«Una mente enferma», el segundo libro de cuentos de Rafael Ferrer Franco

“¿Queda tiempo para un poema?

Imagine, doctor, que una villana aparece a mitad de una historia, cuando no se le espera. Así apareció Celine en mi vida, de manera extraña e inesperada, el día que grabe mi primer protagónico de telenovela. Aquella vez volvía a mi departamento agotada y satisfecha, después de una larga jornada en los estudios “Sauron”, donde grabamos “Amor en Puerto Triste”. Metí m carro al estacionamiento del edificio donde vivo, y justo al activar los seguros y la alarma del vehículo, sentí una presencia a mis espaldas. Me volví, asustada, y di un salto hacia atrás cuando la vi.

-No te espantes- me dijo, haciendo con su mano la señal de “amor y paz”-. Me metí un ratito aquí para descansar ¿Me compras un poema?

Ahí fue que la observe con asombro y detenimiento, con ropitas sucias y su desmelenada cabellera rubia, que le cubría por completo el rostro. Tenía una imagen salvaje, la belleza de un león andrógino. Sin darme cuenta, sus pupilas, como dos aerolitos azules, chocaron con las mías. Hasta el día de hoy, me pregunto cómo esos ojos burlaron el laberinto de su melena y lograron atrapar mi atención, ya que soy bastante dispersa. Quede alelada. Fue su voz la que me saco del trance.

-¿Te lo escribo?-dijo, para después aventarme una sonrisa que me desmantelo completita, como un Ferrari abandonado en una favela.

-Of course-le respondí, y comencé a buscar hecha lady dumb, mi cartera dentro de mi bolso. Ella saco una libreta enrollada de uno de los bolsillos traseros de sus jeans duros y desgastados. Saque cien pesos de mi cartera y con impaciencia lo sostuve en la mano. Ella también era toda una actriz, estaba en su papel de clochard, de vagabunda genuina, y seguía lanzando garabatos con saña. Verla escribir me recordó a De Niro en Toro salvaje, poniéndole una tranquiza a su contrincante. Y fue ahí que me ilumino su gracia. Decidí sacar otros cien de mi cartera.

Usted sabe, doc, que “La belleza es como una buena mano de póquer: se paga por ver”. No me sentía intrigada por lo que ella pudiese escribir, sino por continuar observándola. Yo no esperaba más que una hoja sucia llena de versos de emo, típico de teenagers desahuciados, algo como: “Soy una caca de perro en medio de una turba, ellos no quieren embarrarse conmigo, ni yo lamer la suela de nadie”. Pero eso era lo de menos. Tirada a pocos metros de mí, sobre una banqueta del estacionamiento, la vi ensimismarse en su arte poética. Para mi ella misma era un poema, así que la contemple como a una postal utópica y llena de nostalgia. Su cuerpo sucio desprendía un aura limpia. Si la hubiese visto doc, entendería lo que trato de explicar. Había pasado diez minutos en los que ella garabateaba algo, miraba al cielo raso, a los lados, como buscando el horizonte, mordía el lápiz, volvía al cuaderno y repintaba rasgos en él; callaba y miraba fijamente las ruedas de los carros. De repente se levantó y ¿qué cree que me dijo cuándo me entrego el poema, con cara de aflicción?

-Deme solo la mitad, se me acabo la tinta y quedo a medias, lo siento.

Yo no aguante y me reí. ¡Pero que escuincla! Tendría, si acaso, diecisiete años, y ya era la desfachatez andando. Le di la mitad y me puse a leerlo. Sentí una conexión inmediata con lo que decía, así que le contesté:

-Si quieres los otros cien, vamos a mi departamento, ahí tengo una pluma.

Me tendió la mano al tiempo que me decía:

-Celine. Vengo de Italia.

-Carmen. Mujer varada en Puerto Triste-le respondí, al tiempo que estrechaba la suya.

Ese fue el primer paso hacia un largo trampolín de barco pirata, donde el tiempo como un enorme cocodrilo hacia tic-tac-toc, esperando la caída de otra víctima. Entramos a mi departamento, le ofrecí el sofá de la sala y también algo de beber. Aproveche para llevarle la pluma, era una Montblanc, con punta de zafiro, muy mona. ¿Sabe?, fue la primera cosa cara que obtuve con mi éxito. Y como soy fan de “Sex and the City”, quería sentirme, you know, Carrie Bradshaw, la fashionista intelectual. Me acuerdo bien que Celine le temblaba la mano, pensé que estaba nerviosa, pero luego lo descarte, era imposible. ¡Que lo iba a estar, si a leguas se le veía lo Despereaux! Era como una linda e intrépida ratoncita, que sabía moverse muy bien entre las ratas. Luego pensé que la temblorina era porque tenía miedo de echar a perder la joyita que tenía entre las manos, aunque que podía saber ella de plumas finas. Pensé que tal vez era simple debilidad, hambre quizá.

-He terminado. Espero que te guste. Yo escribo para las almas, y con la mía firmo.

Tome el poema y lo leí de inmediato, decía cosas medio fumadas, como: “El dragón es la mitad oscura del corazón de los dioses que viven coléricos en nosotros”. Pero me gusto, así que le di los otros cien pesos. Con indiferencia, como si aún leyera su texto, le solté:

-Si quieres, quédate a comer.

-Grazie mille-respondio, con el rostro iluminado.

Hablaba tan bien el español que a veces olvidaba que era italiana. La pasamos súper cool, jugando damas españolas, y hablamos de países que hemos visitado, además de series y películas. Ya por la noche, a punto de retirarse, le pregunte si quería una ducha caliente y asilo por la noche. Ella no lo dudó un instante. Lo curioso, doc, es que yo superaba entonces una mala relación sentimental, y mi departamento no era más que un planeta devastado y vacío. Me hizo pensar en lo patético que era ofrecer asilo a alguien, cuando en realidad yo era la huérfana. En cambio, Celine fue para mí lo que un refugio subterráneo para aquellos que huyen del azote de un huracán.

Pero no se crea, doc, a pesar de que parecía un angelito de porcelana tan pronto la dejé instalada en la sala y me fui a mi habitación, no hice más que apagar la luz  y que me entrara la psicosis. Qué tal si era una ratota disfrazada de hámster y al día siguiente yo acababa despelucada. O, peor aún, una de esas maniáticas que iba dejando cadáveres de pendejas confiadas a su paso. Sin embargo, mi deseo de que se quedara supero mis miedos, y no solo esa noche, sino muchas más.»

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Con su segundo libro de cuentos Rafael Ferrer Franco, se convierte en el representante indiscutible del gore al estilo mexicano.

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