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Todo lo que querías saber sobre el estrés pero nunca habías preguntado

¿Por qué el estrés en lugar de salvarnos de una dificultad, de un peligro que nos amenaza, se convierte en un problema para la salud? ¿Por qué esta compleja interacción de nervios, músculos hormonas, órganos y sistemas que constituyen el estrés pueden desencadenar irritabilidad, insomnio, dolores de cabeza, taquicardia, diabetes, demencia, cáncer o un infarto de miocardio?

El estrés es un mecanismo de supervivencia que forma parte de la vida diaria de las personas, los animales, las bacterias e incluso de las plantas. Es un mecanismo fisiológico que, cuando se pone en marcha a su debido tiempo y con la intensidad precisa, no solo no causa daño, sino que casi siempre permite al organismo superar situaciones críticas, mantener su capacidad de reproducción o salvar su vida. Veamos algunos ejemplos.

Cuando una planta sufre una sequía, responde con lo que los agrónomos denominan «estrés hídrico»: pierde hojas y frutos para ahorrar agua y sólo mantiene las funciones mínimas para sobrevivir hasta que vuelven las lluvias. Otra situación parecida puede darse en un rebaño de ovejas que apenas tenga hierba que comer. En este caso, la hambruna pone en marcha una respuesta de estrés que inhibe la reproducción en las hembras hasta que se produzcan mejores condiciones para ello. Por ejemplo, la ausencia de vegetales y la falta de animales ocasiona que una tribu de cromañones apenas tengan comida con la que saciar su hambre. La falta de nutrientes desencadena en ellos una respuesta de estrés que tiene por misión permitir su supervivencia hasta que logren encontrar alimento.

El problema surge cuando esa respuesta de estrés es excesiva, desproporcionada o se reitera de manera constante a lo largo de días, meses o años. La sequía se prolonga tanto, que la planta se seca; el rebaño de ovejas no se reproduce y los adultos desaparecen; los individuos más débiles de la tribu de cromañones van muriendo por la falta de nutrientes indispensables para mantener la vida.

Pero el estrés crónico es un suceso raro en la naturaleza. Para la mayoría de los seres vivos (incluidos nuestros ancestros paleolíticos) y en las más variadas circunstancias, la respuesta de estrés frente a un determinado acontecimiento que pone en riesgo su vida o su reproducción es siempre una crisis transitoria: o se acaba la crisis (vuelven las lluvias) o se acaba el ser vivo que la padece (se secan las plantas, desaparecen los herbívoros, mueren los cromañones). Hay algunas excepciones, como veremos más adelante.

La situación en el ser humano moderno, sobre todo en el que habita en países desarrollados y opulentos, es diferente a la de nuestros ancestros o a la de seres humanos que aún viven hoy en condiciones paleolíticas. Nosotros podemos estar sometidos a diferentes amenazas que nuestro cerebro interpreta como un riesgo para nuestra vida y nuestra reproducción, y que persisten durante semanas o años. En estas condiciones, los mediadores hormonales y nerviosos que se liberan para organizar y controlar la reacción de estrés, así como los cambios metabólicos, inmunológicos y cardiovasculares que se desencadenan como parte de la reacción de estrés, en lugar de cumplir su función beneficiosa (resolver el conflicto), cronifican sus efectos, se tornan agresores del propio organismo y desarrollan todas las enfermedades relacionadas con el estrés.

Por eso es fundamental que tengamos una idea precisa de qué es realmente el estrés; esta es la única vía para prevenirlo y tratar con eficacia sus consecuencias negativas.

Si quieres saber todo sobre el estrés y cómo evitarlo, entonces lee El mono estresado, de José Enrique Campillo Álvarez.

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El mono estresado, de José Enrique Campillo Álvarez, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Crítica.

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Todo lo que usted necesita saber sobre el estrés, su prevención y su tratamiento, como nadie supo contarle.

Así funciona el «star system» hollywoodense: el legendario caso de Theda Bara

Una de las características más notables del cine es su inmediatez. No tenemos que hacer demasiado esfuerzo por creer que aquello que vemos moverse en la pantalla se está moviendo de verdad, y que el ambiente, todo aquello que rodea lo que está en movimiento, efectivamente existe. Tendemos a ver una película como quien mira a través de una ventana. La famosa «magia del cine» debe consistir, básicamente, en esa capacidad que tiene para suspender nuestra incredulidad y convocar nuestra fe: creemos efectivamente en lo que vemos.

Uno de los primeros vehículos de esa fe lo constituyeron las estrellas. El término tiene orígenes controvertidos, aunque es evidente que refiere a algo que brilla por sí solo. Cuando los estudios se establecieron en Hollywood, quedó claro que esa identificación con los real tenía como vehículo al actor, y que cuanto más atractiva fuera la figura, mayor sería su capacidad de convocar al público. Era muy obvio que el trabajo de una actriz como Lillian Gish en los films de Griffith, de Chaplin en las comedias de Sennett o en las propias, y de un acróbata como Douglas Fairbanks en films de aventuras habían creado alrededor de las personas-personajes un aura. No se iba a ver The Thief of Bagdad (El ladrón de Bagdad, Raoul Walsh, 1924), sino la última aventura de Fairbanks. No se veía The Gold Rush (La quimera del oro, Charles Chaplin, 1925) sino lo que Chaplin tenía para ofrecer. El inglés es, quizás, quien mejor comprendió la potencia del personaje como vehículo y lazo con el espectador.

Por cierto, no hay que olvidar que los dueños de los estudios eran empresarios que sabían de cine, y que en las dos primeras décadas del siglo XX la publicidad sentó sus raíces definitivas. El star system, denominación al mismo tiempo estética e industrial, nace de esa necesidad de combinar lo real con la fantasía. De paso, solicitamos al lector que mantenga esta idea de la fusión entre la real y lo inventado durante el resto del libro, pues vamos a volver a eso. De regreso a las estrellas, cuenta la leyenda que la primera fue Theda Bara y que su aparición en el cine fue producto de una serie de operaciones publicitarias notables. Theodosia Goodman era una chica nacida en 1885, de padres de clase media, un poco atraída por la actuación. En una versión de la leyenda, la chica no tenía formación actoral, y en otra, logró trabajar de extra en algunos films. Sea como fuere, en 1915 el director Frank Powell vio que tenía el rostro justo para interpretar a la protagonista del film A Fool There Was (Esclavo de una pasión), producida por William Fox, a quien le pareció momento de cambiar el nombre de la chica e incluso inventarle una historia, una «película» en la vida real. Acortó su nombre, explicó que su padre era árabe (de allí el «Bara», «arab» al revés, aunque otra versión del mito dice que Theda Bara era anagrama de «muerte árabe»), le rebajó cinco años de edad y la rodeó de un halo de misterio: era la primera vampiresa, la mujer come-hombres, etcétera. Y esto porque el film trataba de un intachable corredor de bolsa corrompido por las malas y lujuriosas artes de la fémina. Todo fue un éxito: tanto la película como la «instalación de marca» de Theda Bara, que filmó ese mismo año otras seis.

Si quieres saber más sobre los secretos del mundo del cine, entonces no puedes perderte Todo lo que necesitas saber sobre cine, de Leonardo D’Espósito.

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Todo lo que necesitas saber sobre cine, de Leonardo D’Espósito, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Paidós.

Grandes descubrimientos que surgieron en momentos de ocio: Isaac Newton y la gravedad

Todos conocen la historia de la manzana de Newton. La teoría de la gravedad es, en la actualidad, el principio científico más básico.  Sin embargo, en la época de Newton la noción de gravedad en cuanto fuerza fundamental del universo resultaba extraña. De hecho, para la mayoría de las personas de aquel entonces, las fuerzas invisibles que actuaban sobre las cosas a distancia eran o demoníacas o divinas.

Para el mismo Newton resultó difícil aceptar la realidad de la acción a distancia. En rigor, desalentó a otros que procuraban indagar en la causa verdadera de la gravedad y los instó, en cambio, a que sólo se concentraran en el hecho de que sus propios cálculos y experimentos funcionaban correctamente, sin intentar saber por qué.

Visto a través de la lente de nuestra cultura contemporánea de la administración del tiempo, sentarse en el jardín y entregarse a una «actitud contemplativa» es una total pérdida de tiempo. Semejante (falta de) actividad le indicaría a cualquier empleado de Recursos Humanos que Newton podría no ser un empleado en el que confiar. ¿Habrá escrito Newton: «5 pm: sentarse en el jardín, contemplar objetos que caen» en su lista de tareas pendientes? ¿Puede creer alguna persona razonable que Newton haya tenido una lista de tareas pendientes?

Newton era, de hecho, famoso por su ética obsesiva del trabajo. Podía sentarse en el jardín sin hacer nada porque jamás se le hubiera ocurrido que sentarse en el jardín y entregarse a la contemplación fuera una pérdida de tiempo.

Hoy en día, encontramos muchas revistas de gran circulación que nos hablan de la necesidad de programar el «tiempo de inactividad», porque las exigencias de los horarios controlados por las corporaciones con inhumanas. Por supuesto, nadie menciona de manera explícita la raíz del problema. Nos aconsejan «programar» el tiempo libre, siempre que no entre en conflicto con nuestras obligaciones. El tiempo de inactividad se promueve, en realidad, como una manera de optimizar la productividad.

En el sentido más literal, Newton era su propio jefe. Trabajaba cuando quería y se sentaba en el jardín cuando le placía. Seguramente, el lector dirá que, en la economía moderna, tal actitud resultaría inviable y poco realista. Y yo responderé que, entonces, merecemos la falta de dinamismo intelectual a la que nuestra economía nos obliga.

Antes de Newton, las ciencias naturales se encontraban en una fase de transformación. El período que va de finales del siglo XV al siglo XVIII es el que muchos consideran como la etapa crucial de la revolución científica en la historia humana. En esa época, Copérnico, Kepler, Galileo, Brahe y Newton realizaron aportes fundamentales para el avance de las ciencias. En el siglo XVII, en especial, tuvo lugar una explosión intelectual que significó un incremento repentino y cuantioso de nuestra comprensión del universo. El conocimiento del mundo natural empezó a expandirse a un ritmo caracterizado por una aceleración continua, que aún no se ha detenido. La comprensión humana de la naturaleza pasó de la creencia supersticiosa a la ciencia verdadera.

En el transcurso de esa revolución, nació una comunidad científica que empezó a publicar revistas especializadas y a mantener reuniones muy similares a los congresos actuales. En los siglos que transcurrieron desde la época de Newton, las ciencias naturales realizaron avances increíbles. En general, pensamos en Newton frente a la manzana que cae como una especie de momento afortunado en la historia de la ciencia. Cualquiera que sea el origen real de la historia, después de ver caer la manzana y elaborar su teoría, Newton escribió uno de los trabajos científicos más importantes de la historia, Philosophiæ naturalis principia mathematica, donde presenta la teoría formal de la gravedad.

Newton no se encerró en su escritorio, arrancándose los pelos, tratando de descubrir por qué los objetos se mueven hacia la Tierra y los planetas giran alrededor del Sol, desesperado por la proximidad de un plazo inminente. Tampoco había un experto en productividad espiándolo y observándolo para asegurarse de que estuviera trabajando con eficiencia. Bien podemos imaginar que mientras descansaba relajado en una tarde templada en su jardín, rodeado del sonido reconfortante del trino de los pájaros y el susurro de las hojas acunadas por la brisa, habrá cerrado los ojos o se habrá quedado con la mirada perdida, sin fijarla en nada en especial.

Si quieres conocer más historias como la de Newton, en las que se reivindica el valor del ocio como un elemento indispensable para la creatividad, entonces lee El arte y la ciencia de no hacer nada, de Andrew J. Smart.

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El arte y la ciencia de no hacer nada, de Andrew J. Smart, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Paidós.

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Andrew Smart

Aprende a optimizar tu tiempo con los descubrimiento más actuales de la neurociencia

4 principios que siguen las personas que quieren cambiar el mundo

Dice Chris Guillebeau, autor de El arte de no conformarse (Paidós), que la mayoría de las personas que han logrado un cambio fundamental en el mundo lo han hecho mediante el uso de estos 4 principios.

Chécalos y aplícalos cuanto antes, si tu objetivo es cambiar el mundo y vivir la vida que quieres.

1. Debes ser receptivo a ideas novedosas.

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No me interesa si eres liberal o conservador, creyente o agnóstico, rico o pobre, o de cualquier otra de esas categorías en que suelen agruparnos quienes gustan de discutir. De hecho, creo que muchas de estas descripciones excluyentes son dicotomías artificiales, diseñadas para enfrentar entre sí a las personas sin una buena razón. En el mejor de los casos, son irrelevantes para nuestra discusión y, en general, vamos a ignorarlas.

No obstante, debes ser receptivo a las ideas novedosas. Esto no significa que debas aceptar ciegamente las ideas nuevas sino que las consideres cuidadosamente antes de desecharlas. Asimismo, deberás poner en duda algunas ideas viejas que tal vez tengas todavía. Trátese de este libro o de cualquier otra fuente, casi nada será 100 por ciento pertinente para tu situación. Tu objetivo será concentrarte en lo que sí es pertinente y poner en práctica esas ideas en tu vida.

2. Debes sentirte insatisfecho con el status quo

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Debes sentir el deseo de ir más allá de lo que ves alrededor. Si estás satisfecho con el estado actual de las cosas, te deseo lo mejor pero este libro no te ayudará. A lo largo de las siguientes páginas voy a librar un ataque brutal contra el status quo. El status quo cuenta con sus defensores y con una mayoría pasiva que acepta las cosas como son; el público de este libro consta de las personas que se sienten insatisfechas y están listas para un cambio. Para darte una idea de lo que representa el status quo, échale un vistazo a la lista de las «11 reglas para vivir una vida ordinaria y mediocre». Esta lista y sus variantes representan una vida estable y cómoda. No es exhaustiva, y es posible que puedas agregar algunas entradas a partir de experiencias propias o de personas conocidas.

Así como pocos te criticarán por lanzarte de un puente si todos los demás están haciéndolo, una vida como esta te aísla de los desafíos y los riesgos. También es una vida de muda desesperación que te deja con una pregunta persistente: ¿Esto es todo lo que la vida tiene para ofrecer? ¿Me perdí de algo? Si quieres algo diferente a una vida de muda desesperación, continúa leyendo.

3. Debes estar dispuesto a responsabilizarte de ti mismo

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Debes hacerte responsable de lo que ocurra en tu futuro, bueno o malo. Nuestro pasado puede tener cierta responsabilidad en definir quiénes somos actualmente, pero no tiene por qué marcar nuestro futuro. Si tuviste una infancia terrible o alguien te hirió profundamente en el pasado, esta es tu oportunidad para desafiarlos. Si tu infancia fue feliz y no sabes de dolor ni de desventajas sociales, estás en mejor posición que todos los demás. A mayores privilegios, mayores responsabilidades: es momento de echarle ganas.

Cualquiera que sea tu posición en ese continuo, a partir de ahora, ganes o pierdas, debes estar dispuesto a responsabilizarte de ti mismo.

4. Debes estar dispuesto a trabajar duro

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Muchas personas creen que la clave para mejorar su vida es trabajar menos. Yo considero que es trabajar mejor. Creo que la mayoría es trabajar duro, pero en una actividad que nos dé energía e influya positivamente en los demás. Ese es un trabajo por el que vale la pena luchar, y el otro es uno que vale la pena abandonar, lo hayamos terminado o no. A menudo, los momentos más memorables de nuestra vida son los más difíciles, no los fáciles. Resulta satisfactorio superar los desafíos, pero el hecho mismo de enfrentarlos también es valioso.

Si quieres conocer más tips para alcanzar la vida que quieres y cambiar el mundo, entonces no te pierdas El arte de no conformarse, de Chris Guillebeau.

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El arte de no conformarse, de Chris Guillebeau, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Paidós.

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Chris Guillebeau

Sienta tus propias reglas. Vive la vida. Cambia el mundo

La terrible y mala suerte de Silvio Berlusconi

Hay gente con muy mala suerte en la vida. Uno de los casos más graves es el de Silvio Berlusconi, aunque sea uno de los hombres más ricos de Italia. Ha estado siempre, de una u otra manera, no se sabe cómo, rodeado de la Mafie y esto le ha creado molestos problemas, no solo de imagen. Debe quedar claro desde el principio: nunca le han condenado por nada de esto. Pero es una situación especialmente incómoda para un millonario y además primer ministro de Italia, país del G-8, en 1994, de 2001 a 2006 y de 2008 a 2011. Y que aún sigue activo. Ya se habrán ido fijando en las páginas anteriores que a medida que nos acercamos a la actualidad empieza a aparecer su nombre, y verán cómo ahora van a ir desfilando por sorpresa personajes muy gordos que ya hemos conocido.

Esto de Berlusconi y la Mafie es una cuestión muy ignorada. Quizá también es casualidad, pero a lo mejor hasta es deliberado. Es decir, algo silenciado. Prueben a buscar en una librería italiana alguno de los libros que hablan de esto. Mucho de lo que ha salido a la luz se sabe por libros de vida difícil y casi imposibles de encontrar, escritos en los noventa, cuando Berlusconi irrumpió en la política. El magnate persiguió a sus autores en los tribunales, perdiendo siempre, y luego desaparecieron de la circulación y no hubo reediciones. Raramente, por no decir nunca, estas historias se han abordado en televisión. Por supuesto no en sus cadenas ni en las públicas, y mucho menos cuando gobernaba él. Jamás la oposición ha dicho nada, por no alterar la presunción de inocencia, no alimentar su victimismo o cualquiera sabe por qué. Estas historias son en Italia algo como de eruditos y pesados. O más bien un tabú. Es uno de esos asuntos en los que es mejor no meterse. Pero vamos a meternos un poco, porque este señor sigue siendo muy importante y a menudo en el extranjero solo se le tiene por un simpático sinvergüenza, un cachondo mental. Además siempre ha controlado medios de comunicación en España, y lo sigue haciendo. También numerosos medios españoles están en poder o participados por empresas italianas, potencialmente influenciables en el pasado por alguien que era primer ministro y sigue siendo uno de los hombres más ricos y poderosos de Italia. Esto tampoco se dice mucho.

Si quieres saber más sobre la relación entre Silvio Berlusconi y la mafia, no dejes de leer Crónicas de la mafia, de Íñigo Domínguez.

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Crónicas de la mafia, de Íñigo Domínguez, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Crítica.

¿Quiénes son los ‘Ángeles de la muerte’ y por qué debemos temerles?

¿Qué hace que un hombre o una mujer que se ha comprometido por ética profesional a cuidar a personas vulnerables o enfermas se desvíe de modo dramático de esa exigencia moral y llegue a convertirse en el asesino de esas mismas personas? Ésta es la cuestión que se dilucida aquí, y la respuesta ciertamente no es sencilla.

Los psiquiatras han cuñado la etiqueta diagnóstica de «síndrome de Munchhausen por proximidad» para describir a los padres (típicamente la madre) que hieren o enferman a sus hijos a propósito porque tienen la necesidad inconsciente  de ser atendidos y considerados padres competentes y abnegados. El nombre procede de un barón alemán que contaba historias extraordinarias e inventadas a sus amistades. El nombre oficial actual es Trastorno facticio (fingido) por poderes.

Cuando los padres llevan al hospital a sus hijos, una y otra vez, están diciendo al mundo «qué dura es su vida y cuánto quieren a sus hijos que siempre están dispuestos a ayudarles». No buscan incentivos externos, sólo satisfacer la necesidad patológica de ser valorados ante los demás. El mejor modo de demostrar que son padres sacrificados sería poner a las personas a las que más aman (sus hijos) en situación de riesgo -más o menos grave- para que, gracias a su entereza, reciban los cuidados que al final les devolverán la salud. Claro que, en determinados casos, la lesión o herida puede ser muy grave o tener complicaciones inesperadas, con el resultado de que esa ayuda llegue tarde o sea inefectiva, o que sean tantas las ocasiones en las que el niño enferma o sufre lesiones que finalmente no consigue sobrevivir.

Esta patología, sin embargo, sólo explicaría una parte de los llamados casos de los «ángeles de la muerte» -expresión que agrupa al personal sanitario o de prestación de cuidados que atiende a enfermos o personas vulnerables-, los casos en los que una enfermera, por ejemplo, busca esa sensación de reconocimiento y competencia haciendo enfermar a los niños a los que cuida para luego desvivirse en salvarles la vida o en cuidarlos de modo obsesivo. Podemos decir que aquí la madre ha sido sustituida por la enfermera. Ésta no quiere matar al niño al que atiende tan solícitamente, sólo ponerlo en peligro, herirlo, para al fin devolverle la salud… y de nuevo volver a empezar.

En efecto, la mayoría de los ángeles de la muerte no pretenden simular que salvan a alguien o no buscan cuidar con esmero al sujeto al que repetidamente enferman, sino que directamente persiguen matarlo. No, desde luego, nada más tener relación con él o ella, pero sí pasado un tiempo más o menos largo (semanas o meses, generalmente) como consecuencia de una determinada relación que el profesional ha establecido con su paciente, y cuyas claves para tomar la decisión de matarlo o dejarlo con vida no son siempre comprensibles. Lo único cierto es que son «sus pacientes», y que éstos pueden vincularse con su psicología mórbida de múltiples formas: el asesino puede considerarlo molesto, ofensivo o demasiado débil como pare merecer seguir viviendo. En otras ocasiones, raras, hay motivos económicos, o bien ciertos deseos de venganza por algún agravio que el cuidador pensó que no debió de recibir de quien ahora es su víctima. Tampoco podemos descartar en algunos casos un sentimiento erótico profundo derivado del acto de matar.

Si quieres conocer casos específicos de estos «ángeles de la muerte», no dejes de leer Perfiles criminales: un acercamiento a los asesinos en serie más famosos de la historia, de Vicente Garrido Genovés.

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Perfiles criminales: un acercamiento a los asesinos en serie más famosos de la historia, de Vicente Garrido Genovés, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Ariel.

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Los libros de Garrido, aparte de ser rigurosos, fascinan por su lenguaje divulgativo y por incluir siempre ejemplos reales.

¿A qué se deben las constantes manifestaciones de estudiantes alrededor del mundo?

Otra vez me han vuelto a enviar preguntas unos periodistas italianos… Otra vez les ha llamado muchísimo la atención el último «suceso extraordinario» que ha copado los titulares, pero, en esta ocasión, a diferencia de la última, no les preocupa el desahucio y la expulsión de los romaníes sino las propuestas callejeras de los estudiantes. Me preguntaron: «En estos momentos, hay manifestaciones de estudiantes por toda Europa. A estos jóvenes se les llama la generación Cero: cero oportunidades, porvenir cero. ¿Cómo podría reconstruirse el futuro de estos jóvenes? ¿Qué modelo de sociedad puede volver a llevar la esperanza a las personas de veinte años?». Algunos de mis interlocutores estaban claramente preocupados por el grado de violencia que acompañaba a dichas protestas estudiantiles. «Algunos provocadores iniciaron los incidentes, pero los manifestantes no los aislaron. ¿Hay en estos jóvenes algún tipo de rabia profunda? ¿En qué se parece a la que ya conocíamos de ocasiones pasadas? ¿Qué motivos pueden desencadenarla?».

Yo traté de aventurar algunas respuestas lo mejor que pude… Concretamente, dije lo siguiente: Hay sin duda bastante revuelo, que expresa una mezcla explosiva de temor justificado por el futuro y de búsqueda desesperada de vías de escape a la ansiedad y las ganas de bronca resultantes. Las probabilidades de estas explosiones sucesivas aumentan todavía más si cabe porque la población estudiantil se concentra, día tras día, en campus masificados (en una época en la que las concentraciones comparables de obreros industriales son cada vez más infrecuentes): la intensidad de la indignación, el grado de inflamabilidad y la inclinación a la violencia son factores que tienden a incrementarse cuanto mayor es el tamaño y la densidad de la multitud concentrada… En cuanto se produce la condensación adecuada, hasta los individuos más moderados y pacíficos pueden amalgamarse y cuajar en una multitud enfurecida.

Pero vamos a cuidarnos de extraer conclusiones precipitadas y de caer en la tentación de las inferencias fáciles. Es demasiado pronto para sacar conclusión alguna. En lo que sí deberíamos esforzarnos, sin embargo, es en no olvidar la necesidad de meditar detenidamente, aprender y absorber la espectacular lección que la actual agitación estudiantil nos enseña. Por desgracia, ese olvido podría comenzar en breve, desde el momento mismo en que terminen las manifestaciones por las calles y su «valor noticioso» deje de inflar los niveles de audiencia televisivos. La tendencia a olvidar y la vertiginosa velocidad del olvido son, para desventura nuestra, marcas aparentemente indelebles de la cultura moderna líquida. Por culpa de esa adversidad, tendemos a ir dando tumbos, tropezando con una explosión de ira popular tras otra, reaccionando nerviosa y mecánicamente a cada una por separado, según se presentan, en vez de intentar afrontar en serio las cuestiones que revelan.

La tribulación actual de los estudiantes (futuros titulados a quienes, cuando ingresaron en las universidades hace un par de años, se les prometieron puestos de trabajo fantásticos en cuanto acudieran al mercado laboral armados con sus títulos y eso era lo que esperaban obtener) es otra versión de la lastimosa suerte que han corrido también millones de compradores de viviendas, igualmente frustrados porque se les prometió y se les hizo creer que los valores inmobiliarios crecerían a perpetuidad y que, por consiguiente, no tendrían problema alguno en pagar sin esfuerzo el préstamo y los intereses de sus hipotecas. En ambos casos, se presupuso una prosperidad basada en una presunta disponibilidad ilimitada (de oportunidades de empleo en el primer caso; de crédito, en el segundo) y se creyó que ésta duraría indefinidamente. Cada vez fueron más las personas que compraron viviendas con préstamos cuyo pago no se podían permitir. Y cada vez más personas iban a la universidad soñando con puestos de trabajo a los que, siendo realistas, no podían aspirar sin obtener un título universitario. Como se ha hecho ya más evidente, las garantías en torno a la solidez de la situación anunciadas a bombo y platillo por los bancos, los emisores de tarjetas de crédito y los filósofos neoliberales, así como por los practicantes políticos del neoliberalismo, que manaban profusamente del optimismo oficial (y, por tanto, ¡dotado de toda la autoridad!) impregnando el estado de ánimo general de la población, fueron engañosas y, en buena medida, deshonestas. Ni el volumen de empleos de ensueño en la City y en los puestos de avanzada de la tecnología de vanguardia, ni la inflación de los precios inmobiliarios, ni el caudal del crédito al consumo son (ni, de hecho, podían ser) infinitos. La burbuja se hinchaba más allá de lo que daba de sí y tenía que estallar, como no tardó en hacer. Los estudiantes son unas de las víctimas más frustradas y exasperadas de ese estallido. También son las más activas y resueltas: intentan defenderse contra el daño perpetrado y contra quienes lo perpetraron. Después de todo, la combatividad, el espíritu de acción colectiva y la determinación para hacer frente común, hombro con hombro, son mucho más fáciles entre personas acostumbradas a congregarse diario en aulas, como es el caso de los estudiantes, que entre las dispersas y, en último término, aisladas víctimas de las ejecuciones hipotecarias, o entre los millones de trabajadores administrativos y fabriles recién despedidos, que se han acostumbrado a llorar y lamerse las heridas en solitario, cada uno por su cuenta.

Si quieres saber más sobre el origen de los conflictos estudiantiles alrededor del mundo, y de paso entender un poco más a nuestra sociedad, entonces lee Esto no es un diario, de Zygmunt Bauman.

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Esto no es un diario, de Zygmunt Bauman, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Paidós.

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Bauman es uno de los pensadores sociales más clarividentes de nuestra época

¿Quién carajos es Michel Foucault?

Cuando apareció la Historia de la locura, algunos historiadores franceses, de los mejor predispuestos (entre ellos, el autor de estas líneas) no advirtieron de entrada la trascendencia del libro. Foucault solamente mostraba -creí yo- que el proyecto que nos hemos formado de la locura ha variado mucho a través de los siglos. No nos decía nada nuevo; en definitiva, ya lo sabíamos: las realidades humanas revelan una contingencia radical (es la ya conocida «arbitrariedad cultural») o cuando menos son diversas y variables. No hay ni constantes históricas, ni esencias, ni objetos naturales. Nuestros antepasados tenían ideas muy extrañas acerca de la locura, la sexualidad, el castigo o el poder. Pero era como si admitiésemos calladamente que esos tiempos del error habían quedado atrás, que nosotros lo hacíamos mejor que nuestros abuelos y que conocíamos la verdad alrededor de la cual ellos habían estado dando vueltas. «Este texto griego habla del amor según la concepción que se tenía de él en la época», decíamos; pero ¿valía nuestra idea del amor más que la suya? No nos atreveríamos a asegurarlo, si hoy se nos plantease esa pregunta ociosa e inactual; pero ¿pensamos en ellos seriamente, intelectualmente? Foucault se detuvo a pensar seriamente en la cuestión.

Yo no entendí que Foucault estaba participando sin decirlo en un gran debate del pensamiento moderno: ¿la verdad es o no adecuación a su objeto, se parece o no a lo que enuncio, tal y como el sentido común supone? A decir verdad, cuesta ver por dónde acertaríamos a saber si es parecida, puesto que no tenemos otra fuente de información que nos permita confirmarlo, pero pasemos. Para Foucault, al igual que para Nietzsche, William James, Austin, Wittgenstein, Ian Hacking y muchos otros, cada uno con sus puntos de vista, el conocimiento no puede ser el espejo fiel de la realidad; al igual que Richard Rorty, Foucault no cree en ese espejo, en esa idea «especular» del saber; según él, el objeto en su materialidad no puede separarse de los marcos formales a través de los cuales lo conocemos y que Foucault, con una palabra mal elegida, llama «discurso». Todo está ahí.

Mal entendida, esta noción de la verdad como no correspondencia con lo real ha llevado a creer que, según Foucault, los locos no estaban locos y que hablar de locura era ideología; incluso Raymond Aron interpretaba así la Historia de la locura y me lo dijo sin ambages. La locura es demasiado real, basta ver un loco para saberlo, protestaba, y tenía razón: el propio Foucault profesaba que la locura, a pesar de no ser lo que su discurso dijo, ha dicho y dirá de ella, tampoco «no era nada».

¿Qué es entonces lo que Foucault entiende por discurso? Algo muy sencillo: es la descripción más precisa, más exacta de una formación histórica en su desnudez, es la puesta al día de su última diferencia individual.

Si quieres saber más sobre la figura y obra de Michel Foucault, uno de los filósofos más importantes del siglo XX, entonces no dejes de leer Foucault: Pensamiento y vida, de Paul Veyne.

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Foucault: Pensamiento y vida, de Paul Veyne, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Paidós.

‘Foucault, pensamiento y vida de Paul Veyne’

Foucault esperaba ver cómo la escuela histórica francesa se mostraba receptiva a sus ideas. Depositó en ella todas sus esperanzas, pues, a fin de cuentas, ¿acaso no era una élite de mentalidad abierta que gozaba de reputación internacional? ¿No estaban sus miembros preparados para admitir que todo era histórico, incluida la verdad?, ¿que no existían invariantes transhistóricos? Por desgracia para Focuault, esos historiadores estaban entonces muy ocupados con su propio proyecto, el de explicar la historia en referencia a la sociedad. En los libros de Foucault no encontraban las realidades que tenían por regla buscar en una sociedad y tropezaban con problemas que no eran los suyos, como el del discurso, como el de una historia de la verdad.

Estos historiadores ya tenían su propio método, así que no estaban demasiado dispuestos a abrirse a otro cuestionamiento, que era el de un filósofo, autor de unas obras que a duras penas acertaban a comprender, más difíciles para ellos si cabe que para otros lectores, pues en su condición de historiadores podían leerlos sólo en relación con su propio  esquema metodológico. Lo que Foucault escribía era desde su punto de vista un tejido de abstracciones ajenas a la práctica histórica. En sus libros encontraban unas nociones distintas de aquellas a las que estaban acostumbrados, y que consideraban la única moneda en curso del historiador.  Les parecía que Foucault les pagaba en papel moneda filosófica mientras que ellos hablaban, según creían, de realidades. No todos habían comprendido que su propia prosa creaba una conceptualización sin saberlo y que en el fondo sus nociones eran tan abstractas como las de Foucault. Si pensamos en la toma de la Bastilla (¿revuelta? ¿revolución?), ya estamos conceptualizando.

[…]

En 1978, un coloquio entre varios historiadores y él acabó en clash (<<colisión>>); es una lástima, pero tengo que renunciar a narrar por extenso un conflicto tan capital y tan apasionante para el lector. Foucault, decepcionados, amargado, me hizo partícipe de sus reproches: la explicación causal, dijo, <<que es una superstición entre los historiadores>>, no era la única forma de inteligibilidad, el nec plus ultra del análisis histórico.

Extracto de ‘Foucault, pensamiento y vida de Paul Veyne’

FOUCAULT

SINOPSIS Michel Foucault fue y sigue siendo una de las figuras más controvertidas del siglo XX. Este libro es un testimonio del historiador extemporáneo que compartió los caminos y las batallas con Foucault. Un libro que pone en debate sus convicciones.

Procomún colaborativo: el sistema económico que llegó para derrocar al capitalismo

En la escena mundial está apareciendo un sistema económico nuevo: el procomún colaborativo. Es el primer paradigma económico que ha arraigado desde la llegada del capitalismo y el socialismo, a principios del siglo XIX. El procomún colaborativo está transformando nuestra manera de organizar la vida económica y ofrece la posibilidad de reducir las diferencias en ingresos, de democratizar la economía mundial y de crear una sociedad más sostenible desde el punto de vista ecológico.

Ya estamos presenciando la aparición de una economía híbrida, en parte mercado capitalista y en parte procomún colaborativo, dos sistemas económicos que suelen actuar conjuntamente y que, a veces, compiten entre sí. Se benefician de las sinergias que surgen a lo largo de sus perímetros respectivos y, al mismo tiempo, se añaden valor mutuamente. En otras ocasiones se oponen con fuerza y cada uno intenta absorber o sustituir al otro.

La pugna entre estos dos paradigmas económicos rivales será prolongada y muy reñida. Pero incluso en esta etapa tan temprana, está quedando cada vez más claro que el sistema capitalista, que ha ofrecido una narración convincente de la naturaleza humana y un marco organizativo general para la vida cotidiana comercial, social y política de la sociedad durante más de diez generaciones, ya ha alcanzado su apogeo y ha iniciado su lento declive. Sospecho que el capitalismo seguirá formando parte del panorama social, pero dudo que siga siendo el paradigma económico dominante de la segunda mitad del siglo XXI.

Aunque los indicadores de la gran transición a un sistema económico nuevo aún son endebles y en gran medida anecdóticos, el procomún colaborativo está en alza y es probable que hacia 2050 se establezca como el árbitro principal de la vida económica en la mayor parte del mundo. El capitalismo habrá dejado de reinar, pero seguirá prosperando una forma de capitalismo más racionalizado y práctico que hallará suficientes vulnerabilidades que explotar, sobre todo como agregador de servicios y soluciones en red, lo cual le permitirá desempeñar un papel importante en la nueva era económica. Estamos entrando en un mundo que, en parte, se encuentra más allá de los mercados, un mundo en el que aprendemos a convivir en un procomún colaborativo mundial cada vez más interdependiente.

Comprendo que esto sea inconcebible para la mayoría de la gente porque estamos condicionados para creer que el capitalismo es tan indispensable para nuestro bienestar como el aire que respiramos. Sin embargo, a pesar de los intentos de filósofos y economistas que durante siglos han afirmado que sus supuestos operativos reflejan las leyes que rigen la naturaleza, los paradigmas económicos no son fenómenos naturales, sino simples constructos humanos.

Como paradigma económico, el capitalismo ha tenido mucho éxito. Aunque su trayectoria ha sido relativamente breve en comparación con otros paradigmas económicos de la historia, es de justicia reconocer que su impacto tanto positivo como negativo en la aventura humana quizá haya sido más profundo y más amplio que el de ninguna otra era económica, con la excepción de la transición de la caza-recolección a la agricultura.

Lo irónico es que el declive del capitalismo no se debe a ninguna fuerza hostil. Frente al edificio capitalista no se agolpan hordas dispuestas a echar sus puertas abajo. Todo lo contrario. Lo que está socavando el sistema capitalista es el éxito enorme de los supuestos operativos que lo rigen. En el núcleo del capitalismo, en el mecanismo que lo impulsa, anida una contradicción que lo ha elevado hasta lo más alto y que ahora lo aboca a su fin.

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Jeremy Rifkin, el analista de tendencias económicas más importante de nuestro tiempo, nos acompaña en un viaje hacia un futuro que va más allá del sistema capitalista