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“The Walking Dead: La Caída del Gobernador (parte 2)” el libro que cierra la vida de Philip Blake

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Como un salto brusco en la continuidad de una película, se en-cuentra tirado en el piso de su departamento, en Woodbury: inerte, congelado, clavado a la fría madera con un dolor paralizante y helado; su respiración es tan trabajosa e inhibida que es como si sus propias células estuvieran jadeando en busca de vida. El campo de visión se reduce a una perspectiva fracturada, borrosa y fragmentada de los mosaicos del techo manchados por la humedad, y tiene un ojo completamente ciego, con la órbita fría, como si el viento soplara a través de él. Con un trozo de cinta adhesiva colgándole a un lado de la boca y con breves inhalaciones y exhalaciones por sus sanguinolentas fosas nasales casi imperceptibles, trata de moverse pero apenas puede girar la cabeza. Los nervios auditivos, en tensión por la agonía, apenas registran el sonido de las voces.

—¿Qué pasa con la chica? —pregunta una voz desde algún lugar del cuarto.

—Que se chingue, ya está fuera de la zona segura. No tiene ninguna posibilidad.

—¿Y él? ¿Está muerto?

Entonces oyen otro sonido, un gruñido acuoso e ininteligible que atrae su atención a la orilla de su campo de visión. A través de la retina legañosa del ojo bueno, apenas puede distinguir la pequeña figura en la puerta, al otro lado de la sala; su cara pálida está salpicada de descomposición y sus ojos sin pupilas parecen huevos de gorrión. Ella avanza de prisa hasta que la correa de su cadena produce un fuerte sonido metálico.

—¡AH! —aúlla una de las voces masculinas mientras el pequeño monstruo lanza una garra hacia él.

Philip intenta hablar desesperadamente pero las palabras se le quedan en la garganta, abrasada. La cabeza le pesa mil toneladas e intenta hablar de nuevo con labios secos, agrietados y llenos de sangre, tratando de formar palabras sin aliento que simplemente no se unen. Escucha la voz profunda de barítono de Bruce Cooper.

—Está bien…, ¡a la chingada! —El ruido metálico delator de un seguro que se quita en una semiautomática llena el silencio—. Esta niña va a recibir una bala justo…

—¡N… nhhh!—Philip pone las fuerzas que le quedan en su voz y emite otra débil serie de expresiones—. N… ¡no!—Inspira de nuevo, agonizante. Debe proteger a su hija Penny, sin importar que ya esté muerta, desde hace más de un año. Ella es todo lo que le queda en el mundo. Ella lo es todo—. No te atrevas a tocarla… ¡No lo hagas!

Ambos hombres lanzan una mirada hacia el hombre en el piso, y Philip, por un instante, atisba sus rostros, que lo miran con la boca abierta. Bruce, el hombre más alto, es un afroamericano con la cabeza rapada, que ahora frunce el ceño con horror y repulsión. El otro hombre, Gabe, es blanco y de constitución fuerte y musculosa, con un corte de pelo al estilo marine y un suéter de cuello alto negro. Por la expresión de sus ojos, queda claro que Philip Blake debería estar muerto.

Acostado sobre la tabla de contrachapado bañada en sangre de 1.20 por 2.40 metros, Philip no tiene ni idea de su mal aspecto (sobre todo la cara, que nota como si se la hubieran acribillado con un picahielos) y, por un instante fugaz, la expresión en las caras de estos hombre simples y toscos, que lo miran con la boca abierta, hace sonar una alarma en su cerebro. La mujer que casi acaba con él (si la me-moria no le falla, se llama Michonne) hizo bien su trabajo. Por sus pecados, le había dejado lo más cerca que se puede estar de las puertas de la muerte sin atravesarlas.

Los sicilianos dicen que la venganza es un plato que se sirve frío, pero esta chica la sirvió en un plato que hervía de agonía. Tener el brazo derecho amputado y cauterizado justo por encima del codo es ahora el menor de los problemas de Philip. El ojo izquierdo le cuelga a un lado de la cara, pegado a la carne por hilillos de tejido sanguino-lento que empiezan a secarse. Y peor que eso, mucho peor para Philip Blake, es la sensación fría y pegajosa que se extiende a través de sus vísceras, desde el lugar donde un leve movimiento de la sofisticada espada de la mujer le cortó el pene. El recuerdo de ese leve gesto (el aguijón de una avispa de metal) le devuelve al crepúsculo de la semiinconsciencia. Apenas puede escuchar las voces.

—¡Maldición! —Bruce mira con ojos desorbitados al hombre que una vez fue delgado y tuvo una buena forma física y un bigote curvado hacia abajo—. ¡Está vivo! Gabe lo observa.

—¡Mierda, Bruce, el doctor y Alice se han largado! ¿Qué demonios vamos a hacer?

En ese momento, otro hombre entra al departamento, entre respiraciones fuertes y sonoras y el ruido metálico de una escopeta de aire comprimido. Philip no puede ver quién es ni escuchar bien lo que dicen. Flota entre la consciencia y el olvido mientras los hombres que se encuentran a su alrededor siguen con su conversación, brusca y llena de pánico.

—Encierren a este pedazo de mierda en el otro cuarto. Yo bajo corriendo a buscar a Bob —dice Bruce.

—¡¿A Bob?! —pregunta Gabe en seguida—. ¿El borracho cabrón que siempre está sentado abajo junto a la puerta?

Las voces empiezan a desvanecerse y la mortaja oscura y fría cae sobre Philip.

—¿Qué demonios puede hacer él?

—Tal vez no mucho…

—¿Entonces, por qué?

—Él puede hacer más que cualquiera de nosotros…

Al contrario de la opinión pública y de la mitología de las películas, el médico de combate promedio no es ni remotamente tan hábil como un cirujano traumatólogo con experiencia y estudios o, para el caso, como un médico al uso. La mayoría de los médicos de combate reciben menos de tres meses de capacitación durante el campamento y hasta el más prodigioso de estos individuos rara vez supera la capacidad de un técnico de emergencias sanitarias. Saben llevar a cabo primeros auxilios, un poco de reanimación cardiopulmonar y los cuidados elementales de un traumatismo, y eso es todo. Se les lanza al ruedo con las unidades de combate y se espera que simplemente mantengan con vida o con el aparato circulatorio intacto a los soldados heridos, hasta que puedan transportar a la víctima a una unidad quirúrgica móvil. Son remolcadores humanos (endurecidos por las condiciones de la pri-mera línea de combate, curtidos por ser testigos de un flujo constante de sufrimiento) cuya misión es poner curitas y entablillar las heridas de guerra.

El soldado de sanidad de primer grado Bob Stookey trabajó en una sola ocasión con la compañía Alfa 68, en Afganistán, trece años antes, a la tierna edad de treinta y seis años, y no permaneció desplegado mucho tiempo tras la invasión inicial. Fue uno de los hombres de mayor edad alistados en aquel entonces —las razones por las que decidió alistarse tenían mucho que ver con un divorcio que se estaba complicando en aquella época— y se convirtió en una especie de cascarrabias para los más jóvenes que lo rodeaban. Em-pezó como conductor de ambulancia respetado en el campamento Dwyer y ascendió a médico de campo de batalla a la siguiente primavera. Tenía facilidad para mantener a los muchachos entretenidos con bromas fuera de tono y tragos contra las normas del frasco de Jim Beam que siempre llevaba encima. También tenía un buen corazón (los soldados de infantería le adoraban por eso) y sentía que se moría un poco cada vez que perdía a un marine. Cuando le mandaron de vuelta al mundo, una semana después de que cum-plió treinta y siete años, había muerto ciento once veces y, para curar el trauma, bebía medio litro de whisky al día.

Todo el tormento de aquel pasado había quedado sofocado por el horror y el clamor de la plaga y por la terrible pérdida de su amor secreto, Megan Lafferty. El dolor ha crecido tanto en su interior que ahora (esta noche, en este instante) es completamente ajeno al hecho de que está a punto de ser arrastrado al campo de batalla de nuevo.

—¡Bob!

Desplomado junto a la pared de enfrente de la casa del Goberna-dor, medio inconsciente, con saliva seca y cenizas por todo el pecho de su chaqueta de color verde oliva, Bob despierta al oír la estrepitosa voz de Bruce Cooper. La oscuridad de la noche desaparece lentamente con el amanecer, y Bob ya ha empezado a temblar por el viento frío y la terrible noche de sueños enfebrecidos.

—¡Levántate! —le ordena el hombre grande mientras sale precipitadamente del edificio y llega al nido de periódicos empapados, sábanas raídas y botellas vacías de. Bob—. Necesitamos tu ayuda. ¡Vamos, arriba! ¡Ahora!

—¿Qu… qué? —Bob se acaricia la barbilla cana y eructa ácidos estomacales—. ¿Por qué?

—¡Es el Gobernador! —Bruce se agacha y agarra a Bob del brazo flácido—. ¡Tú fuiste médico militar, ¿verdad?!

—Marine… auxiliar de enfermería —tartamudea, sintiendo como si lo estuviera levantando una grúa. La cabeza le da vueltas—. Durante unos quince minutos… hace como un millón de años. No puedo hacer una mierda.

Bruce lo pone de pie como a un maniquí, agarrándole de los hombros con fuerza.

—¡Bueno, pues vas a hacer el pinche intento! —lo sacude—. El Gobernador siempre te ha cuidado, se aseguraba de que tuvieras co-mida, de que no murieras por culpa de la bebida, y ahora vas a devol-verle el favor.

Bob se traga de nuevo una náusea, se limpia la cara y asiente con intranquilidad.

—Está bien, llévame con él.

Mientras recorre el vestíbulo, sube las escaleras y baja al salón poste-rior, Bob piensa que tal vez no sea nada grave, que el Gobernador se habrá resfriado o algo así, que se habrá golpeado el dedo gordo y está exagerando, como siempre. Mientras avanzan deprisa a hacia la última puerta a la izquierda, Bruce casi le saca el brazo de su lugar y, por un instante, Bob Stookey capta un tufo de algo entre cobre y musgo que sale de la puerta entreabierta, y el olor hace sonar todas las alar- mas en su cabeza. Justo antes de que Bruce le haga entrar al departamento de un empujón, en el horrible instante antes de cruzar el umbral y ver lo que le espera dentro, a Bob le llegan imágenes de la guerra.

El súbito recuerdo que golpea su mente en ese momento le hace encogerse: el olor de ese guiso rico en proteínas que colgaba sobre la descuidada unidad quirúrgica en la provincia de Parwan; la pila de vendas llenas de pus apartadas para incinerar; el drenaje infestado de bilis; las camillas con ruedas bañadas en sangre que se cocinaban bajo el sol afgano. Todo eso pasa por el cerebro de Bob en medio segundo, antes de ver el cuerpo tendido en el piso. El olor le eriza los pelos de la nuca y le hace detenerse en el umbral, mientras Bruce le empuja hacia adentro, hasta que, al fin, puede ver bien al Gobernador, o lo que queda del hombre, en la plataforma de triplay profanada.

—He encerrado a la niña y le he desatado el brazo —dice Gabe, pero Bob apenas puede escucharlo ni ver al otro tipo que está agachado al otro lado de la habitación (un pistolero llamado Jameson, que tiene las manos unidas de una forma extraña y los ojos hirviendo de pánico) y el vértigo amenaza con derrumbarlo. Se queda con la boca abierta. La voz de Gabe vibra como si surgiera del agua.

—Está inconsciente pero aún respira.

—¡Maldita sea! —Bob apenas logra emitir sonido alguno, tiene la voz quebrada y está pálido. Cae de rodillas. Contempla una y otra vez los restos contorsionados, carbonizados y bañados en san-gre de un hombre que una vez recorrió las calles del pequeño reino de Woodbury como un caballero del rey Arturo. Entonces, el cuer-po destrozado de Philip Blake empieza a sufrir una metamorfosis

en la mente de Bob Stookey y se convierte en ese pobre joven de Alabama al que una bomba casera cortó el cuerpo por la mitad a las afueras de Kandahar: el sargento mayor Bobby McCullam, quien se le aparecía con frecuencia en sueños. Sobrepuesta a la cara del Gobernador, en una grotesca doble imagen, ve la máscara de muerte del rostro del marine bajo el casco (ojos escaldados y una mueca sangrienta), con la terrible mirada fija en él, el conductor de ambulancias. «Mátame», había susurrado el muchacho a Bob, quien no podía hacer nada por el joven, más que depositarlo en la plataforma de carga atiborrada con marines muertos. «Mátame», y Bob se quedó indefenso y en un silencio afectado, y el joven marine murió con los ojos fijos en él. Todo esto pasa por la mente de Bob en un instante. El contenido estomacal sube por su esófago y le llena la boca de ácidos gástricos que le queman la garganta y le suben por las fosas nasales como lava.

Bob se da la vuelta y vomita sobre la alfombra sucia de la sala.

Todo el contenido de su estómago —una dieta líquida de veinticuatro horas de whisky barato y ocasionales sorbos de combustible líquido de las latas de Sterno— sale en espumarajos y se esparce por la alfombra. A cuatro patas, Bob vomita y vomita, con la espalda arqueada y el cuerpo convulsionando. Intenta hablar entre ja-deos acuosos.

—Yo… no puedo… no puedo ni siquiera mirarlo. —Jala aire. Lo recorre un estremecimiento espástico—. No puedo… ¡no puedo hacer nada po… por él!

Bob siente una mano tan fuerte como una prensa de tornillo en la nuca y en parte de su chamarra de combate. La mano lo sacude y lo pone de pie tan violentamente que casi se le salen las botas.

—¡El doctor y Alice se han ido! —le ladra Bruce, con la cara tan cerca de la suya que le salpica un fino rocío de saliva mientras le aprieta el puño sobre su nuca—. Si no haces nada, ¡¡se va a morir, maldita sea!! —Bruce le sacude—. ¡¿Acaso quieres que se muera?! Encorvado y apresado por la mano de Bruce, Bob gime:

—Yo… yo… yo no… no.

–¡¡Entonces haz algo, chingada!!

Con una inclinación de cabeza, ofuscada, Bob se gira de nuevo hacia el cuerpo roto en el piso. Siente que la presión en el cuello se afloja. Se agacha y observa al Gobernador.

Ve toda la sangre que resbala por el torso desnudo, formando manchas pegajosas como si fuera un mapa. Se está secando y oscureciendo, bajo la tenue luz de la sala. Examina el muñón quemado del brazo derecho y luego explora la cuenca ocular llena de sangre. El globo, tan brillante y gelatinoso como un huevo cocido a medias, cuelga a un lado de la cara del hombre, sostenido por fibras de tejido. Observa el pantano de sangre arterial reunida alrededor de las partes íntimas del hombre. Y, finalmente, analiza la respiración superficial y laboriosa: el pecho del hombre apenas se mueve.

Algo cambia en el interior de Bob Stookey, y recupera la sobriedad con la rapidez e intensidad de las sales aromáticas. Tal vez es la vieja película de la guerra que regresa. No hay tiempo para la duda en el campo de batalla, ni espacio para la repulsión, el miedo o la parálisis: hay que moverse. Rápido. De manera imperfecta. Solo moverse. El triaje lo es todo. Primero, detener la hemorragia, mantener limpias las vías respiratorias y conservar el pulso y, luego, idear una manera de transportar a la víctima. Pero, sobre todo, a Bob le invade una ola de emoción.

Nunca tuvo hijos, pero la repentina empatía que siente por este hombre recuerda a la adrenalina que fluye en el interior de un padre en la escena de un accidente automovilístico, a la capacidad de elevar quinientos kilos de acero de Detroit para liberar a un niño atrapado entre los escombros. Este hombre se preocupaba por Bob. El Gobernador le trataba con amabilidad y hasta con ternura: siempre se preocupaba por él, se aseguraba de que tuviera comida y agua suficientes, además de cobijas y un lugar donde quedarse. Esta revelación da fuerzas a Bob, le sujeta, limpia su visión y concentra sus ideas. El corazón se le calma y se agacha para palpar con la punta de un dedo la yugular bañada en sangre del Gobernador mutilado. El pulso es tan débil que podría confundirse con una crisálida ale-teando dentro de un capullo carnoso.  

La voz de Bob surge en un tono bajo, firme y autoritario.

—Voy a necesitar vendas limpias, cinta y algo de peróxido.

Nadie nota cómo le cambia la cara. Se aparta los mechones de pelo grasoso, lleno de pomada, sobre la calva. Estrecha los ojos, rodeados de patas de gallo y arrugas profundas, y frunce el ceño con la intensidad de un apostador experimentado que se prepara para jugar su mano.

—Luego habrá que llevarlo a la enfermería. —Finalmente, alza la vista hacia los otros hombres y su voz adquiere una seriedad más profunda—. Haré lo que esté en mis manos.»

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Robert Kirkman | Jay Bonansinga

Robert Kirkman es el creador del cómic y del universo The Walkind Dead

14 lanzamientos que debes leer en septiembre

Cada mes, cientos de reediciones y nuevos libros llegan a las librerías de todo el país. Para ayudarte en la difícil labor de seleccionar los títulos que leerás, aquí te dejamos una lista de 15 libros que no puedes perderte en septiembre.

1. Caballo de Fuego: París, de Florencia Bonelli

Caballo de Fuego Paris Portada

SINOPSIS: Eliah Al-Saud es un hombre excéntrico y poderoso, emparentado con la familia reinante de Arabia Saudí. Vive en París y dirige una empresa de seguridad que, en realidad, oculta actividades de defensa y de espionaje ofrecidas al mejor postor. Matilde Martínez es una joven pediatra argentina que sueña con curar a los niños más desfavorecidos y trabajar para una ong en el África. El destino la pondrá en el camino de Eliah, y será en París donde la atracción que se inspiran los unirá. Sin embargo, los secretos que ambos guardan celosamente pondrán en riesgo no sólo su amor, sino sus vidas. En el marco del siempre latente conflicto palestino-israelí y con una amenaza atómica como telón de fondo, Matilde y Eliah vivirán una aventura que los llevará a recorrer el mundo y los enfrentará a los peligros que acechan a quienes se atreven a desafiar a los imperios dominantes.

2. La fiesta de la insignificancia, de Milan Kundera

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SINOPSIS: Proyectar una luz sobre los problemas más serios y a la vez no pronunciar una sola frase seria, estar fascinado por la realidad del mundo contemporáneo y a la vez evitar todo realismo, así es La fiesta de la insignificancia. Quien conozca los libros anteriores de Kundera sabe que no son en absoluto inesperadas en él las ganas de incorporar en una novela algo «no serio». En La inmortalidad, Goethe y Hemingway pasean juntos durante muchos capítulos, charlan y se lo pasan bien. Y en La lentitud, Vera, la esposa del autor, dice a su marido: «Tú me has dicho muchas veces que un día escribirías una novela en la que no habría ninguna palabra seria… Te lo advierto: ve con cuidado: tus enemigos acechan». Pero, en lugar de ir con cuidado, Kundera realiza por fin plenamente en esta novela su viejo sueño estético, que así puede verse como un sorprendente resumen de toda su obra. Menudo resumen. Menudo epílogo. Menuda risa inspirada en nuestra época, que es cómica porque ha perdido todo su sentido del humor. ¿Qué puede aún decirse? Nada. ¡Lean!

3. Cazadores de sombras: Ciudad del Fuego Celestial, de Casandra Clare

ciudad del fuego celestial

SINOPSIS: La oscuridad vuelve al mundo de los Cazadores de Sombras. Mientras su sociedad se está derrumbando a su alrededor, Clary, Jace, Simon y sus amigos deben unirse para luchar contra el mayor mal que los Nefilim han enfrentado: el propio hermano de Clary. Nada en el mundo puede derrotarlo—¿deberán viajar a otro mundo para encontrar una oportunidad? Vidas van a perderse, sacrificios de amor, y el mundo entero cambiará en el sexto y último libro de la saga Cazadores de Sombras.

4. Caballo de Fuego: Congo, de Florencia Bonelli

Caballo de Fuego Congo baja

SINOPSIS: La cirujana pediátrica Matilde Martínez viaja desde París con destino al Congo guiada por una ilusión: aliviar el sufrimiento de los niños castigados por la violencia y el hambre que imperan en ese país africano. Ha dejado atrás una historia de amor difícil, que no consigue olvidar. Por su parte, el soldado profesional Eliah Al-Saud llega al Congo movido por una ambición: hacerse de una mina de coltán, el mineral más codiciado por los fabricantes de teléfonos móviles, que le redituará grandes beneficios económicos. Pero sobre todo llega al Congo para recuperar a Matilde, a quien considera la razón de su vida. Los traumas y secretos que los distanciaron en París siguen latentes y, rodeados por un contexto cruel e injusto, la reconciliación parece imposible. En el marco de la Segunda Guerra del Congo, más conocida como Guerra del Coltán, y amenazados por grupos guerrilleros de mucho poder, Matilde y Eliah intentarán por todos los medios que triunfe el amor sobre la guerra.

5. La venganza viste de Prada, de Lauren Weisberger

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SINOPSIS: Andy sigue siendo la misma chica sencilla de siempre. Gracias a su capacidad de trabajo y su inteligencia ha logrado crear una nueva revista sobre novias y bodas que se ha convertido en la publicación de referencia. Su vida personal también es feliz, si no fuera por su suegra clasista y snob. Parece que el lado profundo, oscuro y diabólico de la vida ha quedado lejos. Entonces, ¿por qué en vísperas de su boda la  voz de Miranda Priestly, su antigua jefa, aún la persigue en sueños? Cuando la socia de Andrea le pida que considere seriamente la oferta de un grupo inversor para comprar su revista, Andy se dará cuenta de que Miranda, la legendaria editora de la revista femenina más glamurosa de Nueva York, volverá a aparecer en su vida. Una secuela divertida, trepidante y adictiva de la novela que encandiló a miles de lectoras tanto en nuestro país como en todo el mundo, y que arrasó en las taquillas con su adaptación cinematográfica.

6. El dador de recuerdos, de Lois Lowry

el dador de recuerdos portada

SINOPSIS: El dador de recuerdos es un libro publicado originalmente en 1993 por Lois Lowry, que cuenta la historia de Jonas, un chico que vive en un futuro distópico en el que, gracias a diferentes sustancias químicas, se han eliminado los sentimientos y las emociones de la sociedad. De hecho, en ese futuro hipotético la gente no tiene permitido, siquiera, elegir su profesión. Así que a Jonas le ha tocado, por designios superiores, convertirse en el próximo Receptor de la memoria, es decir, en la persona encargada de almacenar los recuerdos de la sociedad para que estos puedan ser utilizados en el futuro, en caso de ser necesario. Para ello Jonas deberá relevar al Dador de recuerdos (es decir, el anterior Receptor de la memoria), quien le legará todos los recuerdos antiguos y provocará en el joven un tremendo shock al revelarle la forma en que la sociedad alcanzó su estado actual.

7. Lobos, de Donato Carrisi

Lobos Donato Carrisi Portada

SINOPSIS: El criminólogo Goran Gavila y el equipo de homicidios se enfrentan a un caso perturbador: se han hallado enterrados los brazos derechos de niñas desaparecidas. Sin embargo, las desaparecidas eran cinco y se han encontrado seis brazos. El equipo no tarda en descubrir los cadáveres de las cinco niñas identificadas, pero cree que la sexta sigue con vida. Mila Vasquez, investigadora especializada en personas desaparecidas, entra en escena y junto con Goran, van a la caza del culpable. Sin embargo, el asesino al que se enfrentan no se parece a nada de lo que han visto antes y, cada vez que creen estar acercándose al culpable, en realidad no hacen sino seguir con el plan concebido por una mente despiadada y brillante.

8. El Patrón del opio, de Nancy Farmer

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SINOPSIS: Matt había sido un insignificante clon de El Patrón. Pero ahora, a sus catorce años, se encuentra repentinamente gobernando su propio país. La Tierra del Opio es el territorio más grande de la Confederación de la Droga, la cual se extiende en los mapas como un intestino que va desde las ruinas de San Diego hasta las de Matamoros. Pero mientras Opio prospera, el resto del mundo ha sido devastado por un desastre ecológico. Y escondida en Opio se encuentra la cura.

9. The Walking Dead: La caída del gobernador, de Robert Kirkman y Jay Bonansinga

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SINOPSIS: La caída del Gobernador es la tercera novela de la serie ambientada en el icónico universo de The Walking Dead escrita por Robert Kirkman, creador del cómic y productor ejecutivo de su adaptación televisiva, y Jay Bonansinga, autor de reconocido prestigio. En esta nueva novela, conocemos los humildes orígenes del autoproclamado líder de Woodbury y su viaje al oscuro corazón del apocalipsis zombi. En Woodbury, la inocente Lilly se ve atrapada por la violenta dictadura que reina tras las barricadas de la ciudad aparentemente segura. Con La caída del Gobernador continúa la compleja historia de Philip Blake en un tour de force de acción y horror. Los personajes más conocidos de la serie, como Rick, Michonne y Glenn, hacen al fin su entrada en este escenario de pesadilla, y los seguidores de The Walking Dead podrán verlos bajo una nueva luz.

10. Tú, simplemente tú, de Federico Moccia

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SINOPSIS: Ese instante de felicidad continúa… ¿Encontrará Nicco a María? ¡Por fin, una novela de Moccia ambientada en España! María desaparece al final de Ese instante de felicidad, dejando a Nicco con el corazón roto. Se ha dejado la piedra en forma de corazón que él le regaló… Triste, solo y abatido, Nicco decide que no es momento de perder la esperanza y que tiene que ir en busca de sus sueños, así que convence a Gio para que le acompañe a España, en busca de María. Juntos, recorrerán el país en busca de aquella que le ha cambiado para siempre. ¿Podrá Nicco encontrar a la chica de sus sueños? ¿En qué ciudad estará? No te pierdas el desenlace de la historia de Nicco y María y descubre qué ciudad española sellará el amor de nuestros protagonistas.

11. Melocotón Loco, de Megan Maxwell

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SINOPSIS: Ana y Nekane regentan un estudio de fotografía en el casco antiguo de Madrid. Un día se declara un incendio en su edificio y, aunque están acostumbradas a trabajar con modelos de lo más glamurosos, no pueden dejar de sorprenderse ante aquellos valerosos «machomanes» vestidos de azul que no se preocupan porque su pelo se encrespe ni sus manos se ensucien. Cuando el objetivo de la cámara de Ana se centra en Rodrigo, su corazón le indica que ya nada volverá a ser igual. Él se da cuenta de la forma embobada en que lo está mirando y, a pesar de que no le gusta, inician una extraña amistad. Todo se complica cuando Ana descubre que está embarazada y Nekane la anima a que cumpla su fantasía sexual con el bombero antes de que la barriga, las estrías y los vómitos matinales se manifiesten y lo espanten. Pero una mentira de Ana a sus padres ocasionará un sinfín de enredos y situaciones alucinantes que a Rodrigo lo dejarán sin habla.

12. Rojo Carmesí, de Carla Baseti

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SINOPSIS: Santiago dirige un taller de creación literaria. Es poderosamente atractivo y seductor. Ejerce una misteriosa fascinación entre el grupo de mujeres que acuden a sus clases y que lo consideran el amante ideal. Sería el hombre perfecto pero tiene un lado oscuro… una adictiva perversión que lo hace perder el control. Gladys no se detiene ante nada con tal de lograr sus objetivos. Es ambiciosa y está libre de cualquier prejuicio. Siente un inusual encanto por el poder y la dominación. Está lejos de imaginar que enamorarse sería su peor error. Santiago y Gladys no se conocen pero sus destinos están a punto de cruzarse. Cada uno tendrá que afrontar las consecuencias de sus gustos excéntricos. Ambos aprenderán una lección que jamás olvidarán: hay ciertas reglas que nunca deben romperse.

13. El libro troll, de El Rubius

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SINOPSIS: Tu vida es un libro a medio construir, una aventura espontánea, un juego a veces provocador, pero siempre extraordinario. El Rubius, un auténtico fenómeno de YouTube, está dispuesto a acompañarte en una experiencia que recoge tus momentos más gloriosos. Se llama El Libro Troll y es su última locura: un cuaderno de actividades, un libro interactivo y un album de recuerdos.

14. La sangre al río, de Raúl Herrera Márquez

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SINOPSIS: Mucho se ha escrito sobre Francisco Villa y la Revolución mexicana, pero poca justicia se ha hecho a las familias que vivieron en carne propia las secuelas de esta época. La sangre al río rescata la memoria de la familia Herrera, mediante un enfoque que fusiona la microhistoria y una suerte de ficción real, en lo que el propio autor ha denominado novela verdadera. En esta obra se entremezclan ficción, entrevistas con los sobrevivientes, testimonios, descripción de fotografías, fragmentos en los que el autor nos relata su relación personal con estos hechos, ensayo histórico y documentos extraviados de diversos archivos. De esta manera, el lector sigue las pequeñas y grandes historias de unos personajes, antepasados del autor, que nos revelan sucesos inéditos de la Revolución: la confrontación entre Maclovio Herrera y Villa, y lo que esta pugna costó a una familia que terminó compuesta por viudas y huérfanos.

The Walking Dead: La caída del Gobernador (Primera parte)

Retorciéndose de dolor en el suelo, Bruce Allan Cooper jadea, parpadea e intenta recuperar el aliento. Puede oír los gruñidos primitivos, como balbuceos, del puñado de mordedores que vienen por él en busca de alimento. Una voz en su cabeza le grita: «¡Muévete, imbécil de mierda! ¡Cobarde! Pero ¡¿qué haces?!».

Bruce, un afroamericano enorme con la constitución de un alero de la NBA, con la cabeza en forma de misil, afeitada y una sombra de barba, rueda por el suelo accidentado, evitando por poco las garras grises y las fauces hambrientas de una mordedora adulta a la que le falta media cara.

Consigue protegerse mientras recorre un metro y medio o casi dos, hasta que siente una punzada de dolor en el costado que le incendia las costillas y se apodera de él, dejándolo paralizado en plena agonía. Cae de espaldas, aferrándose todavía a su hacha de incendios oxidada, cuya cabeza está cubierta de sangre, pelo humano, y la lbilis viscosa y negra que los supervivientes llaman «mierda de caminante».

Bruce se siente desorientado durante unos instantes, le zumban los oídos y se le ha empezado a cerrar un ojo por la hinchazón de la nariz rota. Su uniforme del ejército está hecho polvo y sus botas militares embarradas pertenecen a la milicia no oficial de Woodbury. Sobre él se extiende el cielo de Georgia, un toldo bajo de nubes de un color gris similar al del agua sucia, inclemente y desagradable para ser abril, que se burla del hombre cuando éste lo observa: «Mira, niño, ahí abajo no eres más que un bicho, un gusano en el cadáver de una tierra moribunda, un parásito que se alimenta de las sobras y las ruinas de una raza al borde de la extinción».

De repente, tres rostros desconocidos eclipsan la visión del cielo sobre su cabeza, como si fueran planetas oscuros que, poco a poco, bloquean el firmamento, y todos gruñen estúpidamente como si estuvieran borrachos, con los ojos lechosos abiertos para la eternidad. De la boca de uno de ellos, un hombre obeso vestido con una bata de hospital manchada, goteo una sustancia viscosa y negra que cae sobre la mejilla de Bruce.

– ¡HIJO DE PUTAAAAAAA!

Bruce sale de repente de su estupor con un arranque de fuerza inesperada y se abre paso a hachazos. El filo traza un arco hacia arriba y empala al mordedor gordo a través del tejido blando que tiene la mandíbula. La mitad inferior de la cara se le cae y una falange fibrosa de carne muerta y cartílago brillante asciende seis metros girando por los aires antes de estamparse contra el suelo con un ruido sordo.

Extracto de The Walking Dead: La caída del Gobernador (Primera Parte), de Robert Kirkman y Jay Bonansinga.

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The Walking Dead: La caída del Gobernador (Primera Parte), de Robert Kirkman y Jay Bonansinga está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Timunmas.

5 canciones para escuchar mientras lees ‘The Walking Dead: Woodbury’

The Walking Dead: Woodbury es un libro que complementa las historias que ya leímos y vimos en los populares cómics y en la serie de televisión The Walking Dead, pues profundiza en los personajes y en algunas partes de la trama que, por su formato o duración, no pudieron ser explotados por completo.

the walking dead woodbury

The Walking Dead: Woodbury cuenta la historia de Lilly, una mujer que confía en la protección que le dan los buenos samaritanos de Woodbury. Al principio, el lugar parece un santuario perfecto pues hay comida en abundancia y seguridad garantizada. Sin embargo, las cosas no son lo que parecen, pues Blake, el Gobernador, tiene ideas muy particulares sobre la ley y el orden. Como consecuencia, Lilly y un grupo de rebeldes retarán el mandato del Gobernador, provocando masacre y destrucción, convirtiendo a Woodbury en un infierno sobre la tierra.

Si estás a punto de leer este libro, te recomendamos estas 5 canciones que harán de tu lectura una experiencia inolvidable.

1. Living dead girl, de Rob Zombie

2.Precious Memories, de The Stanley Brothers

3. I’m a Man, de Black Strobe

4. Last Man Standing, de People In Planes.

5. Brennisteinn, de Sigur Rós (música del trailer de la Temporada 5)

¿Nos recomiendas alguna otra canción para leer este libro?

The Walking Dead: Woodbury, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Timunmas.