«Tal vez mañana», la historia que hará vibrar tu corazón.

Collen Hoover, empezó a escribir a los cinco años. Su primera historia, «Mystery Bob«, fue un gran éxito según su madre. Colleen continuó escribiendo para su familia y amigos hasta que en diciembre de 2011 decidió escribir una historia más larga.

Lee el primer capítulo de esta hermosa novela, «Tal vez«.

«Dos semanas antes

Sydney

Abro la puerta corredera del balcón y salgo. Agradezco que el sol se haya ocultado ya tras el edificio de al lado y que el tiempo se haya refrescado hasta alcanzar una temperatura que podría ser perfectamente otoñal. Casi de inmediato, justo en el momento en que me recuesto en la tumbona, el sonido de su guitarra cruza el patio. Le he dicho a Tori que salgo al balcón a hacer las tareas porque no quiero admitir que la guitarra es el único motivo que me hace salir todos los días a las ocho, puntual como un reloj.

Ya hace varias semanas que el chico del apartamento que está justo enfrente, al otro lado del patio, se sienta en su balcón y toca durante al menos una hora. Todas las noches, yo me siento en el mío y lo escucho.

Me he fijado en que hay otros vecinos que también salen al balcón cuando él empieza a tocar, pero ninguno de ellos es tan fiel como yo. Me parece impensable que alguien pueda escuchar esas canciones y no ansiar volver a oírlas un día tras otro. Pero la música siempre ha sido mi pasión, así que es posible que yo esté un poco más encaprichada de sus melodías que los demás. Toco el piano desde que tengo uso de razón y, aunque jamás se lo he contado a nadie, me encanta componer música. Hace dos años, cambié de carrera y me pasé a Educación Musical. Mi intención es ser profesora de música en una escuela de primaria, aunque si mi padre se hubiera salido con la suya, aún estaría estudiando Derecho.

«Una vida mediocre es una vida desperdiciada», me soltó cuando le dije que iba a cambiar de carrera.

«Una vida mediocre.» Me pareció un comentario más divertido que insultante, puesto que mi padre es la persona más insatisfecha que he conocido jamás. Y es abogado. Qué cosas.

Termina una de las canciones que ya conozco y el chico de la guitarra empieza a tocar algo que no le había oído hasta ahora. Me había acostumbrado a su lista de reproducción no oficial, pues parece que practica las mismas canciones en el mismo orden noche tras noche. Pero nunca le había oído tocar ésta en concreto. Por la forma en que repite los mismos acordes una y otra vez, tengo la sensación de que está componiendo la canción en este preciso instante. Me gusta ser testigo de ello, sobre todo porque, tras apenas unas notas, la canción nueva se convierte en mi preferida. Todos sus temas parecen originales, así que me pregunto si los interpretará en locales de la zona o si sólo los compone por diversión.

Me inclino hacia delante en la tumbona, apoyo los brazos en la barandilla del balcón y lo observo. Su balcón está justo al otro lado del patio, lo bastante lejos para no sentirme incómoda cuando lo miro, pero lo bastante cerca para asegurarme de que nunca lo miro cuando Hunter anda por aquí. Creo que a Hunter no le gustaría saber que estoy un poquitín enamorada del talento de este chico.

Y, sin embargo, no puedo negarlo. Cualquiera que observe la pasión con que ese joven toca la guitarra acabaría por enamorarse de su talento. Mantiene los ojos cerrados mientras toca, completamente concentrado en deslizar sus dedos sobre las cuerdas de la guitarra. Cuando más me gusta es cuando se sienta con las piernas cruzadas y la guitarra de pie entre las rodillas. Se la apoya en el pecho y la toca como si fuera un contrabajo, sin abrir los ojos ni una sola vez. Es tan fascinante observarlo que a veces me quedo mirándolo con la respiración contenida. Y ni siquiera me doy cuenta de que lo estoy haciendo hasta que boqueo en busca de aire.

Tampoco ayuda mucho que sea tan mono. Al menos, desde aquí parece mono. Tiene el pelo castaño claro, tan rebelde que sigue los movimientos de su cuerpo y le cae sobre la frente cuando se inclina a mirar la guitarra. Está demasiado lejos como para distinguir el color de los ojos o los rasgos de su rostro, pero los detalles no tienen importancia comparados con la pasión que siente por la música. Demuestra una confianza en sí mismo que me resulta cautivadora. Siempre he admirado a los músicos que son capaces de desconectar de todo y de todos para concentrarse por completo en su música. Me gustaría tener la suficiente confianza en mí misma para ser capaz de aislarme del mundo y dejarme llevar por completo, pero nunca la he tenido.

Y este chico sí. Posee talento y seguridad. Siempre he sentido debilidad por los músicos, aunque es más que nada una fantasía. Están hechos de otra pasta. Una pasta que no los hace muy recomendables como novios.

Me mira como si pudiera escuchar mis pensamientos y luego, muy despacio, sonríe. No interrumpe la canción ni una sola vez mientras sigue observándome. El contacto visual hace que me ruborice, así que dejo caer los brazos, me apoyo de nuevo el cuaderno en el regazo y clavo la vista en sus páginas. Me molesta que me haya pillado observándolo fijamente. No es que estuviera haciendo nada malo, pero me incomoda que sepa que lo estaba mirando. Levanto de nuevo la vista y me doy cuenta de que él sigue observándome, aunque ya no sonríe. Su mirada hace que se me desboque el corazón, así que agacho la cabeza de nuevo y me concentro una vez más en el cuaderno.

«Te estás convirtiendo en una babosa, Sydney.»

—Aquí está mi chica —dice, detrás de mí, una voz reconfortante. Echo la cabeza hacia atrás y miro hacia arriba justo en el momento en que Hunter sale al balcón. Trato de disimular mi sorpresa al verlo allí, porque supongo que debería haberme acordado de que iba a venir esta noche.

Por si acaso el Chico de la Guitarra continúa mirándome, me empeño en parecer muy concentrada en el beso que me da Hunter, ya que así parezco más una chica que sólo ha salido a su balcón a relajarse y menos una babosa acosadora. Le paso la mano por la nuca a mi novio cuando se inclina sobre el respaldo de la silla y me besa cabeza abajo.

—Déjame sitio —dice Hunter, y me empuja los hombros. Obedezco y me deslizo hacia delante en la tumbona mientras él levanta una pierna y se sienta detrás de mí. Apoyo la espalda en su pecho y él me rodea con los brazos.

Los ojos me traicionan cuando el sonido de la guitarra se interrumpe de forma abrupta y miro una vez más hacia el otro lado del patio. El Chico de la Guitarra, que nos está mirando fijamente, se pone en pie y luego entra en su apartamento. Tiene una expresión extraña. Como si estuviera enfadado.

—¿Qué tal las clases? —me pregunta Hunter.

—Demasiado aburridas para hablar de ellas. ¿Y tú? ¿Qué tal el trabajo?

—Interesante —dice, mientras me aparta el pelo de la nuca con la mano.

Me acerca los labios a la nuca y me deja un rastro de besos hasta la clavícula.

—¿Qué es tan interesante?

Me estrecha entre sus brazos, me apoya la barbilla en el hombro y nos reclinamos los dos en la tumbona.

—Hoy ha pasado una cosa rarísima durante la comida —dice—. Estaba con uno de mis compañeros en un restaurante italiano, comiendo fuera, en la terraza, y yo le acababa de preguntar al camarero qué postre me recomendaba cuando, de repente, ha aparecido un coche de policía en la esquina. Se ha parado justo delante del restaurante y han bajado dos agentes pistola en mano. Han empezado a gritar órdenes en nuestra dirección y entonces nuestro camarero ha dicho en voz baja «Mierda». Ha levantado las manos muy despacio, los polis han saltado la valla de la terraza, han echado a correr hacia donde estaba el camarero, lo han obligado a echarse al suelo y le han puesto las esposas. Allí mismo, a nuestros pies. Luego le han leído los derechos, lo han obligado a ponerse de pie y lo han escoltado hasta el coche patrulla. Y entonces, el camarero se ha dado la vuelta y me ha gritado: «¡El tiramisú es excelente!». Después lo han metido en el coche y se lo han llevado de allí.

Ladeo la cabeza para mirarlo.

—¿En serio? ¿Eso ha ocurrido de verdad?

Hunter asiente, riendo.

—Te lo juro, Syd. Ha sido una pasada.

—¿Y al final qué? ¿Habéis probado el tiramisú?

—Joder, desde luego que lo hemos probado. El mejor tiramisú que he comido en mi vida. —Me besa en la mejilla y me empuja hacia delante—. Y hablando de comida, me muero de hambre. —Se pone en pie y me tiende una mano—. ¿Habéis preparado algo?

Acepto su mano y me ayuda a ponerme en pie.

—Hemos comido un poco de ensalada; puedo prepararte una si quieres.

Una vez dentro, Hunter se sienta en el sofá al lado de Tori. Mi compañera de piso tiene un libro de texto abierto sobre el regazo y trata de concentrarse al mismo tiempo —aunque sin demasiado entusiasmo— en sus tareas y en la tele. Saco las fiambreras de la nevera y le preparo la ensalada. Me siento un poco culpable por haber olvidado que Hunter había dicho que iba a venir esta noche. Siempre que sé que va a venir, le preparo algo.

Ya llevamos casi dos años saliendo. Nos conocimos durante mi segundo año en la universidad, cuando él ya estaba en último curso. Tori y él eran amigos desde hacía años. Desde que Tori se mudó a mi residencia de estudiantes y congeniamos, insistió mucho en presentármelo. Dijo que conectaríamos enseguida, y no se equivocaba. Lo hicimos oficial después de tan sólo dos citas y, desde entonces, nos ha ido de maravilla.

Bueno, tenemos nuestros altibajos, especialmente desde que él se ha ido a vivir a más de una hora de aquí. Cuando el semestre pasado consiguió trabajo en una gestoría, me propuso que me fuera a vivir con él. Le dije que no, que quería terminar la carrera antes de dar un paso tan importante. Pero si he de ser sincera, la verdad es que me da miedo.

La idea de irme a vivir con él me parece tan definitiva… como si con ello decidiera mi destino. Sé que en cuanto demos ese paso, el siguiente será casarnos, y luego me arrepentiré de no haber tenido la oportunidad de vivir sola. Siempre he tenido compañeros de piso y, hasta que me pueda permitir vivir sola, seguiré compartiendo apartamento con Tori. Aún no se lo he dicho a Hunter, pero lo que ocurre es que me apetece mucho vivir sola durante un año. Es algo que me prometí hacer antes de casarme. Total, dentro de dos semanas cumplo veintidós años, así que tampoco es que tenga mucha prisa por casarme.

Le llevo la cena a Hunter, que está en la salita.

—¿Por qué estás viendo eso? —le pregunta a Tori—. Lo único que hacen esas mujeres es ponerse verdes unas a otras y perder los papeles.

—Precisamente por eso lo veo —contesta ella sin apartar los ojos de la tele.

Hunter me guiña el ojo, coge la cena y luego apoya los pies en la mesita de café.

—Gracias, nena. —Se vuelve hacia la tele y empieza a comer—. ¿Me traerías una cervecita?

Asiento con la cabeza y vuelvo a la cocina. Abro la nevera y miro en el estante donde Hunter deja siempre sus cervezas. Me doy cuenta, mientras busco en «su» estante, de que probablemente así es como empieza todo. Primero un hueco en la nevera. Luego un cepillo de dientes en el cuarto de baño, un cajón en mi cómoda y, a la larga, sus cosas se habrán infiltrado entre las mías de tal forma que irme a vivir sola se habrá convertido en algo imposible.

Me paso las manos por los brazos para ahuyentar la repentina sensación de malestar que me ha invadido. Me siento como si mi futuro estuviera pasando ante mí. Y no estoy muy segura de que me guste lo que estoy imaginando.

¿Estoy lista para algo así?

¿Estoy lista para que este chico sea el chico al que tendré que servirle la cena todos los días cuando vuelva a casa del trabajo? ¿Estoy lista para sumergirme en una vida tan cómoda con él? ¿Una vida en la que yo doy clase todo el día mientras él calcula los impuestos de otra gente, y luego volvemos a casa, yo preparo la cena y le llevo «cervecitas» mientras él apoya los pies en la mesita de café y me llama «nena»? ¿Estoy lista para que nos vayamos a la cama y hagamos el amor a eso de las nueve de la noche para no estar cansados al día siguiente y poder levantarnos, vestirnos, ir a trabajar y hacer lo mismo otra vez?

—Tierra llamando a Sydney —dice Hunter. Lo oigo chasquear los dedos dos veces—. ¿Cervecita? ¿Por favor, nena?

Cojo rápidamente la cerveza, se la llevo y luego me voy directamente a mi cuarto de baño. Abro el grifo de la ducha, pero no entro. Cierro la puerta con pestillo y me dejo caer al suelo.

Tenemos una buena relación. Es bueno conmigo y sé que me quiere. Lo que no entiendo es por qué, cada vez que me imagino un futuro con él, la idea no me parece demasiado estimulante».

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«Soy una auténtica fan de Colleen Hoover. Tal vez mañana es tan real, apasionada y desgarradora que no puedes perdértela.» ANNA TODD.

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