La recuperación histórica más profunda se dio en la estructura interna del nuevo Estado revolucionario que, con mayor fidelidad que el propio don Porfirio, había adoptado el diseño estático del siglo XVII español, la forma –típica de la dinastía de los Habsurbo- de una arquitectura jerarquizada y corporativa “hecha para durar”; no de una plaza pública, dinámica y abierta, donde los individuos discuten y votan para resolver sus diferencias.
Más acusadas que los virreyes (que tenían contrapesos de poder y límites de tiempo) y tanto como don Porfirio, los presidentes de México seguirían la costumbre de atender lo nimio y lo trascendental, fungiendo a la vez como jefes de Estado y de gobierno. El monarca no sólo ejercía el poder absoluto: el reino era una extensión de su patrimonio personal. Al igual que sus remotos antecesores, los presidentes de México pudieron disponer de los bienes públicos como bienes privados: repartían dinero, privilegios, favores, puestos, recomendaciones, prebendas, tierras, concesiones, contratos.
Extracto de La presidencia imperial, de Enrique Krauze.
SINOPSIS: La intención del libro es comprender a los presidentes Ávila Camacho, Alemán, Ruiz Cortines, López Mateos, Días Ordaz, Echeverría, López Portillo, De la Madrid y Salinas quienes constituyen la biografía de poder de país.