‘El camino de Santiago’, una novela sobre los oscuros rincones de la psique

Debo reconocer mis precipicios: el abandono, la cuna que deja de moverse, la oscuridad. Si escucho agua abundante me lleno de terror. No recuerdo peor vivencia que un baño de mar. Mi pesadilla recurrente es una enorme ola que se levanta varios metros pero nunca azota. 

Los otros miedos, indescifrables como relámpagos que ciernen lqa sangre, son de Santiago, el intruso que invadió mi cuerpo cuando abrí la primera vena.

Ese año catorce de mi existencia quedé más triste que nunca. Muy poco por el escándalo familiar, algo por el fallido intento de suicidio y mucho a consecuencia del espejismo que asaltó mi razón.

Antes de hallar asilo en el torrente sanguíneo, Santiago me rondaba. Invisible soplaba su aliento sobre mi hombro. Me acechaba como la antítesis del ángel guardián, esperanzo el gran momento de flaqueza para integrar su perdida dimensión en la mía. Mientras trazaba la topografía de las rutas encefálicas que hoy lo albergan, su proximidad me dispersaba obligándome a traficar cual si robara cada memoria de los primeros años, cuando Mina y yo penetrábamos reglas y límites humanos con el entusiasmo de un colibrí.

Señor y dueño de sus aposentos, guarda en sus intrincadas cavernas fotografías llenas de rencor, películas que hace retroceder una y otra vez en la pantalla del hastío. Santiago navega en canoa de rupturas y cuanto más río, más se adentra en salivas embravecidas. Su mejor coartada es el sueño. Se abren las galerías donde imita la vida: la casa es un edificio en ruinas flotando sobre aguas fangosas. El amante se convierte en chupahuesos sobre la tarántula. La madre, un tobogán de piedra.

Intuyo su presencia enroscada en algún túmulo neuronal.

-Soy la única dueña del cuerpo -suplico.

Él argumenta que somos lo mismo.

Intento, con este amasijo de hechos, rescatar a Mina. Se encuentra en el azul índigo, tras pozos profundos, lagunas, construcciones vacías. Hace años que Santiago la esconde bajo estas amenazas. Escamotea mi nervio óptico para no rozar, ni por asomo, el túnel que conduce a ella.

Santiago rehúsa contribuir con su acervo de palabras, metáforas y sintaxis para imaginar una alternativa llamada Mina.

-Esto va demasiado lejos -impone.

Lo tranquilizo con algo de Mozart. También doy a mi cuerpo un poco de café mientras narro el horror de no convencer a nadie. Santiago accede a contribuir con lo que se pueda entender. Es como un espejo fiel al alfabeto desgastado. Observa, entiende, afirma, entonces puedo narrar. No soporta que mis dedos escriban algo que no comprende. Teme ser juzgado duramente. De hecho, preferiría no seguir con este absurdo concilio.

Extracto de El camino de Santiago, de Patricia Laurent Kullick.

EL CAMINO DE SANTIAGO PORTADA

El camino de Santiago, de Patricia Laurent Kullick, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Tusquets.

SINOPSIS: «Él soy yo y yo soy él». Santiago, dueño de la razón, el ego, el deseo y la voluntad, habita un resquicio de la mente de la protagonista.

Catorce años atrás, ese mismo espacio de su imaginación lo ocupaba Mina, quien se esfuma tras un intento fallido de suicidio dejándola a merced de Santiago.

Al encontrar refugio temporal en sus amantes, tendrá que lidiar paralelamente con su celoso invasor interno, dispuesto a hacer lo imposible por mantener el imperio sobre el cuerpo y la personalidad de su huésped, mostrándole «fotografías» de su pasado, tan reales como ficticias, y haciéndola despertar en medio de vívidas alucinaciones que arriesgarán su vida. Con una madre ausente y desapegada, un padre que llevó la tortura educacional como estandarte y cinco hermanos de quienes imitó la «normalidad » y la sonrisa, tendrá que aprender a crecer hasta adquirir la fuerza necesaria para buscar la salida al perturbado laberinto de su psique.

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Patricia Laurent Kullick

Una novela vital. Hace un buen rato que no me topaba con una obra de ficción tan bellamente herida.
– Nick Johnstone

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