‘Caudillos culturales en la Revolución mexicana’, de Enrique Krauze

Ninguno de los dos jóvenes provincianos llegó a participar de la tradición positivista que había sido la filosofía oficial del régimen porfiriano. Aun cuando sus estudios preparatorianos fueron hechos según el molde positivista, ninguno conservaría huella de las creencias positivistas o de sus impulsores.

Varias razones tienen que ver con el desencuentro. Primero, desde luego, la edad. En 1909, cuando Lombardo vivía ya en México y Gómez Morin estudiaba en León, el positivismo daba muestras públicas de descrédito, tanto por las críticas de varios impugnadores como por las declaraciones de los antiguos positivistas que comenzaban a declararse escépticos. Por otra parte, para 1909 varios de los más ameritados profesores positivistas ya eran muy viejos, estaban retirados, como es el caso de Justo Sierra, o impartían sus clases de manera reiterativa, sin el entusiasmo de 10 o 20 años atrás. Un ejemplo de la decadencia académica fue, en sus últimos días, el doctor Porfirio Parra, heredero espiritual de Gabino Barreda. Parra impartía clases en el último año de la escuela y en 1912 fue profesor de lógica de Lombardo; pero sólo por unos meses, porque falleció por esos días. El único positivista con quien los dos provincianos tuvieron alguna relación fue el ingeniero Agustín Aragón. Lo veían como una figura simpática, un poco anacrónica, sobre todo por las defensas de su credo que publicaba en su propia Revista Positiva.

Extracto de Caudillos culturales en la Revolución mexicana, de Enrique Krauze.

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SINOPSIS: Caudillos culturales en la Revolución mexicana evoca la generación de intelectuales de 1915 centrada en los “Siete Sabios” en específico de Manuel Gómez Morin y Vicente Lombardo Toledano quienes se dieron a la tarea de reconstruir a México.

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