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La superioridad de los Ilyrios aún controla el «Imperio»; regresan las crónicas de los invasores de John Connolly y Jennifer Ridyard

Aunque la reconquista de la Tierra parece perdida, la Resistencia sigue luchando contra los Ilyrios, una raza alienígena que posee una tecnología y fuerza militar muy superiores. Paul Kerr, uno de los jovencísimos protagonistas de la trepidante aventura que empezó en el volumen «Conquista», está ahora no sólo muy lejos de su casa, capturado por los Ilyrios, sino también de su amada Syl Hellais, la primera Ilyria nacida en la Tierra. Porque ambos han sido condenados al exilio. Sin embargo, la invasión de la Tierra no es lo que parece a simple vista. Y es que hay otra especie, la de los Otros, y los Ilyrios matarían por mantener su existencia en secreto. Syl y Paul, separados por distancias insalvables, harán lo imposible por revelar a todos la horrible verdad que se esconde tras el Imperio. Pero antes tendrán que sobrevivir y superar muchas pruebas si quieren volver a reunirse.

Esto que acabas de leer fue una pequeña sinopsis del segundo volumen de la saga literaria ‘Las crónicas de los invasores’, el cual lleva por título «Imperio; las crónicas de los invasores II», escrito por John Connolly y Jennifer Ridyard; a continuación, te compartimos un fragmento de ‘Separados’, su capítulo inicial.

«Separados

Las depredadoras daban vueltas a su alrededor y se turnaban para gruñirle, unas con mayor ferocidad que otras, pero todas resueltas a llevarse su pedazo de carne.

—-Estúpida andrajosa.

—-Y es que nunca aprende.

-——Es demasiado estúpida para aprender.

-—-¿Qué haces aquí?

—-Éste no es tu territorio.

—¿Por qué existes siquiera?

—-Elda… Si hasta tu nombre es feo.

—iMírate!

——No puede. Rehuye los espejos. Le da miedo que se resquebrajen al reflejarla.

Y entonces la líder, la joven alfa, se acercó para morder. La jauría se separó, haciéndole sitio; con la cara inclinada hacia ella, la admiraban, mientras sus ojos reflejaban el fulgor que desprendía.

La líder era Tanit, la joven y hermosa Tanit: cruel, y algo todavía peor que cruel.

—-No, no es eso —dijo Tanit—. No se acerca a los espejos porque no hay nada que ver. Es tan insignificante que apenas si existe.

Era esa forma de hablar, las palabras vomitadas descuidadamente, coma si el objeto de su desdén ni siquiera mereciera el esfuerzo que requería aplastarlo. Bajó la mirada hacia Elda —Tanit era alta, incluso para una ilyria; en eso radicaba parte de su poder—, extendió una mano y la dejó deslizarse por la melena oscura de esta Novicia inferior, cuyos mechones se enredaron entre sus dedos.

–Nada –dijo Tanit—. No siento nada.

Su víctima mantenía la cabeza gacha, la mirada fija en el suelo; así era mejor, más fácil: quizá Tanit y las demás se aburrirían y se marcharían en busca de otra presa a la que atormentar.

Pero no, esta vez no funcionó. Elda sintió un hormigueo en la piel. Empezó por las mejillas, luego se propagó lentamente a la nariz, la frente, las orejas y el cuello. La calidez se transformó en calor; el calor, en un dolor abrasador. Lo que estaba haciéndole Tanit iba contra las normas, pero Tanit y sus secuaces se saltaban todas las normas; después de todo, para ellas esto no era más que un ejercicio práctico. Eran como niñas perturbadas a las que se anima a torturar insectos y roedores para que no titubeen cuando se les ordene infligir dolor a los de su propia especie.

Y no tenían miedo de que las descubrieran. Estaban en la Marca, la antigua guarida de la Hermandad de Nairene, y no faltaban los espacios en los que las fuertes podían abusar de las débiles.

La quemazón se volvió más intensa. Elda sintió que se iban formando ampollas, que la piel se le levantaba y burbujeaba. Se cubrió la cara con la mano en un vano intento de protegerse, pero la palma también se le empezó a ampollar al instante y la apartó, aterrada. Se derrumbó en el suelo. Intentó no gritar, resuelta a no concederles esa satisfacción, pero apenas podía soportar el dolor. Abrió la boca, pero fue la voz de otra la que habló:

—iDejadla en paz!

Tanit perdió la concentración. Al instante empezó a disminuir el dolor de Elda. No Ie quedarían cicatrices. Ya era algo.

La Novicia alzó la mirada. Syl Hellais se abrió paso entre la jauría: un codo bien metido aquí, una rodilla allí. Algunas se resistían, pero sólo pasivamente. Crecieron los murmullos y la confusión, pero Tanit se limitó a mirar y a reírse mientras cruzaba los brazos delante del pecho, como si se pusiera cómoda para ver qué pretendía hacer Syl».

Imperio John Connolly (1)