«La culpa es del espejo» de Felipe Fernández del Paso

Para terminar una semana laboral les dejamos como recomendación de lectura el libro de Felipe Fernández del Paso titulado «La culpa es del espejo«.

Esta novela refleja los deseos ocultos de quien en él se contempla, hasta revelas sus más bajas pasiones. Pero, ¿de qué se trata el libro?

Ana y Manuela son hermanas y pertenecen a una familia muy adinerada. Fueron educadas por las monjas del Sagrado Corazón y ahora  que tienen cuarenta y tantos años, están casadas y tienen familia, pero son infelices. Básicamente, están cansadas de su vida superflua, por lo que un día deciden robar a la familia una obra de arte. Lo que empieza como una fechoría, sale totalmente de control y se sumergen en el mundo del tráfico de arte.

Felipe Fernández del Paso

Esta es la premisa que Felipe Fernández del Paso, director de arte nominado a un Óscar® por la película «Frida«, presenta en este título.  Con esta novela  incursiona en la literatura mexicana sin el más mínimo sentido de la seriedad.

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La culpa es del espejo refleja los deseos ocultos de quien en él se contempla, hasta revelar sus más bajas pasiones.

3 recetas saludables de Dale Pinnock para comenzar el día

Empezar el día con alimentos deliciosos y nutritivos es la mejor forma de hacerlo. Dale Pinnock presenta la segunda parte de su libro El chef medicinal.

Les compartimos tres maravillosas recetas, incluidas en el libro, que los llenarán de energía y sabor.  El chef medicinal 2 está disponible en librerías. Si quieres más recetas, búscalas en su sitio web.

EL CHEF MEDICINAL 2

1. Atrevido chocomoca de chile

Chocomoca de chile

Ingredientes: 

  • 1 plátano madura
  • 250 ml de leche de avena (o normal)
  • 1 cucharada abundante de polvo de cacao crudo (o polvo de cacao común de alta calidad)
  • 1 cucharadita de miel o jarabe de agave
  • 1 shot de espresso, fresco
  • 1/4 de cucharadita de pimienta de cayena, o al gusto
  • 1/2 chile rojo picado (opcional)

Preparación: Licue todos los ingredientes hasta obtener un smoothie espeso y exquisito. Sirva de inmediato con hielo y un poco de chile picado encima, si lo desea.

2. Avena de rosa, cardamomo y pistache

CM2

Ingredientes:

  • 4 vainas de cardamomo
  • 70 g de hojuelas de avena
  • 200 ml de leche de coco
  • 1 cucharadita de agua de rosas o 4 gotas de aceite esencial comestible de rosas
  • 2 cucharadas de pistaches triturados
  • miel o jarabe de agave, para servir (opcional)
  • pétalos de rosa cristalizados, para decorar (opcional)

Preparación: Machaque las semillas de cardamomo con la parte trasera de una cuchara y coloque un cazo con la avena y la leche de coco. Deje hervir a fuego lento alrededor de 8 minutos, removiendo, hasta que esté bien cocida la avena. También puede agregar un poco de agua en este punto si prefiere una consistencia más líquida. Agregue el agua de rosas o aceite esencial, removiendo, y mezcle bien. Sirva en un plato y esparza los pistaches triturados encima, rocíe con miel o jarabe de agave y pétalos de rosa cristalizados si va a utilizarlos, por aquello de darle ese lujoso toque.

3. Huevos royal

HUEVOS ROYAL

Ingredientes:

  • 1 chorrito de vinagre
  • 3 huevos
  • 75g de matequilla
  • 1/4 limón amarillo, jugo
  • 1 english muffin integral
  • 4 rebanadas de salmón ahumado
  • sal de grano y pimienta negra

Preparación: Ponga una cazuela pequeña con agua al hervor, reduzca el fuego para que el agua esté apenas burbujeando, agregue el vinagre. Quiebre dos de los huevos, uno a la vez, en una taza, después deslícelos suavemente en el agua. Escalfe por 4 minutos.

Prepare la salsa holandesa. Derrita la mantequilla en un cazo. Coloque 1 yema de huevo y el jugo de limón amarillo en la licuadora. Cuando se derrita la mantequilla, licue el huevo y jugo de limón a velocidad lenta. Agregue la mantequilla derretida, una cucharada a la vez; a medida que empiece a mezclarse vierta lentamente la mantequilla restante. Aumente la velocidad y licue hasta espesar. Sazone con sal y pimienta.

Mientras tanto, rebane el english muffin en dos y tueste ambas mitades. Coloque 2 rebanadas de salmón en cada mitad y un huevo escalfado encima de cada una, después bañe todo con la espléndida salsa holandesa.

‘Dueños de nuestro destino’: cómo conciliar la vida profesional, familiar y personal

El mundo en que vivimos influye en nosotros porque estamos inmersos en él: somos hijos de nuestra época. El aire que respiramos nos introduce por ósmosis unos mensajes que vienen lanzados por distintos agentes: medios de comunicación, económicos, políticos, publicidad, libros, cine, leyes. La educación, las modas y el pensamiento de hoy también influyen y nos dan unas gafas con las que vemos el mundo. No solemos ser conscientes de que las llevamos puestas, ni de que los cristales pueden empañar nuestra visión. Pueden incluso alterarla hasta que no coincide, en mayor o menor medida, con la realidad. En nuestra vida diaria nos movemos en escenarios diferentes que, a su vez, respiran un aire distinto: la familia, la empresa y la sociedad (comunidad de vecinos, colegios, clubs, iglesias, etc). Cada empresa tiene su cultura particular, lo mismo que cada familia tiene unas tradiciones, una forma de hacer y pensar distinta a las demás. Y lo mismo ocurre en cada club o iglesia. Todos ellos constituyen nuestro entorno y lo que en ellos sucede nos afecta. Al igual que en las grandes ciudades el aire no siempre es sano para nuestros pulmones, a veces hay que usar oxígeno para paliar la contaminación.  Al igual que en la naturaleza las plantas cambian el anhídrido carbónico por oxígeno, deberíamos encontrar esas personas e instituciones que cumplen una función análoga y que con su capacidad de «fotosíntesis» transforman lo que llega contaminado, dañado y enfermo, en limpio, reparado y sano.

La cultura es fruto de la relación dinámica que hay entre el entorno, la sociedad y nosotros: según cómo seamos nosotros, será la sociedad y, al mismo tiempo, ella nos influye. Tomamos decisiones desde que nos levantamos hasta que nos acostamos conforme unos criterios, que son los verdaderos «valores en acción». Podemos ser, decidir y actuar según la cultura imperante o de modo contrario: es nuestra opción personal.

Extracto de Dueños de nuestro destino, de Nuria Chinchilla y Maruja Moragas.

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Dueños de nuestro destino, de Nuria Chinchilla y Maruja Moragas, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Ariel.

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Nuria Chinchilla | Maruja Moragas

¿Es posible conciliar la vida profesional, familiar y personal?

5 autor@s que todo enamorad@ debería leer

Tarde o temprano, a todos nos llega el amor. Y aunque la mayoría de las ocasiones pensamos que este sentimiento se produce por una personas del otro sexo, el amor es en realidad algo muy amplio. Lo podemos sentir por un familiar, por un amig@ y hasta por una mascota. Todos aquellos que niegan que se han enamorado, mienten, y si lo hacen porque algunas vez les rompieron el corazón, no se preocupen, ya les llegará de nuevo.

Planeta Joven tiene muchos libros que les ayudarán a comprender diferentes tipos de amor. A la vez publica a muchos autores cuyas novelas son perfectas para leer cuando se ama a alguien. Aquí les presentamos a 5 de ell@s:

1- Federico Moccia

Federico Moccia es un autor italiano nacido en Roma en 1963. Desde joven estuvo muy en contacto con la escritura pues su papá fue creador de guiones de cine y televisión. El mismo Moccia también trabajó, cuando joven, escribiendo guiones y como escenógrafo en la industria del cine y televisión.

En 1992 escribió su primera novela titulada “A tres metros sobre el cielo” (publicada por Planeta en 2008), y a pesar de que en principio no tuvo mucho éxito para publicarla, consiguió a una pequeña editorial italiana llamada Publisher Il Ventaglio. En esos momentos, las ventas fueron muy bajas, lo que llevó a Moccia a dirigir la película “Classe mista 3A” y así marcar su regreso al mundo de la televisión.

Actualmente ha publicado siete novelas con Editorial Planeta, y son A tres metros sobre el cielo (Planeta, 2008), Tengo ganas de ti (Planeta, 2009), Perdona si te llamo amor (Planeta, 2008), Perdona pero quiero casarme contigo (Planeta, 2010), Carolina se enamora (Planeta, 2011), Esta noche dime que me quieres (Planeta, 2012), Ese instante de felicidad (Planeta, 2013) y Tú, simplemente tú (Planeta, 2014).

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2- Anna Todd

Anna Todd es la escritora de las serie de ficción romántica titulada “After”. Con ella,  la joven autora norteamericana, ha demostrado que no se necesita más que mucho empeño y dedicación para publicar tus propios libros… y para convertirte en un fenómeno mundial.

Actualmente ha publicado en México la parte uno y dos de “After” y en pocas semanas tendremos en librerías la tercera parte. “After” cuenta la historia de Tessa Young, una estudiante de universidad acostumbrada a una vida estable y ordenada. Su mundo se tambalea cuando conoce a Hardin, un chico tan guapo como inquietante, lleno de tatuajes, y de aparente mala vida. Desde el primer momento se odian. Pertenecen a dos mundos distintos, pero pronto se harán más que amigos y nada volverá a ser igual. Hardin y Tessa deberán enfrentarse a muchas pruebas para estar juntos. La inocencia, el despertar a la vida, el descubrimiento del sexo… las huellas de un amor tan poderoso como la fuerza del destino.

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3- Blue Jeans

Blue Jeans es el seudónimo del escritor español Francisco de Paula. Estudió Periodismo en la Universidad de Madrid. Comenzó su carrera como escritor con un simple blog, pero el éxito fue tal, que al poco tiempo publicó su primer libro con Editorial Everest. En 2012 lanzó ¡Buenos Días, Princesa!, y con ella se sumó al grandioso equipo de Editorial Planeta.

Actualmente, Blue Jeans es un auténtico fenómeno en redes sociales, tiene 74 mil seguidores en Twitter y ha conseguido ser trending topic nueve veces. Las páginas de sus libros también tiene mucho movimiento, algunas llegan a tener 30 mil likes. Ha realizado más de 160 firmas en toda España, a las que se le suman giras por América Latina y un auditorio atiborrado de sus lectores en la Feria Internacional del Libro en Guadalajara.

Sus publicaciones con Editorial Planeta son “¡Buenos días, princesa!” (2012), “No sonrías que me enamoro” (2013), “¿Puedo soñar contigo?” (2014), “El club de los incomprendidos” (2014), y por supuesto su libro “Tengo un secreto: El diario de Meri”, que ya se está distribuyendo en librerías mexicanas. Sus publicaciones lo llevaron a ganar el Premios Cervantes Chico en 2013.

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4- Lorena Amkie

La autora mexicana de literatura juvenil, Lorena Amkie, se ha convertido en una de las escritoras más populares de nuestro país gracias a su saga “Gothic Doll”, en la que los vampiros y el amor ejemplifican perfectamente los cambios sufrimos en la época de la adolescencia.

Desde chica fue una apasionada de la lectura, mientras los demás jugaban, ella prefería sentarse a leer en la esquina del patio de juegos. Como explica su biografía oficial “cursó la carrera de Comunicación con un color de cabello diferente por semestre y un arillo de metal en el labio que causó congoja entre sus allegados, que hasta el momento la habían considerado extraña, pero “una buena niña”, en esencia. Su lado oscuro siguió creciendo y se expresó a través de su gusto por los chicos malos, así como de escritos cargados” de humor negro, violencia y una eterna, si bien torturada, búsqueda por el amor verdadero.

Hasta el momento, Lorena ha publicado 4 libros, que en conjunto componen la saga de Gothic Doll. Éstos son “Gothic Doll”, “Gothic Soul”, “Gothic Fate” y la guía para entender a la saga a fondo “Gothic More”. Su próxima novela titulada «El Club de los Perdedores» está por publicase ¡espérenla! LorenaAmkie Visita su página y síguela en Facebook y Twitter.

5-Lena Blau

“Escritora, soñadora y adicta a las sensaciones intensas”, Lena Blau es una joven escritora española que acaba de publicar su primera novela titulada “La Canción Número 7”.

“La Canción Número 7” es una novela sobre Blanca, una joven insegura e introvertida cuyo destino cambia inesperadamente cuando conoce a Carlos, un prometedor estudiante de Arquitectura que desde la muertes de sus padres se ha sumido en un peligroso abismo. Aunque al principio, la actitud malhumorada de Blanca y el carácter pesimista de Carlos chocan, una canción de amor hará que todo cambie en su vida.

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Adelanto de ‘La fiesta de la insignificancia’, de Milan Kundera

Alain medita sobre el ombligo

Era el mes de junio, el sol asomaba entre las nubes y Alain pasaba lentamente por una calle de París. Observaba a las jovencitas que, todas ellas, enseñaban el ombligo entre el borde del pantalón de cintura baja y la camiseta muy corta. Estaba arrobado; arrobado e incluso trastornado: como si el poder de seducción de las jovencitas ya no se concentrara en sus muslos, ni en sus nalgas, ni en sus pechos, sino en ese hoyito redondo situado en mitad de su cuerpo.

Eso le incitó a reflexionar: si un hombre (o una época) ve el centro de la seducción femenina en los muslos, ¿cómo describir y definir la particularidad de semejante orientación erótica? Improvisó una respuesta: la longitud de los muslos es la imagen metafórica del camino, largo y fascinante (por eso los muslos deben ser largos), que conduce hacia la consumación erótica; en efecto, se dijo Alain, incluso en pleno coito, la longitud de los muslos brinda a la mujer la magia romántica de lo inaccesible.

Si un hombre (o una época) ve el centro de la seducción femenina en las nalgas, ¿cómo describir y definir la particularidad de esa orientación erótica? Improvisó una respuesta: brutalidad; gozo; el camino más corto hacia la meta; meta tanto más excitante por ser doble.

Si un hombre (o una época) ve el centro de la seducción femenina en los pechos, ¿cómo describir y definir la particularidad de esa orientación erótica? Improvisó una respuesta: santificación de la mujer; la Virgen María amamantando a Jesús; el sexo masculino arrodillado ante la noble misión del sexo femenino.

Pero ¿cómo definir el erotismo de un hombre (o de una época) que ve la seducción femenina concentrada en mitad del cuerpo, en el ombligo?

Ramón pasea por el Jardin du Luxembourg

Más o menos mientras Alain reflexionaba acerca de las distintas fuentes de seducción femenina, Ramón se encontraba en las proximidades del museo situado cerca del Jardin du Luxembourg, donde, desde hacía ya un mes, se exponía la obra de Chagall. Él quería ir a verla, pero sabía de antemano que nunca se animaría a convertirse por las buenas en parte de esa interminable cola que se arrastraba lentamente hacia la caja; observó a la gente, sus rostros paralizados por el aburrimiento, imaginó las salas en las que sus cuerpos y su parloteo taparían los cuadros, y no tardó más de un minuto en dar media vuelta y encaminarse parque a través por una alameda.

Allí, la atmósfera era más agradable; el género humano parecía escasear y estar más a sus anchas: algunos corrían, no por ir deprisa, sino por gusto; otros paseaban tomando helados; otros aún, discípulos de una escuela asiática, hacían en el césped lentos y extraños movimientos; más allá, en un inmenso círculo, estaban las dos grandes estatuas blancas de las reinas de Francia y, aún más allá, en el césped entre los árboles, en todas las direcciones, esculturas de poetas, pintores, sabios; se detuvo delante de un adolescente bronceado que, seductor, desnudo debajo de su pantalón corto, le ofreció máscaras que reproducían las caras de Balzac, Berlioz, Hugo o Dumas. Ramón no pudo evitar sonreír y siguió su paseo por ese jardín de los genios, quienes, rodeados por la amable indiferencia de los paseantes, debían de sentirse agradablemente libres; nadie se detenía para observar sus rostros o leer las inscripciones en los pedestales. Ramón inhalaba esa indiferencia como una calma consoladora. Poco a poco, apareció en su cara una larga sonrisa casi feliz.

No habrá cáncer

Aproximadamente en el mismo momento en que Ramón renunciaba a la exposición de Chagall y elegía pasear por el parque, D’Ardelo subía la escalera que lleva a la consulta de su médico. Aquel día, faltaban tres semanas para su cumpleaños. Desde hacía ya muchos años, había empezado a odiar los cumpleaños. Por culpa de las cifras que les encasquetaban. Aun así, no conseguía ignorarlos porque, en él, era más fuerte el placer de ser festejado que la vergüenza de envejecer. Y aún más desde que, esta vez, la visita al médico añadía un nuevo matiz a la fiesta. Era el día en que le comunicarían el resultado de todos los exámenes que le darían a conocer si los sospechosos síntomas descubiertos en su cuerpo se debían, o no, a un cáncer. Entró en la sala de espera y se dijo por lo bajo, con voz temblorosa, que dentro de tres semanas celebraría a la vez su nacimiento tan lejano y su muerte tan cercana; que celebraría una doble fiesta.

Pero, en cuanto vio la cara risueña del médico, comprendió que la muerte se había dado de baja. El médico le apretó fraternalmente la mano. Con lágrimas en los ojos, D’Ardelo no pudo pronunciar palabra.

La consulta del médico estaba en la Avenue de l’Observatoire, a unos doscientos metros del Jardin du Luxembourg. Como D’Ardelo vivía en una callecita al otro lado del parque, decidió volver a atravesarlo. El paseo entre los árboles le devolvió un buen humor casi juguetón, sobre todo cuando rodeó el gran círculo formado por las estatuas de las antiguas reinas de Francia, todas ellas esculpidas en mármol blanco, de pie en poses solemnes que le parecieron divertidas, casi alegres, como si con ello esas damas quisieran saludar la buena nueva que él acababa de recibir. Sin poder dominarse, él las saludó dos o tres veces con la mano y soltó una carcajada.

El secreto encanto

de una grave enfermedad

Fue ahí, cerca de las grandes damas de Francia, donde Ramón se encontró con D’Ardelo, quien, el año anterior, era aún su colega en una institución cuyo nombre a nadie le importa aquí. Se detuvieron uno frente al otro y, tras los saludos habituales, D’Ardelo, en un tono extrañamente exaltado, empezó a contar:

—Amigo, ¿conoces a La Franck? Hace dos días falleció su amado.

Hizo una pausa y en la memoria de Ramón apareció el hermoso rostro de una mujer célebre a la que sólo había visto en fotos.

—Una agonía muy dolorosa —siguió D’Ardelo—. Lo vivió todo con él. ¡Ella ha sufrido muchísimo!

Cautivado, Ramón miraba esa cara alegre que le contaba una historia fúnebre.

—Imagínate, en la noche del mismo día en que ella lo había tenido moribundo entre sus brazos, estaba cenando conmigo y unos amigos y, no te lo vas a creer, ¡estaba casi alegre! ¡Cuánto la admiré entonces! ¡Qué fortaleza! ¡Eso es apego a la vida! ¡Reía con los ojos todavía rojos de llorar! ¡Y eso que todos sabíamos cuánto lo había querido! ¡Debió de sufrir muchísimo! ¡Esta mujer es una fuerza de la naturaleza!

Tal como ocurriera un cuarto de hora antes en el consultorio del médico, unas lágrimas brillaron en los ojos de D’Ardelo. El caso es que, al hablar de la fuerza moral de La Franck, él pensaba en sí mismo. ¿Acaso no había vivido él también todo un mes en presencia de la muerte? ¿No había estado también su fuerza de carácter sometida a una dura prueba? Aunque ya fuera un mero recuerdo, el cáncer permanecía en él alumbrado por una frágil luz que, misteriosamente, le encandilaba. Pero consiguió dominar sus sentimientos y pasó a un tono más prosaico:

—Por cierto, si no me equivoco, tú conocías a alguien que sabe organizar cócteles, que se encarga de la comida y lo demás, ¿no?

—Sí, es verdad —dijo Ramón.

—Es que voy a organizar una pequeña fiesta por mi cumpleaños.

Después de los comentarios exaltados sobre la célebre Franck, el tono ligero de la última frase le permitió a Ramón una leve sonrisa.

—Veo que tu vida es alegre.

Curioso; esa frase no le gustó a D’Ardelo. Como si su tono demasiado ligero anulara la extraña belleza de su buen humor, mágicamente marcado por el pathos de la muerte cuyo recuerdo seguía muy vivo en él:

—Sí, no está mal —dijo, y, tras una pausa, añadió—, aunque…

Hizo otra pausa y añadió:

—Sabes, acabo de ir al médico.

El desconcierto en el rostro de su interlocutor le gustó; prolongó el silencio de tal manera que Ramón ya no pudo sino preguntar:

—Entonces, ¿hay problemas?

—Los hay.

D’Ardelo calló y, de nuevo, Ramón no pudo sino volver a preguntar:

—¿Qué te ha dicho el médico?

En ese mismo instante D’Ardelo vio en los ojos de Ramón su propia cara como en un espejo: la cara de un hombre ya mayor, pero todavía guapo, marcado por una tristeza que lo hacía aún más atractivo; se dijo entonces que ese hombre guapo y triste pronto celebraría su cumpleaños y la idea que había surgido en él antes de su visita al médico volvió a cruzarle por la cabeza, la magnífica idea de una doble fiesta que celebrara a la vez el nacimiento y la muerte. Siguió observándose en los ojos de Ramón y, luego, con voz queda y suave, dijo:

—Cáncer…

Ramón tartamudeó algo y, torpe, fraternalmente, rozó con su mano el brazo de D’Ardelo.

—Pero hoy eso tiene tratamiento…

—Demasiado tarde. Pero olvida lo que acabo de decirte, no lo cuentes a nadie; vale más que pienses en mi cóctel. ¡Hay que seguir adelante!—dijo D’Ardelo y, antes de continuar su camino, alzó la mano a modo de saludo, y ese gesto discreto, casi tímido, tenía tal inesperado encanto que Ramón se emocionó.

Mentira inexplicable, inexplicable risa

El encuentro de los dos antiguos colegas terminó con ese hermoso gesto. Pero no puedo evitar una pregunta: ¿por qué había mentido D’Ardelo?

El propio D’Ardelo se lo preguntó a sí mismo inmediatamente después y tampoco él supo darse una respuesta. No, no se avergonzaba de haber mentido. Le intrigaba más bien ser incapaz de entender el motivo de esa mentira.

Extracto de La fiesta de la insignificancia, de Milan Kundera.

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La fiesta de la insignificancia, de Milan Kundera, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Tusquets.

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Milan Kundera

Una desenfadada visión del mundo que recoge la esencia de toda la narrativa de Kundera.

Lynn Margulis: vida y legado de una científica rebelde

Hay dos clases de grandes científicos: los que son conocidos por sus impresionantes experimentos, y los que llevan a cabo síntesis teóricas revolucionarias. Lynn Margulis es un ejemplo de la segunda categoría. Ella es responsable de la idea transformadora de que las células eucarióticas (desde las levaduras hasta los vertebrados) evolucionaron a través de la adquisición y explotación de otras células menores, un proceso conocido como endosimbiosis. En consecuencia, los componentes esenciales de la célula eucariótica -los orgánulos llamados mitocondrias y, en las células fotosintéticas, los cloroplastos- se derivan de bacterias ingeridas por alguna célula ancestral. Se piensa que estos sucesos tuvieron lugar en una fase temprana de la historia de la vida.

En 1967, en un extenso artículo de cincuenta páginas publicado en Journal of Theoretical Biology, Margulis, que aún no había cumplido los treinta años, presentó su tesis, sustentada en una montaña de datos. Sus argumentos hacían referencia a publicaciones olvidadas, dando así crédito a los que habían propuesto la misma idea antes. A pesar de sus antecedentes y de la extensa documentación de su artículo, tuvo que pasar una década tras su publicación para que la hipótesis se convirtiera en uno de los principios centrales de la biología moderna. Al final se le concedieron sus méritos: fue aceptada como miembro de la Academia Nacional de Ciencias y en 1999 recibió la Medalla Nacional de la Ciencia de manos del presidente Bill Clinton.

La teoría detallada de Margulis permitía hacer algunas predicciones. Margulis predijo correctamente que «si un orgánulo tiene su origen en una célula de vida libre, es posible que todavía puedan encontrarse contrapartidas naturales entre los organismos existentes».

Extracto de Lynn Margulis: Vida y legado de una científica rebelde, de Dorion Sagan.

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Lynn Margulis: Vida y legado de una científica rebelde, de Dorion Sagan, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Tusquets.

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Dorion Sagan

La fascinante mente de una de las evolucionistas más importantes de nuestra era

¿Cómo entender el hambre leyendo a Caparrós

El día de hoy se publicó, en el sitio web del periódico español El País, un artículo de Gonzalo Fanjul en el que presenta un breve análisis del hambre, haciendo mención al libro de Martín Caparrós.

De este artículo tomamos algunos elementos y datos primarios para entender, desde su origen, la crisis del hambre:

1. Nuestro planeta alcanzó, a principios de la década pasada, el límite de su tierra cultivable.

2. El número de hectáreas de cultivo per cápita ha disminuido de 1,4 a 0,7 en los últimos 50 años.

3. La estrechez de los stocks globales y la locura de los mercados energético y financiero provocaron en 2007-08 un repunte histórico del precio de los alimentos que desencadenó a su vez una carrera global por la tierra disponible.

3. Sólo en África subsahariana se compró, en 2009, tanta tierra como en los 22 años anteriores.

4. En 2050 alcanzaremos los 9.000 millones de habitantes.

Para entender mejor y más a fondo estos datos, y para que sepamos realmente lo que es el hambre y porqué es un asunto que debe interesarnos a todos, les dejamos el primer capítulo del libro escrito por Martín Caparrós.

PRIMER CAPÍTULO

1.

Eran tres mujeres: una abuela, una madre, una tía. Yo llevaba tiempo mirándolas moverse alrededor de ese catre de hospital mientras juntaban, lentas, sus dos platos de plástico, sus tres cucharas, su ollita tiznada, su balde verde, y se los daban a la abuela. Y las seguí mirando cuando la madre y la tía recogieron su manta, sus dos o tres camisetitas, sus trapos en un petate que ataron para que la tía se lo pusiera en la cabeza. Pero me quebré cuando vi que la tía se inclinaba sobre el catre, levantaba al chiquito, lo sostenía en el aire, lo miraba con una cara rara, como extrañada, como incrédula, lo apoyaba en la espalda de su madre como se apoyan los chiquitos en África en las espaldas de sus madres —con las piernas y los brazos abiertos, el pecho del chico contra la espalda de la madre, la cara hacia uno de los lados— y su madre lo ató con una tela, como se atan los chiquitos en África al cuerpo de sus madres. El chiquito quedó en su lugar, listo para irse a casa, igual que siempre, muerto.

No hacía más calor que de costumbre.

Creo que este libro empezó acá, en un pueblo muy cerca de acá, fondo de Níger, hace unos años, sentado con Aisha sobre un tapiz de mimbre frente a la puerta de su choza, sudor del mediodía, tierra seca, sombra de un árbol ralo, los gritos de los chicos desbandados, cuando ella me contaba sobre la bola de harina de mijo que comía todos los días de su vida y yo le pregunté si realmente comía esa bola de mijo todos los días de su vida y tuvimos un choque cultural:

—Bueno, todos los días que puedo.

Me dijo y bajó los ojos con vergüenza y yo me sentí como un felpudo, y seguimos hablando de sus alimentos y la falta de ellos y yo, tilingo de mí, me enfrentaba por primera vez a la forma más extrema del hambre y al cabo de un par de horas de sorpresas le pregunté —por primera vez, esa pregunta que después haría tanto— que si pudiera pedir lo que quisiera, cualquier cosa, a un mago capaz de dársela, qué le pediría. Aisha tardó un rato, como quien se enfrenta a algo impensado. Aisha tenía 30 o 35 años, la nariz de rapaz, los ojos de tristeza, su tela lila cubriendo todo el resto.

—Quiero una vaca que me dé mucha leche, entonces si vendo un poco de leche puedo comprar las cosas para hacer buñuelos para venderlos en el mercado y con eso más o menos me las arreglaría.

—Pero lo que te digo es que el mago te puede dar cualquier cosa, lo que le pidas.

—¿De verdad cualquier cosa?

—Sí, lo que le pidas.

—¿Dos vacas?

Me dijo en un susurro, y me explicó:

—Con dos sí que nunca más voy a tener hambre.

Era tan poco, pensé primero.

Y era tanto.

2.

Conocemos el hambre, estamos acostumbrados al hambre: sentimos hambre dos, tres veces al día. No hay nada más frecuente, más constante, más presente en nuestras vidas que el hambre —y, al mismo tiempo, para la mayoría de nosotros, nada más lejos que el hambre verdadera.

Conocemos el hambre, estamos acostumbrados al hambre: sentimos hambre dos, tres veces al día. Pero entre ese hambre repetido, cotidiano, repetida y cotidianamente saciado que vivimos, y el hambre desesperante de quienes no pueden con él, hay un mundo. El hambre ha sido, desde siempre, la razón de cambios sociales, progresos técnicos, revoluciones, contrarrevoluciones. Nada ha influido más en la historia de la humanidad. Ninguna enfermedad, ninguna guerra ha matado más gente. Todavía, ninguna plaga es tan letal y, al mismo tiempo, tan evitable como el hambre.

Yo no sabía.

El hambre es, en mis imágenes más viejas, un chico con la panza hinchada y las piernas flaquitas en un lugar desconocido que entonces se llamaba Biafra; entonces, a fines de los sesenta, escuché por primera vez la versión más brutal de la palabra hambre: hambruna. Biafra fue un país efímero: declaró su independencia de Nigeria el día que yo cumplí diez años; antes de mis trece ya había desaparecido. En esa guerra un millón de personas se murieron de hambre. El hambre, en las pantallas de aquellos televisores blanco y negro, eran chicos, moscas zumbando alrededor, su rictus de agonía.

En las décadas siguientes la imagen se me haría más o menos habitual: repetida, insistente. Por eso siempre imaginé que empezaría este libro con el relato crudo, descarnado, tremendo de una hambruna. Llegaría acompañando a un equipo de emergencia a un paraje siniestro, probablemente africano, donde miles de personas estarían muriéndose de hambre. Lo contaría con detalles brutales y entonces, después de poner en escena el peor de los horrores, diría que no hay que engañarse —o dejarse engañar—: que las situaciones como ésta son sólo la punta de la punta del iceberg y que la realidad real es muy distinta.

Lo tenía perfectamente pensado, diseñado, pero en los años que pasé trabajando en este libro no hubo hambrunas descontroladas —sólo las habituales: la escasez terminal en el Sahel, los refugiados somalíes o sudaneses, las inundaciones en Bengala. Lo cual, por un lado, es una gran noticia. Pero, por otro, tanto menos importante, es un problema: esas hecatombes eran las únicas oportunidades que tenía el hambre de presentarse —imágenes en la pantalla del hogar— a los que no lo sufren. El hambre como catástrofe puntual y despiadada sólo aparece cuando una guerra o un desastre natural. Lo que queda, en cambio, es aquello tanto más difícil de mostrar: los millones y millones de personas que no comen lo que deberían —y penan por eso, y se mueren de a poco por eso. El iceberg, lo que este libro trata de contar y de pensar.

Aunque no diga nada que no sepamos ya. Todos sabemos que hay hambre en el mundo. Todos sabemos que hay ochocientos, novecientos millones de personas —los cálculos vacilan— que pasan hambre cada día. Todos hemos leído o escuchado esas estimaciones —y no sabemos o no queremos hacer nada con ellas. Si en algún momento sirvió, se diría que ahora el testimonio —el relato más crudo— ya no sirve.

¿Qué queda entonces, el silencio?

Aisha, que me decía que con dos vacas su vida sería tan diferente. Si tengo que explicarlo

—no sé si tengo que explicarlo—: nada me impresionó
más que entender que la pobreza más cruel, la más extrema, es la que te roba también la posibilidad de pensarte distinto. La  que te deja sin horizontes, sin siquiera deseos: condenado a lo mismo inevitable.

Digo, quiero decir, pero no sé cómo decirlo: usted, lector amable, tan bienintencionado, un poco olvidadizo, ¿se imagina lo que es no saber si va a poder comer mañana? Y, más: ¿se imagina cómo es una vida hecha de días y más días sin saber si va a poder comer mañana? ¿Una vida que consiste sobre todo en esa incertidumbre, en la zozobra de esa incertidumbre y el esfuerzo de imaginar cómo paliarla, en no poder pensar en casi nada más porque todo pensamiento se tiñe de esa falta? ¿Una vida tan restringida, tan cortita, tan dolorosa a veces, tan peleada?

Tantas maneras del silencio.

Este libro tiene muchos problemas. ¿Cómo contar lo otro, lo más lejano? Es muy probable que usted, lector, lectora, conozca a alguien que se murió de un cáncer, que sufrió un ataque violento, que perdió un amor, un trabajo, el orgullo; es muy improbable que conozca a alguien que viva con hambre, que viva la amenaza de morirse de hambre. Tantos millones de personas que son lo más lejano: lo que no sabemos —ni queremos— imaginar.

¿Cómo contar tanta miseria sin caer en el miserabilismo, en el uso lagrimita del dolor ajeno? Y, quizás antes: ¿por qué contar tanta miseria? Muy a menudo contar la miseria es un modo de usarla. La desgracia ajena interesa a muchos desgraciados que quieren convencerse de que no están tan mal o quieren, simplemente, sentir esa cosquilla en los pulgares. La desgracia ajena —la miseria— sirve para vender, para esconder, para mezclar los tantos: para suponer por ejemplo que el destino individual es un problema individual.

Y, sobre todo: ¿cómo pelear contra la degradación de las palabras? Las palabras “millones-de-personas-pasan-hambre” deberían significar algo, causar algo, producir ciertas reacciones. Pero, en general, las palabras ya no hacen esas cosas. Algo pasaría, quizá, si pudiéramos devolverles sentido a las palabras.

Este libro es un fracaso. Para empezar, porque todo libro lo es. Pero sobre todo porque una exploración del mayor fracaso del género humano no podía sino fracasar. A lo cual, está claro, contribuyeron mis imposibilidades, mis dudas, mi incapacidad. Y, aún así, es un fracaso que no me avergüenza: tendría que haber conocido más historias, pensado más cuestiones, entendido algunas cosas más. Pero a veces fracasar vale la pena.

Y fracasar de nuevo, y fracasar mejor.

“La destrucción, cada año, de decenas de millones de hombres, de mujeres y de chicos por el hambre constituye el escándalo de nuestro siglo. Cada cinco segundos un chico de menos de diez años se muere de hambre, en un planeta que, sin embargo, rebosa de riquezas. En su estado actual, en efecto, la agricultura mundial podría alimentar sin problemas a 12 mil milllones de seres humanos, casi dos veces la población actual. Así que no es una fatalidad. Un chico que se muere de hambre es un chico asesinado”, escribió, en su Destrucción masiva, el ex relator especial de Naciones Unidas para el Derecho a la Alimentación Jean Ziegler.

Miles y miles de fracasos. Cada día se mueren, en el mundo —en este mundo— 25 mil personas por causas relacionadas con el hambre. Si usted, lector, lectora, se toma el trabajo de leer este libro, si usted se entusiasma y lo lee en —digamos— ocho horas, en ese lapso se habrán muerto de hambre unas ocho mil personas: son muchas ocho mil personas. Si usted no se toma ese trabajo esas personas se habrán muerto igual, pero usted tendrá la suerte de no haberse enterado. O sea que, probablemente, usted prefiera no leer este libro. Quizá yo haría lo mismo. Es mejor, en general, no saber quiénes son, ni cómo ni por qué.

(Pero usted sí leyó este breve párrafo en medio minuto; sepa que en ese tiempo sólo se murieron de hambre entre ocho y diez personas en el mundo —y respire aliviado.)

Y si acaso, entonces, si decide no leerlo, quizá le siga revoloteando la pregunta. Entre tantas preguntas que me hago, que este libro se hace, hay una que sobresale, que repica, que sin cesar me apremia:

¿Cómo carajo conseguimos vivir sabiendo que pasan estas cosas?

 

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Una radiografía documentada narrada en forma magistral para denunciar este enorme problema al que el mundo entero ha dado la espalda.

4 sagas de ciencia ficción que no te puedes perder

 

Imagen destacada de Dan McPharlin vía Juxtapoz.

El mundo de la literatura juvenil tiene, históricamente hablando, mucho títulos que exploran escenarios utópicos y distópicos donde las tramas son fantasías basadas en la ciencia naturales y sociales. Estos libros son etiquetados bajo el género «ciencia ficción».

Aunque muchos argumentan que la época de mayor distinción del género fue en la década de los 20´s, el siglo XX en general presentó muchas novelas épicas de ciencia ficción. Si bien no queda claro en que momento empezaron a surgir las sagas de novelas de ciencia ficción, estos primeros 15 años del siglo XXI han tenido muchas trilogías y tetralogías del género, lo que se explica al considerar que la ciencia ficción diseña y planea mundos o realidades que dan para más de una sola novela.

Aquí les tenemos un conteo de las cuatro mejores sagas de ciencia ficción que Planeta Joven ha publicado y que no pueden dejar pasar si les gusta dicho género.

1- “The Giver” de Lois Lowry

Lowry nos presenta en su saga un escenario que, al parecer, es utópico pero que con el paso de las páginas se convierte en distópico. “The Giver” nos presenta una sociedad que ha eliminado el sufrimiento y el dolor por medio del concepto de “igualdad”. Pero en una realidad donde no hay color, sentimientos, clima y  terreno ¿acaso hay espacio para poderse realizar como ser humano?

La saga en orden cronológico va con “El Dador de Recuerdos”, “En Busca del Azul”, “El Mensajero” y “El Hijo”.

el dador de recuerdos portada

En busca del azul portada

El mensajero portada

2- “Southern Reach” de Jeff VanderMeer

En el universo creado por VanderMeer, existe una agencia secreta llamada “Southern Reach” que organiza expediciones al Área X. Éste es un espacio donde ningún humano puede sobrevivir sin ayuda, donde la naturaleza ha hecho su reclamo con especies que evolucionadas de tal forma que son mortíferas para el Homo sapiens.

Southern Reach” es una trilogía compuesta por “Aniquilación”, “Autoridad” y “Aceptación”.

Aniquilación OK

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3- “Crónicas del Silo” de Hugh Howey

Los últimos sobrevivientes de la raza humana viven en un silo, una prisión subterránea desde donde la imagen del exterior es una distorsión de lo que realmente es. Dentro del silo, las reglas son brutales y cualquiera que se atreva a violarlas recibe la pena capital. Hay muchas preguntas e incógnitas que se resuelven sobre esta sociedad que se encuentra al borde de la destrucción a lo largo de los libros.

Las “Crónicas del Silo” están compuestas por 3 libros; “Espejismo [Wool]”, “Desolación [Shift]” y “Vestigios [Dust]”.

espejismo portada

Desolación portada

Vestigio

4- “Proyecto: Perséfone” de Michelle Gagnon

Pike & Dolan es una gigantesca compañía farmacéutica que ha empezado a experimentar con humanos. Noa, una joven que pertenece a un grupo de hackers despierta justo en las garras de dicha corporación atada a una mesa de cirugía, su primer pensamiento se ve ligado al pánico, pero ella sabe que debe de escapar. Así comienza una saga llena de persecuciones, conspiraciones y personas en las que nadie puede confiar.

Proyecto: Perséfone” es una trilogía que lleva dos títulos publicados en español, “Alianza” y “Amenaza” y cuyo tercer título, llamado en inglés “Don´t Look Now”, está por llegar a nuestro idioma.

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¿Cuál es su favorita?

¿De dónde vienen los nombres de los doce meses del año? Esto y más en ‘Palabralogía’, de Virgilio Ortega

Mes, en latín, se decía mensis, palabra de la misma raíz que el inglés moon, Luna, pues inicialmente los meses romanos eran lunares.

Muy al principio, en Roma sólo había diez meses, y el año empezaba en marzo. Pero ya Numa Pompilio, el segundo rey de Roma, reorganizó el calendario sagrado e introdujo los dos primeros meses actuales.

Para designar al primero de los dos, no pudo elegir un nombre más adecuado: el de Jano, el dios bifronte (del latín bifrons, ‘de dos frentes’), que con una cara (una ‘frente’) miraba hacia el pasado y con la otra al futuro, con una frente hacia el año que terminaba y con la otra hacia el que empezaba. Por eso era el dios de las puertas: podía mirar hacia dentro y hacia fuera, vigilando así tanto la entrada como la salida. En honor del dios Jano (Ianus en latín), el mes se llamaría ianuarius, de donde viene nuestro enero. La bahía de Río de Janeiro fue descubierta por los portugueses el 1 de enero de 1502 y por eso llamaron la futura ciudad Rio de Janeiro, ‘río de enero’, donde la etimología queda aún más clara.

¿Y febrero? Pues viene del mes latino februarius, que era el mes de las purificaciones o februa. Hacia el 15 de febrero se celebraban en Roma las fiestas Lupercales, cerca de la gruta donde la lupa, la ‘loba’, había alimentado a los fundadores Rómulo y Remo, situada en la colonia Palatina (¡se puede subir!). En ese festival de las februa, los celebrantes azotaban a la gente (sobre todo a las mujeres) con unas februa, o tiras de piel de macho cabrío, para así purificarla. Nuestra fiebre (del latín febris) aún tiene que ver con esas purificaciones. Al igual que ocurre con otros nombres de meses, también aquí el nombre latino se ha conservado en las principales lenguas europeas modernas: febbraio en italiano, february en inglés, février en francés, februar en alemán, fevereiro en portugués…

¿Quieres saber cuál es el origen de marzo, abril, mayo, junio, etcétera?

Entonces lee Palabralogía, de Virgilio Ortega.

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Palabralogía, de Virgilio Ortega, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Crítica.

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Virgilio Ortega Pérez

Un apasionante viaje por el origen de las palabras.

Vestigios de Hugh Howey

Juliette le pedía lo imposible y la culpa era tan suya como de él. ¿Acaso le importaban a ella las personas que estaban envenenando en su contra dos veces por domingo? ¿O cualquiera de los desconocidos que la habían elegido para que los dirigiera?

-Yo no quería el puesto –dijo a Lukas.

Pero le costó disimular la culpabilidad de su voz. Eran otros los que habían querido que fuese alcaldesa, no ella. Aunque ya no tantos como antes, al parecer.

-Yo tampoco sabía para qué estaban preparándome como sombra –repuso Lukas.

Hizo además de añadir algo, pero se contuvo al ver que un grupo de mineros salía de la sala del generador levantando una nube de polvo con las botas.

-¿Ibas a decir algo más? –preguntó ella.

-Iba a pedirte que si de verdad tienes que perforar, lo hagas en secreto. O deja que lo hagan esos hombres y vuelve a…

Se tragó el resto de la frase.

-Si ibas a decir que vuelva a casa, ésta es mi casa. ¿De verdad no somos mejores que nuestros predecesores? ¿Ya estamos mintiéndole a la gente? ¿Conspirando?

-Puede que seamos aún peores –respondió él -. Lo único que hicieron ellos fue mantenernos con vida.

Juliette se echó a reír al oír esto.

-¿A nosotros? Intentaron mandarnos ahí afuera a morir.

Lukas suspiró.

-Me refiero a todos los demás. Hicieron lo que hicieron para mantener con vida a los demás. –Pero no pudo contenerse y al ver que ella seguía riéndose, sonrió a su pesar. Juliette convirtió las lágrimas de sus mejillas en lodo al tratar de limpiárselas.

-Dame unos cuantos días más aquí abajo –dijo. No era una petición; era una concesión-. Déjame comprobar al menos si tenemos los medios necesarios para perforar. Luego volveré a subir para besar bebés y enterrar cadáveres… aunque no en ese orden, claro.

Extracto de Vestigios de Hugh Howey

Vestigio

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Todo principio tiene un final