“Star Wars 2” llega a los puestos de revistas

Como recordarán, el 14 de abril se publicó el primer cómic de la nueva serie de Star Wars. Esta saga es una increíble aportación al universo alterno de la franquicia. La próxima entrega (número 2) del cómic estará disponible el 30 de abril.

Además, ¿ya vieron todos los otros productos que Star Wars tiene para ti? Si no es el caso, les recomendamos que entren a la página de internet de “Colección de Star Wars Comics”.

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‘El universo en una cáscara de nuez’, un divertido viaje por el espacio-tiempo escrito por Stephen Hawking

Albert Einstein, el descubridor de las teorías especial y general de la relatividad, nació en Ulm (Alemania), en 1879, pero al año siguiente la familia se desplazó a Múnich, donde su padre, Hermann, y su tío, Jakob, establecieron un pequeño y no demasiado próspero negocio de electricidad. Albert no fue un niño prodigio, pero las afirmaciones de que sacaba muy malas notas escolares parecen ser una exageración. En 1894, el negocio paterno quebró y la familia se trasladó a Milán. Sus padres decidieron que debería quedarse para terminar el curso escolar, pero Albert odiaba el autoritarismo de su escuela y, al cabo de pocos meses, la dejó para reunirse con su familia en Italia. Posteriormente completó su educación en Zúrich, donde se graduó en la prestigiosa Escuela Politécnica Federal, conocida como ETH, en 1900. Su talante discutidor y su aversión a la autoridad le impidieron ser demasiado apreciado por los profesores de la ETH y ninguno de ellos le ofreció un puesto de asistente, que era la vía normal para empezar una carrera académica. Dos años después, consiguió un puesto de trabajo en la oficina suiza de patentes en Berna. Fue mientras ocupaba este puesto que, en 1905, escribió tres artículos que le establecieron como uno de los principales científicos del mundo e inició dos revoluciones conceptuales -revoluciones que cambiaron nuestra comprensión del tiempo, del espacio y de la propia realidad.

Extracto de El universo en una cáscara de nuez, de Stephen Hawking.

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El universo en una cáscara de nuez, de Stephen Hawking, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Booket.

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Stephen Hawking, uno de los pensadores más influyentes de nuestro tiempo, se ha convertido en un icono intelectual no sólo por la osadía de sus ideas científicas, sino también por la claridad y agudeza con que sabe expresarlas.

‘La leona blanca’, un perturbadora novela de la saga Wallander

La corredora de fincas Louise Åkerblom salió del banco Sparbanken de Skurup poco después de las tres de la tarde del viernes, 24 de abril. Se detuvo unos instantes en medio de la acera e inspiró profundamente el aire fresco, mientras pensaba qué iba a hacer. Lo que más le apetecía era dar ya por concluida la jornada laboral y dirigirse en automóvil hasta su casa en Ystad. Por otro lado, le había prometido a una viuda que la llamó por la mañana que se pasaría a ver una casa que la señora tenía intención de poner en venta. Intentaba calcular cuánto tiempo le llevaría la visita. «Una hora más o menos», se dijo, «seguro que no más de una hora». Además, tenía que ir a comprar pan. En condiciones normales, era su marido, Robert, quien se encargaba de hornear todo el pan que necesitaban; pero precisamente aquella semana el hombre no había tenido tiempo, así que Louise cruzó la plaza y giró a la izquierda hacia la panadería. Un timbre anticuado tintineó cuando abrió la puerta. Era la única cliente y la dependienta, Elsa Person, recordaría más tarde su aparente buen humor y sus comentarios acerca de lo agradable que era el que la primavera se hubiese decidido a llegar por fin.

Compró pan de centeno y se le ocurrió dar una sorpresa a la familia con unos bollos de merengue y caramelo para el postre. Hecho esto, regresó al banco, en cuyo aparcamiento, situado a la espalda del edificio, había dejado el coche. Se cruzó por el camino con la joven pareja de Malmö que acababa de comprarle una casa y que había estado en el banco hasta entonces, concretando los detalles de la compra, pagando al vendedor y firmando el contrato de compraventa y la hipoteca. Se alegraba con ellos por la sensación de ser dueños de su propia vivienda, aunque al mismo tiempo le preocupaba el que quizá no pudiesen satisfacer los pagos. Eran tiempos difíciles en los que casi nadie podía sentirse seguro en su puesto laboral. ¿Qué ocurriría si él se quedaba sin trabajo? Con todo, ella se había tomado la molestia de realizar un análisis exhaustivo de la economía de los dos jóvenes. A diferencia de otras muchas personas de su edad, ellos no se habían cargado de insensatas deudas contraídas por el uso inmoderado de las tarjetas de crédito. Por otro lado, la joven esposa parecía ser de esa clase de mujeres ahorrativas, así que no les costaría sacar adelante su crédito hipotecario. En caso contrario, podía llegar el día en que viese la casa puesta en venta otra vez. Quizás incluso ella misma, o quién sabe si Robert, fuesen los encargados de venderla de nuevo, ya que no habían sido pocas las ocasiones en que, en el transcurso de unos cuantos años, había vendido la misma casa dos y hasta tres veces.

Abrió el coche y marcó el número de la oficina de Ystad desde el teléfono del automóvil, pero Robert ya se había marchado a casa. Escuchó su voz en la grabación del contestador automático, en la que se informaba de que la Agencia Inmobiliaria Åkerblom había cerrado hasta el lunes a las ocho de la mañana.

Al principio se sorprendió de que Robert se hubiese ido a casa tan pronto, pero recordó enseguida que tenía una cita con el contable justamente aquella tarde. «Hasta luego, voy a ver una casa en Krageholm, después saldré para Ystad. Son las tres y cuarto, así que estaré en casa para las cinco.» Una vez grabado el mensaje, volvió a colocar el teléfono en su soporte. Era posible que Robert regresase a la oficina después de la reunión con el contable.

Echó mano de una carpeta de plástico que había en el asiento del acompañante y sacó un plano que ella misma había garabateado siguiendo las instrucciones de la viuda. La casa se encontraba en un desvío entre Krageholm y Vollsjö. Le llevaría poco más de una hora llegar hasta allí, inspeccionar la casa y la parcela, y regresar a Ystad.

Sin embargo, empezó a dudar de su decisión. «La inspección puede esperar», pensó. «Mejor me voy a casa por la carretera de la costa y me paro un rato a contemplar el mar. Al fin y al cabo, ya he vendido una casa hoy, así que ya está bien.»

Mientras tarareaba un salmo, puso en marcha el motor del coche y se disponía a salir de Skurup cuando, a punto de girar hacia la calle de Trelleborgsvägen, volvió a cambiar de parecer. Cayó en la cuenta de que ni el lunes ni el martes tendría tiempo de inspeccionar la casa de la viuda, que tal vez quedase decepcionada y encomendase la venta de su casa a otra inmobiliaria, un lujo que no podían permitirse. Eran tiempos bien difíciles, en que la competencia resultaba cada día más dura. En realidad, nadie podía permitirse dejar escapar un objeto de venta, a menos que fuese evidente que sería imposible deshacerse de él.

Lanzó, pues, un suspiro y torció hacia el lado contrario: la carretera de la costa y el mar tendrían que esperar. Miraba el plano de vez en cuando, y pensó que la semana siguiente compraría una pinza sujetapapeles, para no tener que estar girando la cabeza cada vez que quisiera asegurarse de que no se había equivocado de camino. La casa de la viuda no parecía muy difícil de localizar y, pese a que nunca antes había pasado por el desvío que la dueña del inmueble le había mencionado, conocía la zona con los ojos cerrados, pues el año siguiente haría diez desde que ella y Robert abrieron la inmobiliaria.

«¡Vaya!», se sorprendió. «Diez años ya.» El tiempo había pasado muy rápido, demasiado. Durante esos diez años había tenido dos hijos y había trabajado con Robert con denuedo y ahínco para establecer la inmobiliaria. Era consciente de que habían empezado en un buen momento para poner en marcha ese tipo de negocio. De haberlo intentado hoy, jamás habrían logrado ganarse un lugar en el mercado. Por tanto, debería sentirse satisfecha, ya que Dios había sido generoso con ella y con su familia. Decidió que hablaría de nuevo con Robert sobre la posibilidad de aumentar sus donativos a la asociación benéfica infantil. Él se mostraría reticente, claro, pues pensaba más que ella en el dinero, pero al final lograría convencerlo, como siempre.

De repente, se dio cuenta de que se había equivocado de carretera y detuvo el vehículo. Las reflexiones sobre la familia y los diez últimos años la habían hecho saltarse el primer desvío. Sonrió moviendo la cabeza al tiempo que prestaba atención al camino antes de dar la vuelta y retroceder por la misma carretera por la que había llegado.

Pensó que Escania era una región hermosa, hermosa y abierta, aunque también llena de misterio. Todo aquello que, a primera vista, parecía plano, podía transformarse de pronto en profundas hondonadas donde las casas y las granjas quedaban incomunicadas como islas. Nunca dejaban de sorprenderla las variaciones radicales del paisaje cuando viajaba por la región para inspeccionar viviendas o para mostrarlas a posibles compradores.

Justo después de haber pasado Erikslund, se detuvo en el arcén para consultar la descripción de la viuda y comprobó que iba por buen camino. Giró a la izquierda con la esperanza de divisar cuanto antes el hermoso trayecto que conducía hasta Krageholm. Era una carretera ondulante que serpenteaba con suavidad hacia el bosque de Krageholm, donde el lago centelleaba abrazado por la fronda. Había hecho aquel trayecto en multitud de ocasiones, pero no se cansaba de verlo.

Después de haber recorrido unos siete kilómetros, empezó a buscar el último desvío. La viuda lo había descrito como un acceso sin asfaltar para tractores, pero fácil de transitar. Cuando llegó a la altura del desvío, aminoró la marcha y giró a la derecha. Se suponía que la casa se encontraría en el lado izquierdo, a un kilómetro más o menos.

Extracto de La leona blanca, un caso del detective Kurt Wallander, escrito por Henning Mankell.

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La leona blanca, de Henning Mankell, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Tusquets.

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Una de las novelas políticamente más comprometidas de Henning Mankell.

‘El camino blanco’, una novela protagonizada por el detective Charlie Parker

Bear dijo que había visto a la chica muerta.

Fue una semana antes de la incursión llevada a cabo en Caina, que dejaría tres muertos. La luz del sol había disminuido, presa de nubes devoradoras, sucias y grises, como el humo que genera el fuego de un vertedero. Reinaba una tranquilidad que presagiaba lluvia. Fuera, el perro cruzado de los Blythe estaba tumbado, inquieto, en el césped, con el cuerpo estirado, la cabeza entre las patas delanteras y los ojos abiertos y nerviosos. Los Blythe vivían en Dartmouth Street, en Portland, en una casa con vistas a Back Cove y a las aguas de Casco Bay. Por lo general, siempre había pájaros volando por los alrededores —gaviotas, patos o chorlitos—, pero aquel día no había rastro de pájaro alguno. Se trataba de un mundo pintado sobre cristal, a la espera de ser hecho añicos por fuerzas ocultas. 

Nos sentamos en silencio en la pequeña sala de estar. Bear estaba apático y miraba por la ventana como si esperase que cayeran las primeras gotas de lluvia para confirmar algún temor tácito. En el suelo de roble pulido no se proyectaba una sola sombra, ni siquiera las nuestras. Oía el tictac del reloj chino en la repisa de la chimenea, atestada de fotografías de tiempos más felices. Observé detenidamente una imagen de Cassie Blythe en la que se sujetaba a la cabeza un birrete cuadrado, porque el viento intentaba llevárselo, con la borla levantada y desplegada como el plumaje de un pájaro en señal de alarma. Tenía el pelo negro y crespo, unos labios que tal vez resultaban demasiado grandes para su cara y una sonrisa un poco tímida, aunque sus ojos castaños parecían serenos e invulnerables a la tristeza.

De mala gana, Bear dejó de observar el cielo e intentó captar la mirada de Irving Blythe y la de su mujer, pero no lo logró y entonces se miró los pies. Había evitado mirarme a los ojos desde el principio. Incluso rehusaba advertir mi presencia en la habitación. Era un hombre corpulento que llevaba unos pantalones vaqueros desgastados, una camiseta verde y un chaleco de cuero que le quedaba demasiado estrecho. En la cárcel, la barba le había crecido mucho y de manera desordenada, y el pelo, que le llegaba a los hombros, lo tenía grasiento y descuidado. Desde la última vez que lo vi se había hecho algunos tatuajes de tipo carcelario: la figura mal trazada de una mujer en el antebrazo derecho y un puñal debajo de la oreja izquierda. Tenía los ojos azules y soñolientos. A veces le costaba trabajo recordar los detalles de la historia que estaba contando. Era una figura patética, un hombre que se había quedado sin futuro.

Cuando sus silencios se prolongaban demasiado, la persona que lo acompañaba le tocaba su enorme brazo y hablaba por él, continuando amablemente el relato, hasta que Bear encontraba la manera de regresar al camino tortuoso de sus recuerdos. El acompañante de Bear llevaba un traje azul pálido y camisa blanca, y el nudo de su corbata roja era tan grande que parecía un tumor que le hubiera salido en la garganta. Tenía el pelo plateado y un bronceado que le duraba todo el año. Se llamaba Arnold Sundquist y era detective privado. Sundquist había llevado el caso de Cassie Blythe hasta que un amigo de los Blythe sugirió que deberían hablar conmigo. De manera extraoficial, y es probable que extraprofesional, les aconsejé que prescindieran de los servicios de Arnold Sundquist, a quien estaban pagando mil quinientos dólares al mes, en teoría para que buscase a su hija. Hacía seis años que había desaparecido, poco después de graduarse, y desde entonces no sabían nada de ella. Sundquist era el segundo detective privado que los Blythe habían contratado para investigar las circunstancias de la desaparición de Cassie; y tenía tanta pinta de parásito que si en vez de boca tuviera ventosas, el parecido hubiera sido inequívoco. Sundquist llevaba siempre tanta gomina en el pelo que, cuando se daba un baño en el mar, los pájaros que bajaban a la costa se manchaban las plumas de petróleo. Me imaginé que se las había apañado para sacarles más de treinta de los grandes a lo largo de los dos años que se suponía que había estado a su servicio. Salarios fijos como el de los Blythe son difíciles de encontrar en Portland. No me extrañaba que tratase de recuperar su confianza, y su dinero.

Ruth Blythe me había llamado apenas una hora antes para decirme que Sundquist iba a visitarlos con el pretexto de que tenía nuevas noticias de Cassie. Cuando me llamó, yo había estado cortando troncos de arce y de abedul para tenerlos preparados con vistas al inminente invierno, y no me dio tiempo de cambiarme. Tenía savia en las manos, en los vaqueros gastados y en la camiseta con el lema DA ARMAS A LOS SOLITARIOS. Y allí estaba Bear, recién salido de la cárcel estatal de Mule Creek, con los bolsillos llenos de medicinas baratas compradas en los drugstores mugrientos de Tijuana, en régimen de libertad condicional, y contándonos cómo había visto a la chica muerta.

Extracto de El camino blanco, una novela protagonizada por el detective Charlie Parker, escrita por John Connolly.

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El camino blanco, de John Connolly, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Tusquets.

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El cuarto libro de la serie detective Charlie Parker en el que el investigador deberá enfrentarse a enemigos del pasado y a nuevas amenazas.

‘La luz eterna de Juan Pablo II de Valentina Alazraki’

Durante el pontificado de Juan Pablo II, todos fuimos testigos de acontecimientos extraordinarios, de modo que lo que vimos en los últimos días de su vida no fue otra cosa que la “cosecha” de su existencia. Él sembró mucho amor; pudo dar a la gente, con el ejemplo de su vida, además del sentido de pertenencia, la certeza de ser amados. En su totalidad, los seres humanos necesitan sentirse aceptados y queridos. Juan Pablo II logró transmitir esta sensación. Encarnó la paternidad universal. Como no todos forman parte de la Iglesia católica, él fue más allá de la pertenencia a ella. Fue el jefe de ésta, sí, pero la apertura de su corazón, de su mente, de sus brazos hacia las personas que no creían o creían en otro Dios hizo que todos se sintieran apreciados y tomados en cuenta. Ésta es la base del consenso universal del que goza.

El cristianismo es la religión de la Encarnación. Juan Pablo II fue Papa, pero también fue hombre. En efecto, vimos de qué manera supo vivir su vida en una forma auténtica, de qué manera logró, como hombre, el ideal de la vida cristiana. En la vida de los santos se ve este horizonte humanístico extraordinario del cristianismo. La santidad no está despegada de la vida de todos los días, sino arraigada en nuestra naturaleza. La gente se dio cuenta de que la santidad de Juan Pablo II pasa a través de la percepción de esta humanidad extraordinariamente rica, profunda, auténtica, vivida con transparencia, sin escatimar esfuerzos ni energías.

Él estaba consciente de esta dimensión humana de la santidad, lo que lo llevó a proclamar muchos beatos y santos. Se le acusó de haber hecho “una ´fabrica de santos”, pero su intención fue demostrar que dentro de todo ser humano hay valores y potencialidades. Se portó como un padre exigente que pide a sus hijos que alcancen metas importantes en el camino hacia la santidad, pero que al mismo tiempo tiene confianza en ellos.

Extracto de La luz eterna de Juan Pablo II de Valentina Alazraki.

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SINOPSIS La autora  tuvo más de cien viajes con Juan Pablo II y de aquí encontró la inspiración para escribir varias obras. Este libro narra la despedida del Papa más cercano de México. Un testimonio que revela detalles inéditos del predicador que sigue en la memoria y el corazón de miles de personas.

‘Cuando Dios llega, los milagros ocurren’ de Neale Donald Walsch

Dios interviene en nuestras vidas en formas muy reales, directas y visibles. Son momentos en los que algo sucede, grande o pequeño, y provoca un Cambio de Curso, como el que experimentaste al elegir este libro.

Hay muchas maneras en Lo Divino deambula en nuestras vidas, especialmente cuando nos abrimos la posibilidad de los milagros. Una vez que en nuestra psqieu damos paso al potencial de ser tocados por Dios, en formas que solo podríamos imaginar en nuestros sueños, entonces estos se vuelven realidad.

Hace unos años escribí un libro llamado Conversaciones con Dios, el cual llamó la atención en todo el mundo. Creo que ese libro fue una inspiración directa de Dios durante Momentos de Gracia, y tengo la certeza de que no soy el único que recibe tales inspiraciones y experimenta esos momentos. Si Conversaciones con Dios nos enseñó algo, es porque Dios nos habla a todos nosotros, todo el tiempo; sin embargo, solo podemos oírlo cuando estamos abiertos a escuchar.

Deja que aquellos que tengan oídos para oír, escuchen.

Pero he aquí las asombrosas noticias: Dios no solo tiene conversaciones con nosotros, sino que nos visita todos los días, en persona.

Este libro trata sobre dichas visitas, y creará un cambio de curso en tu existencia debido a que los protagonistas de estas historias son gente real, como tú. No es la historia de maestros o gurús o santos o sabios, sino de gente común y corriente que tuvo un “encuentro con Dios” y jamás lo olvidó. Debido a que las anécdotas giran en torno a gente real que vive vidas como la tuya o la mía, son muy convincentes.

Para mí esta Fuerza se llama Dios. Tú puedes llamarla como quieras, y como sea que la nombres –coincidencia, hallazgo afortunado, sincronicidad, suerte, intuición, inspiración-, después de leer este libro descubrirás que es muy difícil negar que ahí está: justo ahí, en nuestras vidas, todos los días, produciendo milagros, haciendo la magia que cambia todo.

Extracto de ‘Cuando Dios llega, los milagros ocurren‘ de Neale Donald Walsch.

DIOS

SINOPSIS El autor de ‘Conversaciones con Dios’ nos comparte diferentes historias de vida que nos conmoverán y nos harán reflexionar sobre los milagros de la vida. Un libro alentador que te da la bienvenida a la vida.

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Neale Donald Walsch

Por el autor de Conversaciones con Dios

‘Una noche enamorada de Jodi Ellen Malpas’

Esto es perfecto. Pero sería aún más perfecto si mi mente no estuviera plagada de preocpaciones, miedo y confusión.

Me vuelvo y me pongo boca arriba en esta cama tamaño queen. Levanto la vista hacia el tragaluz instalado en el techo abovedado de nuestra suite de hotel y observo las nubes suaves y esponjosas que salpican el intenso cielo azul. También veo los edificios que se elevan hasta los cielos. Contengo el aliento y escucho los sonidos, ahora familiares, de las mañanas de Nueva York: los cláxones de los coches, los pitidos y el bullicio en general se distinguen perfectamente a una altura de doce plantas. Similares rascacielos nos envuelven, haciendo que parezca que este edificio se haya perdido en medio de la jungla de cristal y cemento. El entorno que nos rodea es increíble, pero no es eso lo que hace que esto sea casi perfecto, sino el hombre que tengo al lado en esta cama mullida y enorme. Estoy convencida de que las camas en Estados Unidos son más grandes. Aquí todo parece más grande: los edificios, los coches, las celebridades… mi amor por Miller Hart.

Ya llevamos aquí dos semanas, y echo muchísimo de menos a la abuela, aunque hablo con ella a a diario. Dejamos que la ciudad nos absorba por completo y no hacemos nada más que enfrascarnos el uno en el otro.

Mi perfecto hombre imperfecto está relajado aquí. Conserva sus exageradas costumbres, pero puedo vivir con ello. Curiosamente, estoy empezando a encontrar adorables muchos de sus hábitos obsesivo-compulsivos; ahora puedo admitirlo. Y puedo decírselo a él, aunque sigue prefiriendo ignorar el hecho de que la obsesión influye en la mayoría de elementos de su vida. Incluida yo.

Al menos aquí en Nueva York no sufrimos intromisiones. Nadie intenta arrebatarle a su bien más preciado. Yo soy su posesión más preciada. Un título que me encanta llevar, aunque también supone una carga que estoy dispuesta  a soportar, porque sé que el santuario que hemos creado aquí es sólo algo temporal. Afrontar ese oscuro mundo es una batalla que planea en el horizonte de nuestra actual casi perfecta existencia. Y me odio a mí misma por dudar de que mi fuerza interior consiga que lo superamos; esa fuerza en la que tanto confía Miller.

Se mueve ligeramente a mi lado y me devuelve a la lujosa habitación que hemos estado llamando casa desde que llegamos a Nueva York, y sonrío al ver cómo hunde su boca en la almohada mientras murmura. Su preciosa cabeza descansa cubierta de rizos alborotados y una densa barba de varios días puebla su mandíbula. Suspira y palpa a su alrededor medio dormido hasta que su mano alcanza mi cabeza y sus dedos localizan mis rizos revueltos. Mi sonrisa se intensifica y me quedo observando su rostro muy quieta, y siento cómo sus dedos se hunden en mi pelo mientras vuelve a dormirse del todo. Esta es una nueva costumbre de mi perfecto caballero a tiempo parcial: juguetea con mi pelo durante horas, incluso dormido. Me he despertado con nudos en varias ocasiones, a veces con sus dedos todavía enredados en los mechones, pero nunca me quejo.

Extracto de Una noche enamorada de Jodi Ellen Malpas

NocheEnamorada

SINOPSIS El tercer libro de la historia entre Livy y Miller llega a un apasionante final, su relación se tambalea cuando un secreto inquietante de Livy sale a la luz. Pronto ella se ve acorralada entre la incontrolable pasión y una peligrosa obsesión que podría destruir su relación.

‘Crónicas del espacio’, un libro que se toma en serio a la NASA y Star Trek

Algunas personas piensan con más frecuencia de manera emotiva que política. Algunos piensan con más frecuencia de manera política que racional. Otros nunca piensan de manera racional acerca de nada.

No hay un juicio implícito en lo dicho. Es solo una observación.

Algunos de los saltos más creativos dados por la mente humana han sido decididamente irracionales, incluso primitivos. Las  fuerzas emotivas son las que conducen las expresiones artísticas e inventivas más grandes de nuestra especie. ¿De qué otra manera podría entenderse la frase “Es o un loco, o un genio”?

Está bien ser completamente racional, siempre y cuando todos los demás lo sean también. Pero aparentemente este estado sólo ha sido alcanzado en la ficción en el caso de los Houyhnhnms, la comunidad de caballos inteligentes que se encuentra Lemuel Gulliver durante sus viajes en el siglo XVIII (el nombre “Houyhnhnm” se traduce en el lenguaje local como “perfección de la naturaleza”). También hallamos a una sociedad racional entre la raza Vulcana en la serie de ciencia ficción por siempre popular, Star Trek. En ambos mundos, las decisiones de la sociedad se toman con eficiencia y distancia, sin pompa, apasionamientos ni fingimientos.

Para gobernar una sociedad que comparten las personas de emoción, las personas de razón y a todos los que se hallen entre estos extremos ―así como a personas que piensan que sus acciones están conducidas por la lógica pero en realidad son los sentimientos y las filosofías no empíricas las que les dan forma― se necesita de la política. En el mejor de los casos, la política navega entre todos estos estados mentales en pos del bien común, cuidadosa de los escollos pedregosos de la comunidad, la identidad y la economía. En el peor, la política prospera en la divulgación incompleta y la tergiversación de los datos requeridos por un electorado para tomar decisiones informadas, ya sea que se llegue a ellas a través de la lógica o la emoción.

En este paisaje hallamos posturas políticas ntratablemente diversas, sin que haya una esperanza obvia de consenso o convergencia. Algunos de los temas más candentes dentro de los temas candentes incluyen el aborto, la pena de muerte, el gasto en defensa, la regulación financiera, el control de las armas de fuego y las leyes hacendarias. Tu postura ante estos temas se correlaciona fuertemente con el portafolio de creencias de tu partido político. En algunos casos es más que una correlación: es la base de una identidad política. Todo esto puede dejarte pensando cómo es que puede suceder algo productivo bajo un gobierno tan fracturado políticamente. Como el comediante y presentador de televisión Jon Stewart dijo, si con es el opuesto de pro, entonces el Congreso debe ser el opuesto de Progreso.

Hasta hace poco, la exploración científica estaba por encima de la política partidista. La NASA era algo más que bipartidista; era apartidista. En específico, el apoyo de una persona para la NASA no tenía correlación con que esa persona fuera liberal o conservadora, demócrata o republicana, urbana o rural, pobre o rica.

El sitio de la NASA en la cultura estadounidense apoya aún más este punto. Los diez centros de la NASA están distribuidos a lo largo de ocho estados. Después de la elección federal de 2008, estos estaban representados en la Cámara por seis demócratas y cuatro republicanos; en la elección de 2010 la distribución se invirtió. Los senadores de aquellos estados estaban balanceados también, con ocho republicanos y ocho demócratas. Esta representación “izquierda-derecha” ha sido una característica constante del apoyo que recibía la NASA durante los años. La Ley Nacional de Aeronáutica y el Espacio (National Aeronautics and Space Act) de 1958 entró en vigor durante el gobierno del presidente republicano Dwight D. Eisenhower. El presidente demócrata John F. Kennedy lanzó el programa Apollo en 1961. La firma del presidente republicano Richard M. Nixon está en la placa que los astronautas del Apollo 11 dejaron en la Luna en 1969.

Y quizá sea sólo una coincidencia, pero veinticuatro astronautas han salido del estado clave de Ohio ―más que de ningún otro estado―
incluido John Glenn (el primer estadounidense en orbitar la Tierra) y
Neil Armstrong (el primer hombre en caminar sobre la Luna).

Si en algún momento las políticas partidistas se filtraron hacia las actividades de la NASA, estas aparecieron en los márgenes de las operaciones. Por ejemplo, el presidente Nixon pudo, en principio,
haber enviado al portaaviones recién comisionado USS John F. Kennedy para sacar del Océano Pacífico el módulo de mando del Apollo 11. Habría sido un buen gesto. En cambio, envió el USS Hornet, una opción mucho más oportuna en ese momento. El Kennedy nunca vio el Pacífico y estaba en el dique seco en Portsmouth, Virginia para el momento del regreso a Tierra en julio de 1969. Consideremos este otro ejemplo: con cobijo del presidente republicano y amigo de la industria Ronald Reagan, el Congreso aprobó la Ley de Lanzamiento Espacial Comercial (Commercial Space Launch Act) en 1984, que no sólo permitía sino que promovía el acceso de civiles a las innovaciones financiadas por la NASA relacionadas con los vehículos de lanzamiento y el hardware espacial; de esa manera abría la frontera espacial al sector privado. Un demócrata podría o no haber concebido esa legislación, pero tanto un Senado republicano como una Cámara de representantes democrática la aprobaron, y el concepto es ahora tan estadounidense como la caminata espacial.

Extracto de Crónicas del espacio, un libro de Neil DeGrasse Tyson.

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Crónicas del espacio, de Neil DeGrasse Tyson, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Crítica.

‘Los perros de Riga’, la segunda novela de la saga del detective Kurt Wallander

Por la mañana, poco después de las diez, llegó la nevada.

El timonel del barco de pesca masculló una maldición. Había oído por la radio que se preparaba una tormenta de nieve, pero albergaba la esperanza de llegar a la costa sueca antes de que aquélla comenzase. Si la noche anterior no le hubiesen hecho perder el tiempo en Hiddensee, ya habría divisado Ystad y habría podido virar el rumbo unos cuantos grados al este. Todavía le quedaban siete millas de navegación, y si la tormenta de nieve arreciaba tendría que detener la embarcación hasta que escampara.

Volvió a maldecir su suerte. «La avaricia rompe el saco», se dijo para sus adentros. «Debería haber hecho lo que pensé en otoño: comprar un nuevo radar. Ya no puedo fiarme de mi viejo Decca. Tenía que haber comprado uno de los modelos americanos. Esto me pasa por avaro.»

No había querido comprárselo a los alemanes del Este porque temía que le engañaran.

Todavía le costaba asimilar que Alemania del Este había dejado de existir como tal. Que toda una nación, la de los alemanes orientales, había desaparecido. En el curso de una noche, la historia barrió las viejas fronteras. Ahora sólo había una Alemania, y nadie sabía qué iba a deparar la vida diaria de las dos naciones juntas. Al principio, con la caída del muro, se sintió preocupado, porque no sabía si ese gran cambio afectaría a su trabajo. Sin embargo, un colega de operaciones en Alemania del Este le tranquilizó: nada iba a cambiar en un futuro inmediato; lo ocurrido incluso podía crear nuevas posibilidades de negocio.

La nevada era cada vez más intensa y el viento había virado a sur sudoeste. Encendió un cigarrillo y se sirvió café en un tazón que descansaba en un soporte especial al lado de la brújula. El calor que se respiraba en la cabina le hacía sudar, y el olor a gasóleo le picaba en la nariz. Echó una ojeada a la sala de máquinas, y vio que del estrecho camastro sobresalía el pie de Jakobson. Le salía el dedo gordo por un agujero del grueso calcetín. «Mejor que siga durmiendo», pensó. «Si hay que detenerse tendrá que relevarme para que yo pueda descansar unas horas.» Probó el café ya tibio y sus pensamientos volvieron a la noche anterior. Durante más de cinco horas se habían visto obligados a esperar en el pequeño y desmantelado puerto del lado oeste de Hiddensee, hasta que, entrada la noche, llegó un ruidoso camión para recoger la mercancía. Weber afirmó que el retraso se había debido a una avería del camión, y puede que fuera verdad. El viejo camión era un vehículo militar soviético mil veces reparado, y lo cierto es que a veces se asombraba de que todavía fuera manejable. Aun así, desconfiaba de Weber. Pese a que nunca le había engañado, estaba decidido de una vez por todas a ser más precavido con él. Sentía que era una precaución necesaria. A pesar de todo, en cada viaje que realizaba transportaba objetos de gran valor para los alemanes
del Este: una treintena de ordenadores completos, cientos de teléfonos móviles y otros tantos equipos de música para coches. Cada viaje le hacía responsable de sumas millonarias. Si le cogían in fraganti le caería una buena condena, y no podría contar con la ayuda de Weber. En el mundo en el que vivía sólo se podía contar con uno mismo.

Controló el rumbo en la brújula y lo corrigió dos grados hacia el norte. La corredera indicaba que mantenía fijamente los ocho nudos. Todavía faltaban algo más de seis millas y media para divisar la costa sueca y virar hacia Brantevik. Aún podía ver las olas de color gris azulado ante él, pero la tormenta de nieve parecía ir en aumento.

«Cinco viajes más», pensó. «Y luego se acabó. Entonces tendré mi dinero y podré marcharme lejos de aquí.» Encendió otro cigarrillo y sonrió. Pronto alcanzaría su meta. Lo dejaría todo atrás y se embarcaría en un largo viaje a Porto Santos, donde abriría su propio bar. No tendría que seguir congelándose en esa cabina agrietada, traspasada por las corrientes de aire, mientras Jakobson roncaba en el camastro de abajo en la sala de máquinas. No sabía lo que le depararía la nueva vida que estaba tan cerca de emprender, y sin embargo, la anhelaba.

De pronto, la nevada terminó tan deprisa como había empezado. Al principio le costó creer en la suerte que había tenido, pero enseguida se dio cuenta de que los copos ya no relucían ante sus ojos. «Quizá pueda llegar a tiempo», pensó. «Quizá la tormenta se vaya hacia el sur, hacia Dinamarca.»

Se sirvió más café y empezó a silbar en su soledad. En una de las paredes de la cabina colgaba la bolsa con el dinero: treinta mil coronas, que le acercaban cada vez más a Porto Santos, la pequeña isla próxima a Madeira, el paraíso desconocido que estaba aguardándole… 

Justo cuando iba a tomar un sorbo de café, descubrió el bote. Si la nevada no hubiese parado tan repentinamente, no lo habría visto. Pero ahí estaba, balanceándose sobre las olas a unos cincuenta metros a babor. Era un bote salvavidas de color rojo. Limpió el vaho del cristal con la manga de la chaqueta y entornó los ojos para fijar la vista en el bote. «Está vacío», pensó. «Se le habrá soltado a algún barco. » Giró el timón y redujo la velocidad. Jakobson se despertó sobresaltado por el cambio del sonido del motor. Asomó su cara barbuda desde la sala de máquinas.

–¿Ya hemos llegado? –preguntó.

–Hay un bote a babor –dijo Holmgren desde el timón–. Podríamos subirlo a bordo. Valdrá unos cuantos billetes de mil. Mantén el rumbo, que yo cogeré el bichero.

Jakobson se puso al timón mientras Holmgren se calaba el gorro por encima de las orejas y dejaba la cabina de mando. El fuerte viento le cortaba la cara y, para contrarrestar el movimiento de las olas, se aguantaba en la barandilla. El bote se iba acercando poco a poco. Empezó a desatar el bichero, que estaba sujeto entre el techo de la cabina de mando y el cabrestante. Los dedos se le quedaron agarrotados mientras tiraba de los nudos helados. Por fin pudo soltar el bichero y miró hacia el bote.

Entonces tuvo un sobresalto. La pequeña embarcación, situada ya a pocos metros del casco del barco, no estaba vacía, sino que su interior albergaba dos cadáveres humanos. Jakobson le gritó algo ininteligible desde la cabina de mando: él también había visto el contenido del bote.

Extracto de Los perros de Riga, la segunda novela de la saga del detective Kurt Wallander, creada por Henning Mankell.

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Los perros de Riga, de Henning Mankell, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Tusquets.

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Kurt Wallander resolverá un horrible crimen y descubrirá un nuevo amor en la turbulenta Letonia de la transición del comunismo a la democracia.

‘Perfil asesino’, una novela negra sobre un misterioso asesinato en masa

Este mundo es una colmena. Esconde un corazón hueco.

La verdad de la naturaleza, escribió el filósofo Demócrito, reside en minas y cavernas profundas. La estabilidad de aquello que vemos y sentimos bajo nuestros pies es una ilusión, porque las apariencias engañan. Bajo la superficie hay grietas, fisuras y bolsas de aire fétido y malsano; estalagmitas y estalactitas y oscuros ríos ignotos de cauce descendente. Es un lugar de cuevas y cascadas donde el agua resbala por las piedras, un laberinto de tumores cristalinos y columnas heladas donde la historia deviene primero futuro y después presente.

Porque, en medio de la oscuridad total, el tiempo carece de significado.

El ahora forma una capa imperfecta sobre el pasado; no se asienta bien en todos sus puntos. Las cosas caen y mueren, y su descomposición crea nuevas capas, aumenta el grosor de la corteza y añade otra fina membrana que cubre lo que subyace, nuevos mundos que descansan sobre los restos de mundos anteriores. Día a día, año a año, siglo a siglo, se agregan capas y se multiplican las imperfecciones. El pasado nunca muere realmente. Está ahí, a la espera, justo bajo la superficie del presente. Todos tropezamos de vez en cuando con él, todos, a través de reminiscencias y evocaciones. Traemos a la memoria antiguos amantes, niños perdidos, padres fallecidos, el milagro de ese único día en que, aunque sea sólo por un instante, capturamos la belleza fugaz e inefable del mundo. Éstos son nuestros recuerdos. Los guardamos celosamente y los consideramos algo muy nuestro, y sabemos dónde encontrarlos cuando los necesitamos.

Pero a veces no somos nosotros quienes decidimos: un fragmento del presente se desprende sin más y asoma debajo el pasado como un hueso viejo. Después, ya nada vuelve a ser como antes y nos vemos obligados a reconsiderar la forma de lo que creíamos verdadero a la luz de nuevas revelaciones acerca de su esencia. La verdad se descubre por un mal paso y por la sensación repentina de que pisamos en falso. El pasado borbolla como lava líquida y, en su camino, las vidas quedan reducidas a ceniza.

***

Este mundo es una colmena. Nuestros actos reverberan en sus profundidades.

Aquí abajo existe una vida oscura: microbios y bacterias que extraen su energía de sustancias químicas y radiactividad natural, más antiguos que las primeras células vegetales que dieron color al mundo de la superficie. Bullen en cada balsa profunda, en cada pozo de mina, en cada núcleo de hielo. Viven y mueren sin que se los vea.

Pero también hay otros organismos, otros seres: criaturas que conocen sólo el hambre, entes que existen única y exclusivamente para cazar y matar. Pululan sin cesar por las cavidades ocultas, lanzando dentelladas con sus fauces a la noche infinita. Sólo salen a la superficie cuando no les queda más remedio, y todo ser vivo se aparta de su camino.

Fueron en busca de Alison Beck.

La doctora Beck tenía sesenta años y practicaba abortos desde 1974, en la etapa inmediatamente posterior al polémico caso «Roe versus Wade». Empezó a dedicarse a la planificación familiar en su juventud, después de la epidemia de rubeola de principios de los años sesenta que tuvo como resultado el que miles de mujeres dieran a luz niños con graves defectos congénitos. Más  tarde se incorporó abiertamente a la organización feminista NOW y a la Asociación Nacional por la Despenalización del Aborto, antes de que los cambios por los que lucharon le permitiesen abrir su propia clínica en Minneapolis. A partir de entonces desafió a la Red de Acción Pro-Vida de Joseph Scheidler, a sus indeseables consejeros y a su mafia del megáfono; y en 1989, cuando la Operación Rescate intentó bloquear el acceso a su clínica, se enfrentó a Randall Terry. Se opuso a la enmienda Hyde del año 1976, que suprimía las ayudas estatales para la práctica de abortos, y lloró cuando el antiabortista C. Everett Koop fue nombrado director general de Salud Pública. En tres ocasiones los activistas pro-vida inyectaron ácido butírico en las paredes de la clínica, y la obligaron a cerrar las puertas hasta que se disiparon los efluvios. Le habían pinchado las ruedas del coche tantas veces que ya había perdido la cuenta, y sólo el cristal reforzado de la vidriera de la clínica evitó que el edificio ardiese hasta los cimientos a causa de un artefacto incendiario alojado en un extintor.

Pero en los últimos años las tensiones de su profesión habían empezado a pasarle factura y aparentaba mucha más edad de la que tenía. En casi tres décadas había disfrutado de la compañía de sólo un puñado de hombres. David fue el primero, se casó con él y lo amó, pero David ya no estaba. Lo sostuvo entre sus brazos mientras moría, y aún conservaba la camisa que él llevaba puesta aquel día, las manchas de sangre flotando en su prístina blancura como sombras de oscuros nubarrones. Los hombres con quienes estuvo después ofrecieron muchas excusas al marcharse, pero a la postre todas esas excusas se reducían a una esencia única y elemental: el miedo. Alison Beck era una mujer marcada. Vivía a diario con la clara conciencia de que algunos preferían verla muerta a permitirle continuar con su trabajo, y pocos hombres estaban dispuestos a permanecer al lado de una mujer así.

Se sabía los datos de memoria. En Estados Unidos se habían producido, durante el año anterior, veintisiete agresiones de extrema violencia contra clínicas donde se practicaban abortos, y habían muerto dos médicos. A lo largo de los cinco años precedentes habían perecido asesinadas siete personas entre médicos y ayudantes, y otras muchas habían resultado heridas en tiroteos y atentados con bombas. Sabía todo esto porque llevaba unos veinte años documentando los índices de violencia, averiguando los factores comunes, estableciendo vínculos. Para ella, era la única manera de llegar a asumir la muerte de David, el único medio de que disponía para asegurarse de que algo mínimamente bueno surgía de las cenizas de su muerte. Sus investigaciones sirvieron de apoyo a los centros dedicados a la práctica del aborto cuando, en la lucha contra sus adversarios, se acogieron con éxito a la ley RICO para la prevención del crimen organizado, aduciendo una conspiración a nivel nacional para cerrar las clínicas. Fue una victoria conseguida a base de grandes esfuerzos.

Sin embargo, poco a poco empezó a ponerse de manifiesto otro trasfondo: nombres que se repetían y su eco resonaba en los desfiladeros del tiempo, siluetas que se adivinaban entre las sombras detrás de algunas acciones violentas. Las convergencias eran perceptibles en apenas media docena de casos, pero ahí estaban. Alison Beck tenía la firme convicción de que así era y, al parecer, los demás coincidían con ella. Juntos se acercaban cada vez
más a la verdad.

Extracto de Perfil asesino, una novela protagonizada por Charlie Parker, el detective creado por John Connolly.

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Perfil asesino, de John Connolly, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Tusquets.