‘No hay verano sin ti’, la continuación de una gran historia de amor

Antes, cuando terminaban las clases en junio, metíamos las maletas en el coche y nos dirigíamos directamente a Cousins. Mi madre iba a la tienda el día anterior y compraba botellas de jugo y cajas de tamaño económico de barritas energéticas, protector solar y cereales integrales. Cuando le rogaba que comprara cereal con malvaviscos o maíz endulzado, mi madre decía:

-Beck tendrá cereales de los que te pudren los dientes de sobra, no te preocupes.

Tenía razón, claro. A Susannah -Beck para mi madre- le encantaban los cereales para niños, igual que a mí. Los devorábamos en la casa de verano. Nunca llegaban a ponerse blandos. Hubo un verano en el que los chicos comieron cereales para el desayuno, el almuerzo y la cena. Mi hermano, Steven, era de cereal azucarado, Jeremiah era de cereal crujiente y Conrad, de cereal inflado. Jeremiah y Conrad eran los hijos de Beck y disfrutaban de sus cereales. En cuanto a mí, yo me comía lo que quedara mientras tuviera azúcar.

Había estado yendo a Cousins toda mi vida. Casi diecisiete años jugando a perseguir a los chicos, esperando y deseando ser algún día lo bastante mayor como para formar parte de su pandilla. La banda veraniega de los muchachos. Por fin lo había conseguido, pero ya era demasiado tarde. En la piscina, la última noche del último verano, dijimos que siempre volveríamos. Da miedo pensar con qué facilidad se rompen las promesas. De forma tan simple.

Cuando llegué a casa el verano anterior, esperé. Agosto se convirtió en septiembre, empezaron las clases y yo seguía esperando. No es que Conrad ni yo nos hubiéramos declarado. No es que fuera mi novio. Sólo nos habíamos besado. Empezaba la universidad, donde habría un millar de chicas distintas. Chicas sin toques de queda, chicas en su dormitorio, todas más inteligentes y guapas que yo, todas misteriosas y completamente nuevas, de una forma que yo nunca podría llegar a ser.

Pensaba en él constantemente, en lo que había significado, en lo que éramos el uno para el otro. Porque no podíamos echarnos atrás. Sabía que yo no podría. Lo que había ocurrido entre nosotros, entre Conrad y yo, entre Jeremiah y yo, lo había cambiado todo. Así que cuando llegó agosto y después septiembre y el teléfono seguía sin sonar, solo tenía que pensar en cómo me había mirado esa última noche para comprender que aún había esperanza. Sabía que no me lo había imaginado. No podía haberlo hecho.

Extracto de No hay verano sin ti, la continuación de El verano en que me enamoré, escrita por Jenny Han.

No hay verano sin ti portada

No hay verano sin ti, de Jenny Han, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Destino.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *