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¿Qué es el éxito? ¿Realmente vale la pena alcanzarlo?

Desde 1968, cuando estallaron las revueltas estudiantiles y las protestas de una contracultura occidental, cundieron las predicciones críticas  con la civilización sobre el “final del crecimiento” y surgió un movimiento ecologista políticamente cada vez más exitoso, el propio capitalismo de posguerra había caído en contradicciones crecientes.

A partir de mediados de la década de 1970, nada menos que los conservadores comenzaron a condenar el materialismo con múltiples alusiones a la física cuántica y la teoría de la información y en nombre del inmaterialismo, aunque con propósitos muy distintos de los de la izquierda.

El poder establecido había constatado con espanto cómo el movimiento de protesta de los años sesenta había logrado penetrar rápidamente en los sistemas del poder. Veinte años después, muchos de ellos no solo habían cambiado de bando y hallado en la revista Wired una plataforma, sino que a partir de ahora las nuevas tecnologías de las tecnologías de la información infectaban como un virus informático los códigos del ambiente antisistema. De esas nuevas tecnologías surgieron al cabo de pocos años la “nueva economía” y el “neoliberalismo”.

El empresario estadounidense George Gilder, archiconservador y asesor del presidente de su país, quien le había hablado de la “economía del espíritu” (y escrito el prólogo de su libro), pronunció exactamente diez años después del discurso de Reagan en el corazón del comunismo una conferencia en el Vaticano.

En ese espacio de tiempo, la revolución digital había avanzado a velocidad vertiginosa, es más, había convertido los muros en redes. Gilder tituló su discurso “El alma del silicio”, y era un sermón sobre la nueva economía del espíritu. “Ya no hay nada duro o físicamente determinado en la teoría actual del átomo”, exclamó. “La raíz de todos los cambios económicos de nuestra época es la superación de la sustancia material”.

Gilder atacó con desdén los “temores enfermizos” de los nuevos movimientos sociales sobre “las energías no renovables, las reservas finitas y los límites del crecimiento”. Esta gente, según él, apostaba por la carne y la materia e ignoraba la buena nueva de la ciencia y la vieja de la religión: “El mundo no está preso, el ser humano no es finito y el espíritu del hombre no está encerrado en la cabeza”.

Lo que valía para la globalización también valía para cada individuo.

Por lo visto, al público ante el que habló no le llamó la atención que ahora lo inmaterial, el alma misma, se convertiría en mercado. Gilder, que entonces era uno de los precursores más influyentes de la nueva economía y autor bien visto en Wired, no dejó lugar a dudas de que el “destino” en este nuevo mundo sin límites es lo que hace cada uno con su vida. Ni las limitaciones materiales ni -un factor todavía más decisivo- las casualidades imprevisibles podían frenarle, o, si las cosas iban mal, justificarle.

Lo que siguió fue un espectacular experimento en tiempo real que solo puede compararse con el desaparecido laboratorio socialista: el retorno del pensamiento mágico de la mano de la ciencia al mundo del siglo XXI.

Reagan todavía no había hablado como lo haría el servicio de pedidos del universo de frigoríficos que por mor de pura fantasía se encuentran en nuestras cocinas (del mismo modo que después, en la crisis inmobiliaria, incluso se construyeron casas enteras por pura fantasía), pero estaba claro quién era responsable si no estaban en la cocina: uno mismo.

En 1998, con motivo del quinto aniversario de la revista estadounidense Wired, que unió como ninguna otra el aura de la contracultura con la nueva economía, Gilder pudo proclamar el fin de la “tiranía de la materia”, y la redacción le secundó en un editorial titulado “La situación del planeta”, una alusión directa a los informes de tinte pesimista del Club de Roma:

“En este sistema económico, nuestra capacidad para crear riqueza ya no está constreñida por límites físicos, sino únicamente por nuestra capacidad para desarrollar nuevas ideas; en otras palabras, es ilimitada”.

El periodista Kevin Kelly, quien había sido hippie y procedía del movimiento Whole Earth antes de convertirse en redactor jefe de Wired, profetizó por la misma época que el “mundo hecho” sería penetrado por la fuerza pura del “espíritu global”.

El dominio del espíritu sobre la materia no es en absoluto una idea nueva. Es el dogma de la industria publicitaria, que a lo largo del siglo había perfeccionado continuamente la manipulación del alma. Ahora se convertiría en el modelo de negocio no solo para los ciberprofetas, sino también para el vendedor de automóviles de ocasión de la esquina.

En el libro más influyente de la era, New Rules for the New Economy, Kelly escribió que los principios que rigen el mundo de los programas informáticos, los medios de comunicación y los servicios “regirán pronto en el mundo de las máquinas, en el mundo de la realidad, de los átomos, de los objetos, de acero y el aceite, y en el del duro trabajo con el sudor de la frente.

Siempre ha existido una ética que responsabiliza al individuo de sus éxitos y sus derrotas. Quien tiene éxito lo tiene, según postula The Secret, porque lo ha atraído. Del mismo modo que a un amigo o amiga en la red social.

“Un único individuo con un ordenador de sobremesa”, había dicho Ronald Reagan, “puede comandar más recursos que cualquier gobierno hace algunos años”. Esto lo habían interpretado solo literalmente The Secret y otros tratados similares. Puedes tenerlo todo significa: tu bicicleta, tu nevera, tu televisor, tu puesto de trabajo y tu alma ya no sirven y sigues esperando a que te inviten a la televisión porque tú mismo ya no sirves y hay que renovarte.

En 2006, dos años antes de la bancarrota de Lehman Brothers, el Time Magazine resumió el ambiente de grandes expectativas en un reportaje de portada: “Quiere Dios que seas rico?”. La respuesta fue: sí quiere.

Lo que supone dudar de la voluntad divina lo tuvo que experimentar en propia carne, ese mismo año, un hombre llamado Mike Gelband, responsable del departamento inmobiliario de Lehman Brothers. En su alocución  dijo inesperada y visiblemente alarmado: “Tenemos que replantear nuestro modelo de negocio”, y fue despedido.

Si quieres saber más sobre el éxito y su relación con el ego y el capitalismo, no dejes de leer Ego: las trampas del juego capitalista, de Frank Schirrmacher.

ego portada

Ego: las trampas del juego capitalista, de Frank Schirrmacher, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Ariel.