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‘El papel de nuestras vidas’, la nueva novela de Sadie Jones

Después. Nueva York. 1975

Nueva York no era su ciudad ni aquella era su vida. Compraba y escribía postales para sus seres queridos que no enviaba. Por las noches añoraba el calor humano y todas las caras extrañas le recordaban su casa. El título de su obra y un nombre que no era en verdad el suyo, más otros nombres que llenaban las carteleras de otros teatros de la calle, brillaban en marquesinas orladas de luces. Eran las imágenes vistas en las películas de Broadway que aquel mundo de calles sucias y pobres volvía humildes; la nostalgia era más intensa por las tardes, siempre grises… Así se sentía, no como hubiera debido sentirse.

Dado que en los ensayos no lo necesitaban, mataba el tiempo caminando por las calles que ya le resultaban familiares y por otras que no conocía. Por la tarde volvía a su habitación de hotel, se quedaba mirando las alturas distantes de la ciudad y pensaba en ella. No creía que viniera.

Entonces. Inglaterra. 1961

Nina Hollings, una chiquilla de once años, miraba a las dos hermanas representadas en el cuadro, que la miraban a su vez con una alegre sonrisa de persona rica. Observaba admirada que se cogían del brazo e iban vestidas con prendas de terciopelo y seda, y se sentía exactamente como lo que era: un ser privado de amor y belleza.

-Sólo los hombres saben pintar mujeres -le dijo su madre, que estaba detrás, con voz clara y potente, y poniéndole las manos en los hombros añadió-: sólo los hombres saben peinar a las mujeres y cortar bien sus ropas.

-¿Por qué? -Nina no podía dejar de mirar a aquellas jóvenes pintadas por Singer Sargent, con sus cinturitas de avispa, sus vestidos de fiesta y sus ojos radiantes y húmedos rebosantes de vida-. ¿Por qué solo los hombres?

-Porque desean a las mujeres y saben cómo crearlas… incluso los homosexuales. Las peluqueras de mujeres lo hacen muy mal. Por lo general están celosas y las hacen parecer vulgares.

-¿No hay mujeres artistas? -preguntó Nina.

-Las hay, pero a la mayoría sólo les interesa lo feo… ¡y eso que se dedican a la alta costura!

Extracto de El papel de nuestras vidas, de Sadie Jones.

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El papel de nuestras vidas, de Sadie Jones, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Tusquets.

SINOPSIS: Tras una dura infancia en una ciudad de provincia, Luke Kanowski, soñador y retraído dramaturgo en ciernes, comienza una nueva vida en Londres, junto a Paul Driscoll, un productor que se convertirá en su mejor amigo, y Leigh Radley, la novia de éste.

Ambiciosos y llenos de talento, los tres fundan una pequeña compañía de teatro que pronto goza de un éxito inesperado. Entonces, una noche fatídica, Lukas conoce a Nina Jacobs, una actriz emocionalmente dañada a la que no puede olvidar, ni siquiera después de que ella se embarque en un matrimonio con un productor de teatro. Cuando Luke la conoce, ve en ella a un alma en peligro y quiere salvarla…, pero ¿a costa de qué? Fluctuando entre la verdad y la mentira, la promesa del futuro y el dolor del pasado, esa relación pone en peligro todo aquello por lo que Luke ha luchado: la integridad, la amistad, el arte.

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Sadie Jones

Intensa… La autora sostiene magistralmente el pulso de la trama en una historia sobre vidas heridas.
– The New York Times

‘Autorretrato de familia con perro’, una historia familiar no apta para toda la familia

Que no se me confunda con el hombre que firma este libro tras el seudónimo de “Álvaro Uribe”. Yo no he publicado novelas ni cuentos, ni ensayos afligidos de opiniones subjetivas. Yo no pienso que todo texto redactado en primera persona del singular tenga por fuerza que contaminarse de ficción. Yo no he llegado a un punto, o tal vez a una edad, en que no sepa si me gusta menos escribir que haber escrito. Yo no ignoro que esa duda, planteada hace varios años en una revista*, era retórica, porque quien la planteó ha seguido escribiendo hasta ahora. A diferencia de “Uribe”, a quien daré de aquí en adelante su verdadero nombre de Alberto Urquidi Jr., yo en estas páginas no deseo mentir adrede. O para valerme de una expresión que él saqueó de Vargas Llosa: no quiero fabular. Soy historiador y a ratos cronista y me propongo ofrecer un testimonio escrupulosamente verídico acerca de la mujer que Alberto Jr. y yo evitábamos llamar madre.

No todo es desacuerdo entre él y yo. Por convicción profesional y por experiencia personal, sostengo como Alberto Jr. que el otro, el ser semejante y ajeno que los católicos denominan con razón el prójimo, es apenas cognoscible. Los pocos datos que tenemos de los demás proceden de tres fuentes únicas: lo que vivimos con ellos, lo que ellos nos cuentan de sí mismos y lo que terceras personas nos cuentan de ellos. Con esa información siempre sesgada, siempre fragmentaria, siempre insuficiente, debemos construir un trasunto de cada individuo.

Así con Malú, a quien todo el mundo, sin excluir a sus hijos, llamaba sólo por ese apelativo. Nunca mamá ni mucho menos madre: simplemente Malú. Nunca María Luisa ni señora Manterola: nada más Malú, doña Malú. Pese a haber sido una de las primeras personas de quienes tuve noticia, pese a que al principio de mi vida fue una de las personas que más frecuenté, pese a que ya avanzado en la edad adulta seguía siendo una de las personas cercanas a mí, no sé casi nada de ella. Lo poco que sé, y que a veces hubiera preferido no saber, puede resumirse en esta frase que le tomo prestada a Henry James: Malú tenía su propia manera de hacer todo lo que hacía.

Si este libro fuera de mi autoría exclusiva, yo no lo habría empezado con las discutibles opiniones de Felipa Teutle. Que no se me malentienda. No tengo nada en contra de las sirvientas en general ni de Felipa en particular. Al contrario. Estoy consciente de que apenas hay relación humana más íntima que la de las patronas con sus sirvientas y de que nadie pasó más tiempo que Felipa con Malú al final de su vida. Aun así, me parece injusto presentar de entrada a Malú, o a cualquier otro individuo, no como fue en sus mejores momentos sino como era al final.

Puesto a ser biógrafo, yo hubiera comenzado por el principio. Por el principio del principio. Por los padres de Malú. Por la impetuosa juventud de Adán Manterola, mi tocayo e ignoto abuelo, cuya muerte prematura le impediría conocer a sus nietos. Por la adolescencia provinciana de Alicia Godínez, Licha para propios y extraños, cuya legendaria belleza era enemiga natural de la felicidad. Por el noviazgo precoz de un muchacho de diecinueve, más propenso a los negocios que a los estudios, y una muchacha de dieciséis, recién llegada a la Ciudad de México, quienes según la versión oficial no podían salir juntos a ninguna parte, ni siquiera con chaperón, y debían acariciarse y besarse a escondidas entre los barrotes de un zaguán infranqueable. Por el apresurado matrimonio, cuando ninguno de los dos alcanzaba los veintiún años que definían entonces la mayoría de edad. Por la instalación de la pareja en un minúsculo departamento en la colonia Juárez, que a fines de la década de 1920 no era ya el lujoso barrio residencial que había sido a principios del siglo pasado, aunque tampoco parecía condenada a ser la hoy también disminuida Zona Rosa.

Mi relato saltaría de allí al principio propiamente dicho: el advenimiento el 7 de mayo de 1929, luego de cinco o seis meses de vida conyugal, de una niña tan graciosa que de inmediato reconcilió al joven padre con su destino y a la joven madre con su intemperancia. La transmutación de ese bebé sano y corpulento en la pequeña Malú, cuya gran cabeza enriquecida por grandes ojos oscuros y enmarcada por coquetos rizos negros podría haber sido el modelo de la protagonista de una famosa caricatura que empezó a circular por el mundo en 1935. La pequeña Malú, que sin ser una bella indiscutible como su madre, era lo bastante bonita como para seducir incondicionalmente a su padre. La pequeña Malú, que no estaba descontenta, sino más bien satisfecha y hasta agradecida, de ser hija única.

De esa niñez casi olvidada, incluso para la misma Malú, pasaría a la adolescencia. El desarrollo temprano de un cuerpo que nunca rebasaría el metro con cincuenta y cuatro centímetros de su plena estatura, pero compensaría esa brevedad con unos senos rotundos de los que Malú iba a jactarse aun en su vejez y que le valieron el apodo, ideado por su padre lujurioso y difundido por su madre tolerante, de “Chicharra”: conjunción de chichona y chaparra. El internado por un año o por dos, según la desmemoria de Malú cuando lo contaba, en un colegio de monjas en San Antonio, Texas: lujo posible gracias a la creciente prosperidad de su padre, que a mediados de la década de 1930 fundó en los bajos del hotel Regis, junto a la Alameda, una farmacia y fuente de sodas y tienda departamental, todo en uno, concebida a imagen y semejanza del Sanborns, que imitaba a su vez a un tipo de establecimiento muy popular entonces en Estados Unidos. El hallazgo, con el auxilio de sus condiscípulas más avezadas, de una necesidad o una libertad humana que de ahí en adelante se convertiría en la obsesión no siempre inconfesada de Malú: el sexo. La puesta en práctica de ese saber no siempre teórico con los muchachos texanos que, favorecidos por su propia audacia o por la negligencia de las monjas, lograban aproximarse a Malú.

Llegaría de este modo a una fecha que, para Malú como para tantas adolescentes de aquel entonces, constituyó un parteaguas: los quince años. El regreso a México, luego de haber cursado sin galardones pero sin tropiezos una junior high-school de la que Malú conservaría hasta su muerte, junto con otros conocimientos menos intangibles, un manejo correcto del inglés. La fiesta, celebrada en un salón de baile con dos orquestas y una fuente inagotable de hielo seco, en que su padre orgulloso y en el apogeo de sus treinta y cinco danzó repetidamente con una Malú peinada de salón y sofocada de felicidad, mientras su madre medio marchita y con un kilo o dos de sobrepeso los observaba sin condescender a bailar con su marido una sola vez. La noticia, impartida en una tensa reunión familiar pocos días después, de que su padre se había enamorado de la cajera del negocio, apenas tres años mayor que Malú, e iba a separarse de su madre. La mudanza de las dos hembras abandonadas, en 1945, a una casa recién construida en la calle de Tula, en la colonia Condesa, con un jardín sombreado por una higuera y cuatro exiguas recámaras en los altos: propiedad que el padre de Malú, en represalia porque la madre de Malú se rehusaba de manera terminante a darle el divorcio, puso a nombre de su hija en común.

Procedería en seguida a relatar cómo, en los años siguientes, Malú se fue volviendo una mujer seductora. Su primer trabajo remunerado, de telefonista, en la época de oro en que la conexión entre dos números telefónicos debía efectuarse a mano, y la persona que la efectuaba podía escuchar con impunidad lo que se dijera en uno y otro extremo de la línea. Las citas casi clandestinas, casi románticas, en la fuente de sodas de la Farmacia Regis, donde su padre la presentaba a los parroquianos con palabras ambiguas, para sugerir sin afirmar que esa muchacha de senos desafiantes y sonrisa pecaminosa no era su hija sino su “pato”, vale decir: su amiguita íntima. El segundo empleo, conseguido con la connivencia de su padre y contra la voluntad de su madre, como aeromoza en una compañía aérea que administraba vuelos cortos, de dos horas cuando mucho, y cuyas tripulaciones volvían a la Ciudad de México el mismo día y en el mismo avión. La serie de novios por lo común sucesivos, aunque alguna vez simultáneos, con los que Malú se besuqueaba hasta quedar con la boca hinchada y se manoseaba generalmente por encima de la ropa hasta que de su pantaleta empezaba a trasminarse la humedad.

Entonces seguiría con los tres o cuatro acontecimientos que puntuaron su paso a la vida adulta. A los dieciocho: la cirugía plástica para reducirle la nariz, practicada con la oposición de su madre y que Malú, por más que todos sus parientes y allegados la achacáramos sin dudarlo a su ingobernable vanidad, atribuyó siempre a una decisión de su padre, surgida de la conveniencia de corregir un tabique desviado. A los diecinueve: el primer varón, de nombre desconocido por lo menos para mí, con quien compartió la plena desnudez en la cama, aunque nunca, según juraba Malú con vehemencia persuasiva, llegaron a la penetración. A los veinte: no la ruptura pero sí el distanciamiento de su padre, a quien Malú dejó plantado una tarde fogosa para irse a un hotel con su novio, y que le prometió, y le cumplió sin falta, que jamás volverían a tener una de sus citas casi románticas, casi clandestinas, en el bar que se había añadido a los diversos servicios de la Farmacia Regis. Y a los veintiuno: la reconciliación o, mejor dicho, porque no había entre ellas ningún pleito declarado: el establecimiento de una complicidad natural pero largamente postergada con su madre, quien retraída en una gordura creciente y en la determinación de no volverse a ayuntar con ningún otro hombre, veía acaso en Malú, preterida por su galán en favor de una muchacha menos astuta y menos sexual, una posible compañera vitalicia en su empecinada soltería.

En este punto entraría por fin en escena el hombre que a lo largo de mis contribuciones a este libro, que espero no sean tan escasas como Alberto Jr. desearía, llamaré Alberto Sr. o, sin rodeos, padre. Su encuentro por amigos interpuestos con Malú, ella una joven casadera de veintidós años y él un solterón de treinta y ocho. El noviazgo formal, demasiado formal para Malú, quien sin embargo, escarmentada por el rechazo de su novio anterior, no hacía cuando estaba a solas con Alberto Sr. nada que no quisiera él, obviamente experimentado en materia sexual pero no menos obviamente resuelto a casarse por todas las leyes con una virgen. Los reparos nunca atendidos del padre de Malú, a quien le parecía que un dentista sin consultorio propio y sólo cuatro años menor que él, como era en efecto Alberto Sr., resultaba muy poca cosa para los méritos de su hija. Las escapadas de la pareja, cuyo compromiso se había formalizado con recíprocos juramentos solemnes y unívoco anillo de brillantes en el anular de Malú, en viajes de ida y vuelta el mismo día a Acapulco, adonde se transportaban en un avión bimotor poseído y piloteado con presumible imprudencia por un amigo de Alberto Sr. que también llevaba a su novia, y en donde Malú podía contemplar sin desdoro el cuerpo firme y flexible de su inminente marido.

El primer capítulo de mi relato culminaría, por supuesto, en la boda. La insólita propuesta del padre de Malú, quien luego de conceder la mano de su hija instó con toda seriedad a los prometidos a que en vez de malgastar una pequeña fortuna en una fiesta ociosa, emplearan el dinero que él de cualquier modo iba a poner para fugarse adonde les diera la gana. La negativa de Alberto Sr., por principio, y de Malú, por creer con razón que su madre se moriría de vergüenza si ella cohabitaba con un hombre sin mediar matrimonio. El banquete posterior a la misa, en que los convidados de la familia Manterola, advertidos de la modestia del novio por el quisquilloso padre de Malú, protagonizaron el ridículo de asistir al convivio con sus ropas más usadas y discretas, mientras que los de la familia de Alberto Sr., sobre todo las damas, vestían con lujo aparatoso y hasta con pieles de chinchilla y de zorro absolutamente superfluas en el calor del 23 de mayo de 1952 en la Ciudad de México. La luna de miel, prevista para Acapulco, dónde si no allí, pero consumada a medio camino a la costa, en Taxco, porque los recién casados viajaban en coche y la carretera era entonces muy larga y muy sinuosa, y Malú, secundada al fin en sus deseos por Alberto Sr., ya no podía más.

Éstas y algunas otras cosas habría referido yo para delinear un perfil justo de Malú al principio del libro. Pero Alberto Jr., con base en la idea subjetivamente atendible aunque historiográficamente cuestionable de que la memoria es caprichosa y rara vez opera de modo lineal, prefiere entreverar los hechos y las fechas sin parar mientes en que así no sólo enrarece la vida de su protagonista sino que complica la del lector.

Extracto de Autorretrato de familia con perro, de Álvaro Uribe.

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SINOPSIS: Por el hecho azaroso de nacer unos minutos antes que Adán, siete minutos para ser exactos, su gemelo, Alberto Urquidi Jr., fue siempre considerado el mayor de los dos. Y no sólo eso, sino el hermano más inteligente, sensato, desenvuelto, maduro y tenaz. Para decirlo sin rodeos: todo lo que Malú, su madre, siempre quiso ser y reflejó en una descarada predilección por el primogénito. Pero no nos dejemos engañar: ¿no es este tan sólo el punto de vista de un desdichado hermano menor? Para conocer a Malú, con todo y su personalidad caprichosa y exuberante, y descubrir la causa de esta persistente injusticia familiar, habrá que leer también la versión de quienes la conocieron de cerca: su amiga más íntima, su sirvienta, su contador, su cirujano plástico, su nuera, sus vecinos y, no menos importante, Canuto, el perro y rey de la casa. Un tumultuoso y placentero meandro de testimonios acompasado por la eterna pregunta: ¿qué hermano, después de toda una vida de pleitos, podría considerarse más cercano a su madre y, por ende, más feliz? Dejemos que el lector sea quien juzgue, sin dejarse influenciar por la indiscreta opinión de todos sus personajes, qué es verdad y qué es mentira en esta historia magistralmente estructurada y narrada de esta familia.

Autorretrato de familia con perro, de Álvaro Uribe, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Tusquets.

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Álvaro Uribe

¿Qué es verdad y qué es mentira?

Fragmento: ‘Las carreras de escorpio’, de Maggie Stiefvater

Hoy es primero de noviembre, y alguien va a morir.

Incluso bajo el sol más cegador, el gélido mar otoñal se tiñe de azules, negros y marrones: todos los colores de la noche. Contemplo las cambiantes cenefas que el trote de innumerables casos forma en la arena.

Sacan a correr a los caballos a la playa, convertida en un sendero que separa las oscuras aguas de los acantilados calcáreos. Siempre entraña peligro, pero nunca tanto como hoy, el día de la carrera.

En esta época del año, la playa me embarga y su brisa es lo único que respiran mis pulmones. Siento las mejillas en carne viva por la arena que arrastra el viento, y los muslos me escuecen por el roce de la silla de montar. Gobernar un caballo de novecientos kilos me deja los brazos doloridos. Se me ha olvidado cómo es vivir sin frío, dormir una noche sin interrupción y cómo suena mi nombre cuando no se grita a todo pulmón de extremo a extremo de la playa.

Me siento tan, tan vivo…

Al iniciar el descenso hacia los acantilados con mi padre, uno de los comisarios de la carrera me detiene. Me dice:

– Sean Kendrick, tienes diez años y no lo sabes todavía, pero hay maneras mucho más interesantes de morir que en esta playa.

Mi padre vuelve sobre sus pasos y agarra del brazo al comisario como si este fuera un caballo inquieto. Intercambian algunas palabras sobre las restricciones de edad. Mi padre gana.

-Si tu hijo muere -insiste el comisario-, tú serás el único culpable.

Mi padre no le contesta: se limita a apartar a su semental «uisce» de allí.

En nuestro trayecto hacia el agua, recibimos empujones de animales y hombres. me deslizo bajo un caballo que, encabritado, obliga a su jinete a tirar del ramal. Sin un rasguño, me encuentro a orillas del mar, completamente rodeado de caballos marinos:  son los «capaill uisce». El color de su pelaje es tan variado como el de las piedrecitas de la playa: rojizo, dorado, blanco, marfileño, gris y azul. Los hombres les colocan unas bridas enjaezadas con borlas rojas y margaritas en un intento por rebajar la amenaza del oscuro mar de noviembre. Pero no confío en que un manojo de pétalos pueda salvarle la vida a nadie: el año pasado, un caballo marino adornado con flores y cascabeles le arrancó de cuajo medio brazo a un hombre.

Extracto de Las carreras de escorpio, de Maggie Stiefvater.

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Las carreras de escorpio, de Maggie Stiefvater, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Destino.

Actividades de Wajdi Mouawad en México

Wajdi Mouawad es el autor de Ánima, una novela que cuenta la historia de Wahhch Debch, un hombre que descubre el cuerpo de su mujer, brutalmente violada y asesinada, en el salón de su casa. Empujado por el dolor, se lanza a la caza del asesino: necesita ver su rostro, pero no por venganza, sino por supervivencia. Durante su odisea a través de América, solo y sin esperanza, brutales recuerdos escondidos en los pliegues de su infancia despiertan poco a poco. Para evocar la parte monstruosa del ser humano, Wajdi Mouawad hace callar al hombre y da voz a los animales: son ellos quienes nos narran la escalofriante búsqueda de la verdadera bestia. Ánima nos lleva por un camino desconocido a un territorio entre el thriller, el western y la tragedia griega, un lugar inhóspito y de una violencia feroz que sin embargo no queremos abandonar y que somos incapaces de olvidar cuando hemos acabado el libro: ese espacio nuevo, amenazante y a la vez redentor de la gran literatura.

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Wajdi Mouawad estará en México y tendrá actividades del 19 al 27 de noviembre.

A continuación te compartimos su agenda, para que puedas disfrutar de los eventos.

Miércoles 19 de noviembre, 17:00 horas
Conversación con Wajdi Mouawad en el marco de la Cátedra Ingmar Bergman en cine y teatro UNAM. Participan: Karina Gidi y Diego Rabasa. Auditorio del MUAC (Centro Cultural Universitario, Av. Insurgentes Sur 3000). Entrada libre / Pre-registro en www.catedrabergman.unam.mx

Viernes 21 de noviembre, 19:30 horas
Café Gua-Ouah alrededor de la novela Ánima de Wajdi Mouawad moderado por Agnès Mérat. Casa de Francia (Havre 15, colonia Juárez). Entrada libre.

Sábado 22 de noviembre, 19:00 horas y domingo 23 de noviembre, 18:00 horas. Seuls escrito, dirigido e interpretado por Wajdi Mouawad. Teatro de la Ciudad Esperanza Iris (Donceles 36, colonia Centro Histórico). Boletos en Ticketmaster y en taquilla. Da clic aquí para comprar los boletos.

Del 25 al 27 de noviembre, de 11:30 a 15:00 horas
Taller de Creadores con Wajdi Mouawad. Foro Shakespeare (Zamora 7, colonia Condesa). Inscripciones en el Foro Shakespeare.

Jueves 27 de noviembre, 17:00 horas
Ventanas, adaptación libre de la obra Seuls de Wajdi Mouawad por Hugo Arrevillaga. Seguido por un diálogo de Arcelia Ramírez con Wajdi Mouawad. Caja Negra del CUT (Centro Cultural Universitario, Av. Insurgentes Sur 3000). Entrada libre, cupo limitado.

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Ánima, de Wajdi Mouawad, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Destino.

Booktrailer: «Fierros bajo el agua», de Guillermo Arreola

Fierros bajo el agua es una novela de Guillermo Arreola publicada bajo el sello Joaquín Mortiz.

SINOPSIS: Tijuana, en la voz del personaje de esta novela, es un paisaje cambiante: a veces audaz y luminoso como un efecto de embriaguez; otras tan rutinario y doloroso como la pobreza en las calles, el paso de migrantes, la impunidad, la homofobia, los cinturones de miseria, la frontera con sus dos caras dispares. Esta ciudad reclama el regreso de Leonardo para aclarar las incidencias alrededor de la misteriosa muerte de su joven amante, Cas Medina.

Esta búsqueda marcará el reencuentro con un México olvidado donde la vida parece desechable: hombres que golpean a sus mujeres por un súbito absceso de furia; un hijo que mata a su padre por aburrimiento; cientos de desaparecidos; crímenes de odio; personas traficadas.

Con gran habilidad narrativa y poética, Guillermo Arreola se sumerge en la nostalgia y el habla local de los tijuanenses para escribir una inquietante historia sobre la fragilidad donde la tragedia empieza a ser algo tan normal como la cotidianidad misma.

A continuación te invitamos a que revises su booktrailer. La realización corre a cargo de Leonardo Rubio. 

Fierros bajo el agua, de Guillermo Arreola, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Joaquín Mortiz.

‘El viaje’, el primer libro de la trilogía Trylle, de Amanda Hocking

Algunos hechos hicieron aquel día más especial que que cualquier otro: era mi cumpleaños número seis y mi madre tenía un cuchillo en la mano. No era uno de esos diminutos cubiertos para cortar carne, sino una especie de enorme machete de carnicero que lanzaba destellos de luz como se ve en las malas películas de horror. Definitivamente quería matarme.

Trato de volver a los días previos a ese para averiguar si pasé por alto algo en su conducta, pero no tengo ningún recuerdo de ella antes de aquel día. Puedo evocar algunos sucesos de mi niñez e incluso a mi padre, quien murió cuando yo tenía cinco años. Pero de ella no me acuerdo.

Cuando le pregunto a Matt, mi hermano, acerca de nuestra madre, siempre me responde con frases como «está loca de atar, Wendy, eso es lo único que necesitas saber». Él es siete años mayor que yo y recuerda mejor las cosas, es solo que no quiere hablar al respecto.

Durante mi niñez vivimos en los Hamptons y mi madre no se dedicaba a nada en particular. Había contratado a una niñera para que viviera con nosotros y se hiciera cargo de mí, pero la noche anterior a mi cumpleaños tuvo que irse para atender un asunto familiar de urgencia. Mi madre se ocupó de mí por primera vez en su vida y a ninguna de las dos nos hizo felices la idea.

Yo ni siquiera quería una fiesta. Me gustaban los obsequios pero no tenía amigos. Los únicos que asistieron fueron los conocidos de mi madre, acompañados de sus pedantes hijos. Ella planeó una especie de reunión de té para princesas, que yo no deseaba; sin embargo, Matt y la empleada doméstica pasaron toda la mañana organizándola de todas formas.

Para cuando llegaron los invitados, yo ya me había quitado los zapatos y arrancado los moños que tenía en el cabello. Mi madre bajó justamente en el momento en que estaba abriendo los regalos y observó toda la escena con sus gélidos ojos azules.

Extracto de El viaje, de Amanda Hocking.

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El viaje, de Amanda Hocking, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Booket.

‘La ira de los ángeles’, el nuevo caso del detective Charlie Parker, escrito por John Connolly

Nunca habrían encontrado el avión si no fuera por el ciervo; el ciervo, y el peor tiro de Paul Scollay en toda su vida.

Como cazador con arco, Scollay apenas tenía rival. Harlan Vetters jamás había conocido a un hombre como él. Ya de niño poseía gran destreza con el arco, y le habría bastado un poco de preparación rigurosa para competir en los Juegos Olímpicos. Tenía un don con esa arma, que se transformaba en una prolongación de su brazo, de sí mismo. Para él, la puntería no era solo una cuestión de orgullo. Si bien le apasionaba cazar. nunca abatía una pieza que no pudiera comerse, y su objetivo era liquidar a la presa con el mínimo dolor posible. Harlan compartía su actitud, y por esa razón siempre había preferido cazar provisto de un buen rifle; con el arco no se sentía seguro. En octubre, durante la temporada de caza con arco, optaba por acompañar a su amigo como espectador, admirando su pericia sin sentir siquiera la necesidad de participar.

Pero con el paso de los años, Paul acabó decantándose por el rifle. Sufría de artritis en el hombro derecho, y también en otra media docena de articulaciones. Paul decía que la única parte importante de su cuerpo donde no tenía artritis era aquella donde habría agradecido un poco más de rigidez, en el supuesto de que el buen Dios se hubiera prestado a atender esa clase de plegarias. Cosa que, como Paul sabía por experiencia, el buen Dios no hacía, ya que, por o visto, asuntos más importantes requerían su atención, y no iba a andar preocupándose por la disfunción eréctil masculina.

Por lo tanto, si Paul era el mejor tirador con arco, Harlan le superaba en caza con rifle. Años después, Harlan se preguntaría si acaso nada de aquello habría sucedido, para bien o para mal, si él hubiese disparado al ciervo primero.

Pero el hecho era que aquellos dos hombres siempre habían sido polos opuestos en muchos sentidos. Harlan hablaba en voz baja y su amigo con estridencia; el primero poseían una fina ironía y el segundo era poco sutil; el uno era resuelto y concienzudo, el otro carecía de objetivo y motivación.

Harlan era delgado y fibroso, circunstancia que en ocasiones había inducido a borrachos y necios a infravalorar su fuerza, pese a que sólo un hombre fuerte habría sido capaz de acarrear a un niño afligido kilómetros y kilómetros por un terreno fragoso y nevado sin tropezar ni quejarse, ya cumplidos los setenta años. Paul Scollay era más fofo y gordo, pero eso era el acolchado que cubría los músculos, porque se movía con rapidez para ser un hombre de notable corpulencia. Aquellos que no los conocían bien los tenían por una extraña pareja, dos hombres de personalidad y físico tan dispares que constituían un todo único, como dos piezas de un puzzle. Sin embargo, su relación era mucho más compleja que eso, y sus semejanzas más acusadas que sus diferencias, como ocurre siempre con hombres que mantienen amistades de por vida, casi sin cruzar jamás una mala palabra y perdonándose siempre cuando eso pasaba. Compartían una misma visión del mundo, una idea análoga acerca de sus congéneres y sus propias obligaciones para con ellos. Cuando Harlan Vetters llevó a Barney Shore a cuestas, dejándose guiar ya al final por los haces de las linternas y las voces hacia la principal partida de búsqueda, lo hizo acompañado del fantasma de su amigo, una presencia invisible que velaba por el niño y el viejo, y quizá mantenía a raya a la niña del bosque.

Extracto de La ira de los ángeles, una novela de John Connolly.

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La ira de los ángeles, de John Connolly, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Tusquets.

‘El sangrador’, una novela dental de Patricio Jara

Apolonio Mancuso abandonó su pueblo cuando llegaron los primeros dentistas profesionales. Sin que nadie lo advirtiera, sin que ningún rumor circulara entre las ferias, la plaza o las decenas de cantinas instaladas en sus principales calles, pero con la misma fuerza y velocidad con que de noche se volcaban las carretas de los contrabandistas de aguardiente internados en las quebradas periféricas, de pronto todos los viejos flebótomos que por años se encargaron de la dentadura de los habitantes de Elvira y sus alrededores, todos los viejos y rudos flebótomos que aceptaban cualquier encargo por complicado que fuera, se quedaron irremediablemente sin trabajo.

La delegación llegó al pueblo una calurosa tarde de octubre de 1871. Venía acompañada por una patrulla del ejército boliviano que salió con ellos desde La Paz para resguardar de los asaltantes a los cuatro carruajes en que traían dos sillones dentales perfectamente embalados, cinco cajones con botellas de anestésicos y desinfectantes selladas en Inglaterra, además de un baúl con una extensa colección de manuales, recetarios y numerosos instrumentos quirúrgicos importados.

Apenas la caravana de detuvo frente al policlínico municipal, las autoridades salieron a darle la bienvenida a los dentistas. Se trataba de dos veintiañeros, formados por reconocidos médicos españoles avecindados en Lima. Muy instruidos, sin duda; destacados alumnos de prestigiosas academias, pero demasiado jóvenes para el gusto de Mancuso, el primero en verlos de cerca, pues sólo sumando sus edades lograban sobrepasar los años de experiencia que él tenía dentro de las bocas del pueblo.

Extracto de El Sangrador, una novela de Patricio Jara.

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El Sangrador, de Patricio Jara, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Planeta.

¿Qué es un Fan fiction?

Aunque el término Fan fiction no es extraño en la actualidad, creemos que no está de más ofrecer una breve y precisa definición de este género.

Se le llama Fan fiction a todo aquel relato escrito por un seguidor o aficionado a una obra artística (libro, película, grupo musical, cómic, etc) que, partiendo del contenido original de dicha obra, plantea nuevas historias y aventuras de sus personajes o, incluso, de sus creadores.

Un ejemplo claro de este tipo de obras es After, una serie de novelas escritas por Anna Todd que cuentan una gran historia de amor, en la que el protagonista es el integrante de una popular agrupación musical.

after fan fiction

Si quieres leer algo de buen Fan Fiction, te recomendamos leer After, de Anna Todd, un libro que llegará muy pronto a librerías de todo México.

After tiene presencia en Facebook, Instagram, Twitter, Spotify y Tumblr, abarcando entonces fotos, conversación y canciones que hacen de toda la experiencia un placer muy disfrutable.

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Además, el personaje del libro, la joven Tessa Young también tiene redes desde donde pueden seguirla y opinar sobre After.

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‘Te daba por muerto’, la conmovedora historia de un hombre y su perro

El invierno de 1998, a finales del siglo XX, en una pequeña ciudad universitaria junto al río Conneticut, en el exterior de una casa lo suficientemente cercana a las vías del ferrocarril como para que hubiera que estar poniendo derechos los cuadros de las paredes constantemente (aunque nadie se hubiera molestado en hacerlo jamás), Paul Gustavson, habiendo bebido un poco de más, se quitó el guante de la mano derecha, lo sujetó bajo la axila del brazo izquierdo y buscó las llaves de casa en el bolsillo del pantalón.

Estaba cayendo una fuerte nevada, lo que significaba que las quitanieves estarían dando la murga toda la noche, limpiando las calles. Eran los primeros días de marzo. Paul tendría que darle a la pala por la mañana, un favor que le hacía a la propietaria, que vivía en el piso de arriba y que no le había subido la renta desde hacía años en parte gracias a este tipo de gestos amables. El ansias de su vecino ya habría acabado de despejar su propio camino de entrada, habría esparcido sal, habría puesto arena y probablemente lo habría secado con un secador de pelo antes de que Paul saltara de la cama. A Paul no le importaba quitar la nieve con la pala, aunque cuando vivía en Minneapolis, siendo un muchacho, ya había retirado suficiente como para que le valiera para toda la vida. Tenía que estar en el aeropuerto a mediodía para coger un vuelo a Twin Cities, un vuelo que no habría sido necesario si hubiera estado a lo que había que estar. Algunos días eran mejores que otros. 

-Estoy en casa -dijo Paul, entrando y cerrando rápidamente la puerta para que no se colara el frío. 

-Te daba por muerto -dijo Stella. Era un ejemplar mestizo, medio pastor alemán, medio labrador amarillo, pero en el aspecto dominaba la última raza. Afortunadamente, también había adquirido la personalidad de la vertiente familiar del labrador, tomando de los alemanes sólo cierta elegancia congénita y un fuerte sentido de la protección, aunque al haber sido el ejemplar omega de su camada eso sólo significaba que con frecuencia se ponía pesada.

-¿Otra vez? Que no estoy muerto.

-Alegría infinita -dijo secamente. Stella no tenía sentido de la permanencia y, por tanto, daba por sentado que Paul se moría cada vez que lo perdía de vista, o cuando no lo oía o no lo olía-. ¿Cómo ha ido la noche?

-Fui al Bay State a escuchar un poco de música y unos blues -dijo Paul. La cabeza le dio vueltas cuando se inclinó para rascarle a Stella tras las orejas, haciendo soñar su collar.

-¿Te das cuenta de que sólo eres ligeramente menos rutinario que un gato?

– No hace falta que insultes. ¿Quieres dar una vuelta o qué?

-¿Una vuelta? Sí. Estaría bien ir a dar una vuelta. ¿Hace frío ahí fuera? Si hace malo no quiero salir.

-No existe el mal tiempo le dijo Paul-. Sólo la ropa mala.

Extracto de Te daba por muerto: una historia de amor, de Pete Nelson.

te daba por muerto portada

Te daba por muerto: una historia de amor, de Pete Nelson, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Booket.