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‘La ira de los ángeles’, el nuevo caso del detective Charlie Parker, escrito por John Connolly

Nunca habrían encontrado el avión si no fuera por el ciervo; el ciervo, y el peor tiro de Paul Scollay en toda su vida.

Como cazador con arco, Scollay apenas tenía rival. Harlan Vetters jamás había conocido a un hombre como él. Ya de niño poseía gran destreza con el arco, y le habría bastado un poco de preparación rigurosa para competir en los Juegos Olímpicos. Tenía un don con esa arma, que se transformaba en una prolongación de su brazo, de sí mismo. Para él, la puntería no era solo una cuestión de orgullo. Si bien le apasionaba cazar. nunca abatía una pieza que no pudiera comerse, y su objetivo era liquidar a la presa con el mínimo dolor posible. Harlan compartía su actitud, y por esa razón siempre había preferido cazar provisto de un buen rifle; con el arco no se sentía seguro. En octubre, durante la temporada de caza con arco, optaba por acompañar a su amigo como espectador, admirando su pericia sin sentir siquiera la necesidad de participar.

Pero con el paso de los años, Paul acabó decantándose por el rifle. Sufría de artritis en el hombro derecho, y también en otra media docena de articulaciones. Paul decía que la única parte importante de su cuerpo donde no tenía artritis era aquella donde habría agradecido un poco más de rigidez, en el supuesto de que el buen Dios se hubiera prestado a atender esa clase de plegarias. Cosa que, como Paul sabía por experiencia, el buen Dios no hacía, ya que, por o visto, asuntos más importantes requerían su atención, y no iba a andar preocupándose por la disfunción eréctil masculina.

Por lo tanto, si Paul era el mejor tirador con arco, Harlan le superaba en caza con rifle. Años después, Harlan se preguntaría si acaso nada de aquello habría sucedido, para bien o para mal, si él hubiese disparado al ciervo primero.

Pero el hecho era que aquellos dos hombres siempre habían sido polos opuestos en muchos sentidos. Harlan hablaba en voz baja y su amigo con estridencia; el primero poseían una fina ironía y el segundo era poco sutil; el uno era resuelto y concienzudo, el otro carecía de objetivo y motivación.

Harlan era delgado y fibroso, circunstancia que en ocasiones había inducido a borrachos y necios a infravalorar su fuerza, pese a que sólo un hombre fuerte habría sido capaz de acarrear a un niño afligido kilómetros y kilómetros por un terreno fragoso y nevado sin tropezar ni quejarse, ya cumplidos los setenta años. Paul Scollay era más fofo y gordo, pero eso era el acolchado que cubría los músculos, porque se movía con rapidez para ser un hombre de notable corpulencia. Aquellos que no los conocían bien los tenían por una extraña pareja, dos hombres de personalidad y físico tan dispares que constituían un todo único, como dos piezas de un puzzle. Sin embargo, su relación era mucho más compleja que eso, y sus semejanzas más acusadas que sus diferencias, como ocurre siempre con hombres que mantienen amistades de por vida, casi sin cruzar jamás una mala palabra y perdonándose siempre cuando eso pasaba. Compartían una misma visión del mundo, una idea análoga acerca de sus congéneres y sus propias obligaciones para con ellos. Cuando Harlan Vetters llevó a Barney Shore a cuestas, dejándose guiar ya al final por los haces de las linternas y las voces hacia la principal partida de búsqueda, lo hizo acompañado del fantasma de su amigo, una presencia invisible que velaba por el niño y el viejo, y quizá mantenía a raya a la niña del bosque.

Extracto de La ira de los ángeles, una novela de John Connolly.

la ira de los angeles portada

La ira de los ángeles, de John Connolly, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Tusquets.