‘Narcoamérica’: 55 mil kilómetros tras el rastro de la cocaína

El tráfico de drogas es un fenómeno que une a la región de manera trágica. Genera unos trescientos veinte mil millones de dólares  anuales —lo equivalente al 1.5% del Producto Interno Bruto  mundial—. Ese dinero alcanzaría para construir unos cien World  Trade Centers, para comprar cuatro estaciones espaciales, o para  cubrir todas las necesidades de infraestructura y servicios en América Latina, según la Comisión Económica para América Latina y
el Caribe (cepal).

El narcotráfico moviliza gobiernos y mutila o pervierte las vidas de millones de personas, pero la mayor parte de su daño ocurre por debajo de la atención mediática. Viviendo en México y en España, poco nos enterábamos de cómo llega la cocaína a los consumidores.

Desde nuestra cómoda posición citadina, ignorábamos qué ha pasado en Colombia después de la época de Pablo Escobar y nada sabíamos de los métodos que utilizan las organizaciones criminales  para llevar la droga a Europa y a fronteras más lejanas. Tampoco conocíamos qué pasó en Uruguay para que se pudiera legalizar la marihuana. Apenas y considerábamos que mientras un kilo de cocaína en Australia puede venderse hasta en 200 mil dólares, en Bolivia, la hoja de coca —materia prima del estupefaciente— cuesta unos centavos y es necesario mascarla todos los días para poder funcionar en un altiplano donde se respira una fracción del oxígeno que hay a nivel del mar. Miramos nuestros países como nuestros ombligos sin ver que éste es un fenómeno transnacional provocado por la corrupción, la pobreza, la fragilidad de las instituciones, la impunidad, las violaciones a los derechos humanos y los caciquismos.

La violencia ligada al tráfico de drogas se ha convertido en el lenguaje de América desde que el ex presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, declaró la guerra a los narcóticos. Su gobierno criminalizó la cocaína y el resto de los países obedeció. En 1971, cuando empezó esta operación transnacional, la tasa de homicidios en el continente era de ocho por cada 100 mil habitantes.

Hoy es de 14. Actualmente, 16 de los 25 países más peligrosos del  mundo están en América Latina. Tan solo en la última década, los  índices de violencia aumentaron en toda la región, producto de los cambios en el mundo criminal. Entre 2000 y 2010, murieron más de un millón de personas por homicidio. Según el Informe Regional de Desarrollo Humano 2013-2014 de la onu, en Latinoamérica las tasas de asesinatos aumentaron un 12%, mientras que en otras regiones del mundo disminuyeron hasta la mitad. Entre las listas trágicas siempre aparecían los nombres de Colombia, El Salvador, Guatemala, Honduras y Venezuela con más de 30 asesinatos por cada 100 mil habitantes. Les seguían de cerca otros como México, Brasil, Bolivia, Panamá, Ecuador, Paraguay y la República Dominicana.
Poco a poco fuimos descubriendo un fenómeno que se basa en el libre mercado y en la dispersión de la ignorancia. Los que forman parte de la cadena no se conocen entre sí. No saben que son un engranaje. Decidimos centrarnos en esas piezas, más allá de los grandes capos al estilo Joaquín «el Chapo» Guzmán, y hablar más bien de gente como Reinaldo Cruz que se hizo narco por un golpe de ¿buena? suerte, o de cómo el último rey negro de Bolivia, legítimo descendiente de un linaje real senegalés, cada mañana sale a cultivar hoja de coca. Preferimos hacer el relato del narco mexicano que quiere hacer una película después de que una avioneta de su propiedad se desplomara con 100 kilos de la droga. Elegimos narrar la historia de la boliviana que se comió 80 gramos de cocaína, lo equivalente a tragarse 10 ciruelas, y los llevó en su estómago a Santiago de Chile.

Extracto de Narcoamérica, un libro escrito por el colectivo Dromómanos.

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Narcoamérica, un libro escrito por el  colectivo Dromómanos, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Tusquets.

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Dromómanos

De los Andes a Manhattan, 55 mil kilómetros tras el rastro de la cocaína

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