«En busca de la Espada Diamante» una aventura de Minecraft de Winter Morgan

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ALGO ESTÁ MAL

En el exterior de la casa de Steve la noche era oscura, el momento perfecto para que las criaturas hostiles se dieran un festín. Los monstruos habían trepado por la valla defensiva que rodeaba la aldea y vagaban por los alrededores de los edificios. Muchas de las antorchas que Steve había colocado por todo el pueblo ya no estaban. Vio un hoyo poco profundo frente a él y supo que algún creeper había explotado, con lo que había destruido las luces y había sumido la aldea en la oscuridad. Cuando Steve salió de su casa, dio un respingo. Un jinete arácnido estaba trepando por la valla de su casa. Los ojos rojos del agresivo arácnido que montaba el esqueleto brillaban en la oscuridad. Steve sabía que los jinetes arácnidos no era muy comunes y que podían acabar con él en un abrir y cerrar de ojos. Las arañas tenían una vista excelente, y los esqueletos eran unos cazadores experimentados, así que un jinete arácnido suponía una amenaza doble. Steve sentía los latidos de su corazón a través de la armadura. Tomó el arco y una flecha y respiró hondo.

En cuestión de segundos, el esqueleto notó la presencia de Steve y comenzó a dispararle. Una flecha le alcanzó en el pecho, pero rebotó contra la armadura. Steve se alejó corriendo de la araña al tiempo que ésta saltaba del muro hacia él y las flechas que lanzaba el esqueleto se aproximaban cada vez más a sus expuestas piernas. Siguió corriendo y esquivando las flechas a duras penas. Se giró y apuntó a la araña, pero no fue capaz de matar a su temido enemigo tan rápido como esperaba. Steve esquivaba con habilidad todas las flechas. Al mismo tiempo, recargaba el arco y continuaba disparándole a la araña. Sabía que era muy importante matar antes a la araña que al esqueleto; si la araña estuviera sola, sin verse limitada por el peso del huesudo esqueleto, podría acabar con él en un instante.

Steve redujo la marcha y cuando la tuvo a poca distan-cia, disparó una flecha a la araña. ¡En el blanco! Le acertó de lleno en el abdomen. La criatura cayó al suelo, y el esqueleto cargó contra él en solitario. Con un nuevo disparo certero, Steve consiguió derribar al esqueleto.

¡Había vencido a un jinete arácnido! Nunca había logrado derrotar a un oponente tan difícil. Recogió el ojo de la araña y lo añadió al inventario con la certeza de que le sería de utilidad más adelante. Desbordante de autoestima gracias a la victoria sobre el jinete arácnido, Steve partió hacia la aldea para luchar contra los zombis con un poco más de confianza en sí mismo. Ya era un guerrero. Cuando llegó al pueblo, Eliot el Herrero pasó corriendo por delante de él en dirección a su tienda.

—¡Ayúdanos! —gritó Eliot—. Llevas la armadura, puedes derrotar a los zombis.

Steve sabía que Eliot tenía fe en él, pero ¿acaso era consciente de lo asustado que estaba? Vio que un grupo de zombis rodeaba a una familia de aldeanos cuando trataban de abrir la puerta de su casa. Intentaban refugiarse, pero los monstruos de ojos verdes y mirada perdida tiraban abajo las puertas de las casas, de las tiendas y de los restaurantes. Reventaban las ventanas de cristal y arrancaban los techos de las casas más pequeñas. No había donde esconderse. Quiso seguir a Eliot hasta la tienda, pero sabía que esconderse era una decisión de cobardes.

Steve buscó al gólem de hierro con cabeza de calabaza. No lo veía por ninguna parte. Se acercó a una zona de hierba y vio un enorme cuerpo de hierro partido en dos en el suelo. La cabeza de calabaza yacía junto a los descomunales pies sin vida del gólem. Parecía que un griefer había entrado en la aldea con la intención de matarlo y recolectar el hierro. Pero no tenía tiempo de elucubrar sobre lo que le había ocurrido a la criatura. Una marea de zombis avanzaba directamente hacia él. Buscó refugio detrás de un gran árbol con la esperanza de ocultarse de los zombis. Sin embargo, no estaba a salvo; el grupo se acercaba a buen ritmo. Steve cargó contra ellos con la espada de hierro y acabó con dos al momento. Después del enfrentamiento con el jinete arácnido, estaba seguro de que conseguiría ganar aquella batalla con facilidad. Estaba equivocado. A cada minuto aparecían más y más zombis. Los heridos llamaban a más refuerzos y cada vez eran más y más. Sabía que la armadura lo protegería mientras luchaba, pero la desmesurada cantidad de zombis le hacía dudar de la victoria. Y la vida de las espadas de Steve estaba llegando a su fin; la primera espada de hierro ya se había agotado y roto al principio de la batalla, y en aquellos momentos la última que le quedaba ya estaba casi inservible.

Steve comenzó a preocuparse por los aldeanos. ¿Y si no conseguía derrotar a los zombis? ¿Se convertirían todos los habitantes en aldeanos zombis? A pesar de todos los objetos que había ido guardando, no disponía de ninguna poción de debilidad y tampoco tenía tiempo suficiente para fabricar una manzana dorada encantada, los dos elementos necesarios para curar a un aldeano zombi. Una opción era crear una puerta de hierro y situar a los aldeanos zombis detrás de ella a modo de obstáculo temporal. Con ello evitaría que le dañaran mientras él derro-taba a los demás zombis. Pero el tiempo no estaba a su favor. Tenía que conformarse con seguir luchando y tratar de encontrar una manera de salvar a los aldeanos.

Steve volvió al inventario y cambió al arco y las flechas. Disparando a los zombis consiguió eliminar a unos cuantos, pero había todo un ejército. El arco y las flechas no eran rival para un pelotón de muertos vivientes. Tenía que cambiar de táctica. Pensó en dirigir a los zombis hacia el mar o hacia un acantilado, ya que sabía que no eran demasiado inteligentes y que podría engañarlos para que se tiraran por un precipicio o se ahogaran. Sin embargo, no estaba seguro de que pudieran ahogarse y, de todas formas, estaba atrapado en la aldea con aquellos zombis sedientos de sangre que iban superando en número a los aldeanos. Para rematar, todo aldeano que sucumbía al ataque zombi se transformaba al instante en un aldeano zombi. Steve vio cómo el carnicero del pueblo, aún vestido con su delantal blanco pero convertido en una monstruosa criatura verde y putrefacta, empujaba a otro zombi en la retaguardia de la multitud que seguía atacándole. Todos sus antiguos amigos eran ahora zombis dispuestos a destruir a la única persona que estaba intentando salvarlos y protegerlos. ¡Era una batalla perdida! Steve decidió arriesgarse y corrió hacia los zombis. Les disparó con el arco y los fue derribando rápidamente para que no tuvieran la oportunidad de llamar a más refuerzos. Cuando ya pensaba que había ganado la batalla, vio a un zombi más a lo lejos.

A medida que el solitario zombi caminaba hacia Steve, éste comenzó a temblar de puro pánico. Ya había tenido suficientes emociones por una noche, y, a pesar de su hazaña, seguía estando asustado. Sintió que le temblaba la mano al manejar el arco. Apenas podía disparar. Cuando por fin lo consiguió, la flecha hendió el aire despacio y cayó junto al zombi. La flecha crujió bajo los pies del monstruo, que seguía aproximándose. Steve sentía los fuertes latidos de su corazón, pero no podía permitir que el pánico se antepusiera al deseo de salvar a sus amigos.

Fue entonces cuando escuchó que Eliot el Herrero pedía auxilio. Supuso que un zombi lo había acorralado. No podía fallarle. Tenía que reunir el coraje y la fuerza nece-sarios.

Steve dejó a un lado el arco y las flechas y se equipó con la espada dorada más poderosa de su inventario. Empuñó el arma, pero el fuerte zombi se la arrebató de las manos y la partió en dos. La dejó caer sobre la hierba y se abalanzó sobre Steve. Sin tiempo para elegir otra arma del inventario, estaba indefenso. Se alejó a toda prisa de la enorme criatura de ojos verdes.

Recorrió las familiares calles de la aldea, se adentró en la tienda de Eliot el Herrero y cerró de un portazo tras de sí. Supuso que si intercambiaba más esmeraldas podría conseguir una nueva espada para derrotar al zombi. ¡Pero era demasiado tarde! Eliot el Herrero había caído e iba a convertirse en un zombi. Le había fallado a su amigo. Steve estaba destrozado, y se sentía inútil.

Eliot empezó a transformarse en un zombi, y Steve se quedó mirando aterrorizado a su amigo. Estaba muy afligido. Había pasado mucho tiempo intercambiando material y hablando con Eliot, pero ahora no era más que un enemigo. Entonces oyó a lo lejos los gritos de auxilio de Avery la Bibliotecaria. Ya había defraudado a uno de sus amigos aldeanos; no podía permitir que volviera a ocurrir. Tenía que llegar a la biblioteca a tiempo.

¡Pam! ¡Crac! Se oía cómo un amenazante zombi intentaba derribar la puerta. Se le ocurrió un plan. Eligió un pico del inventario y abrió un agujero en el suelo. A medida que hacía el agujero más profundo, escuchó cómo arrancaba la puerta de sus bisagras. Cuando el zombi puso un pie en la tienda, Steve se escabulló por debajo del establecimiento hacia el centro del pueblo. Al salir del agujero, se vio acorralado por un grupo de zombis. Sin saber muy bien cómo, fue capaz de abrirse camino a través de ellos y salió a toda prisa de la aldea, pero la tropa de zombis lo siguió de cerca. Los gritos de Avery eran cada vez más fuertes, y sabía que tenía que volver, pero era imposible.

Al mirar atrás, vio que los zombis le pisaban los talones. Disparó flechas mientras corría y acertó a unos cuantos de sus enemigos. Mientras se abría paso en la oscuridad de la noche, intentaba encontrar un lugar donde esconderse, pero lo acorralaban antes. Distinguió una cueva en la distancia. Aunque le aterrorizaban las cuevas y nunca antes había estado en una, tuvo la esperanza de poder esconderse allí o de encontrar lava para atacar a la horda de zombis. Le estaban alcanzando, así que aceleró hacia la cueva.

Uno de los zombis estaba a escasos centímetros de Steve. A medida que se acercaba más y más, Steve comenzó a temblar de miedo y sin querer hizo que se le cayera la coraza del pecho. Trató de recogerla, pero el zombi, con un fuerte jalón, se la arrebató de las manos y se colocó la coraza en su propio pecho. El zombi llamó a gritos a los de su grupo. La coraza del pecho hizo que la criatura pasara de ser un zombi normal a convertirse en un zombi aún más poderoso, ya que estaba protegido por la armadura y no se le podía atacar. También llevaba un casco, lo cual significaba que, a diferencia de otros zombis, podía sobrevivir durante el día, aunque los otros ardieran al contacto con la luz del sol.

El zombi armado saltó hacia Steve. Él retrocedió. Desprotegido, sabía que sólo había una forma de escapar. Se había pasado la mañana picando, y había llegado hasta una zona de lava y agua, así que tenía suficiente obsidiana en la mochila para fabricar una puerta. Apiló rápidamente los bloques de color negro azabache. Cuando les prendió fuego, una neblina violeta impregnó el aire. El portal al Inframundo estaba listo. Con una última mirada a la aldea, Steve se giró y escapó del ataque de los zombis adentrándose en el Inframundo.»

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Un pensamiento sobre “«En busca de la Espada Diamante» una aventura de Minecraft de Winter Morgan”

  1. Muy original me hizo acordar a un mundo q hice en mimecraft con un amigo y nos atacaron una tropa de zombiz hasta q encontramos un portal y escapamos del apocalipsis zombi

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