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‘Finny’, una ingeniosa novela sobre la búsqueda de la libertad en la juventud

Al nacer, su padre le puso el nombre de Delphine, en honor a la ciudad del oráculo griego, pero, como ella siempre había tenido sus propias ideas sobre cosas como, por ejemplo, los nombres, la llamaban Finny desde que, siendo ya lo bastante mayor, así lo había querido. Era un nombre que sonaba a irlandés y que iba muy bien con su elegante cabello pelirrojo, y lo cierto es que a Finny siempre le había encantado todo lo irlandés, aunque ignoraba el motivo. Tenía un hermano mayor llamado Sylvan, probablemente porque su padre, Stanley Short, quería continuar la tradición de las iniciales S. S., cosa que siempre hacía pensar a Finny que a continuación iba a venir el nombre de un barco. Le parecía absurdo dejar que otra persona decidiera cómo tenías que llamarte el resto de tu vida -imagínate que hubiera sido Osito Pooh o Estropajo-, así que fue ella quien tomó esa decisión.

Finny era una chiquilla fuerte y traviesa, segura de sí misma y valiente, con un pelo tan rojo como un jitomate maduro, pecas en la nariz, mejillas que parecían salpicaduras de lodo y unos cachetes hinchados como el pan cuando empieza a esponjarse, esos que a las tías ancianas les gusta pellizcar. A veces, cuando lo hacían, Finny les pagaba con la misma moneda. No era la clase de niña que se dejaba hacer caricias o se derretía cuando le decían que era adorable. En cierta ocasión, a los cuatro años, su tía Louise le pellizcó una mejilla y Finny le dio un pellizco tan fuerte en el pecho que su tía gritó de dolor y la dejó caer. El suelo era de linóleo y, cuando chocó contra él, todos pensaron que se había matado. Entonces, Finny se echó a reír: había arrancado el botón del bolsillo de la blusa de su tía y lo tenía aferrado en su puño sudoroso.

La madre de Finny, Laura, era una mujer alta y huesuda, de boca pequeña y nariz afilada. No era nadie del otro mundo, pero sabía arreglarse para resultar atractiva. Usaba pasadores, suéteres vistosos y elegantes faldas negras. Tenía una sonrisa cálida, hablaba con timidez y coquetería y los adultos solían dirigirse a ella como si fuera Finny, con un tono de voz un poco más alto, suma amabilidad y palabras sencillas. Finny la veía transformarse en una niña alegre y curiosa para sus invitados y no le gustaba su pose, su sumisión voluntaria, su afán irremediable de llamar la atención. Finny llevaba playeras de futbol gastadas y jeans cortados cuyos hilos le colgaban por debajo de las rodillas. Siempre tenía un codo despellejado o una pantorrilla magullada por haberse peleado después de clase. Le gustaba el kickball y durante cierto tiempo pudo con casi todos los chicos de su clase en los juegos de libre a los que dedicaban el recreo.

Extracto de Finny, de Justin Kramon.

Finny portada

Finny, de Justin Kramon, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Planeta.