“La Primera Guerra Mundial contada para escépticos” un libro escrito por Juan Eslava Galán

La carnicería del Somme

1 de julio de 1916. 7:30 de la mañana. En el valle del río Somme, en la picardía francesa, la región famosa por sus bosques, por sus pintorescos pueblecitos, por sus bellas abadías y por sus canelones de queso, jamón y setas (la ficelle picarde), los ingleses preparan un ataque devastador contra las líneas alemanas. El objetivo inmediato es aliviar la presión que el enemigo ejerce sobre Verdún; después, Dios dirá.

Más de mil piezas de artillería han bombardeado las líneas alemanas durante una semana. Millón y medio de granadas.

z_0cd804d2

–Es imposible que quede nada en la zona batida– comenta el general Haig.

Más le vale, porque los alemanes ocupan las cotas más altas, como de costumbre, y poseen un buen abasto de ametralladoras.

Cuando cesa la artillería, se produce un tenso silencio que zumba en los oídos (los cañonazos se percibían, como el rumor de una tormenta lejana, incluso en Londres).

En la trinchera de vanguardia, una desacostumbrada aglomeración de tommies aguarda expectante el trueno gordo de la demostración pirotécnica, el estallido de diez minas que sus zapadores han excavado pacientemente bajo las líneas enemigas.

Los británicos han decidido usar minas, un procedimiento de asedio tan viejo como la pólvora. Se excava una galería subterránea hasta el subsuelo de la posición enemiga, se abre una cámara justo por debajo, se rellena de explosivos y los enemigos vuelan por los aires.

Las minas más potentes, cebadas con veinticuatro toneladas de explosivos detonan cerca de La Boisselle, levantando un surtido de tierra que alcanza casi kilómetro y medio de altura. La explosión destruye unas trincheras comodísimas, dentro de lo que cabe, con residencias de oficiales, retretes, luz eléctrica, cables telefónicos enterrados a salvo de la artillería (es un decir)…y hasta un piano.

Suenan los silbatos de los oficiales británicos. La tropa sale de las trincheras y, sorteando los cráteres, corre hacia el enemigo con sus mochilas lastradas con casi treinta kilos de equipaje.

–¡Adelante, adelante!– gritan los oficiales tan jóvenes como los soldados a los que mandan, apenas adolescentes, revolver Wembley 455 en mano, sujeto al uniforme por un cordón.

Catorce divisiones de infantería británica y seis francesas <<en estado de ánimo espléndido>>, según anota en su diario el general Haig, abandonan sus trincheras y marchan cuesta arriba. Después de la voladura a la que acaban de asistir, esperan encontrar escasas resistencia.

royal_irish_rifles_ration_party_somme_july_1916

Los alemanes que sobrevivieron al bombardeo brotan de sus refugios de cemento como hormigas de ala un soleado y lluvioso día de primavera. Las explosiones los han dejado aturdidos, pero, nos obstante, emplazan cuidadosamente sus ametralladoras y levantan el alza de los fusiles. Aguardan a que el enemigo se acerque a distancia adecuada.

La trinchera británica se ha vuelto a llenar de soldados para la segunda oleada. Suenan  nuevos silbatos. Allá van, a internarse en la nube de polvo y balas tras los camaradas que los precedieron.

Llegan las primeras remesas de heridos. Por lo visto, las trincheras alemanas estaban mucho más enteras de lo que se preveía y las alambradas casi intactas y tan tupidas como siempre. a pesar del castigo artillero.

3656

Fracasado el ataque, se evalúan los daños: 19, 240 muertos; 35, 493 heridos; 2 152 desaparecidos. Lo que parecía un paseo militar se ha convertido en la jornada más sangrienta de la historia de Inglaterra. Los alemanes han perdido ocho mil hombres, entre muertos y heridos.

Un extracto de “La Primera Guerra Mundial contada para escépticos”, un libro escrito por Juan Eslava Galán.

9786079377304

Adquiere el libro bajo el sello Crítica en su versión impresa y versión digital.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *