«La querella de México» de Martín Luis Guzmán

Propendemos los mexicanos, por razones educativas, a ver siempre las cuestiones que atañen a nuestro país –tan peculiar en su origen, en sus elementos formativos y en su historia –paralelamente a las que ha suscitado la vida de otros pueblos a los cuales nos parecemos muy poco. No sospechamos que debe existir una substancia propia en el fondo de cualquier idea nacional para que sea fecunda, y que sólo como luces o rectificaciones accidentales pueden añadírsele las influencias extrañas. Bien a causa de nuestra pereza mental, bien por estar acostumbrados al brillo e interés de los aspectos últimos del pensamiento europeo, no buscamos tener vida intelectual auténtica ni en lo que arranca del corazón mismo de los problemas sociales mexicanos. Estamos condenados a cierta condición perdurable de dilettanti. En el mejor de los casos no pasamos de ser solícitos espectadores de cuanto sucede más allá de nuestras fronteras, más allá de los mares. Casi no tenemos arte vernáculo; carecemos de filosofía y ciencias propias; nuestra religión nunca ha provocado entre nosotros conflictos de carácter meramente espiritual. No niego –eso no- que de vez en cuando nos vanagloriamos de no sé qué investigaciones y descubrimientos mexicanos; tampoco falta en nuestras escuelas la figura de tal cual varón sapientísimo cuya ciencia ponderan todos, todos ensalzan, si bien a nadie es dado comprobarla por sí mismo, pues esos nuestros sabios poco hablan y jamás escriben; ni es raro en nuestro país el ánimo esforzado de alguno que, de buenas a primeras, se sienta a escribir un libro para enmendar la plana al sabio extranjero del día: en México se desconoce la enorme labor, nunca interrumpida, que se requiere en el mundo de la ciencia para pretender la borla. Vivimos aún en la dorada etapa del genio, del hombre maravilloso que, en un rato perdido, se torna grave y explica el mundo. Además confundimos las ideas, confundimos los valores: creemos que lo mismo es un abogado que un humanista, un cirujano que un biólogo, un boticario que un químico. Habituados a hojear un libro hoy y otro mañana, suponemos que así se encuentra la directriz de la vida de un pueblo. ¿Hay nada más común, y al mismo tiempo más horrible que esa facilidad con que cualquiera se improvisa catedrático en nuestras escuelas? Y ya no hablo de aquellas ocasiones en que, llevado de un entusiasmo generoso o ante una laguna inesperada, alguien se pone a enseñar materias extrañas a su especialidad; aludo a la improvisación sistemática, a la creencia de que lo más enmarañado puede aprenderse en un día y enseñarse en el siguiente. Para los mexicanos, el discernimiento es un juego –juego que poco practican-; y como gente que piensa poco, ignoran que nada hay más difícil que manejar ideas. Somos dilettani.

Extracto de «La querella de México» de Martín Luis Guzmán.

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SINOPSIS Hace 100 años que se publicó esta novela, y Martín Luis Guzmán dejó clara sus ideas sobre las cuestiones importantes en México, así como los personajes de la Revolución –movimiento, en el cual, el autor estuvo unido-. Exponiendo los defectos del mexicano, Guzmán advierte que los lectores se acerquen a leer sin ira y con provecho.

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Martín Luis Guzmán

Cien años después de su publicación, aún asombran la vigencia y el poder que tienen las ideas de Martín Luis Guzmán en el México de hoy.

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