«Sígueme la corriente», el nuevo libro de Megan Maxwell

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Héroe

La gala musical en el espectacular auditorio de Los Ángeles era divertida y todos los asistentes la pasaban muy bien.

Productores musicales, cantantes, actores, modelos y guionistas de cine bebían, bailaban y cantaban al sonido de la mejor música del momento. Uno de los asistentes más solicitados era Anthony Ferrasa, Tony para los amigos.

Un compositor guapo, simpático, seductor y moreno de ojos verdes que las volvía locas a todas, y no sólo por su fascinante mirada. Tony era el mediano de los hermanos Ferrasa, hijo de la fallecida cantante Luisa Fernández, más conocida como la Leona, y cuñado de Yanira, la cantante que estaba triunfando en las listas de ventas.

Tony era el soltero más cotizado de Los Ángeles y, vestido con aquel traje negro, la camisa blanca y la pajarita, era una delicia para la vista. Era un hombre que no se dejaba enamorar por nadie, pero que las enamoraba a todas con sus felinos ojos claros, su porte atlético y su sonrisa cautivadora.

Mientras sonaba de fondo Treasure, de Bruno Mars, y la gente bailaba, él hablaba con una guapa modelo rusa, consciente por cómo ésta se tocaba el pelo, se mordía el labio inferior y sonreía, de que la noche prometía. Sin duda Ia joven había caído en sus redes sin él apenas proponérselo.

—Tony, ¿puedes venir un momento?

Al oír la voz de Yanira, le guiñó un ojo a la mujer que estaba con él y, tras pedirle un segundo, se acercó a su cuñada. Ésta, con una sonrisa, cuchicheó en su oído:

—Me acaban de proponer grabar una canción con Beyoncé y Jennifer Lopez. ¿Qué te parece la idea?

—Wepaaaaaa —respondió él.

Juntar a aquellas tres diosas de la música, guapas, sexis y triunfadoras era como poco una gran idea y contestó encantado:

—Creo que será un exitazo. ¿Quién te lo ha propuesto? Con disimulo, la joven se movió hacia la derecha y murmuró:

—El que está hablando con tu hermano Omar.

Tony miró con curiosidad y, al ver quién era, asintió.

—Alfred Delawey, vaya… vaya…

Ambos reían contentos cuando Dylan, otro de los hermanos de Tony, y marido de Yanira, se acercó a ellos y, tras darle a su mujer la bebida que llevaba en la mano y agarrarla por la cintura, preguntó:

—¿Qué traman?

—Le contaba a Tony la proposición de Delawey —contestó ella, apoyando mimosa la cabeza en su hombro.

—¿Qué te parece a ti, Dylan? —le preguntó Tony a su hermano.

El doctor Dylan Ferrasa, un hombre bastante celoso de su intimidad sonrió al entender por dónde iba la pregunta y, tras darle un beso en la frente a su mujer, respondió:

—Me parece bien.

Yanira y Tony se miraron extrañados.

—¿Ninguna objeción? —insistió éste.

Dylan soltó una carcajada. Si algo había aprendido en aquel tiempo era a confiar en su mujer y, sin soltarla, dijo:

—Alfred no es un tipo que me caiga especialmente bien, pero Yanira sabe lo que hace.

Ella levantó las cejas divertida y se puso de puntitas para darle a Dylan un beso en los labios. —Si es que más guapo, precioso, buenote y apapachable no puedes ser, cariño —exclamó.

Encantado, el doctor Ferrasa sonrió y se dejó besar. Adoraba a su esposa. Ella era única y, sin duda alguna, lo mejor que le había pasado en la vida.

Tony puso los ojos en blanco. El amor que se profesaban aquellos dos era apasionado e increíble y masculló:

—Ya estamos con el besuqueo.

Ellos lo miraron divertidos y Yanira preguntó:

—¿Envidia?

—Nooooo —se burló Tony, mirando a la rusa—. No digas tonterías. Tengo lo que quiero.

Yanira miró en la misma dirección.

—Esa mujer es muy guapa, pero sólo con verla sé que no es para ti —comentó.

Dylan soltó una carcajada y Tony replicó divertido:

–Cuñada, mi vida es estupenda. Hago lo que quiero y estoy con quien quiero. ¿Qué más puedo pedir?

Ella lo miró. Tony tenía razón, pero aun así, dijo:

–Sé que tienes lo que quieres, pero todas esas mujeres son más falsas que un dólar con la cara del Pato Donald. La mayoría sólo quieren salir en la prensa contigo y promocionarse.

–Lo sé. Pero no olvides, rubiecita, que yo también quiero de ellas algo muy simple: sexo. Nada más.

—A este paso, como se dice en España, te quedarás para vestir santos insistió la joven—.

Vamos, Tony, que ya cuentas con una edad como para tener una familia. Te recuerdo que eres dos años mayor que Dylan.

Divertido por su comentario, sonrió y, dándole un jalón de pelo, dijo:

—Ya los tengo a ustedes por familia y, por cierto, ¿me acabas de llamar viejo?

—Ya no eres un chavito, compadre —replicó ella, viendo que su marido se reía—. Eres un cuarentón y…

—Dylan, ¿por qué no le dices a la entrometida de tu mujer que cierre la boca?

—Si me hablas así, te voy a mandar a freír espárragos, Tony Ferrasa —masculló Yanira—. Me da igual lo que digas y lo que pienses. Creo que debes buscar a alguien especial y dejar de ir de flor en flor, o terminarás como tu hermanito Omar.

—Wepaaaaa, ¡qué golpe más bajo! —se burló Dylan.

—¡Dios me libre! —se carcajeó Tony.

Los dos hermanos reían por lo que había dicho Yanira cuando llegó Omar, el primogénito. Se plantó ante ellos, tomó a Yanira del brazo, y dijo, jalándola:

—Ven; Delawey está como loco por hablar contigo, y además tienes que actuar con Luis Miguel.

—Estamos en una fiesta, Omar —protestó ella—, no en una reunión de trabajo. Su cuñado, un obseso del trabajo y de las mujeres, la miró e insistió, suavizando la voz:

–Lo sé, preciosa. Pero no olvides que en estas fiestas se cierran buenos negocios.»

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