¿Necesitamos plumas costosas para sentirnos profesionales?

Dos razones fundamentales me motivaron, hace ya varios años, a publicar artículos sobre desarrollo profesional: la primera, el bien de mi propio desarrollo profesional; la segunda, una enorme necesidad de compartir tanto lo que he aprendido en el mundo del management en las grandes empresas transnacionales, como los sucesos que en el camino me han forjado profesionalmente.

Muchas de esas lecciones vienen de las personas que están a mi alrededor. Una de ellas es mi hijo, un niño que padece una afección (aún sin diagnóstico claro) que le impide caminar, y que por ahora lo tiene en silla de ruedas; algo similar a una parálisis cerebral, pero sin que realmente lo sea. Cabe decir que como padres, tenemos la responsabilidad de que Adrián se convierta en una persona independiente y autosuficiente, de educarlo conforme a principios y valores que sean positivos para su propio desarrollo personal y profesional, así como de permitir que él encuentre la manera de compartir con los demás sus propias vivencias.

Curiosamente fue una lección que aprendí por medio de mi hijo la que me hizo comprender el «secreto» (hasta entonces imperceptible para mí) detrás del éxito del desarrollo profesional.

Hace algún tiempo, un compañero de trabajo que en otro momento había sido mi jefe, me insistía en que, para ser el prestigioso consultor en que deseaba convertirme, debía comenzar por parecerlo, de modo que necesitaba contar con ciertos accesorios que me «distinguieran». Al principio no sé si por falta de recursos económicos o porque la razón aún se imponía a la vanidad, no le hice caso, pero me predispuso a observar mi entorno.

En efecto, los directores de empresas (la mayoría de ellos profesionales de medianos ingresos), los consultores que trataban con éstas, así como los abogados y los gerentes seguían el mismo patrón: todos usaban accesorios de marca. Lo más destacado eran las plumas. Recuerdo que la firma de un contrato parecía un duelo medieval donde esas majestuosas joyas convertidas en espadas de tinta negra o azul eran las protagonistas.

Llegó el día en que no resistí más la tentación y me dirigí raudo a comprar la pluma de moda, por la que pagué una gran cantidad; finalmente, a mi leal saber y entender, estaba haciendo lo correcto, pues era una excelente inversión, necesaria para escalar los peldaños profesionales.

Unos meses después, mi hijo, que era todavía un bebé, también se vio seducido por el negro refulgente del cuerpo de la pluma y por el brillo alucinante de la estrella blanca que (símbolo de la cima nevada de un famoso monte) decoraba la punta del capuchón. Aunque sus intenciones eran bastante más honestas: él simplemente quería jugar.

Por supuesto, yo no quería entregarle mi «espada» de consultor al niño, pero al negársela me asestó semejante berrinche que mi corazón de padre primerizo no pudo aguantar. Me rendí. Saqué la pluma del bolsillo de mi camisa y se la di. Íbamos en el auto, así que mientras manejaba llevaba un ojo puesto en el camino y el otro en el espejo retrovisor para vigilar lo que hacía Adrián con mi «herramienta para alcanzar el éxito».

Finalmente me distraje, es decir, puse atención a lo que debía: el camino. Cuando llegamos a nuestro destino me percaté de que la pluma ya no tenía tapa, el elemento donde precisamente se coronaba la marca. Mi reacción espontánea fue reír. Entonces me di cuenta de que había cosas mucho más importantes para mi desarrollo profesional que un artículo de lujo.

No fue tanto el hecho de sentirme tranquilo  con la satisfacción que mi hijo encontró en jugar con la pluma, sino el flujo de ideas y emociones que copó mi mente en aquella ocasión lo que iluminó la idea de que lo material debe dejarse de lado para enfocarse en el desarrollo mismo. No concebir el desarrollo como el medio que me permitirá alcanzar un mejor estatus social, tener un auto de lujo, comer en restaurantes costosos o comprar una pluma de marca, y mucho menos para ostentar una apariencia sin sustancia, sin contenido.

Al final aprendí y, aún más, constaté con el transcurso de los años, que si nuestra mirada está puesta en el desarrollo por el desarrollo mismo, si nos preocupamos por el crecimiento de los demás, sin dejar de ser capaces de ver más allá de lo evidente, si adoptamos las estrategias y las decisiones adecuadas, todo lo demás vendrá como consecuencia.

Extracto de Ruta Profesional, de Marcelo Tedesco.

Ruta profesional marcelo tedesco portada

Ruta Profesional, de Marcelo Tedesco, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Paidós.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *