‘A flor de piel de Javier Moro’

Isabel aprendió a trabajar tan rápidamente que los demás criados dejaron de tratarla como a una novata. Su gran defensora era la cocinera, una mujerona gruesa y alegre, picada de viruela, con triple papada y ojillos risueños, oriunda de una aldea no muy distante de la suya. Se dio cuenta de que la chica no ahorraba esfuerzos a la hora de trabajar, ni les endosaba la tarea a los demás si se presentaba la ocasión. Al contrario, lo acometía todo con la serenidad y el sentido de la responsabilidad del que desde pequeña había hecho gala. Su carácter discreto y afable, el cariño que era capaz de prodigar a los hijos de la familia, su buena disposición y su lealtad eran cualidades muy apreciadas por todos, incluido don Jerónimo, acostumbrado a distinguir la valía de la gente.

Qué rápido se acostumbró Isabel a no pasar hambre. Al igual que las demás criadas, comía los restos que quedaban en la fuente en la que servía a los señores. La cocinera ya se encargaba de que sobrase mucha comida. Y aunque estaba fría cuando le tocaba, se lo zampaba todo con voracidad, resarciéndose así de las privaciones pasadas. Con la buena alimentación y sin la angustia de enfrentarse a la escasez, su físico empezó a relajarse. Dejó de tener las mejillas enrojecidas, la tez devino más pálida y se fueron suavizando las aristas de su rostro. Al principio, cuando salía a la calle, se escandalizaba viendo a las damas vestidas con faldas un poco por encima de los tobillos, demasiado cortas para su gusto.

-Van a la moderna –le dijo la costurera que acudía a la casa a diario.

Le explicó que eso era lo normal. Como lo era llevar enaguas, una prenda fina que Isabel desconocía.

-El ruido del roce con la falda gusta mucho a los caballeros –seguía diciéndole la pícara modista, e Isabel la miraba sonrojada.

Poco a poco fue cambiándole la fisonomía, desarrolló el pecho y se le redondearon las caderas. La costurera tuvo que ensancharle el uniforme varias veces y le confeccionó un vestido de calle hecho de un tejido ligero como Isabel no había visto nunca. Al ganar peso y estirarse como una planta abonada, ganó en aplomo y sobre todo en belleza.

La Coruña, por su condición estratégica, estaba plagada de soldados:

-Semejante zanja y yo sin botas…

Le llovía los piropos y ella bajaba la vista mientras el rubor le encendía las mejillas.

Aquella ciudad era demasiado grande para Isabel; no se sentía segura en sus calles, que sólo pisaba para hacer los recados imprescindibles. Los domingos prefería jugar con los niños a ir de paseo, porque le asustaban las multitudes y los halagos procaces de los hombres. Además, nunca se pasaba frío en casa de los Hinojosa. Era algo excepcional, porque entonces se pasaba frío en todas partes; en las casas ricas por avaricia, y en las pobres por miseria.

Extracto de ‘A flor de piel de Javier Moro’

PIEL

SINOPSIS El 30 de noviembre de 1803, Isabel Zendal zarpa de La Coruña para cuidar a los veintidós niños huérfanos cuya misión es llevar la recién descubierta vacuna de la viruela a los territorios de ultramar, entre ellos, México. La expedición es dirigida por el médico Francisco Xavier Balmis y su ayudante Josep Salvany. Los protagonistas se enfrentarán a la oposición del clero y a la corrupción de los oficiales; buscando la salvación del mundo también está la salvación a sí mismos.

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