección de una personalidad tan exigente como Fidel requiere plena atención en todo momento y no ofrece ni un instante de tregua.

A lo largo de todo el viaje, “el Jefe”, como lo llamamos entre nosotros, permanece por lo general en el salón principal. Tiene por costumbre arrellanarse en su amplio sillón de presidente director general, de piel negra, en el que ningún otro ser humano ha puesto jamás las posaderas. En el ambiente amortiguado de esa sala de estar, con un vaso de whisky Chivas Regal on the rocks en la mano (su bebida favorita), se sumerge en los informes de síntesis de los servicios de información, espulga la revista de prensa internacional preparada por su gabinete, desmenuza la selección de cables de las agencias France-Presse, Associated Press, Reuters.

El Jefe aprovecha asimismo para conversar sobre los asuntos en curso con José Naranjo, fiel edecán apodado “Pepín”, que compartió todos los instantes de su vida profesional hasta su muerte, de cáncer, en 1995. Fue entonces sustituido por Carlos Lage, que ulteriormente devino vicepresidente del Consejo de Ministros y del Consejo de Estado, antes de ser destituido en 2009. También Dalia se halla presente, por supuesto. Madre de cinco de los nueve hijos de Fidel, Dalia Soto del Valle es la mujer que ha compartido en secreto su vida desde 1961…, pero cuya existencia no conocieron los cubanos ¡hasta los años 2000! Por último, está el doctor Eugenio Selman, médico personal de Fidel hasta 2010, cuya competencia, así como su conversación política, tanto aprecia el Comandante. La misión primordial de ese hombre elegante, solícito y unánimemente respetado consiste a todas luces en velar por la salud del Jefe. Sin embargo, el médico personal de Fidel presta asimismo pequeños servicios a cuantos lo rodean.

Es poco frecuente que un invitado —empresario o jefe de Estado— se encuentre a bordo. Aunque puede darse el caso. El Comandante lo invita entonces a acompañarlo en el puente superior, desde donde se puede admirar el panorama de las costas cubanas, en especial la bahía de Cochinos, de donde acabamos de zarpar. A medida que el Aquarama II se aleja de ella, Fidel, narrador sin parangón, relata a su huésped, in situ, las horas trágicas del desembarco en la ya célebre bahía. Desde el puente de popa, lo miramos lanzarse a extensas explicaciones haciendo amplios ademanes y señalando con el dedo diversos lugares de esa región pantanosa infestada de mosquitos. El maestro prodiga a su momentáneo alumno una clase de historia de extensión real.

—Mire allí, al fondo de la bahía, ¡eso es Playa Larga! Y allí, en la entrada oriental de la bahía, está Playa Girón. Fue ahí donde, a la una y cuarto exactamente, el 17 de abril de 1961, un contingente de mil quinientos exiliados cubanos entrenados por la CIA desembarcaron para intentar invadir y derribar a la patria a fin de apropiársela. ¡Pero aquí nadie se rinde! Y después de tres días de heroica resistencia popular, los invasores tuvieron que replegarse a Playa Girón. Y rendir las armas.

Planificada durante el mandato de Dwight Eisenhower e iniciada a principios del de John F. Kennedy, la operación se saldó, en efecto, con un fracaso absoluto: 1200 miembros del cuerpo expedicionario fueron hechos prisioneros y 118 resultaron muertos. Del lado castrista, se contaron 176 muertos y varios centenares de heridos. Para Washington la humillación fue total. Por primera vez en su historia, el “imperialismo americano” sufrió una dura derrota militar, mientras que en la escena internacional Fidel Castro se imponía como el líder incontestable del tercer mundo. Al presente abiertamente aliado de la URSS, trataba de igual a igual a las grandes potencias.

En el puente superior aplastado por el sol, el invitado de Fidel escucha religiosamente a aquel indiscutible actor de la Historia con mayúscula. Subyugado, tiene la impresión de revivir la batalla en directo. Sin la menor duda, conservará toda su vida el recuerdo de esas pocas horas de vacaciones pasadas en el yate de Fidel Castro. Después ambos hombres regresan al salón, donde se reúnen con Dalia y el doctor Eugenio Selman. Mas hete aquí que el capitán del Aquarama II reduce gas y que el color del agua se vuelve esmeralda: nos acercamos a Cayo Piedra.

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