‘Fuegos artificiales’, una novela de Patricio Riveroll sobre el derrumbe de una nación

En una mañana templada las nubes grises dominan el valle a una mínima distancia del suelo, como si de pronto la niebla fuera a sorprender a la población, vaporizándola antes de alcanzar el medio día. Pero no se acercan más ni sueltan el agua atrapada entre sus bordes; han escogido un buen lugar para atestiguar la escena que se desenvolverá a ras de suelo. No hay un resquicio por el que se pueda asomar el sol: la bóveda de la ciudad está abarrotada. Inclusive se podría pensar que están ahí para bloquear la vista del astro solar, evitando así una aflicción innecesaria. Es un día sin tregua.

Christopher Valdés se levanta al alba tras el toque de la puerta que anuncia el fin de su último sueño.

«Tienes veinte minutos», dice el guardia que resguarda la puerta del dormitorio desde hace una semana. Se hace llamar Benjamín, un alias neutro. Una capucha negra le cubre la cara.

Christopher se viste con parsimonia bajo la luz blanca del único foco que cuelga del techo en el cuartucho, una iluminación agresiva que despierta en él una profunda repulsión. Cómo desea una lámpara en sus días de cautiverio. Antes de eso jamás pisó la cárcel, y las bardas de la escuela primaria que lo aprisionaron en la infancia fueron falibles. Recuerda la esquina del patio de recreo: del muro sobresalían dos piedras que hacían de la escalada un mero trámite. Pese a haber sido sorprendido en más de una ocasión, durante el tiempo que estuvo ahí no se modificó la cerca, quizá porque la dirección prefería la ausencia del revoltoso.

Aguarda a que Benjamín entre a buscarlo. Una de las tantas reglas del lugar es esperar a ser llamado sin adelantarse a su celador, a menos que la urgencia de acudir al baño fuera perturbadora. Puede esperar.

Se abre la puerta y se dirige a la ducha, luego a la cocina a desayunar: no deja rastro de la salsa sobre el plato.

Una camioneta negra se detiene frente a la casa de una sola planta. Benjamín lo escolta entre la densa vegetación hasta la puerta trasera, que se abre para que tome asiento al lado de otro encapuchado. Al subir observa al conductor por el retrovisor, aunque poco después sólo recuerda un bigote y unos ojos negros. Nadie más va a bordo. Enseguida le bloquean la vista con un trapo amarrado sobre los ojos. 

El trayecto es largo, poco más de cinco horas según su cálculo aproximado. No escucha una palabra en todo el camino.

Extracto de Fuegos Artificiales, de Juan Patricio Riveroll.

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Fuegos Artificiales, de Juan Patricio Riveroll, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Tusquets.

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Juan Patricio Riveroll

Una pieza literaria sobre un país profundamente herido

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