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El chico de las Estrellas, la hermosa novela de Chris Pueyo

Lee el primer capítulo:

“El Chico de las Estrellas Cuando del blanco de las paredes salen estrellas. Recuerdo haber llegado a un mundo donde las tormentas eran tristes, donde los años pasaban y los meses no gritaban su nombre, donde las habitaciones eran blancas y los sueños llegaban descalzos y despeinados a Ninguna Parte. Era un mundo muerto donde las madres no reconocían a sus hijos, besar era un secreto, y la vida, ese terreno resbaladizo donde el odio recae sobre los que somos sin miedo. Era un mundo muerto que ni siquiera tenía ese espíritu bohemio o tempestuoso que, finalmente, puede resultar atractivo para melancólicos, borrachos o cantautores de nostalgia entretejida.

Y entonces entendí que había que cambiar el mundo.

Aprendí a soñar.

El Chico de las Estrellas no era especialmente guapo, ni demasiado alto, ni tremendamente gracioso, pero era la persona con más ganas de ser feliz que he conocido. Era yo. Tampoco vivió más de dos años en una misma casa, fue un emigrante eterno. Llegué a pensar que nos perseguía la policía por el mundo muerto del que os hablo. Después, descubrí que solo era un problema de organización económica.

No era guapo, alto, ni gracioso. Por si fuera poco, no tenía hogar ni clara la idea del amor.

Y lo mejor de vivir en un mundo triste,

fue transformarlo.

El Chico de las Estrellas creó los tres antídotos de la supervivencia:

De las tormentas tristes, respuestas.

De los meses del año, instantes.

Del blanco de las paredes, estrellas.

Estos antídotos son míos, pero hoy también son tuyos. Y de toda esa gente con ganas de ganar guerras a mundos muertos. Te los regalo.

Me cansé de adultos inteligentísimos y personas que aconsejan asquerosamente bien. Me cansé de que tuvieran razón, de ese tono de voz que les impedía convertirse en los favoritos de nuestra historia. De vivir de consejos y experiencias ajenas. Del desamor de los demás, de las decisiones equivocadas que no me dejaban tomar. ¿Por qué?

Mi vida son mis decisiones. Sangrar o correrme.

Elijo vivir.

Que nadie me quite de vivir.

Yo soy quien elige cómo equivocarme. Yo, o una tormenta.

Cada vez que babea el cielo, El Chico de las Estrellas coloca dos vasos en el alféizar de la ventana. Uno de ellos es «Sí»; el otro, «No».

Entonces le pregunto al cielo. Arriesgo. Entonces el vaso lleno gana. Y mi vida se transforma en mis decisiones. Y disfruto. O me desgarro, pero feliz. Y sin esas personas que no te dejan equivocarte.

¿Cuándo aprenderemos que equivocarse es bueno?

Los años pasaban y los meses no gritaban su nombre. Así que les di voz. Empecé a coleccionar los tiques mensuales del transporte público. Son pequeños billetes rojos con un mes del año en el reverso. Cuando termina abril, la gente normal compra mayo y abril lo tira a la basura.

Lo que la gente normal de este mundo muerto no sabe es que no hay que tirarlos. Que basta con un permanente, darle la vuelta al billete y escribir en él un momento especial. El mejor del mes. Guardarlo en una caja. Y empezar a creer en las fechas que marcan tu vida. El Chico de las Estrellas adora las fechas.

Lo que para algunos es diciembre de 2011, para mí es 18 en trineo. Lo que para otros es julio de 2012, para mí es un 5 en aquel concierto. Y lo que para otros es enero de 2013, para mí es un viaje a Londres para no volver. O para volver, pero siendo de verdad.

Os enseñaría decenas de mis meses-instantes en tiques de metro y autobús, pero es que son eso, instantes, y jo, es que son míos (y del Chico de las Estrellas). Prometo que os enseñaré alguno.

El último antídoto de supervivencia consiste en exorcizarte el alma. En filosofías de vida o religiones inventadas. En ser un poco creativos o en soplarle a la luna cuando pides un deseo. En darle el sentido a tu vida que quieras darle y hacer, de las paredes, estrellas.

Siempre he creído que tu habitación tendría que tener el color que tiene tu alma. El Chico de las Estrellas creó un mundo nuevo, perfecto y a su medida en su habitación. Y estoy segurísimo de que su alma es bastante así.

Embadurné mi habitación de un azul oscuro y brillante, con unas gotas de plata en forma de estrellas, un azul más cercano al morado que al verde, un azul cantábrico cuando de madrugada se rebela el mar, un azul chulo. En cada uno de mis cuartos.

¿Recuerdas que soy un emigrante eterno?

En cada uno de mis cuartos he creado constelaciones. Es bonito imaginar toda esa estela de habitaciones con las paredes llenas de estrellas que he dejado a lo largo de mis veinte años. Porque El Chico de las Estrellas tiene veinte años.

Si algún día tú, tu hermano pequeño o tu mejor amigo encontráis un cuarto estrellado por los pisos en alquiler de Madrid, recuérdame. Y recuérdame solo si crees que me lo merezco. Léeme despacito y fugaz. Déjame entrar pero no me invites a dormir. Ten conmigo la cita que tendrías con esa  persona a la que deseas para algo más que un buen rato pero te da miedo pedirle algo serio. Déjame romperte el corazón, que te va a gustar. Quiero que hagamos esto bien, ¿vale?, y después, y solo si crees que me lo merezco, llámame así.

«Chico de las Estrellas.»

Un niño que lo perdió todo.

No sé cuándo conocí al Chico de las Estrellas. Me gusta pensar que él estaba en mí mucho antes de que yo lo descubriera, que me lo cruzaba paseando, que nos poníamos las mismas botas plateadas (las de los momentos especiales) y que él es el responsable de que mi número favorito sea el azul marino y de que mi color de la suerte sea el seis.

El Chico de las Estrellas y yo hacemos las mismas cosas porque somos el mismo muchacho.

Que es él quien escucha rancheras cuando está triste porque a mí me gustan las trompetas. Que ha llevado el pelo azul. Y rojo. Y rubio, rubísimo. Y que yo soy el casta- ño de ideas despeinadas. El que va a clase, colecciona instantes o le sopla a la luna (pidiendo un deseo, claro). Me encanta pensar que es El Chico de las Estrellas el que vive y yo el que escribo; hacemos un buen equipo. Escrivivimos.

Me gusta… ¿y a ti, duendecillo?

(A propósito, ¿te importa si te llamo duendecillo? Te comento. Tengo pensado romper la cuarta pared un poco, deshacerme de esa barrera imaginaria que hay entre tus ojos y estas páginas. En realidad lo haré bastante. Oh, ¿de veras? No pensé que fuera a gustarte tanto, duendecillo. Pensándolo mejor, creo que estoy siendo algo atrevido. ¿Qué te parece si te llamo «querido lector» hasta que tengamos más confianza? Entonces, perfecto. Sigamos, querido lector.)

Siempre he sido un poco menos de lo que he soñado, aunque soñar, a veces, es lo único que nos queda.

Cuando me satura la vida, El Chico de las Estrellas encuentra una salida. En forma de película, en forma de libro, en forma de escapada, en forma de lo que sea. Lo importante es que después vuelve. Descansa un poco de nuestra vida (que es lo que puedes hacer tú mientras me lees), pero después siempre vuelve.

Y gracias a él soy otro,

sin dejar de ser el mismo.

Y ya ves. Recuerdo haber creado un mundo donde las tormentas eran respuestas; los tiques de autobús, instantes especiales, y las habitaciones de los niños tenían el color de su alma.

Recuerdo a un niño que creía ser Harry Potter cuando encontraba una rama en el suelo, Bastian cuando faltaba a clase o incluso Peter Pan cuando iniciaba sesión en su mundo paralelo con la corona en la arroba y el vaso de cartón en la vida real.

Pero aquel niño no era Harry Potter, ni Bastian, ni siquiera era Peter Pan; aquel chico bien podía haber sido El Chico de las Tormentas, El Chico de los Tiques o sencillamente, Christian Martínez Pueyo.

Pero no.

Aquel niño llegó a ser El Chico de las Estrellas. Y el chico crecerá, contra todo pronóstico, pero crecerá. Y morirá siendo El Viejo de las Estrellas, transformando el mundo con sus antídotos de supervivencia.

Y no creas que nadie le regaló la vida, que no hubo momentos de sombras o que podía besar en público. No creas que su familia era como las familias que ves en la tele, que sus amigos eran personas normales, que no lloró.

Y no creas que el azul de su alma es un cuento chino. Que no tiene lágrimas que darte a probar o emociones que extirparte.

¿Estás preparado? Recuerda que emprenderás un viaje donde no todo será purpurina y estrellas. Que a veces duele. Que no te engaño.

Lo entiendes, ¿verdad?

¿Sí, querido lector?

PUES COMENZAMOS.

Y lo hacemos en ese mundo donde… los sueños llegaban descalzos y despeinados a Ninguna Parte”.

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¿Tienes el valor de ser tú mismo? Porque no hay cura para dejar de ser quien eres.