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‘En la corte del lobo’ de Hilary Mantel

Putney 1500

-Vamos, levántate.

Ha caído derribado, aturdido, mudi: desplomado cuan largo es en el empedrado del patio. Ladea la cabeza, vuelve los ojos hacia el portón, como si pudiese llegar alguien a ayudarle. Un solo golpe, en el lugar adecuado, podría matarla ahora.

Le cae por la cara la sangre del corte de la cabeza (el primer objetivo de su padre). Se añade a esto que no puede abrir el ojo izquierdo; aunque, de reojo, puede ver con el derecho a su padre se le ha descosido una costura de la bota. El bramante se ha soltado del cuero y un nudo duro que hay en él le ha alcanzado en la ceja y le ha abierto otro corte.

-¡Vamos, levántate! –le grita Walter mientras estudia dónde asestar la patada siguiente. Él alza un poco la cabeza y avanza sobre el vientre, procurando hacerlo sin sacar las manos, que a Walter le encanta pisotear.

-¿Qué eres, una anguila? –pregunta su padre. Luego retrocede, toma impulso y le asesta otra patada.

Exhala con ella el último aliento; eso piensa él, que debe de ser el último. La frente vuelve al suelo. Espera, tendido, que Walter salte sobre él. La perra, Bella, está ladrando, encerrada en un cobertizo. <<La echaré de menos>>, piensa él. El patio huele a cerveza y a sangre. Alguien grita abajo, en la orilla del río. Nada duele, o tal vez sea que duele todo, porque no hay ningún dolor diferenciado que pueda señalar. Pero nota el frío en un punto exacto: justo en el pómulo que tiene apoyado en las piedras.

-Mira, mira –vocifera Walter. Salta a la pata coja como si estuviese bailando-. Mira lo que he hecho. Reventar la bota dándote patadas en la cabeza.

Palmo a palmo. Palmo a palmo, hacia adelante. <<No importa que te llame anguila, gusano o culebra. No alces la cabeza, no le provoques>>. La sangre le tapona la nariz y tiene que abrir la boca para respirar. Aprovecha la distracción momentánea de su padre por la pérdida de su excelente bota para vomitar.

-Eso es. Vomítalo todo  -grita Walter. Vomítalo todo, en mi buen estado empedrado-. Vamos, muchacho, arriba. Veamos cómo te levantas. ¡Por la sangre de Cristo reptante, ponte de pie!

<<¿Cristo reptante? –se pregunta él- ¿Qué quiere decir?>> Ladea la cabeza, apoyando el pelo en el vómito. La perra ladra, Walter vocifera y las campanas repican al otro lado del río. Tiene una sensación de movimiento, como si el suelo sucio se hubiese convertido en el Támesis. Su superficie cede y se balancea. Él deja escapar el aliento, un gran jadeo final. <<Esta vez lo has hecho>>, le dice una voz a Walter. Pero él cierra los oídos, o Dios los cierra por él. Se ve arrastrado corriente abajo, en una marea negra y profunda.

Extracto de ‘En la corte del lobo’ de Hilary Mantel

CORTE

SINOPSIS 1520. Inglaterra. Si el rey muere sin un heredero varón, la guerra civil amenaza con destruir el país. Enrique VII quiere divorciarse de Catalina de Aragón y casarse con Ana Bolena. Pero la oposición del papa es tajante. En este tiempo problemático y de necesidad llega Thomas Cromwell, hijo de un herrero, asciende al poder que se enfrenta al Parlamento, a la nobleza, a la clase política, al papa, y perfila una Inglaterra a su medida y a la de los deseos del rey.

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Una novela que despliega el gran espectáculo de la depredación humana. Un fascinant edesfile de deseos, ambiciones y sentimientos.

‘Una reina en el estrado’ de Hilary Mantel

Sus hijas caen del cielo. Él observa desde la silla del caballo, atrás se extienden acres y más acres de Inglaterra; caen, las alas doradas, una mirada llena de sangre cada una. Grace Comwell revolotea en el aire tenue. Es silenciosa cuando atrapa su presa, y silenciosa cuando se desliza en su puño. Pero los ruidos que hace entonces, el susurrar y el crujir de plumas, el suspiro y el roce del ala, el pequeño cloqueo de la garganta, ésos son sonidos de reconocimiento, íntimos, filiales, casi reprobatorios. Tiene franjas de sangre en el pecho y le cuelga carne de las garras.

Más tarde Enrique dirá: <<Tus niñas vuelan bien hoy>>. El halcón Anne Cromwell salta en el guante de Rafe Sadler, que cabalga al lado del rey en tranquila conversación. Están cansados; cae el sol y regresan cabalgando a Wolf Hall, las riendas flojas sobre el cuello de las monturas. Mañana saldrán su esposa y sus dos hermanas. Esas mujeres muertas, sus huesos sepultados hace mucho en el barro de Londres, han transmigrado ahora. Se deslizan ingrávidas por las corrientes superiores del aire. No da lástima a nadie. No responden a nadie. Llevan vidas sencillas. Cuando miran abajo no ven más que su presa, y las plumas prestadas de los cazadores: ven un universo revoloteando en fuga, un universo ocupado todo él por su comida. Todo el verano ha sido así, un torbellino de desmembramiento, piel y pluma volando; pegando a los perros de caza para que se retiren y fustigándolos para estimularlos, acariciando los caballos cansados, los cuidados, por los gentilhombres, de contusiones, torceduras y ampollas. Y durante unos cuantos días al menos, ha brillado sobre Enrique el sol. En algún momento de antes del mediodía, llegaron presurosas nubes del oeste y cayó la lluvia en grandes gotas perfumadas; pero volvió a salir el sol con un calor tórrido, y tan claro está ahora que si miras arriba puedes ver el Cielo por dentro y observar lo que están haciendo los santos.

Cuando desmontan, entregando los caballos a los mozos de establo y aguardando al rey, su pensamiento está ya trasladándose a los asuntos del gobierno: despechos de Whitehall, traídos al galope por las rutas de correo que se trazan por dondequiera que la corte va. Durante la cena con los Seymour escuchará respetuosamente cualquier historia que sus anfitriones quieran contar: cualquier cosa que el rey pueda aventurar, desgreñado, feliz y cordial como parece estar esta noche. Cuando el rey se haya ido a la cama, empezará su noche de trabajo.

Aunque ha terminado ya el día, enrique no parece inclinado a entrar en la casa. Se queda inmóvil mirando alrededor, aspirando el sudor del caballo, con la ancha franja rojiza de una quemadura del sol cruzándole la frente. Ese día, a primera hora, perdió el sombrero, así que, siguiendo la costumbre, los otros cazadores de la partida se vieron obligados a quitarse el suyo. El rey rechazó todos los sombreros que le ofrecieron para sustituir el perdido. Mientras la oscuridad invade furtiva bosques y campos, habrá sirvientes buscando el temblor de una pluma negra entre la hierba oscura, o el brillo de su enseña de cazador, un san Huberto con ojos de zafiro.

Extracto de ‘Una reina en el estrado’ de Hilary Mantel

REINA

SINOPSIS Thomas Cromwell es el primer ministro de Enrique VIII y sabe que la seguridad de la nación está en juego. Ana Bolena, segunda esposa del rey por cuyo amor Enrique ha roto con Roma, no ha cumplido su promesa y no le ha dado un heredero a Inglaterra para asegurar la línea de los Tudor. Durante la visita de Enrique a Wolf Hall, Cromwell observa los amores del rey con Jane Seymour. Ni el ministro ni el rey saldrán indemnes del teatro sangriento de los últimos días de Ana.

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Un juego de tronos apasionante.
                                                                                Ganadora del Man Booker Prize 2012. 

‘El asesinato de Margaret Thatcher’ de Hilary Mantel

En aquella época no sonaba a menudo el timbre de la puerta, y si lo hacía yo me retiraba al interior de la casa. Sólo ante una llamada insistente me arrastraba por la moqueta y recorría el camino hasta la puerta principal con su mirilla. Estábamos bien provistos de pestillos y contraventanas, cerrojos, pasadores y cadenas de seguridad, y las ventanas eran altas y enrejadas. Vi por la mirilla a un hombre desconcertado con un traje gris plata arrugado: treinta y tantos, asiático. Se había apartado de la puerta y miraba a su alrededor, la puerta cerrada y trancada de enfrente y los polvorientas escaleras de mármol arriba. Tanteó en los bolsillos, sacó un pañuelo hecho una bola y se frotó la cara. Parecía tan agobiado que el sudor podría haber sido lágrimas. Abrí la puerta.

Levantó inmediatamente las manos como para mostrar que estaba desarmado, el pañuelo colgando como una bandera blanca. <<¡Señora!>> Yo debía de estar muy pálida bajo la luz que moteaba las paredes alicates con sombras oscilantes. Pero luego él tomó aliento, se estiró la chaqueta arrugada, se pasó una mano por el pelo y sacó de la nada su tarjeta profesional.

-Muhammad Ijaz. Importación-exportación. Lamento mucho alterarle la tarde. Estoy totalmente perdido. ¿Me permitiría usar su teléfono?

Me hice a un lado para dejarle entrar. Seguro que sonreí. Teniendo en cuenta lo que seguiría, he de suponer que lo hice.

-Por supuesto. Si es que funciona hoy.

Fui delante y él me siguió, hablando: un negocio importante, casi lo había cerrado ya, imprescindible visitar al cliente, el tiempo (alzó la manga y consultó un Rolex de imitación), el tiempo se le estaba acabando, tenía la dirección (buscó de nuevo en los bolsillos), pero la oficina no estaba donde debái estar. Habló por teléfono en un árabe rápido, fluido, agresivo, las cejas enarcadas, movió finalmente la cabeza; colgó el auricular, lo miró pesaroso; luego me miró a mí con una sonrisa amargada. Boca débil, pensé. Casi guapo, pero no: delgado, cetrino, fácil de olvidar.

-Estoy en deuda con usted, señora –dijo-. Ahora he de irme a toda prisa.

Yo quería ofrecerle algo: ¿Ir al lavabo? ¿Un breve descanso? No tenía ni idea de cómo expresarlo. Acudieron a mi mente las palabras absurdas <<lavarse y asearse>>. Pero ya se encaminaba hacia la puerta, aunque, por la forma en que había terminado la llamada, me pareció que los que esperaban podrían no estar tan desosó de verlo como él de verlos a ellos.

Extracto de «El asesinato de Margaret Thatcher» de Hilary Mantel.

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SINOPSIS A través de estos once relatos, se encuentra el que da el nombre al título del libro, pero cada uno de ellos está plagado de la ironía británica, con vívido ingenio nos hace cómplices de lo ridículo y lo insólito.

5 escritores que debieron trabajar en otra cosa para pagar sus cuentas

Por más exitosos que sean hoy en día, algunos escritores famosos pasaron momentos muy difíciles al principio de sus carreras (económicamente hablando, por supuesto). Tanto así que, para sobrevivir y pagar sus cuentas, algunos de ellos se emplearon en trabajos que no se asociarían normalmente con un escritor.

Por eso, hoy te compartimos una lista de 5 escritores que debieron conseguir empleos «normales» para pagar sus cuentas, y te contamos de qué empleos se trataron.

1. Hilary Mantel

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Antes de ganar el Premio Booker 2009 por su novela En la corte del lobo, y el Booker 2012 por Una reina en el estrado, Hilary Mantel se empleó como trabajadora social en un hospital geriátrico. En una entrevista, la autora dijo que, en ese lugar, ganaba un poco más de mil Euros al año y que resultaba muy desgastante, pues no contaban con los recursos suficientes para ayudar a todos los internos.

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¿Conoces sus libros?

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2. Stephen King

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Antes de convertirse en uno de los autores más populares del mundo e icono definitivo del género de terror, Stephen King sufrió mucho para encontrar el trabajo de profesor que deseaba (pese a estar titulado por la Universidad de Maine). Lo que hizo, sin embargo, fue conseguir el puesto de prefecto en una escuela local. Quizá no era lo que buscaba en un principio, pero definitivamente fue lo mejor, pues con base en la experiencia que dicho empleo le proporcionó se inspiró para escribir su primer éxito, Carrie.

3. Franz Kafka

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Como muchos saben, Franz Kafka no gozó del gran reconocimiento que su obra tiene hoy en día. De hecho, este escritor austríaco mantuvo una vida bastante discreta y ordenada. Tanto así que, para pagar las cuentas, trabajaba de 8 de la mañana a 2 de la tarde en el Instituto de Seguros contra Accidentes para Trabajadores de Praga, empleo que le permitió dedicar el resto del día a sus quehaceres personales y, por supuesto, literarios.

4. Henry Miller

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Aunque su libro Trópico de Cáncer fue prohibido en numerosos lugares por su contenido (en muchos sentidos) explícito, los inicios de Henry Miller no fueron tan escandalosos: fue jefe de personal en la Western Union Telegraph Company. Nada que ver con la vida de excesos y escándalos que protagonizó después.

5. Haruki Murakami

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Antes de convertirse en un fenómeno literario de alcance mudial (gracias a libros como Tokio Blues y Kafka en la orilla), Haruki Murakami trabajó en el bar de jazz que él y su esposa tenían en Tokio, un lugar pequeño, poco iluminado y muy inspirador llamado El Gato Pedro. Después de 10 años dedicado a ese negocio, Murakami habló con su esposa, le dijo que quería dedicarse a ser escritor de tiempo completo, vendieron el bar y, bueno, este japonés es, hoy en día, uno de los escritores con mayor éxito de público y crítica en el planeta.

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