‘Crónicas del espacio’, un libro que se toma en serio a la NASA y Star Trek

Algunas personas piensan con más frecuencia de manera emotiva que política. Algunos piensan con más frecuencia de manera política que racional. Otros nunca piensan de manera racional acerca de nada.

No hay un juicio implícito en lo dicho. Es solo una observación.

Algunos de los saltos más creativos dados por la mente humana han sido decididamente irracionales, incluso primitivos. Las  fuerzas emotivas son las que conducen las expresiones artísticas e inventivas más grandes de nuestra especie. ¿De qué otra manera podría entenderse la frase “Es o un loco, o un genio”?

Está bien ser completamente racional, siempre y cuando todos los demás lo sean también. Pero aparentemente este estado sólo ha sido alcanzado en la ficción en el caso de los Houyhnhnms, la comunidad de caballos inteligentes que se encuentra Lemuel Gulliver durante sus viajes en el siglo XVIII (el nombre “Houyhnhnm” se traduce en el lenguaje local como “perfección de la naturaleza”). También hallamos a una sociedad racional entre la raza Vulcana en la serie de ciencia ficción por siempre popular, Star Trek. En ambos mundos, las decisiones de la sociedad se toman con eficiencia y distancia, sin pompa, apasionamientos ni fingimientos.

Para gobernar una sociedad que comparten las personas de emoción, las personas de razón y a todos los que se hallen entre estos extremos ―así como a personas que piensan que sus acciones están conducidas por la lógica pero en realidad son los sentimientos y las filosofías no empíricas las que les dan forma― se necesita de la política. En el mejor de los casos, la política navega entre todos estos estados mentales en pos del bien común, cuidadosa de los escollos pedregosos de la comunidad, la identidad y la economía. En el peor, la política prospera en la divulgación incompleta y la tergiversación de los datos requeridos por un electorado para tomar decisiones informadas, ya sea que se llegue a ellas a través de la lógica o la emoción.

En este paisaje hallamos posturas políticas ntratablemente diversas, sin que haya una esperanza obvia de consenso o convergencia. Algunos de los temas más candentes dentro de los temas candentes incluyen el aborto, la pena de muerte, el gasto en defensa, la regulación financiera, el control de las armas de fuego y las leyes hacendarias. Tu postura ante estos temas se correlaciona fuertemente con el portafolio de creencias de tu partido político. En algunos casos es más que una correlación: es la base de una identidad política. Todo esto puede dejarte pensando cómo es que puede suceder algo productivo bajo un gobierno tan fracturado políticamente. Como el comediante y presentador de televisión Jon Stewart dijo, si con es el opuesto de pro, entonces el Congreso debe ser el opuesto de Progreso.

Hasta hace poco, la exploración científica estaba por encima de la política partidista. La NASA era algo más que bipartidista; era apartidista. En específico, el apoyo de una persona para la NASA no tenía correlación con que esa persona fuera liberal o conservadora, demócrata o republicana, urbana o rural, pobre o rica.

El sitio de la NASA en la cultura estadounidense apoya aún más este punto. Los diez centros de la NASA están distribuidos a lo largo de ocho estados. Después de la elección federal de 2008, estos estaban representados en la Cámara por seis demócratas y cuatro republicanos; en la elección de 2010 la distribución se invirtió. Los senadores de aquellos estados estaban balanceados también, con ocho republicanos y ocho demócratas. Esta representación “izquierda-derecha” ha sido una característica constante del apoyo que recibía la NASA durante los años. La Ley Nacional de Aeronáutica y el Espacio (National Aeronautics and Space Act) de 1958 entró en vigor durante el gobierno del presidente republicano Dwight D. Eisenhower. El presidente demócrata John F. Kennedy lanzó el programa Apollo en 1961. La firma del presidente republicano Richard M. Nixon está en la placa que los astronautas del Apollo 11 dejaron en la Luna en 1969.

Y quizá sea sólo una coincidencia, pero veinticuatro astronautas han salido del estado clave de Ohio ―más que de ningún otro estado―
incluido John Glenn (el primer estadounidense en orbitar la Tierra) y
Neil Armstrong (el primer hombre en caminar sobre la Luna).

Si en algún momento las políticas partidistas se filtraron hacia las actividades de la NASA, estas aparecieron en los márgenes de las operaciones. Por ejemplo, el presidente Nixon pudo, en principio,
haber enviado al portaaviones recién comisionado USS John F. Kennedy para sacar del Océano Pacífico el módulo de mando del Apollo 11. Habría sido un buen gesto. En cambio, envió el USS Hornet, una opción mucho más oportuna en ese momento. El Kennedy nunca vio el Pacífico y estaba en el dique seco en Portsmouth, Virginia para el momento del regreso a Tierra en julio de 1969. Consideremos este otro ejemplo: con cobijo del presidente republicano y amigo de la industria Ronald Reagan, el Congreso aprobó la Ley de Lanzamiento Espacial Comercial (Commercial Space Launch Act) en 1984, que no sólo permitía sino que promovía el acceso de civiles a las innovaciones financiadas por la NASA relacionadas con los vehículos de lanzamiento y el hardware espacial; de esa manera abría la frontera espacial al sector privado. Un demócrata podría o no haber concebido esa legislación, pero tanto un Senado republicano como una Cámara de representantes democrática la aprobaron, y el concepto es ahora tan estadounidense como la caminata espacial.

Extracto de Crónicas del espacio, un libro de Neil DeGrasse Tyson.

Crónicas del espacio portada

Crónicas del espacio, de Neil DeGrasse Tyson, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Crítica.

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