‘El fractalista: memorias de un científico inconformista’, de Benoît Mandelbrot

En los países tranquilos y prósperos, los hijos de los terratenientes, los panaderos o los banqueros tienen una alternativa sencilla: seguir las tradiciones y el oficio familiar. Pero yo nací en Polonia y mi familia era de Lituania, países ni tranquilos ni prósperos. Como señaló un escritor natural de esa parte de Europa, “Pobre del poeta nacido en un punto geográfico interesante en una época violenta”.

Los principales bienes heredables de mis antepasados consistían en libros desgastados por el uso. De hecho, a lo largo de muchas generaciones, la tradición familiar ha sido rechazar la codicia y venerar las obras de la mente.

Ser científico, pensados, inventor, era considerado una llamada superior, algo casi divino. Una mente científica o creativa se calificaba de “inmensa”. Para los jóvenes de nuestra casa y para mis amigos, el poder pensar y dedicar la propia vida a la ciencia constituía un privilegio increíble, extraordinario. El dinero contaba poco y uno no (buscaba) el camino hacia la riqueza o una carrera profesional. ¡En absoluto! Al contrario, queríamos sacrificarnos por la ciencia.

El autor de estas palabras es mi tío Szolem. De maneras muy distintas, tanto él como yo hicimos ese sacrificio. Él llegó a ser un erudito renombrado dentro de las matemáticas dominantes. Puede que sus palabras parezcan ingenuas, cursis incluso. Yo encuentro que describen una amalgama extraordinaria de tradiciones judías y rusas, en muchos sentidos uno de los momentos culminantes de la disposición humana a encarar cuestiones insolubles. Su mundo no conocía el significado de la palabra “cursi”, lo cual dio lugar a muchas formas de heroísmo… y de destrucción.

Para los jóvenes con talento, aquel entorno no alentaba la sensación de tener derecho a nada ni ofrecía estímulo alguno mediante el halago. No sólo no daba cobijo frente a la trágica realidad de la vida, sino que imponía una pesada carga: brillar o al menos tratar de convertirse en estudiosos de algún tipo, aunque no sin dejar tiempo para la familia y la diversión.

¿Cómo reaccioné yo? En pocas palabras, presté oídos a la llamada. Pero, al contrario que mi tío e influido por la Segunda Guerra Mundial, en Francia, tomé un camino que nadie que yo conociese había seguido antes.

Extracto de El fractalista: memorias de un científico inconformista, de Benoît Mandelbrot.

fractalista-portada

SINOPSIS: En esta autobiografía, Benoît Mandelbrot relata de forma vívida y elocuente su fecunda existencia dedicada al conocimiento. En ella, el «padre de la geometría fractal» relata su infancia en Varsovia, su traslado a París huyendo de los nazis y el desarrollo, ya en los años cuarenta y cincuenta, de una impresionante carrera en ámbitos tan diferentes como la aeronáutica o la entonces incipiente informática. A finales de los años setenta alcanzó fama mundial con la fundación de la geometría fractal, una disciplina diseñada para medir y estudiar entidades tan esquivas e irregulares como las costas marítimas, las nubes, los rayos y, en general, todas las formas de la naturaleza.

El fractalista: memorias de un científico inconformista, de Benoit Mandelbrot, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Tusquets.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *