Un espía alemán se deja caer, desde un avión de reconocimiento Focke-Wulf negro, sobre la llanura del condado de Cambridge. El paracaídas de seda se abre con un suave crujido y el espía desciende en silencio durante doce minutos. Las estrellas brillan en el cielo, pero en la tierra bajo sus pies, envuelta en las tinieblas de la guerra, reina una gran oscuridad. La nariz le sangra abundantemente.
El espía llega muy bien equipado. Lleva casco y botas de paracaidista del ejército británico, y en uno de sus bolsillos, la cartera de un soldado británico, muerto en Dieppe cuatro meses atrás, y que contiene dos tarjetas de identidad falsas y una carta de su novia Betty, ésta, genuina. En su mochila transporta cerillas impregnadas con quinina para escritura invisible, un equipo radiotransmisor, un mapa militar, 990 libras en billetes usados de diversas deniminaciones, un revólver Colt, una pala y unas gafas de cristales neutros para disfrazarse. Tiene cuatro dientes de oro pagados por el Tercer Reich de Hitler, bajo su mono de salvo viste de paisano, un traje que en su tiempo estuvo de moda, pero que ahora se ve algo gastado, y en el dobladillo de la pierna derecha del pantalón lleva cosido un pequeño paquete de celofán que contiene una única píldora de cianuro potásico.
El nombre del espía es Edward Arnold Chapman. La policía británica lo conoce también como Edward Edwards, Edward Simpson y Arnold Thompson. Sus instructores alemanes le han dado el nombre clave de Fritz, o el algo más cariñoso Fritzchen, pequeño Fritz, aunque el servicio secreto británico todavía no tiene ningún nombre para él.
Extracto de El espía seductor, la biografía novelada de Eddie Chapman, el agente más asombroso de la Segunda Guerra Mundial, escrita por Ben Macintyre.
El espía seductor, de Ben Macintyre, ya está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Crítica de Paidós.