‘Cortafuegos’, el posible último caso del detective Kurt Wallander

Presa de un profundo malestar, Kurt Wallander se sentó en el coche estacionado en la calle Mariagatan. Eran poco más de las ocho de la mañana del 6 de octubre de 1997. Mientras se alejaba de la ciudad se preguntaba por qué no habría declinado aquella invitación. En efecto, pese al rechazo profundo e intenso que sentía por los funerales, aquella mañana se encontraba camino de uno. Dado que había salido con tiempo, decidió no tomar la carretera que lo conduciría directamente a Malmo. Por el contrario, se desvió para tomar la de la costa, en dirección a Svarte y Trelleborg. A su izquierda, vislumbraba el mar. Un transbordador arribaba al puerto en aquel momento.

Calculó que aquel era el cuarto funeral al que acudía en siete años. El primero había sido el de su colega Rydberg, que había fallecido víctima de un cáncer, tras un largo y doloroso periodo de convalecencia, durante el cual Wallander lo visitó a menudo en el hospital en el que estuvo ingresado hasta consumirse. La muerte de Rydberg había constituido un fuerte golpe en su vida personal, pues era él quien lo había convertido en un policía de verdad. De hecho, le había enseñado a formular las preguntas adecuadas y, gracias a él, había llegado a dominar de forma gradual el difícil arte de interpretar el escenario de un crimen. Antes de comenzar a trabajar con Rydberg, Wallander había sido un policía más bien mediocre y no fue hasta mucho después de la muerte de Rydberg cuando comprendió que no sólo poseía energía y perseverancia, sino también no poca pericia. Así, pese a los años transcurridos, seguía manteniendo con cierta frecuencia una silenciosa conversación interior con el colega, siempre que se enfrentaba a una investigación compleja y dudaba sobre el giro que habría de dar el curso de la misma. Echaba en falta a Rydberg casi a diario, consciente de que aquella añoranza jamás se extinguiría.

Después de Rydberg falleció, de forma repentina, su propio padre, de un ataque de apoplejía que acabó con él en su taller de Löderup hacía ya tres años. A veces, Wallander se sorprendía a sí mismo pensando en lo inexplicable del hecho de que su padre ya no estuviese allí, rodeado de sus cuadros y envuelto en aquel sempiterno aroma a disolvente y a pintura. Tras su muerte, la casa de Löderup se había vendido. Wallander había pasado ante el inmueble en varias ocasiones, aunque nunca había llegado a detenerse. Ahora eran ya otras las personas que lo habitaban. También visitaba su tumba de vez en cuando, aunque siempre con una sensación, vaga e imprecisa, de remordimiento de conciencia. Sabía que el tiempo transcurrido entre una visita y la siguiente era cada vez mayor y advertía que, a medida que pasaban los años, le costaba más rememorar el rostro del anciano.

Un hombre muerto terminaba por ser un hombre que jamás había existido.

Extracto de Cortafuegos, una novela de la serie del detective Kurt Wallander, escrita por Henning Mankell.

Cortafuegos portada

Cortafuegos, de Henning Mankell, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Tusquets.

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