‘El asesinato de Margaret Thatcher’ de Hilary Mantel

En aquella época no sonaba a menudo el timbre de la puerta, y si lo hacía yo me retiraba al interior de la casa. Sólo ante una llamada insistente me arrastraba por la moqueta y recorría el camino hasta la puerta principal con su mirilla. Estábamos bien provistos de pestillos y contraventanas, cerrojos, pasadores y cadenas de seguridad, y las ventanas eran altas y enrejadas. Vi por la mirilla a un hombre desconcertado con un traje gris plata arrugado: treinta y tantos, asiático. Se había apartado de la puerta y miraba a su alrededor, la puerta cerrada y trancada de enfrente y los polvorientas escaleras de mármol arriba. Tanteó en los bolsillos, sacó un pañuelo hecho una bola y se frotó la cara. Parecía tan agobiado que el sudor podría haber sido lágrimas. Abrí la puerta.

Levantó inmediatamente las manos como para mostrar que estaba desarmado, el pañuelo colgando como una bandera blanca. <<¡Señora!>> Yo debía de estar muy pálida bajo la luz que moteaba las paredes alicates con sombras oscilantes. Pero luego él tomó aliento, se estiró la chaqueta arrugada, se pasó una mano por el pelo y sacó de la nada su tarjeta profesional.

-Muhammad Ijaz. Importación-exportación. Lamento mucho alterarle la tarde. Estoy totalmente perdido. ¿Me permitiría usar su teléfono?

Me hice a un lado para dejarle entrar. Seguro que sonreí. Teniendo en cuenta lo que seguiría, he de suponer que lo hice.

-Por supuesto. Si es que funciona hoy.

Fui delante y él me siguió, hablando: un negocio importante, casi lo había cerrado ya, imprescindible visitar al cliente, el tiempo (alzó la manga y consultó un Rolex de imitación), el tiempo se le estaba acabando, tenía la dirección (buscó de nuevo en los bolsillos), pero la oficina no estaba donde debái estar. Habló por teléfono en un árabe rápido, fluido, agresivo, las cejas enarcadas, movió finalmente la cabeza; colgó el auricular, lo miró pesaroso; luego me miró a mí con una sonrisa amargada. Boca débil, pensé. Casi guapo, pero no: delgado, cetrino, fácil de olvidar.

-Estoy en deuda con usted, señora –dijo-. Ahora he de irme a toda prisa.

Yo quería ofrecerle algo: ¿Ir al lavabo? ¿Un breve descanso? No tenía ni idea de cómo expresarlo. Acudieron a mi mente las palabras absurdas <<lavarse y asearse>>. Pero ya se encaminaba hacia la puerta, aunque, por la forma en que había terminado la llamada, me pareció que los que esperaban podrían no estar tan desosó de verlo como él de verlos a ellos.

Extracto de «El asesinato de Margaret Thatcher» de Hilary Mantel.

MargaretThatcher

SINOPSIS A través de estos once relatos, se encuentra el que da el nombre al título del libro, pero cada uno de ellos está plagado de la ironía británica, con vívido ingenio nos hace cómplices de lo ridículo y lo insólito.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *