‘Descubriendo al general’, un relato de Graham Green sobre su amistad con Panamá y su presidente

En el invierno de 1976, estando yo en Antibes, recibí un telegrama de Panamá firmado por un tal señor V., nombre que me era totalmente desconocido, que me dejó sorprendido y desconcertado. Se me comunicaba que el general Omar Torrijos Herrera me había invitado, en calidad de huésped, a visitar Panamá, y que me sería enviado un boleto de avión de la compañía aérea que yo eligiese.

Hasta hoy desconozco el motivo que pudo impulsar al General a enviar dicha invitación, pero no vacilé un solo instante en aceptarla. Me había olvidado completamente de aquel general Torrijos que tan cerca estuvo de comprometer a John Sterling en una peligrosa empresa, pero sí sabía que Panamá había rondado con persistencia mi imaginación, aún más que España. De niño había presenciado una espectacular obra de teatro escrita por Stephen Phillips en la que podía verse a Drake, en el gran escenario de Drury Lañe, atacando un cargamento arrastrado con gran realismo por una recua de mulas, a su paso por la ruta del oro desde Ciudad de Panamá hasta Nombre de Dios. Y me sabía de memoria gran parte del poema, bastante mediocre, de Drake’s Drum de Newbolt:

Drake está en su hamaca a mil millas de distancia

(¿está durmiendo ahí abajo, capitán?), 

meciéndose en las profundidades de la Bahía Nombre de Dios…

¿Qué podía importar que el poema de Newbolt fuera inexacto y que el cuerpo de Drake se hundiera en el mar en la Bahía de Portobelo, a solo unas millas de Nombre de Dios?

Para un chiquillo la atracción de la piratería se situaba en Panamá y en la historia de cómo Sir Henry Morgan atacó y destruyó Ciudad de Panamá. Y ya con más años leí sobre el desastroso asentamiento escocés en la linde de las densas selvas de Darién, que aún hoy día siguen siendo en su mayor parte intransitables e inmutables.

Cierto día, en la ciudad de David, observé que un agente de seguridad negro llevaba inscrito en la camisa el nombre de Drake.

Divertido, le pregunté:

-¿Es acaso descendiente de Sir Francis Drake?

-Tal vez, señor -repuso con ancha sonrisa complacida.

Y entonces le recité parte del poema de Newbolt.

En aquel momento me dije:

-Al fin lo he logrado. Realmente me encuentro aquí, en Panamá.

Para entonces ya había comprobado que la ruta del oro casi había desaparecido y pronto visitaría Nombre de Dios, que ya no era más que una aldea india sin acceso alguno, siquiera en mula. Pero yo me encontraba extrañamente familiarizado con aquel pequeño y lejano país de mis sueños, como nunca me había sentido antes en ningún otro país de América Latina. Al cabo de un año, parecía absolutamente natural que viajara a Washington con pasaporte diplomático panameño, como miembro acreditado de la delegación panameña para la firma del Tratado sobre el Canal con los Estados Unidos. Una de las grandes cualidades del general Torrijos era su sentido del humor.

Extracto de Descubriendo al general, de Graham Greene.

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Descubriendo al general, de Graham Greene, está disponible bajo el sello Crítica.

¿Cómo es la casa de un hobbit, según J. R. R. Tolkien?

En un agujero en el suelo, vivía un hobbit. No un agujero húmedo, sucio, repugnante, con restos de gusanos y olor a fango, ni tampoco un agujero seco, desnudo y arenoso, sin nada en que sentarse o que comer: era un agujero-hobbit, y eso significa comodidad.

Tenía una puerta redondas, perfecta como un ojo de buey, pintada de verde, con una manilla de bronce dorada y brillante, justo en el medio. La puerta se abría a un vestíbulo cilíndrico, como un túnel: un túnel muy cómodo, sin humos, con paredes revestidas de madera y suelos enlosados y alfombrados, provistos de sillas barnizadas, y montones y montones de perchas para sombreros y abrigos; el hobbit era aficionado a las visitas. El túnel se extendía serpeando, y penetraba bastante, pero no directamente, en la ladera de la colina -La Colina, como la llamaba toda la gente de muchas millas alrededor-, y muchas puertecitas redondas se abrían en él, primero a un lado y luego al otro. Nada de subir escaleras para el hobbit: dormitorios, cuartos de baño, bodegas, despensas (muchas), armarios (habitaciones enteras dedicadas a la ropa), cocinas, comedores, se encontraban en la misma planta, y en verdad en el mismo pasillo. Las mejores habitaciones estaban todas a la izquierda de la puerta principal, pues eran las únicas que tenían ventanas, ventanas redondas, profundamente excavadas, que miraban al jardín y los prados de más allá, camino del río.

Este hobbit era un hobbit acomodado, y se apellidaba Bolsón.

Extracto de El hobbit, de J. R. R. Tolkien.

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El hobbit, de J. R. R. Tolkien, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Booket.

‘Cadáveres en la playa’, la última novela de Ramiro Pinilla

No por ser invierno dejo de asomarme al acantilado dos veces por semana. Es un inagotable escenario natural, como tantos otros. Pero es el nuestro. Aun siendo Getxo tierra de marinos, muchos elegimos la mar solo para pasear y no vamos más allá de la playa. Es marzo y me azota una una llovizna transversal de la que me defiende a duras penas el chubasquero.

Creo que mis adocenados cincuenta y tres años se sienten jóvenes arrostrando este reto -por una parte, elegido- con ánimo tartarinesco.

-Cada día queda menos arena- oigo de pronto a mi espalda.

Es una voz de mujer. Me vuelvo y la veo enterrada en un grueso chaquetón amarillo con capucha de esquimal.

-Sí, arena -repito-. Este invierno la mar ha pegado duro a la playa y la…

-No lo bastante duro -me corta.

-Cuando la desnuden del todo nos quedaremos sin playa -protesto suavemente y algo asombrado. El medio rostro que puedo ver es de una intensa belleza madura, y al final de sus frases tiembla un quiebro de angustia.

-Una playa no es solo su arena, sino lo que oculta debajo.

Se sobrepone a este último declive de su voz con cierta entereza. ¿Quién es? ¿La conozco? ¿Tendría que conocerla? La naturalidad con que me ha abordado parece anunciar un nuevo despiste por mi parte. Su acento, su compenetración con el escenario transmiten cercanía, seguramente es un espécimen de Getxo que sabe de mí más que yo de él.

-Bueno… -le respondo vagamente a modo de despedida, dándome la vuelta e iniciando la retirada. No dejo de pensar en las palabras que ha dedicado a la playa. Los de Getxo hemos tardado en aceptar que la arena que se llevan los temporales del invierno es restituida solo a medias en las calmas del verano, algo así como un parco equilibrio de la propia naturaleza. Pero el incremento, invierno tras invierno, de piedras blancas como grandes huevos y de bloques cementados vertidos por la industria llevan años poniéndonos en alerta. El aviso de los expertos de arrasadoras corrientes transversales ha arrojado una insospechada responsabilidad culpable a los simples ignorantes enamorados de la playa.

Aunque no ponemos palabras a nuestro pensamiento, algunos, o todos, o yo solo, atribuimos esta resignación a la fatalidad,  convertida en segunda naturaleza que arrastramos desde la guerra. ¿Cómo comparar la simple pérdida de una playa con lo mucho ya perdido?

Extracto de Cadáveres en la playa, la última novela de Ramiro Pinilla, decano de las letras vascas y españolas.

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Cadáveres en la playa, de Ramiro Pinilla, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Tusquets.

Los 10 libros favoritos de los mexicanos, según Facebook

Hace varias semanas, Facebook hizo una dinámica entre sus usuarios para determinar cuáles eran sus libros favoritos. 130 mil personas participaron en esta encuesta y, con base en sus respuestas, la compañía de Mark Zuckerberg hizo una lista de los 10 libros favoritos de varios países, incluido México.

Así pues, aquí te compartimos la lista de los 10 libros favoritos de los mexicanos, según Facebook.

1. Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez.

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2. El principito, de Antoine de Saint-Exupéry.

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3. Harry Potter, de J. K. Rowling.

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4. El perfume, de Patrick Süskind.

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5. Aura, de Carlos Fuentes.

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6. El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez.

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7. Rayuela, de Julio Cortázar.

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8. El diario de Ana Frank, de Ana Frank.

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9. La tregua, de Mario Benedetti.

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10. Eso, de Stephen King.

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¿Qué opinas de esta lista? ¿Crees que debería estar algún otro título?

¿Cómo descifrar los misterios de la personalidad?

Todos somos expertos en personalidad. Desde la infancia estamos atentos a las formas de ser tan distintivas que tienen las personas, con la intención de entender qué podemos esperar de ellas. Contamos con esta información para congeniar.

La habilidad innata para evaluar a las personas es un don asombroso que damos por descontado. Con ella nos formamos una impresión instantánea de la personalidad de todos aquellos a los que conocemos. Este veloz proceso intuitivo funciona tan bien que aprendemos a depender de él. Gran parte de las evaluaciones que hacemos de las personas se forman de esta manera automática e inconsciente.

Sin embargo, a veces queremos evaluar conscientemente la personalidad de alguien. Por ejemplo, quizá queramos entender qué tiene nuestra jefa que nos lleva a evitarla. Tal vez queramos revisar las razones por las que no aprobamos al novio de nuestra hija adolescente. Quizá queramos decidir si la persona con la que salimos tiene lo que se necesita para lograr una relación permanente.

Ahí el asunto se pone difícil. Más que nada, surgen dificultades porque a pocos nos enseñaron a evaluar personalidades de manera sistemática, y en lugar de ello nos bombardean con una mezcla contradictoria de ideas religiosas, morales, literarias y psicológicas que son difíciles de aplicar de manera ordenada. Imagínese cómo se nos dificultaría la aritmética simple si a cada rato nos dieran instrucciones encontradas sobre cómo se trabaja con los números; en cambio, se espera que descifremos a la gente sin que se nos haya enseñado una aritmética coherente de la personalidad.

Esta falta de educación puede ser la culpable de algunos de nuestros mayores errores. Puede llevarnos a escoger al novio equivocado, a aceptar el trabajo erróneo o a desorientar a nuestros hijos. Puede hacer que interpretemos mal las intenciones de un compañero de trabajo y nos pongamos a la defensiva de forma inapropiada. Puede impedir que construyamos relaciones satisfactorias, que sorteemos los conflictos con elegancia o que planeemos un contraataque para proteger nuestros intereses.

¿Te gustaría saberlo todo sobre la personalidad de los demás, y aplicar ese conocimiento en tu vida?

Entonces lee Cómo descifrar los misterios de la personalidad, de Samuel Barondes.

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Cómo descifrar los misterios de la personalidad, de Samuel Barondes, está disponible bajo el sello Paidós.

“Indocumentados: Cómo la inmigración se volvió algo ilegal” un libro por Aviva Chomsky

Aquí la sinopsis del libro de Aviva Chomsky, “Indocumentados: Cómo la inmigración se volvió algo ilegal”:

Los inmigrantes ilegales en Estados Unidos, provenientes de México y Centroamérica, se han convertido en verdaderos refugiados de la guerra fronteriza. Su estatus legal, cambiante de Estado a Estado y de presidencia a presidencia, ha creado un caos migratorio que no permite resolver el debate pendiente más importante de nuestros tiempos ¿cómo documentar la vida de los indocumentados?

En este brillante trabajo, la activista de derechos humanos Aviva Chomsky muestra cómo la ilegalidad y la indocumentación son conceptos creados exclusivamente para excluir y explotar. A través de un repaso por la historia de la migración hacia Estados Unidos –desde el programa Bracero, iniciado en la década de 1940, hasta la Ley DREAMer, impulsada por el presidente Barrack Obama–, esta obra cuestiona la noción contemporánea de ilegalidad, muestra por qué se ha convertido en un hecho socialmente aceptado y devela su naturaleza compleja, inconsistente y profundamente discriminatoria.

Exponiendo la estrecha relación entre la discriminación racial a los negros bajo las leyes de Jim Crow y la discriminación a los inmigrantes latinoamericanos hoy en día, y recurriendo al drama humano que representa cada cruce por la frontera entre México y Estados Unidos, “Indocumentados” plantea preguntas que no pueden escapar a la crisis humanitaria que crece día a día para demostrar que la ley migratoria está fuera de sintonía con la realidad de una economía que depende de los 50 millones de inmigrantes no autorizados.

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Adquiere el libro de Aviva Chomsky bajo el sello Crítica en librarías.

Las consecuencias de traducir la biblia: ‘Historia de la traducción’

Una de las principales acciones que llevaron a la Reforma luterana y al primer cisma del mundo cristiano fue la traducción, por parte de Martín Lutero, de la Biblia y los Evangelios al alemán vulgar. Para contestar a las acusaciones levantadas en su contra por la jerarquía de la Iglesia de Roma -sobre cuya base se formuló su excomunión-. Lutero escribió en 1530 una Misiva sobre el arte de traducir que constituye asimismo un documento fundamental para la historia de la traducción.

La versión luterana de la Biblia no solo representa un acto de traducción sino, sobre todo, se trata de un texto imprescindible para la formación de una lengua alemana popular escrita. La traducción es la cultura de la frontera, es cultura del intercambio entre culturas. En este caso el fenómeno es más evidente que nunca: la versión de Lutero es un texto fundamental sobre todo para la identidad de la cultura alemana. El mismo Lutero se dio cuenta: «Se percibe con mucha claridad que es a partir de mi traducción y de mi alemán como están aprendiendo a hablar y escribir en alemán».

Lutero prepara con gran lucidez un texto con una finalidad precisa, dirigido a un lector modelo preciso. Naturalmente, el pueblo alemán no puede entender el texto latín de los Evangelios y la Biblia, cuyas palabras se consideran inaccesibles y por tanto abstractas. Se tiene que crear un metatexto en la lengua hablada por el pueblo alemán.

No hay que solicitar a estas letras latinas cómo hay que hablar el alemán, que es lo que hacen esos burros; a quienes hay que interrogar es a la madre en la casa, a los niños en las calles, al hombre corriente en el mercado, y deducir su forma de hablar fijándose en su boca. Después de haber hecho esto es cuando se puede traducir: será la única manera de que comprendan y de que se den cuenta de que se está hablando con ellos en alemán (2001:311).

Extracto de Historia de la traducción, de Bruno Osimo.

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Historia de la traducción, de Bruno Osimo, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Paidós.

‘Finny’, una ingeniosa novela sobre la búsqueda de la libertad en la juventud

Al nacer, su padre le puso el nombre de Delphine, en honor a la ciudad del oráculo griego, pero, como ella siempre había tenido sus propias ideas sobre cosas como, por ejemplo, los nombres, la llamaban Finny desde que, siendo ya lo bastante mayor, así lo había querido. Era un nombre que sonaba a irlandés y que iba muy bien con su elegante cabello pelirrojo, y lo cierto es que a Finny siempre le había encantado todo lo irlandés, aunque ignoraba el motivo. Tenía un hermano mayor llamado Sylvan, probablemente porque su padre, Stanley Short, quería continuar la tradición de las iniciales S. S., cosa que siempre hacía pensar a Finny que a continuación iba a venir el nombre de un barco. Le parecía absurdo dejar que otra persona decidiera cómo tenías que llamarte el resto de tu vida -imagínate que hubiera sido Osito Pooh o Estropajo-, así que fue ella quien tomó esa decisión.

Finny era una chiquilla fuerte y traviesa, segura de sí misma y valiente, con un pelo tan rojo como un jitomate maduro, pecas en la nariz, mejillas que parecían salpicaduras de lodo y unos cachetes hinchados como el pan cuando empieza a esponjarse, esos que a las tías ancianas les gusta pellizcar. A veces, cuando lo hacían, Finny les pagaba con la misma moneda. No era la clase de niña que se dejaba hacer caricias o se derretía cuando le decían que era adorable. En cierta ocasión, a los cuatro años, su tía Louise le pellizcó una mejilla y Finny le dio un pellizco tan fuerte en el pecho que su tía gritó de dolor y la dejó caer. El suelo era de linóleo y, cuando chocó contra él, todos pensaron que se había matado. Entonces, Finny se echó a reír: había arrancado el botón del bolsillo de la blusa de su tía y lo tenía aferrado en su puño sudoroso.

La madre de Finny, Laura, era una mujer alta y huesuda, de boca pequeña y nariz afilada. No era nadie del otro mundo, pero sabía arreglarse para resultar atractiva. Usaba pasadores, suéteres vistosos y elegantes faldas negras. Tenía una sonrisa cálida, hablaba con timidez y coquetería y los adultos solían dirigirse a ella como si fuera Finny, con un tono de voz un poco más alto, suma amabilidad y palabras sencillas. Finny la veía transformarse en una niña alegre y curiosa para sus invitados y no le gustaba su pose, su sumisión voluntaria, su afán irremediable de llamar la atención. Finny llevaba playeras de futbol gastadas y jeans cortados cuyos hilos le colgaban por debajo de las rodillas. Siempre tenía un codo despellejado o una pantorrilla magullada por haberse peleado después de clase. Le gustaba el kickball y durante cierto tiempo pudo con casi todos los chicos de su clase en los juegos de libre a los que dedicaban el recreo.

Extracto de Finny, de Justin Kramon.

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Finny, de Justin Kramon, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Planeta.

‘El diario de Bridget Jones’, la bitácora ficticia que se volvió un éxito mundial

Domingo 1 de enero. Londres. 11:45 p.m.

Ugh. El primer día del año ha sido horrible. Todavía no puedo creer que empiezo otra vez el año en una cama individual en casa de mis padres. Es demasiado humillante a mi edad. Me pregunto si olerán el humo si enciendo un cigarro asomada a la ventana. Tras pasar todo el día en casa, esperando que se me pase la resaca, al final claudiqué y salí demasiado tarde, en dirección al Bufé de Pavo al Curry. Cuando llegué a casa de los Alconbury y apreté el timbre-que-emitía-una-cancioncilla-estilo-reloj-del-ayuntamiento, todavía me encontraba en un extraño mundo interior: nauseabundo, horrible, ácido. También sufría de un resto de furia-de-carretera, tras haber tomado sin darme cuenta la M6 en lugar de la M1, y haber tenido que recorrer la mitad del camino hacia Birmingham hasta encontrar un sitio donde poder dar la vuelta. Estaba tan furiosa que seguí golpeando el suelo con el pie encima del acelerador para dar rienda suelta a mis sentimientos, lo cual es muy peligroso.

Martes 3 de enero. 9 a.m.

Uf. No puedo ni pensar en ir al trabajo. Lo único que lo hace tolerable es pensar que voy a volver a ver a Daniel, pero incluso eso es poco aconsejable, porque estoy gorda, tengo un grano en la barbilla, y sólo me apetece sentarme en los cojines y comer chocolate mientras veo en televisión los especiales de Navidad. No está bien y es injusto que se nos fuerce contra nuestra voluntad al ajetreo de la Navidad, con sus retos financieros y emocionales estresantes y difíciles de controlar, y que después, cuando estamos empezando a meternos en el rollo, nos la quiten de las manos. Estaba empezando a disfrutar realmente de la sensación de que todo quedaba en suspenso y de que estaba bien holgazanear en la cama todo el tiempo que quisiese, meterme todo lo queme apeteciese en la boca y beber alcohol cuando me viniese en gana, incluso por las mañanas. Ahora, de repente, se supone que todos debemos volver a la autodisciplina, como perritos amaestrados.

Fragmentos de El diario de Bridget Jones, de Helen Fielding.

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El diario de Bridget Jones, de Helen Fielding, está disponible en librerías y tiendas en línea bajo el sello Booket.

‘Siempre nos quedará el verano’, el final de una trilogía de Jenny Han

Cuando era niña, los miércoles por la noche mi madre y yo veíamos videos de antiguos musicales. Era nuestra tradición. A veces mi padre o Steven pasaban por allí y se sentaban frente a la televisión un rato, pero casi siempre éramos solo mi madre y yo sentadas en el sofá con una cobija y un platón de palomitas de maíz dulces o saladas. Cada miércoles. Veíamos Vendedor de ilusiones, Amor sin barreras, La rueda de la fortuna, musicales que me gustaban, como Cantando bajo la lluvia, que me encantaba. Pero ninguno se podía comparar con Adiós, ídolo mío. De entre todos los musicales, Adiós, ídolo mío era mi favorito. Lo veía una y otra vez, hasta que mi madre ya no podía más. Igual que Kim MacAfee antes que yo, quería usar rímel y tacones y experimentar «esa sensación de felicidad de una mujer madura». Quería oír silbar a los chicos y saber que era por mí. Quería crecer y ser como Kim, porque ella consiguió todas esas cosas.

Y luego, cuando llegaba la hora de acostarme, cantaba ante el espejo del baño con la boca llena de pasta de dientes: 

-Te queremos, Conrad, oh y tanto que sí. Te queremos, Conrad, y siempre te seremos fieles.

Cantaba con todo mi corazón de ocho, nueve y diez años. Pero no le cantaba a Conrad Birdie. Cantaba para mi Conrad. Conrad Beck Fisher, el protagonista de mis sueños preadolescentes. 

Solo he amado a dos chicos, y ambos llevan el apellido Fisher. Conrad fue el primero y lo amé como solo se puede amar la primera vez. Es el tipo de amor que no sabe lo que le conviene y tampoco quiere saberlo. Es vertiginoso e insensato y apasionado. El tipo de amor que solo ocurre una vez.

Y luego estaba Jeremiah. Cuando miraba a Jeremiah, veía el pasado, el presente y el futuro. No solo conocía a la chica que fui. Conocía a mi yo de ahora y me quería igualmente.

Mis dos grandes amores.

Extracto de Siempre nos quedará el verano, de Jenny Han.

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Siempre nos quedará el verano, de Jenny Han, es publicada por el sello Destino.