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En algunos lugares, el grafito de los lápices era tan preciado como los diamantes

Quizá el lago Windermere, en el noroeste de Inglaterra, le haga pensar en poetas o, si usted ha crecido con libros infantiles ingleses, en aventuras de adolescentes menos preocupados por brujas y vampiros que por golondrinas y amazonas. Gente que vivió de su lápiz, en cualquier caso. ¿O quizá abría que decir de su pluma? No vemos a autores serios en su estudio trabajando con lápiz. En general consideramos que los lápices sirven sobre todo para que los niños hagan sus tareas en casa, o para otros que necesitan borrar sus frecuentes errores.

Isolated pencil with bite marks on

Nunca ha habido carencia de tinta, tradicionalmente una mezcla de sales de hierro, agua y taninos, los compuestos de gusto amargo en el té y en el vino. Siempre hay mucha materia negra con la que escribir poemas y firmar sentencias de muerte. Pero el lápiz es una historia diferente. Lejos de ser solo para niños, era, y es, una herramienta esencial para artistas, ingenieros, carpinteros y arquitectos. En la escuela de ingeniería a finales de los años ochenta todavía hacíamos (algunos de nosotros al menos) bellos dibujos a lápiz de reactores de acero inoxidable de doble capa. Y cuatro años antes, en el ejército, cerca del círculo polar, ¿escribíamos nuestras órdenes y descifrábamos los mensajes de radio entrantes con bolígrafos? Desde luego que no; de hecho, esto estaba prohibido porque la tinta en un bolígrafo puede congelarse con facilidad.grafitoEl «plomo» del lápiz (que obviamente no es plomo como el elemento 82, sino otra cosa) nos lleva a esos verdes valles del Lake District y Cumbria, Inglaterra, un lugar tan improbable para un centro de tecnología de la información como lo son los naranjales que rodean Palo Alto. La diferencia es que en la California de los años detenta lo importante no eran las minas de silicio locales, sino las personas dedicadas. En Borrowdale a finales del siglo XVI, era el interior de la propia montaña lo que hacía la diferencia, pues allí se encontraba el material con el que hacer plomo para lápices.

mina de grafito

No es que las personas no fueran importantes. El espíritu emprendedor se manifestaba de diferentes maneras. «Black Sal», por ejemplo, que trabajaba en la pequeña ciudad de Keswick próxima a Borrowdale, era el presunto jefe de una red de contrabando de plomo para lápices a comienzos del siglo XVIII. El precioso cargamento era arrastrado por el rugoso terreno hasta el mar de Irlanda, donde los barcos que esperaban podían llevar la plombagina al continente. La minería clandestina que alimentaba el negocio del contrabando estaba a la orden del día, y también se registraron uno o dos robos a manos armada en las minas. En definitiva se parecía al Salvaje Oeste, con casacas rojas en logar de la caballería azul de Estados Unidos, y los habitantes locales que trataban de conservar lo que veían como su propiedad frente a especuladores e inversores «extranjeros».

En aquellos días muchos tipos de minería eran importantes en Cumbria, pero la piedra negra llamada wad o plombagina era el mineral más precioso nunca extraído del terreno. Se supone que fue utilizada por primera vez a finales del medievo para distinguir qué ovejas pertenecían a quién, una aplicación de la tecnología de la información tan importante entonces como ahora: llevar la cuenta de nuestras posesiones terrenales.

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Si quieres conocer más historias curiosas de la química y sus sustancias, te recomendamos El último alquimista en París, de Lars Öhrström.

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El último alquimista en París, de Lars Öhrström, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Crítica.

‘Un trastorno propio de este país’, un libro incómodo de Ken Kalfus

Joyce siempre había sabido que los policías y los bomberos de Nueva York eran más atractivos que los de otras ciudades: por sus elegantes cortes de pelo, sus exóticas raíces étnicas, su manera de hablar, su vivacidad. Pero ahora habían adquirido además el halo de los héroes clásicos, aquellos seres de ojos claros y anchos de pecho, viriles y amables, y se les aplaudía cuando pasaban por las avenidas o entraban en las tiendas con la tragedia grabada en sus rostros. Pese a todo lo sufrido, esos rostros seguían siendo inocentes y hermosos. Los bomberos, en particular, ocupaban un lugar preeminente en el duelo del 11 de septiembre de la ciudad. Hablaban en voz baja. Reconocían que padecían insomnio y falta de apetito. Era obvio que ni se daban cuenta de la sucesión tan prolongada y antinatural de los cielos transparentes de aquel otoño. Todos sin excepción, en los cinco distritos de la ciudad, habían perdido al menos a un «hermano» de su cuartel o a un amigo de otro; algunos lloraban a hermanos de verdad, a padres e hijos. En esos días, en cualquier parte de la ciudad, cuando aparecía un bombero los civiles se apartaban para dejarle paso, y su cuerpo de niño grande bajo el mono tejano negro de protección parecía moverse como las bielas de una locomotora antigua. Cada paso que daba con sus botas de goma era intencionado.

Dos de las colegas jóvenes de la oficina de Joyce trabajaban por las noches como voluntarias en una cocina de campaña cerca de la Zona Cero, que daba comidas a los trabajadores de los equipos de rescate al finalizar sus turnos. Dora y Alicia llegaban tarde al despacho, cansadas y sin fuerzas, pero irradiando también ese brillo que suele atribuirse a las embarazadas. Se pasaban el resto del día hablando de la Zona Cero a cualquier pequeño grupo que se congregase alrededor de sus cubículos. En aquellos días nadie parecía encontrarle mucho sentido el trabajo. A Alicia la habían acompañado por la mañana temprano a la zona de excavación, con casco y un impermeable amarillo de bombero que le quedaba muy grande; bajo las lámparas de haluro metálico de dos mil vatios, debía de parecer asombrosamente atractiva. Estaba saliendo con uno de los bomberos, un tipo italiano de Bay Ridge, que había perdido a la mitad de su compañía en la Torre Dos, un hombre casado, y ella hablaba del dolor y del quebranto de él como si hubiera asumido parte de su sufrimiento. La bajada al foso parecía haberla acercado de algún modo a los hombres que trabajaban allí, además de acercarla también a su yo verdadero, decía. Y hacer el amor con su bombero no podía compararse con nada que hubiera hecho antes: «Es muy fuerte y me necesita mucho. No sé qué pasará con lo nuestro. Pero ahora mismo, en este momento, tengo que estar con él: soy yo la que le necesita».

Extracto de Un trastorno propio de este país, de Ken Kalfus.

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Un trastorno propio de este país, de Ken Kalfus, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Tusquets.

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Ken Kalfus

Uno de los autores contemporáneos estadounidenses más interesantes de los últimos años.

‘Un momento de descanso’, un libro hilarante de Antonio Orejudo

Me encontré con Arturo Cifuentes en junio de 2009. Yo estaba firmando ejemplares en la Feria del Libro de Madrid cuando apareció en la caseta de la editorial.

Dice uhhh, uhhh, soy un fantasma del pasado que viene a perturbar el presente.

Lo reconocí de inmediato. Estaba igual, o esa impresión me dio vestido con sus habituales tejanos negros y la camiseta americana de siempre.

Digo ¡Cifuentes!

Y salí de la caseta a darle un abrazo.

Tenía algo menos de pelo, pero apenas había engordado.

Dice soy un fantasma, ¿no te doy miedo?

Digo no, hombre, no. Cómo me vas a dar miedo, me has dado una alegría. Vaya aparición. Digo ¿qué haces tú aquí?

Dice yo vivo aquí, el que vive fuera eres tú.

Digo ¿cómo que vives aquí? ¿Te has vuelto de Estados Unidos?

Dice sí, hace ya más de un año que volví.

Digo ¿y Lib? Digo ¿y Edgar?

Dice han pasado muchas cosas, Antonio, muchísimas, desde quen os escribimos por última vez. Algunas son grotescas, otras escalofriantes y otras…, bueno, otras no te las vas a creer.

Hacía diecisiete años que no nos veíamos. Habíamos intentado mantener el contacto por carta, pero al final dejamos de escribirnos. A mí me hubiera apetecido que allí mismo, en aquel momento, Cifuentes me contara todas esas cosas grotescas, escalofriantes e increíbles que le habían sucedido, pero aquella mañana no podía quedarme con él mucho tiempo. Le propuse que comiéramos juntos al día siguiente en Bartleby, pero Cifuentes se negó en redondo. No se negó a que comiéramos juntos, sino a hacerlo en Bartleby. Estaba harto de hojaldres de puerro al lecho de mariscos con mermelada de plátano caramelizado. La alta cocina se había hecho demasiado accesible al gran público, dijo y soltó una carcajada.

Extracto de Un momento de descanso, de Antonio Orejudo.Un momento de descanso portada

Un momento de descanso, de Antonio Orejudo, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Tusquets.

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Antonio Orejudo

Una brillante y divertida novela sobre el desmoronamiento de las certezas, la recuperación de la memoria y la autoficción.

‘Salón de belleza’, un libro clásico de Mario Bellatín

Hace algunos años mi interés por los acuarios me llevó a decorar mi salón de belleza con peces de distintos colores. Ahora que el salón se ha transformado en un Moridero, donde van a terminar sus días quienes no tienen donde hacerlo, me cuesta trabajo ver cómo poco a poco los peces han ido desapareciendo. Tal vez sea que el agua corriente está llegando con demasiado cloro o quizá que no tengo el tiempo suficiente para darles los cuidados que se merecen. Comencé criando Guppys Reales. Los de la tienda me aseguraron que se trataba de los peces más resistentes y por eso mismo los de más fácil crianza. En otras palabras eran los peces ideales para un principiante. Además tienen la particularidad de reproducirse rápidamente. Se trata de peces vivíparos, que no necesitan un motor de oxígeno para que los huevos se mantengan sin que el agua deba cambiarse todo el tiempo. La primera vez que puse en práctica mi afición no tuve demasiada suerte. Compré un acuario de medianas proporciones y metí dentro una hembra preñada, otra todavía virgen y un macho con una larga cola de colores. Al día siguiente el macho amaneció muerto. Estaba echado boca arriba en el fondo del acuario, entre las piedras blancas con las que recubrí la base. De inmediato busqué el guante de jebe con el que teñía el cabello de las clientas y saqué el pez muerto. En los días siguientes nada importante ocurrió. Simplemente traté de darles la cantidad correcta de comida para que los peces no sufrieran de empacho ni murieran de hambre. El control de la comida ayudaba además a mantener todo el tiempo el agua cristalina. Cuando la hembra preñada parió se desató una persecución implacable. La otra hembra quería comerse a las crías. Sin embargo, los recién nacidos tenían reflejos poderosos y rápidos que momentáneamente los salvaban de la muerte. De los ocho que nacieron solo tres quedaron vivos. Sin ninguna razón visible, la madre murió a los pocos días. Esa muerte fue muy curiosa. Desde que parió se quedó estática en el fondo del acuario sin que la hinchazón de su vientre disminuyera en ningún momento. Nuevamente tuve que ponerme el guante que usaba para los tintes. De ese modo saqué a la madre muerta para arrojarla por el excusado que hay detrás del galpón donde duermo. Mis compañeros de trabajo no estaban de acuerdo con mi afición a los peces. Afirmaban que traían mala suerte. No les hice el menor caso y fui adquiriendo nuevos acuarios, así como los implementos que hacían falta para tener todo en regla. Conseguí pequeños motores para el oxígeno, que simulaban cofres del tesoro hundidos en el fondo del mar. También hallé otros en forma de hombres rana de cuyos tanques salían constantemente las burbujas. Cuando al fin conseguí cierto dominio con otros Guppys Reales que fui comprando, me aventuré con peces de crianza más difícil. Me llamaban mucho la atención las Carpas Doradas. En la misma tienda me enteré de que en ciertas culturas es un placer la simple contemplación de las Carpas. A mí comenzó a sucederme lo mismo. Podía pasarme varias horas admirando los reflejos de las escamas y las colas. Alguien me contó después que aquel pasatiempo era una diversión extranjera.

Extracto de Salón de belleza, de Mario Bellatín.

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Salón de belleza, de Mario Bellatín, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Tusquets.

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Mario Bellatín

¿Qué padecimiento puede estar diezmando a los huéspedes de este improvisado enfermero, carente al perecer de motivos filantrópicos?

‘Tras las huellas de la ciencia’, un libro que analiza el vínculo entre el arte y la ciencia

Reflexionar sobre ámbitos heterogéneos en apariencia, como la literatura y las matemáticas, o bien como la poesía y la tecnología, pero cuyos nexos son más profundos y frecuentes de lo que pensamos, quizá también nos permita escoger mejor nuestras lecturas y gustos en este mundo caótico, lleno de adversidades estéticas. Es un entrenamiento para extraer un poco de orden en medio del apetito y la anorexia, así como para suavizar el inevitable choque emocional que sobreviene una vez que entendemos el significado del vacío interestelar. Eso hacen los escritores y los matemáticos: alimentar nuestro espíritu para sobrellevar la melancolía y aprender a resignarnos cuando comprendemos que somos simples mortales y que nuestro tiempo es corto.

La tecnología, hija de las técnicas y oficios tradicionales, confía en la enorme diversidad de máquinas y herramientas que ha heredado, desafiando el paso del tiempo. Sabe que su fin no parece estar cercano, de manera que siente la necesidad de seguir transformando el mundo. Inventa, pues, artefactos que satisfagan nuestras necesidades biológicas elementales, al igual que aquellas que hemos refinado con el paso de los siglos. La tecnología es, desde luego, un ingrediente de la evolución humana.

Por otro lado está la literatura, el mundo de lo posible y lo imposible, el meridiano de nuestros deseos y frustraciones. Una historia que nadie necesita pero que, por su estructura y su aliento, nos permite entender lo que el autor tiene que decirnos. En sentido estricto, la literatura podría prescindir de cualquier artefacto tecnológico. Pero no lo hace, como tampoco lo intenta la ciencia. ¿Por qué? Simplemente porque sus oportunidades evolutivas le han descubierto la posibilidad de usar sustratos alternativos como el papel y algunos medios electrónicos en vez de recurrir a la creación de genes para heredar cultura a nuestros descendientes.

Es así como la literatura y la tecnología se tocan; ambas dependen de la invención para sobrevivir. Los inventores, los escritores y los matemáticos comparten, por lo general,  tres reglas en su quehacer cotidiano:

1. La forma sigue a la función.

2. La forma sigue al defecto.

3. La forma sigue a la imaginación.

Desde luego, uno puede pensar que no hay escapatoria posible a estas tres fatalidades. Y, de hecho, no la hay. Tal vez por ello los inventores, al igual que los escritores y los matemáticos, tienen vidas azarosas, agitadas (por ejemplo, la del precoz Evaristo Gailois, genio de las matemáticas que murió de forma trágica en 1832, a los 22 años de edad), a veces tristes y con la obsesión de subir más alto en la colina. Trayectorias salpicadas de «glamour», vidas tragicómicas y esclavizadas por un solo problema: el del diseño contra el tiempo.

Extracto de Tras las huellas de la ciencia, un libro de Carlos Chimal sobre el vínculo inédito entre el arte y el conocimiento científico.

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Tras las huellas de la ciencia, de Carlos Chimal, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Tusquets.

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Carlos Chimal

El vínculo inédito entre el arte y el conocimiento científico

‘Nación criminal’, narrativas del crimen organizado y el Estado Mexicano

Una de las agendas centrales de las narrativas literarias y fílmicas mexicanas desde los ochenta representan historias criminales es deslegitimar las instituciones del Estado. No proponen, sin embargo, una derogación del Estado, sino el análisis de sus instituciones como un sistema criminal. La crítica se enfoca, entonces, es la descomposición de la estructura oficial en la medida en que varios personajes de historias criminales son parte también del aparato gubernamental, lo que pone en duda la efectividad del Estado. El vínculo entre representantes del gobierno y los grupos criminales establece un sistema de impunidad e inseguridad, lo que ha de entenderse, más como una falla del Estado, como un sistema político y económico que se vale de la violación de la ley para constituirse. No necesariamente quiere decir que en las representaciones del crimen en México exista una intención definida de promover una cultura de resistencia frente al Estado entre los escritores y realizadores de cine, ni que el público las haya considerado explícitamente proclamaciones de algún programa político. Lo político toma lugar en una zona subrepticia de la representación, ahí donde el criminal llega a interpretarse como héroe frente a la deslegitimación de las instituciones, o bien donde actúa como villano asociado a las fuerzas oficiales: ya sea por seducción o por aversión, la representación del héroe en estas narrativas se determina políticamente. La propia materia emotiva que sustenta el contenido de las obras literarias y fílmicas termina por establecer un conjunto de inercias que se consolidan finalmente como la lógica de representación de lo social: el Estado es enemigo de la ciudadanía, y en las cortes internacionales es acusado de violaciones a los derechos humanos y del deterioro del contrato social. En este sentido, el humor negro y la insistente sentimentalización melodramática -que para una crítica esteticista es un mero producto comercial de consumo masivo, sin más intencionalidad que el entretenimiento- resultan ser, de acuerdo con nuestro análisis, formas de diseminación de simpatías y renuencias que van a incidir en las políticas cotidianas, o como queramos referirnos a las visiones de realidad social comúnmente aceptadas.

Extracto de Nación criminal: narrativas del crimen organizado y el Estado mexicano, de Héctor Domínguez Ruvalcaba.

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Nación criminal: narrativas del crimen organizado y el Estado mexicano, de Héctor Domínguez Ruvalcaba, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Ariel.

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Héctor Domínguez Ruvalcaba

Narrativas del crimen organizado y el estado mexicano.

‘Tierra de padrotes’, una crónica sobre la trata de mujeres en Tlaxcala, escrita por Evangelina Hernández

Son las dieciocho horas con cuarenta y cinco minutos del tercer sábado de julio. Un automóvil BMW gris, modelo reciente, de carrocería impecable, con placas del estado de Tlaxcala, circula sobre la avenida Insurgentes Centro, detiene su marcha durante unos segundos y continúa. Al dar vuelta a la derecha, en la esquina de Luis Donaldo Colosio y Jesús García, disminuye la velocidad al tiempo que las puertas traseras del auto se entreabren  y al frenar, descienden tres jovencitas. Los tacones negros son los primeros en tocar la acera, seguidos de unas botas atezadas, altas, y de unas zapatillas rojas. Por sus atuendos, parecen estar uniformadas o que compraron la ropa en el mismo lugar. Sus cuerpos quedan expuestos a través de la delgada y elástica tela que los cubre.

Cuando ellas salen del BMW, sobre la calle de Luis Donaldo Colosio, otras 27 mujeres ya están paradas sobre la banqueta. Con sus celulares en mano y bolsos colgados sobre las ramas de los árboles, en los que de vez en vez se recargan para descansar de los tacones de 12 centímetros, esperan a los clientes. Cada una en el espacio de banqueta que le fue asignado. No se dirigen la palabra. Se miran con desconfianza.

Las tres pasajeras del BMW se colocan en su pequeño espacio. Tampoco se hablan. Una de ellas, con leggings color beige y blusa strapless café extrae de su bolsa un lápiz labial rojo, se retoca y al igual que sus compañeras, aguarda. A las diecinueve horas un taxi con la cromática oficial de la Ciudad de México se estaciona frente a ellas, mueve medio cuerpo hacia la ventanilla del pasajero y se acercan de inmediato. No es un cliente en busca de sexoservicio, así lo indica el mutismo de las otras ocupantes de la banqueta.

El chofer les da instrucciones. Es como un supervisor de su trabajo. Entre pasajero y pasajero, las vigila, las observa. Les hace saber, de forma verbal y amenazante, que no están solas y que cualquiera de sus movimientos será reportado a su propietario, de ellas y del BMW.

De las diecinueve horas del sábado a las cinco de la mañana del domingo, la joven con leggings color beige y blusa strapless café atendió a veinte clientes. Cada vez que regresa a su espacio de la banqueta se pinta los labios, envía un mensaje de texto desde su celular y se reacomoda el pelo negro que apenas le roza los hombros.

Con el paso de las horas la actividad se incrementa en la zona. Vehículos de todas las marcas, modelos y colores desfilan por la orilla de la banqueta. Algunos conductores solo miran, algunos preguntan y hay quienes le abren la puerta a estas acompañantes que solo tienen permitido permanecer 30 minutos con cada cliente en los hoteles cercanos. Hoteles autorizados.

A pesar de que la madrugada se empieza a poner fría, los hombros de las jóvenes que van y vienen siguen descubiertos. Por ratos doblan ligeramente una pierna para descansar de los tacones, pero aunque están de pie en la orilla de la banqueta, tienen prohibido sentarse. Los taxistas, sus supervisores, no dejan de rondarlas. Los vecinos de la zona aseguran que están contratados para cuidarlas de algún cliente abusivo y evitar que alguna se escape.

Son casi las cinco de la mañana, el chofer del BMW se da vuelta sobre la avenida Insurgentes Centro y antes de llegar a la esquina frena la marcha del vehículo. La joven con los tacones negros, leggins azul claro y blusa azul rey aborda primero, seguida de su compañera de las botas negras, jeans ajustados y blusa roja. Arribarán a Tenancingo, Tlaxcala, adonde duermen, medio comen, medio descansan y son presas de sus padrotes. Allí llegaron engañadas por el amor o bajo amenazas de muerte. Ahora tienen miedo de todo, pero principalmente de sus padrotes.

Extracto de Tierra de padrotes, una escalofriante crónica de Evangelina Hernández, sobre la trata de mujeres que se realiza en Tlaxcala, sin que las autoridades hagan nada al respecto.

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Tierra de padrotes, de Evangelina Hernández, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Tusquets.

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Evangelina Hernández Duarte

Aquí una denuncia valiente, cruda y descarnada, del fenómeno que se ha convertido en la nueva forma de esclavitud del siglo XXI: la trata de mujeres.

‘La grandeza de la vida’, un libro sobre el gran amor de Franz Kafka

El doctor llega a última hora de la tarde, un viernes de julio. El tramo final que recorre desde la estación en un automóvil descubierto no se acaba nunca, sigue haciendo mucho calor y está exhausto, pero ya ha llegado, Elli y los niños lo esperan en el vestíbulo. Apenas le da tiempo a dejar el equipaje y ya Félix y Gerti corren hacie él y le hablan sin cesar. Han estado por la playa desde la mañana temprano, y les encantaría volver y enseñarle lo que han construido, un enorme castillo de arena, la playa está repleta de ellos. Pero dejadle tranquilo, les exhorta Elli mientras sostiene a Hanna dormida en brazos, sin embargo, ellos le siguen contando cómo ha ido el día. Elli pregunta: ¿Qué tal el viaje? ¿Quieres comer algo? El doctor piensa si quiere comer algo, porque apetito no tiene. No obstante, sube a la casa donde están pasando las vacaciones y los niños le enseñan dónde duermen, tienen once y doce años y encuentran miles de excusas para no irse a la cama aún. La «señorita» ha preparado un plato con nueces y fruta, también hay una jarra de agua, él bebe y da las gracias a su hermana, pues las próximas tres semanas comerá allí, pasarán mucho tiempo juntos, aunque está por ver, a la larga, qué le parece todo aquello.

El doctor no tiene grandes expectativas respecto de esta visita. Viene arrastrando unos meses malos y no quería seguir en casa de sus padres, así que la invitación al Báltico llegó en el momento oportuno. Su hermana había encontrado el alojamiento a través del periódico, el anuncio prometía unas camas formidables y precios decentes, además de balcones, verandas y miradores, todo al pie del oquedal y con maravillosas vistas al mar.

Su habitación está al otro extremo del pasillo. No es demasiado grande, pero hay un escritorio y el colchón es firme, además tiene un estrecho balcón que da al bosque y promete tranquilidad, aunque se oyen voces infantiles, procedentes de un edificio cercano. El doctor deshace el equipaje: unos pocos trajes, ropa interior, lectura, papel para escribir. Podría contarle a Max cómo han ido las conversaciones con la nueva editorial, pero ya lo hará los próximos días. Le había resultado extraño volver a Berlín después de todos esos años y, veinticuatro horas más tarde, allí está, en Müritz, en una casa llamada Glückauf, que significa «suerte». Elli ya ha hecho una broma al respecto: espera que el doctor gane unos kilos a orillas del mar, aunque ambos saben que es poco probable. Todo se repite, piensa él, los veranos que pasa desde hace años en algún hotel o sanatorio, y luego los largos inviernos en la ciudad, en los que, a veces, no sale de la cama durante semanas. Se alegra de estar solo y se sienta un rato en el balcón, donde aún se oyen esas voces, luego se va a la cama y concilia el sueño sin esfuerzo.

Extracto de La grandeza de la vida, de Michael Kumpfmüller.

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La grandeza de la vida, de Michael Kumpfmüller, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Tusquets.

’17 ecuaciones que cambiaron el mundo’, un libro para entender la importancia de las matemáticas en el mundo

Las ecuaciones son el alma de las matemáticas, la ciencia y la tecnología. Sin ellas, nuestro mundo no existiría en su forma actual. Sin embargo, las ecuaciones tienen fama de ser horripilantes: los editores de Stephen Hawking le dijeron que cada ecuación reduciría a la mitad las ventas de «Historia del tiempo», pero más tarde ignoraron su propio consejo y le permitieron introducir «E=mc2» cuando eliminándola supuestamente habrían vendido otros 10 millones de copias. Estoy del lado de Hawking. Las ecuaciones son demasiado importantes para esconderlas. Pero sus editores también tenían razón; las ecuaciones son formales y austeras, parecen complicadas e incluso a quienes les encantan les pueden desanimar si son bombardeados con ellas.

En este libro, tengo una excusa. Ya que trata sobre ecuaciones, no puedo evitar incluirlas al igual que no puedo escribir un libro sobre montañismo sin usar la palabra «montaña». Quiero convencerte de que las ecuaciones han jugado un papel esencial en la creación del mundo actual, desde la cartografía a la navegación por satélite, desde la música a la televisión, desde el descubrimiento de América a la exploración de las lunas de Júpiter. Afortunadamente no necesitas ser un ingeniero aeroespacial para apreciar la poesía y la belleza de una buena e importante ecuación.

Hay dos tipos de ecuaciones en matemáticas, que aparentemente son muy parecidas. Un tipo presenta relaciones entre varias cantidades matemáticas; la tarea es probar que la ecuación es cierta. El otro tipo proporciona información sobre una cantidad desconocida y la tarea matemática es resolverla, para hacer lo desconocido, conocido. La distinción no está clarísima, porque a veces la misma ecuación puede usarse para ambas cosas, pero es una pauta útil. En este libro, te encontrarás con ecuaciones de ambos tipos.

Las ecuaciones en matemática pura son habitualmente el primer tipo; revelan patrones y regularidades profundas y hermosas. Son válidas porque, dados nuestros supuestos básicos sobre la estructura lógica de las matemáticas, no hay alternativa. El teorema de Pitágoras, que es una ecuación expresada en el lenguaje de la geometría, es un ejemplo. Si aceptas los postulados básicos de Euclides sobre la geometría, entonces el teorema de Pitágoras es cierto.

El curso de la historia de la humanidad ha sido redirigido una y otra vez por una ecuación. Las ecuaciones tienen poderes escondidos. Revelan los secretos más íntimos de la naturaleza. Esto no es el modo tradicional para los historiadores de organizar el ascenso y la caída de las civilizaciones. En los libros de historia abundan reyes y reinas, guerras y desastres naturales, pero las ecuaciones escasean. No es justo.

Extracto de 17 ecuaciones que cambiaron el mundo, de Ian Stewart.

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17 ecuaciones que cambiaron el mundo, de Ian Stewart, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Crítica.

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El progreso humano contado a través de 17 ecuaciones explicadas en un libro de lectura apasionante. – Claudi Alsina

‘Hasta aquí hemos llegado’, el nuevo caso del detective Kostas Jaritos, escrito por Petros Márkaris

Lo más lógico sería que me fuera directo a casa. La angustia y el nerviosismo, junto con el calor asfixiante, me han dejado extenuado y, ahora que me he relajado un poco, estoy a punto de carme redondo. Sin embargo, quiero saber qué les ha sacado Vlasópolus en el interrogatorio a los dos clientes de Katerina. Me pregunto si lo hago por deformación profesional o por obligación paterna, y concluyo que por lo segundo. A fin de cuentas, ni nosotros ni la Brigada Antiterrorista nos ocuparíamos tanto del asunto si el matón de Amanecer Dorado hubiera agredido a otra mujer en lugar de a Katerina.

Subo al autobús con la ropa pegada al cuerpo. Lo primero que se me ocurre es que debería volver a poner el Seat en circulación. Hace meses que lo dejé aparcado en el garage de la Jefatura porque, con el ahorro sangrante que nos vemos obligados a hacer para sobrevivir, no tiene sentido gastar dinero para circular con mi coche particular cuando puedo hacerlo gratis en los transportes públicos. No obstante, ahora que al trayecto casa-trabajo-casa se añade la visita al hospital, seguida a otra a casa de Katerina hasta que se recupere del todo, moverme en transporte público me hará perder mucho tiempo.

Por otra parte, podría estar utilizando a Katerina como pretexto, pues hace tiempo que quiero volver a sacar mi coche, y el de ser un padre angustiado me viene como anillo al dedo.

En el pasillo de la Jefatura me topo con los dos africanos, que me esperan delante de mi despacho.

-¿Todavía no os han tomado declaración? -pregunto sorprendido.

-Esperamos Katerina -reponde uno de ellos.

-¿Cómo está? -pregunta el otro.

-Por suerte, no ha sido grave.  Pero la golpeó con un puño americano y eso duele.

-Nosotros, Katerina hermana. Queremos mucho -dice el primero.

El afecto que declaran es conmovedor aunque mi hija esté pagándolo con una estancia en el hospital.

-Pasad a mi despacho.

Me siguen, pero en ese instante entran mis tres ayudantes: Kula, Dermitzakis y Papadakis. Los dos africanos esperan discretamente junto a la puerta.

-¿Cómo se encuentra Katerina, señor comisario? -me pregunta Kula.

Repito la explicación que acabo de dar a los africanos.

-Gracias a Dios, se ha librado por los pelos -comenta Kula, y se santigua.

-Ha tenido suerte, dentro de su desgracia -apostilla Dermitzakis.

-Pero bueno…, ¿no hubo nadie que intentara detenerles? -exclama Papadakis, sin poder creerlo.

-Nadie.

-Claro, le está bien empleado por mezclarse con los negros -comenta con amarga ironía, suscribiendo lo que dijo la mujer que hablaba casi a gritos por el móvil.

Expresan sus deseos de una pronta recuperación y se marchan, mientras yo indico a los africanos que pasen. Esperan mi señal para sentarse, pero antes llamo al encargado del taller y le pido que le eche un vistazo al Seat.

-¿Por qué habéis ido a los juzgados con Katerina? -les pregunto tras colgar el teléfono.

-Destrozar tienda de mi amigo Maurice -explica el segundo señalando a su amigo.

-¿Dónde está  la tienda?

-Lefkados con Ajarnón. Maurice conocer dos que destrozaron. Ir a la policía. Nos dijeron poner denuncia, pero no pasar nada. Entonces ir a ver Katerina y ella hacer demanda.

-¿Qué significa eso?

-Poner querella criminal -explica Maurice-. Esta mañana se celebraba el juicio -concluye en un griego correcto.

Al menos, ahora conozco los motivos de los agresores. Los miembros de Amanecer Dorado la han atacado porque los acusados eran de su banda.

Extracto de Hasta aquí hemos llegado, de Petros Márkaris, un nuevo caso para el detective Kostas Jaritos.

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Hasta aquí hemos llegado, de Petros Márkaris, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Tusquets.